Capitulo XXXIV Sergio Álvarez
Como sabrán, el tiempo ha pasado volando, y me complace decirles que, muy a pesar de las tormentas que solíamos anticipar, todo ha salido según lo planeado. La vida tiene una manera peculiar de organizarse; a veces parece un rompecabezas difícil, pero al final las piezas encajan y hoy puedo afirmar que me siento un hombre felizmente realizado con el éxito de mi idea, pues hemos obtenido muy buenas ganancias de ella.
Aunque tengo que reconocer que dudé por un momento si llevarla a cabo o no, tras la confesión de Beatriz, aquella tarde en el río. Sin embargo, comprendí, al conversar con mi hermano, que mi deseo de avanzar no se fundamenta únicamente en tener una vida acomodada, sino también en la satisfacción de saber que soy capaz de lograrlo a través de mi esfuerzo y sacrificio.
Por esa razón, decidí seguir adelante, y estoy convencido de que fue la elección correcta, ya que, además de las excelentes ventas que hemos obtenido, hemos recibido dos propuestas de haciendas en otros estados que son más grandes y beneficiosas que la de Salazar. Sin embargo, tanto David como yo hemos optado por quedarnos en Xalisco para apoyar al señor Antonio, quien ha estado en nuestros malos momentos. Y es esto lo que me otorga la tranquilidad de saber que, de haber sido necesario, también habría encontrado la manera de alcanzar mis objetivos sin la riqueza de Beatriz.
Con la cual no he tenido mucho tiempo de compartir desde que comencé este proyecto, ya que junto a David hemos asumido la responsabilidad de gestionar cada detalle. Esto nos ha llevado a tunearnos para poder sobrellevar la carga y a la vez no estar totalmente ausentes con Margarita y Beatriz. Sin embargo, hoy las cosas van a cambiar, ya que he encontrado un caballero de confianza que se encargará de supervisar a los pescadores que colaboran con nosotros, además de distribuir el producto a los comercios de nuestros compradores. Lo que me llena de alegría, porque por fin podré disfrutar mis tardes con mi princesa.
Al llegar a la hacienda, lo primero que hice fue buscar a David en su área de trabajo para contarle las buenas nuevas. El cual se encontraba agachado en un extremo del campo, moviendo la guadaña con precisión. Puesto que se encontraba cosechando una enorme espigas de trigo.
—Ey, ¿qué tal, hermano? ¿Necesitas una mano? —pregunté entusiasmado.
—No, gracias, aquí tengo todo bajo control —respondió, deteniéndose en sus labores y secándose el sudor de la frente con el brazo derecho—. ¿Y tú qué haces aquí? ¿Pasa algo? —preguntó preocupado.
—No, bueno... sí, pero no es nada malo, todo lo contrario. Ya conseguí al nuevo encargado del negocio de la pesca —comenté emocionado.
—¿En serio? Que buena noticia, Sergio. ya decía yo que tanta amabilidad se debía a algo —alegó David bromeando.
—No digas incoherencias, sabes que si puedo ayudar, lo hago sin problemas.
—Es cierto, tengo que reconocerlo —admitió con honestidad—. ¿Eso quiere decir entonces que podemos ir a cenar esta noche los cuatros? —cuestiono animado.
—¿Que? Olvídalo, podemos ir luego, pero hoy seremos solo Beatriz y yo.
—Sergio, no seas así. Reconsidéralo, vamos... pueden hacerlo mañana, además tenemos mucho que no salimos los cuatro y Margarita los echa de menos. A parte sabes que la pasaremos bien.
—Mañana será el baile de la señora Esperanza, y no podemos faltar, así que iremos hoy, pero espero que esté deliciosa la comida para que valga la pena —aseveré, elevando ambos ojos con gesto de fastidio.
—¡Vaya, no me acordaba! Es increíble que la señora Esperanza esté organizando un baile después de tanto tiempo sin participar en uno. Ha cambiado mucho; sin duda, no es la misma persona de hace un año. Ahora es más alegre y sociable, ¿no crees?
—Así es, en nuestras conversaciones he podido apreciar sus múltiples cualidades positivas, especialmente su gran amabilidad. A veces me pregunto por qué no tuvo hijos, ya que su calidez innata la habría convertido en una excelente madre.
—Definitivamente. En las ocasiones que he tenido el placer de compartir con ella, también he podido percibir lo mismo, pero no tenía idea de que ustedes convivieran tanto para que te expreses así —declaró, dudoso.
—Es que le pedí ayuda en algo y me ha brindado más apoyo del que imaginé; la señora Esperanza es una gran persona.
—Oh, ¿y en qué te está ayudando?
—Pronto lo sabrás.
—Mmm, ¿qué estás planeando? ¿Debo preocuparme? —indagó David, curioso.
—No lo creo, pero nunca se sabe cómo lo vea el otro.
—Deja el misterio y dime de una vez.
—Todo a su debido momento, hermanito.
—Si no me lo dices esta noche, me aseguraré de que te quedes sin postre.
—Caray, ¿cuándo te volviste tan malévolo? —cuestioné, riendo.
—Estás advertido —dijo él, dándose la vuelta y continuando con su trabajo, siendo esta mi señal de irme al mío.
El día transcurrió con normalidad. Me aseguré de que todo estuviera en orden y, cuando tuve unos minutos libres, opté por pasar por el salón de música para saludar a la señora Esperanza y confirmar que todo se encuentre bien para mañana. Después de verificar que Beatriz no se encontraba en el lugar, entré con más confianza.
—Buenas tardes, señora, ¿cómo se encuentra?
—No le voy a mentir, me siento algo nerviosa, pero bien, ¿y usted?
—Imagino, pero no tiene nada de qué preocuparse, el baile saldrá bien.
—Lo sé —contestó ella, sonriendo—. ¿Y usted, cómo se siente?
—Mejor que nunca —admití con honestidad.
—Envidio su seguridad.
—Y yo admiro lo talentosa que es.
—Me alegra saber que alguien piensa así de mí —confesó con un destello de emoción en los ojos—. Ah, se me olvidaba, tengo lo que faltaba; todo está aquí —aseguró, extendiendo un sobre.
—Oh, iba a buscarlo mañana temprano; no tenía que molestarse.
—No se preocupe; Juana Dolores iba a hacer una diligencia por la zona y se me ocurrió que ella podría hacerlo hoy.
—Gran idea, señora, muchas gracias.
—De nada.
—Por cierto, ¿le podría decir a Beatriz, cuando la vea, que Margarita y mi hermano nos invitaron a cenar esta noche y que la estaré esperando en la entrada a las cuatro de la tarde?
—Claro, yo le digo. Envíe saludos a ambos de mi parte.
—Así será —respondí después de inclinar la cabeza en señal de despedida.
Ustedes no lo saben, pero hace meses Beatriz y yo formalizamos nuestro noviazgo, lo cual me hizo sentir muy feliz porque fue una decisión que solo ella tomó, lo que me reafirmó que ya no tenía dudas; cree en lo nuestro tanto como yo.
Pasadas las horas, ya me hallaba a la espera en el lugar habitual, ansioso y emocionado. La anticipación crecía dentro de mí, como si cada segundo que pasaba aumentara mi deseo de tenerla cerca. Mis manos me hormigueaban ligeramente, llenas de nerviosismo, como si esta fuera nuestra primera cita, y sentí una oleada de emoción cuando finalmente la vi aparecer tras la puerta. Todo el tiempo de espera se desvaneció en un instante.
Se veía radiante en un día tan gris, con un delicado adorno en su cabello que armonizaba a la perfección con su vestido blanco floral. Sin pensarlo, me apresuré a su encuentro y, al acercarme, ella se dio cuenta de mi presencia, sonriéndome con esa calidez que tanto me conmueve. Sus manos se posaron suavemente en mi pecho mientras yo me perdía en su dulce fragancia y me dejaba cautivar por la profundidad de sus hermosos ojos avellana, que tienen el poder de volverme loco.
Me acerqué un poco más, inclinando la cabeza, sintiendo la calidez de su aliento, un delicado susurro que invitaba a la cercanía. Ella, con su tierna sonrisa, me atrajo como un imán, y cuando nuestros labios se encontraron, fue como si todo cobrara sentido.
El beso fue suave al principio, un roce ligero que se transformó poco a poco en algo más profundo y lleno de anhelo. Su boca tenía un sabor a néctar, una esencia que me envolvía en una embriagadora euforia. Cerré los ojos, entregándome a la magia del instante, sintiendo cómo el mundo se desvanecía a nuestro alrededor.
Su piel era cálida al tacto y sus manos, que aún reposaban en mi pecho, se deslizaron suavemente hacia mi cuello, atrayéndome hacia ella. El roce de nuestros labios llenaba el aire de una melodía perfecta. Ese era un beso cargado de nostalgia y necesidad, en el que cada latido resonaba entre nosotros, un susurro compartido que se sellaba en ese dulce encuentro.
—Veo que también me extrañaste, mi amor —dije, estando aún lo suficientemente cerca para probar de nuevo de ella.
—Sí, un poquito.
—¿Un poquito? A juzgar por cómo me atacaste, yo diría más bien mucho.
—¿De qué hablas? Tú fuiste el que me besó.
—Tienes razón, pero lo hice porque al tocarme inoculaste una sustancia en mí, y la única forma de contrarrestarla, sabes que reside en ti.
—¿Ah, entonces es mi culpa que me besaras? —cuestionó Beatriz con fingida indignación.
—Bueno, no lo quería decir así, pero sí.
—¿Por qué simplemente no reconoces que tenías deseos de besarme?
—¿Por qué no reconoces que te hice mucha falta?
Ambos nos quedamos unos segundos sonriendo, esperando que el otro reconozca la derrota, y como yo soy todo un caballero, decidí ser el primero.
—Lo acepto, me moría por besarte, princesa; pasé noches soñando con este momento —dije, colocando uno de sus rizos detrás de la oreja.
—De acuerdo, admito que quizás te extrañé un poco más de lo que dije en un principio.
—¿Solo un poco más? —indagué, acercándome más a ella para provocarla.
—Bien, lo acepto; tienes razón, me hiciste mucha falta. Anhelaba estar así de cerca y perderme en tu aroma —confesó, sonrojada.
—Lo sabía —afirmé con una enorme sonrisa.
—Para eso es que querías que lo dijera, ¿verdad? Presumido. Ya vámonos, que se nos hará tarde y los muchachos nos van a matar.
—Por otro beso como este, no me importaría que lo hagan.
—Ni lo sueñes, andando.
—Como usted diga, mi comandante.
—Comandante, no; tú general —me corrigió con suficiencia.
—Y se supone que yo soy el presumido.
—Nunca dije que yo no lo fuera.
Luego de reírnos unos segundos, la ayudé a montarse en el caballo y, al cabo de unas horas, llegamos a nuestro destino.
—Entonces, ¿Qué sucedió después? —preguntó intrigada Beatriz.
—El águila descendió lo suficiente para quitarme el sombrero y volar con él. David intentó alcanzarla con el caballo, pero fue en vano. Por desgracia, se me ocurrió ponérmelo justo hoy.
—Ey Margara, ¿no has notado, que todos los animales te odian? Creo que algo muy malo debiste de hacer en otra vida —comenté con intención de mantener el ambiente animado.
—Pero, ¿Qué dices? Tornado la ama —aseguró mi hermano.
—Pues él es la excepción; debes cuidarla, hermano, un día de estos la pierdes y ni cuentas te das. ¿Acaso no te ha contado de cómo una vaca casi la mata? —pregunte, fingiendo preocupación.
—¿Qué una vaca qué? —repitió mi hermano, con desconcierto.
—Yo quiero escuchar esa historia —expresó mi novia con interés y curiosidad.
Por lo que Margarita comenzó a relatar la historia con la misma pasión y entusiasmo que había compartido conmigo una vez. En ese instante, comprendí lo afortunado que soy; porque aunque no hace mucho tiempo perdí a mis padres, la vida me había puesto en el camino personas excepcionales que hoy puedo llamar familia.
Después de un rato, David y yo decidimos salir a caminar por los alrededores, permitiendo así que nuestras mujeres disfrutaran de un espacio donde pudieran conversar con más libertad. En esa fresca noche, con el murmullo de las hojas y el suave susurro del viento, aproveché la oportunidad para compartir con mi hermano todos mis planes para el día siguiente. Hablamos de sueños y esperanzas, ajenos a la fragilidad del tiempo.
Si hubiera sabido que aquella sería la última noche que pasaríamos los cuatro juntos, quizás me habría quedado un poco más, saboreando cada risa y cada palabra. La noche se tornó en un susurro de nostalgia, un eco de lo que nunca más volvería a ser, un recordatorio de que a veces, los momentos que creemos eternos son, en realidad, los más efímeros.
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