Capítulo XXXII Sergio Álvarez
Una mañana, semanas después, el canto de los pájaros y los escasos rayos de luz que se escabullen por mi ventana me hacen saber que ya es hora de levantarme. Sin embargo, no quiero hacerlo, ya que he pasado toda la noche soñando con Beatriz. Mi mente revive una y otra vez los recuerdos de esos momentos compartidos, donde su risa, la suavidad de su pelo, su aroma tan adictivo, la calidez de su piel y su mente tan despierta se han convertido en la razón de mi existencia. Si alguien me hubiera dicho hace meses que me transformaría en esta persona cursi y blanda, probablemente lo habría tachado de ridículo y lunático. Pero aquí estoy, sintiéndome el hombre más afortunado por tenerla en mi vida.
Aunque, siendo honesto, no diré que ese Sergio visionario y decidido por alcanzar sus objetivos ha desaparecido del todo; lo sigo siendo, solo que ahora es otra mi motivación. Si deseo formar una vida a su lado, tengo que trabajar duro, ya no solo por mí, sino por el futuro de ambos. Lo cual me llevó a maquinar una nueva estrategia que me permita obtener una ganancia directa del negocio que le pienso proponer al señor Salazar. Puesto que ya no contamos con la entrada económica que teníamos de las otras haciendas, debido a que sus dueños consiguieron otros administradores después de que David renunció aquella vez que me fui, debo hacer algo para reponer esa falta.
Al llegar a la hacienda, inmediatamente me dirigí al despacho de Salazar y, luego de tocar en dos ocasiones la puerta, este me hizo saber que podía pasar.
—Buenos días, señor. ¿Cómo se encuentra?
—Estoy bien, ¿y usted?
—Me alegra escuchar eso; también estoy bien.
—Gracias, igualmente. Dígame, ¿a qué debo el honor de su visita tan temprano, muchacho?
—Eh... sí, es que vine a proponerle un negocio, señor.
—Lo imaginé. Como extrañaba estos momentos. Lo escucho, soy todo oídos.
—Yo también, señor —dije honestamente—. Bien, como sabrá, en el tiempo que estuve en Sinaloa, me dediqué a lo que es la pesca y, para mi sorpresa, es un comercio que deja buenas ganancias. Lo cual me ha puesto a pensar: mi hermano y yo podríamos, en nuestro tiempo libre, ir a pescar al río Lerma, que se encuentra a unas pocas horas de aquí, y usted podría vender el producto a sus compradores, siendo el primer hacendado en hacerlo. Eso le daría cierta ventaja sobre los demás, ¿no cree?
Me observó dudoso, pero a la vez con cierto brillo en la mirada que me hizo saber que iba por buen camino.
—Entiendo; me parece una idea interesante, pero habría cosas que evaluar. No sabemos si nuestros adquirientes venden ese tipo de alimento o, en su defecto, si cuentan con alguien que se lo proporcione. Tendríamos que investigar antes de accionar.
—Ya he considerado este asunto y, con su autorización, David y yo pasaríamos el lunes por la mañana a visitar sus locales para hablar con cada uno de ellos y comentarles acerca de esta propuesta para convencerles de la posibilidad de establecer una colaboración comercial.
—¿Y si ese fuera el caso, qué nos garantizaría que ellos los dejaran por nosotros?
—Porque les ofreceríamos una oferta de dos peces al precio de uno, lo que nos permitirá generar una ganancia adicional que antes no teníamos. Al igual que en nuestra táctica anterior, estableceremos esta promoción por un período determinado. Una vez que concluya, fijaremos una cantidad por unidad que será ligeramente inferior al precio del mercado en ese momento, para mantener el interés y asegurar su fidelidad.
—Bien, pero, ¿sabes qué tipos de peces se encuentran en ese río? Recuerda que no todos cuestan lo mismo.
—Esa respuesta la obtendré esta misma tarde, señor, pues la idea se me ocurrió apenas anoche y quería primero hablarlo con usted.
—Muy bien, y si llegáramos a hacer negocio, ¿Cuál sería el porcentaje de las ganancias obtenidas?
—Estaba pensando en un cuarenta por ciento para usted y nosotros un treinta cada uno. ¿Está de acuerdo?
—Lo estoy. Le espero aquí el lunes en la tarde para que me informe sobre los datos obtenidos y así tomar una decisión definitiva.
—De acuerdo, gracias por la oportunidad, señor.
—No tiene que agradecer, muchacho. Me alegra mucho que haya vuelto al lugar correcto; aquí yo les daré el apoyo que necesitan para que puedan crecer y obtener el futuro que desean, se lo puedo asegurar.
—Lo sé, señor; no tengo la mínima duda de eso —admití, inclinando la cabeza en señal de despedida.
Cuando salí del despacho, sentí una dicha en mi interior que me decía que las cosas pronto cambiarían y que esta vez sería para bien. Cuando me disponía a regresar a mi trabajo, una melodía que salía del salón de música me tentó a cambiar brevemente los planes, pero no estaba seguro de quién estaba tocando, por lo que decidí abrir discretamente la puerta para confirmarlo. Sin embargo, no contaba con que la señora Esperanza notaría rápidamente mi presencia.
—Adelante, Sergio, puede pasar.
Al instante de escuchar mi nombre, Beatriz dejó de tocar.
—¡Oh, no, tranquilas! Solo pasé para saludar.
—No, entre, por favor. Beatriz y yo necesitamos una opinión sobre la canción que estaba sonando. ¿Le gusta?
—Bueno, en realidad yo no tengo grandes conocimientos en música, pero lo que pude escuchar me gustó mucho. Es diferente a lo que están acostumbradas; siento que tiene un poco más de ritmo.
—¡Qué alegría saberlo! Confieso que la he creado yo misma. Me he pasado todas estas semanas en esto, puesto que las damas de la sociedad me han solicitado que toque para una actividad que harán dentro de poco tiempo.
—¡Wao, qué bien! Debes de estar emocionada, seguro.
—Más bien aterrada. Sé que hace pocos meses me presenté aquí, pero no es lo mismo; esta vez lo haré sola y me dan un poco de nervios hacerlo mal.
Al percibir su angustia, sentí un fuerte deseo de ofrecerle mi apoyo.
—Tranquila, estoy seguro de que lo hará magnífico. Por algo le pidieron que tocara a usted, y no es que Beatriz no sea buena, es que en usted ven lo que ellas desean, por lo que creo que los motivos sobran.
—Tiene razón; muchas gracias, Sergio. Aunque no lo creas, tus palabras aliviaron mi carga. ¿No es un amor, Beatriz? —preguntó la señora, entusiasmada.
—Sí, definitivamente lo es —respondió esta, un poco sonrojada.
—Por cierto, ahora que recuerdo, tengo que buscar otra partitura que se me quedó en la habitación. Espérenme aquí; regreso en seguida, jóvenes.
Su repentino retiro me hizo dudar de lo que dijo, pero al mismo tiempo lo agradecí, ya que me dio la oportunidad de llevar a cabo lo que realmente deseaba desde un principio.
—¿Cómo has estado, mi amor?
—Shuuu, no lo digas tan alto. Ten cuidado.
—De acuerdo. ¿Cómo está la mujer más bella del mundo? —pregunté, susurrándole al oído, lo que ocasionó que ella soltase una pequeña risita.
—Estoy bien, ¿y tú?
—Me alegra saberlo. Ahora que te veo, lo estoy aún más.
—A mí también me alegra, pero ya te he dicho que no puedes venir sin avisar. Un día de estos nos van a descubrir.
—Lo siento; a veces no puedo evitarlo, pero en esta ocasión vine por una razón.
—Ah, ¿sí? ¿Cuál será? —indagó Beatriz, intrigada.
—Me gustaría que me acompañes esta tarde, a la misma hora de siempre, para dar un recorrido por el río Lerma.
—Mmm, un río —repitió más para ella misma.
—Sí, pensé que la idea te fascinaría porque hace más fresco en esa zona.
—Claro que me gusta la idea; cuenta conmigo.
—Excelente, nos vemos en un rato, mi princesa —dije, regalándome nuevamente una sonrisa, lo cual me hizo sentir que estaba en las nubes.
El resto del día pasó como de costumbre. Le comuniqué a David mi plan y él gustosamente aceptó participar, pero se disculpó por no poder acompañarnos esta vez porque le prometió a mi futura cuñada que la ayudaría con el jardín. Margarita lo tiene al pobre esclavizado y eso que aún no son nada. ¿Cómo será después? Ni lo quiero imaginar —pensé.
Llegadas las cuatro de la tarde, Beatriz y yo partimos a nuestro destino.
—Amor, tenías razón; realmente es muy fresco aquí —reconoció ella, animada.
—Te lo dije; tienes que tenerme más fe de vez en cuando.
—Lo siento, por algo estoy aquí.
—¿Uju? Y yo que creí que era para estar con este bello y encantador muchacho —alegué con suficiencia.
—Sí, por eso también —respondió, con ironía.
Ambos nos carcajeamos por unos segundos.
—¿Me podrías describir el lugar? Por favor.
—Iniciaría por resaltar que es un día soleado. Hay flores de todo tipo y colores, al igual que hermosas mariposas, pero nada se compara con la belleza del agua azul cristalina en la cual hay algunos barcos con distinto fin.
—¡Oh, se escucha que es hermoso! Muchas gracias —dijo, entusiasmada—. Es una vieja costumbre que tenía con mi padre; él decía que así no me perdería de toda la experiencia —comento, luego de hacer una pequeña pausa.
—Sí, lo es. Pero también peligroso; hace años una joven se ahogó aquí —confesé con pesar, notando rápidamente cómo mi acompañante se estremeció con el dato—.Tu padre era un gran hombre, por lo que me dices, y si no te molesta, podría continuar haciéndolo —manifesté, con vehemencia.
—Lo era. Me encantaría, claro, pero no quiero que te sientas presionado por hacerlo todo el tiempo tampoco, solo cuando sientas que vale la pena.
—Jamás podría sentirme así a tu lado; para mí sería un honor —exprese con sinceridad.
—Lo sé; solo me gustaría que lo tengas en cuenta. Y cuéntame, ¿Qué hacemos aquí? Algo me dice que no vinimos solo a pasear porque estamos caminando más lento de lo normal —alegó Beatriz, curiosa.
—Es correcto; vine a observar la zona. Tengo un nuevo negocio en mente que nos abrirá muchas puertas si todo sale como espero —confesé, emocionado.
—Algo así pensé. ¿Y de qué trata?
—Deseo pescar para que Salazar pueda comercializar la mercancía con sus compradores.
—Entiendo, pero ¿en qué momento lo harás? Imagino que será un negocio independiente a la hacienda.
—Así es, será en mi tiempo libre. Pero tranquila, igual sacaré espacio para ti, si es lo que te preocupa —exprese, con jocosidad.
—No es eso; temo que te esfuerces al doble sin necesidad.
—Beatriz, yo quiero darte el mundo, pero primero tendré que sacrificarme un tiempo para que eso sea posible. Solo te pido que me tengas paciencia y pronto todo cambiará.
Guardó silencio por unos minutos que para mí fueron eternos. Su rostro reflejaba que en su interior se estaba librando una batalla y temí por aquello que podría escaparse de sus labios.
—Sergio, hay algo que tengo que confesarte —tomó aire, y lo soltó rápidamente para continuar—. Llegue a Xalisco con un objetivo distinto al que imaginas.
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