Capitulo XXVII Beatriz Araya
Definitivamente, la historia que me contó la señora Esperanza es realmente penosa. No sabía que su ausencia en este lugar había causado tanto dolor. Ahora me pregunto si en algún momento ella se habrá arrepentido de haber hecho las cosas como las efectuó, dejando atrás a todos sus seres queridos para estar con mi padre. Su irrepetible y verdadero amor. Así es... Sofía es mi madre, la cual planeó y fingió su muerte para vivir libremente.
Por ende, cuando escucho que alguien la menciona, no puedo evitar sentirme nerviosa, pues estoy acostumbrada a conocerla solo a través de las palabras de aquel que fue por muchos años mi único acompañante, aunque siendo justa, las cosas que Esperanza me ha contado de las que ya sabía no difieren para nada unas de las otras; todo lo contrario es como si los pedazos poco a poco se fueran uniendo y se formara una clara y vivida imagen de cómo era ella.
Mi padre me había confesado que para estar juntos ambos tuvieron que tomar decisiones realmente difíciles, por lo que no los juzgo, más bien de cierta manera los admiro por haber luchado el uno por el otro, aun sabiendo que sus decisiones causarían dolor a quienes más amaban. Sin duda, no cualquiera puede vivir con ese peso en su conciencia, al menos yo no.
Luego de saber que le quedaba poco tiempo de vida, él me habló de las joyas, pues le daba miedo dejarme desamparada y rápidamente armó el plan para conseguirlas sin tener problema alguno. Lo primero que tenía que hacer es venir a México; una vez falleciera me mezclaría entre la población sin darme a notar y esperaría a que organizaran un evento importante en el cual asistieran los grandes empresarios del pueblo donde claramente estaría Antonio Salazar.
Inmediatamente lo hubiera localizado, tendría que presentarme con este y su esposa, compartiendo con ellos un momento agradable con el fin de ganarme su confianza y convertirme en una invitada concurrente de la hacienda; de esta manera, cuando llegara la oportunidad la aprovecharía y lograría mi gran hazaña.
Sin embargo, nada salió como esperaba; ningunos asistieron al lugar, pero no me di por vencida y aguardé durante una hora para ver si podría obtener información de alguien acerca de esta familia, aunque cuando vi que sería una tarea imposible, al menos esa noche me dispuse a retirarme sin imaginar que en ese instante escucharía a dos caballeros conversar acerca de ellos.
—Otra vez los Salazar brillan por su ausencia, Norberto —comento este con cizaña.
—Así es, José, definitivamente algo pasa con ellos, por esto la esposa tiene años que no comparte en sociedad y ahora Antonio se le está uniendo.
—Quizás estén pasando por un mal momento económico.
—No creo, escuche por ahí que están buscando a una pianista; si fuera así no andarían derrochando el dinero de esa manera.
—Es cierto, de seguro se sienten superiores para compartir con nosotros, pero su momento de caer llegará.
—Definitivamente, ¿no ves que sus ventas se han mantenido, pero no han aumentado en todos estos años? A esa hacienda le queda poco tiempo.
No escuché nada más y salí de allí feliz, sintiendo que mis dos ángeles habían sido los que me enviaron esa señal, la cual me permitió continuar. A la mañana siguiente me encontraba sentada en el despacho de Antonio y todo resultó mejor de lo que pensaba. Como les conté él parecía distraído, me contrató sin hacerme muchas preguntas; solo le interesaba que pudiera tolerar el rechazo que recibiría de Esperanza, lo cual confirmé sin dudar, pues tendría la ventaja de vivir bajo el mismo techo, algo que me haría todo más fácil...
Mi progenitor también me advirtió que posiblemente algunas personas sospecharían de mí por el parecido que tengo con mi madre; por tanto, debía de tener cuidado con las cosas que compartía. ¿Qué pensaría en este momento de mí si supiera que me he quedado en este lugar arriesgando todo por un sentimiento que ni siquiera estoy segura que es correspondido? ¿Se avergonzaría o estaría orgulloso? Cuánto me gustaría obtener esa respuesta —pensé. Aunque siendo honesta no sé si conocerla realmente cambiaría algo, definitivamente tengo que confirmar si a Sergio le pasa igual, y dependiendo de eso tomare finalmente la decisión de quedarme o no.
A la tarde siguiente, mientras me encontraba tocando una melodía de mi autoría, la cual aún seguía perfeccionando, alguien dio dos toques en la puerta.
—Adelante —dije pregúntame quien será, pues la señora esperanza ya entra sin avisar.
—Buenas tardes, Beatriz, ¿puedo pasar? —preguntó Sergio dudoso.
—Claro —conteste señalando el espacio vacío que había en el asiento.
—Gracias, siempre es un placer compartir con usted, señorita.
—De mi parte puedo decir lo mismo, señor —dije agachando el rostro con pena.
—Se ve hermosa como siempre —expreso levantando mi barbilla con delicadeza.
—Gracias, ¿cuál es el motivo de su visita? —inquirí con nerviosismo tratando de evitar que lo noté.
—Quería compartir un tiempo a solas con usted, desde que llegue no he tenido la oportunidad.
—Quería, ¿o sea que ya no? —cuestione con perspicacia.
—No hay nada más que desee —aseguro en tono genuino.
—Pues aquí me tiene, ¿de qué quiere conversar? —pregunté insegura, mordiéndome el labio inferior.
—Beatriz, en esos meses que estuve lejos la pensé mucho, incluso creí que cuando regresara ya no la encontraría aquí. Fue una gran sorpresa que no fuera así —admitió acercándose un poco más a mí.
—Ah, sí, ¿habla del viaje al que se fue sin ni siquiera tener la osadía de avisar y despedirse como un caballero lo hubiera hecho?
—¿Acaso me está reclamando algo, Beatriz? —indago con picardía.
—¿Acaso no puedo hacerlo, Sergio? —Replique imitándolo.
—Le aseguro que la respuesta siempre será sí. Beatriz, hay algo que quiero confesarle.
—Le pido que no lo haga si no tiene la intención de hacerse responsable de lo que podrían ocasionar sus palabras en mí —advertí, con la voz y un nudo en la garganta, abrumada por los nervios
—Tengo toda la intención de hacerlo —aseguro sosteniendo mis manos. —Beatriz, desde el primer día que la vi quedé absolutamente prendado de su belleza, pero ni siquiera eso fue suficiente para aceptar lo que estaba despertando en mí. El conocerle, conversar y ver la verdad de su interior fue lo que me hizo entender que usted es la mujer de mi vida. No me imagino pasar mi último día con alguien más y sé que ahora no le podré dar todo lo que merece, pero le juro que voy a trabajar para hacerlo.
Me quedé unos segundos en silencio sin saber qué decir. En ese momento muchas cosas pasaban por mi mente; me preguntaba ¿si él podía notar como me temblaban las manos o si quizás eran las de ambos? Pero cuando sentí dos lagrimas caer por mis mejillas, no me quedaron más dudas; sabía lo que deseaba responder.
—Sergio, yo no necesito que me de nada, me basta con que me demuestre cada día que esto que siento es tan mutuo como me lo ha hecho sentir en este momento, solo eso necesito.
—Espero que pueda disculparme por esto, Beatriz, pero no aguanto más, me muero por hacerlo.
Sin saber a lo que se refería, percibí rápidamente como una de sus manos subía hasta mi cuello echando hacia atrás una parte de mi cabello mientras la otra acariciaba lentamente mi mejilla y ya no podía diferenciar si la respiración que sentía era la suya o la mía de tan cerca que nos encontrábamos. Sin dudarlo, un segundo más me beso y lo hizo de una manera tan sublime, cálida y dulce que se sintió tan correcto que ese beso me sabía a hogar.
Así estuvimos hasta que poco a poco el contacto se fue tornando cada vez más demandante e intenso. En mis manos sentía un hormigueo que me hacía sostenerme de su cuello para evitar recorrer su cuerpo mientras que una de las suyas nos detuvo para darnos una pausa y recuperar el aliento.
—Como imagine, no solo te vez exquisita, también sabes así. Besas increíble, Beatriz —manifestó Sergio algo agitado tocando mis labios.
—Tú no lo haces nada mal tampoco, fue justo como lo soñé —admití percibiendo su cercanía, una energía que sin duda era palpable entre ambos.
—¿Lo soñaste? ¿Desde cuándo sientes algo por mí? —preguntó el, completamente sorprendido.
—Dime tu primero — contesté, sintiendo cómo el calor me subía al rostro mientras jugaba nerviosamente con mis dedos.
—No seas tramposa, ya yo te dije —respondió con una risa juguetona, acercándose un poco más, notando cómo mi respiración cambiaba.
—Pues no sé, no lo recuerdo —alegué agachando la cabeza, intentando ocultar mi sonrojo.
—Mmm, veamos si esto te ayuda a refrescar la memoria.
Me volvió a besar, pero esta vez de forma distinta, lo describiría como el equilibrio entre delicadeza y pasión. Simplemente fue perfecto; no cambiaría ese momento por nada del mundo.
—¿Cuándo se lo diremos a los demás? —inquirió con la emoción de un niño.
—¿Ni siquiera me has pedido que sea tu novia y ya estás pensando en decírselo a alguien más? Vaya falta de caballerosidad —argumenté con un tono de suficiencia, disfrutando de la pequeña provocación.
«Me encanta hacerlo rabiar».
—Pensé que estaba claro que lo eres —contesto, perplejo.
—Para mí no lo está —aseguré con jocosidad.
Al decir esto, noté cómo se alejaba de mi lado, lo que me llenó de un súbito temor: ¿se habría enojado?
—Entiendo... —hablo a la vez que sostenía mis manos—. A pesar de que sé que no puedes verme, en este momento me encuentro de rodillas ante ti. Beatriz eres más de lo que alguna vez pude soñar; todo este tiempo lejos de ti me enseño que puedo vivir sin ti, pero es algo que jamás quisiera volver a experimentar. En este punto para mí ya no hay vuelta atrás. ¿Me harías el honor de ser mi novia?
—No lo sé, tengo que pensarlo —conteste tratando de sonar convincente, pero mis labios se curvearon en una sonrisa traviesa mientras levantaba una ceja, lo que imagine delataba que estaba bromeando.
—Tomate todo el tiempo que desees, yo esperaré por ti —aseguro muy tranquilamente, lo cual me preocupo.
—Era un chiste, claro que quiero ser tu novia, tonto —aclaro finalmente carcajeándome.
—Lo sé, pero quería ver hasta donde llegabas —admitió levantándose mientras dejaba un corto beso en mis labios que me sacó la sonrisa más genuina de mi existencia.
—Todavía no se lo digamos a nadie; vamos a esperar un tiempo más para darles la noticia, ¿estás de acuerdo? —pregunte dudosa de su contestación.
—Si es por mí les cuento ya mismo a todos, pero haremos lo que tú quieras, eres la jefa.
—Gracias, te prometo que no será mucho tiempo y definitivamente me encanta eso de ser la jefa —acepte con fingida soberbia.
—A mí me encantas tú —afirmo con dulzura—. Pero ya me tengo que ir o te vas a quedar sin novio por hacer esperar tanto tiempo a mi hermano.
—¡Morirías en el nombre del amor! —exclame colocando una mano en mi pecho con dramatismo.
—No, quiero vivir para experimentarlo cada día a tu lado.
Después de decir esto se marchó y sentí como mi corazón bombardeaba felicidad por todo mi cuerpo como si fuera sangre; el quedarme este tiempo sin saber qué esperar valió absolutamente la pena. Me quería tanto como yo a él y pude finalmente sentirme plena, dejando de lado ese vacío que siempre me invadía desde la muerte de mi padre, porque por fin he encontrado al amor de mi vida.
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