Capitulo XXV Juan David Álvarez
Dimos varios toques a la puerta del despacho del señor Salazar y rápidamente escuchamos una voz que nos invitaba a pasar.
—Qué gusto verlos, muchachos, siéntense —dijo este extendiendo una de sus manos a dos asientos que se encontraban frente a él.
—Antes que nada, señor, quiero retribuirle las gracias por su apoyo y ayuda de todos estos meses. David me contó todo lo que ha hecho y no tengo forma de cómo pagarle.
—No tienen que pagarme nada; con el buen trabajo que han estado haciendo todo este tiempo es más que suficiente; gracias a su colaboración la hacienda ha alcanzado su punto de ventas más alto y reconozco que sin sus buenas ideas y el esfuerzo de David no hubiera sido posible.
—Gracias, señor; es todo un honor para mí escuchar estas palabras —dije sintiéndome emocionado.
—Le agradecemos, señor; vine para solicitarle mi incorporación nuevamente a las funciones que tenía en la hacienda, si así lo desea, claro —expreso Sergio dudoso.
—Claro que lo deseo, nada me daría más gusto, sin embargo, sería bueno, David, que por el día de hoy lo pongas al día con sus tareas y ya a partir de mañana cada uno se ocupe de sus áreas como de costumbre, ¿les parece?
—De acuerdo señor, así lo haremos —respondí más que preparado.
Cuando ya estábamos listos para retirarnos a nuestros asuntos, su débil voz nos detuvo.
—Esperen, muchachos, antes de irse me gustaría expresarles algunas palabras. Ciertamente, hasta el día de hoy no sé qué fue lo que causó esa pelea, pero lo que sí sé es lo mucho que ustedes se quieren y se protegen.
Por eso les voy a pedir que antes de tomar nuevamente una decisión así de drástica, piensen bien las cosas. Sé que son jóvenes y las emociones se sienten el doble, pero la sangre siempre tiene que pesar más que el agua —aseguro Salazar mirándonos a ambos a los ojos.
—Estoy de acuerdo con usted, señor, créame cuando le digo que he aprendido la lección, no volverá a suceder —contestó Sergio con una humildad que me dejó boca abierta.
—De mi parte así será también, lo puede tener por seguro.
Al escuchar estas palabras, él nos hizo un gesto con la cabeza de que ya nos podíamos retirar y así lo hicimos. Luego de una larga tarde de ponernos al día, Sergio y yo con las cuentas, el inventario la corrección de precios y las condiciones del ganado, decidimos buscar a Margarita para irnos a casa, la cual se encontraba en el aposento de Beatriz, según nos había informado Juana Dolores, lo cual pudimos confirmar aún sin entrar, pues las contagiosas risas de ambas jóvenes las delataba.
—Margarita, ya es hora de irnos, sal por favor —pidió Sergio mientras tocaba a la puerta.
—¡Ya voy! — afirmó ella rápidamente.
Al abrirla ambas salieron de la habitación aun sonriendo.
—Me gustaría saber cuál es el chiste para también reírme —indagó mi hermano curioso.
—Si te decimos no lo entenderías porque son cosas de chicas —alegó Margarita astutamente.
—Umm, ya veo, pues olvidaré lo que me comentaste, hermano, ella no lo entendería por ser una chica —afirmó Sergio sin yo tener la más mínima idea de lo que me estaba hablando.
—¿De qué hablas? —preguntó dudosa Margarita.
—Tranquila, no le hagas caso, es evidente que te está tomando el pelo —dijo Beatriz con perspicacia.
—¿Eso es cierto, Sergio? —cuestionó la primera con los ojos entrecerrados.
—Claro que sí, ¿no le vez el letrero en mayúscula que tiene en la frente de culpable? —asegure siguiendo el juego.
—No puede ser que yo sea la única que no se dé cuenta cuando esté mintiendo; hasta ella que es ciega lo noto, sin ofender —aclaro Margarita melancólica.
—Tranquila, no te preocupes por eso que mientras más lo conozcas será más fácil descifrarlo — declare con una calidad sonrisa.
—Con que a esas vamos, pues yo no te diré lo que Beatriz dijo de ti —aseguro Margarita levantando ambas cejas.
—¿Qué dijiste de mí? —le cuestionó Sergio a Beatriz con un destello de ilusión en su voz. —Ella volteo la cara en dirección a su nueva amiga e hizo un gesto que no supe interpretar.
—Yo no le dije nada —alegó Beatriz un poco nerviosa. —Y cuando él le iba a insistir nos sorprendió una nueva presencia.
—¡Oh que alegría verlos nuevamente jóvenes! —manifestó con emoción la señora Esperanza.
—Igualmente, es un gusto verla, señora —le respondió Sergio cortésmente.
—Mis disculpas por el retraso, señora. Me quedé conversando con Margarita, pero ya me dirigía hacia el salón.
—No te preocupes, no tenía mucho tiempo esperándote, en realidad solo vine a ver si algo te ocurrió, pero me alegra que todo esté bien y ¿quién es esta joven tan hermosa? —preguntó Esperanza señalándola con interés.
—Ella es una amiga de Sinaloa que junto a su padre y otro compañero vinieron a acompañarme— explico mi hermano educadamente.
—Qué bien, es un gusto tenerle aquí Margarita, puede venir las veces que desee —aseguro genuinamente Esperanza.
—Muchas gracias, señora, aunque lo más probable es que nos regresemos pronto — dijo, con un toque de pena en la voz.
—Entiendo, pues espero nos visite antes de marcharse.
—Claro que sí —contestó ella con una gran sonrisa.
—Me alegro pasar este tiempo contigo, Margarita; eres increíble; estaré esperando por ti —afirmó Beatriz.
—Lo mismo digo, encantadora Beatriz—. Después de darse ambas un abrazo todos nos dirigimos al primer piso para ocuparnos cada uno de nuestros asuntos. Estando una vez en casa me dispuse a hacer la cena y aunque no soy tan bueno como Sergio, creo que no se me da tan mal.
—¿Qué es esto? —indago Ricardo viendo hacia el plato con las cejas entrecerradas.
—Son chiles en nogada rellenos de venado, es un platillo que se ha hecho muy popular en los últimos años, pero lo desconocía hasta la semana pasada cuando vi cómo una de las cocineras de la hacienda lo preparaba y como me llamó la atención le pregunté cómo hacerlo y aquí está — expliqué señalando la mesa con ambas manos con una sonrisa nerviosa...
—Se ve delicioso, David, gracias por tomarte el tiempo de hacerlo —aseguró Margarita emocionada mientras se proponía a darle el primer bocado.
—Ciertamente es un plato raro, pero sabe bueno, hermano —aseguro Sergio dándome una palmada en la espalda.
El resto de los invitados después de haber terminado me dejaron saber que los chiles también les gustaron, aunque no les creí mucho la verdad, pero valoro su intención de no querer hacerme sentir mal. Al cabo de unos minutos empecé a recoger los platos y vasos para fregarlos, pero me quedé perplejo cuando vi que mi hermano y Margarita asimismo lo estaban haciendo.
—Tranquilo, hermano, ya que hiciste la cena, ve a descansar, yo me encargo, dijo Sergio con una sonrisa.
—De acuerdo, aunque la verdad hace mucho calor, no creo que pueda conciliar el sueño —manifesté observando hacia la ventana.
—Es cierto, ¿soy yo o este verano ha sido más caluroso de lo habitual? —se preguntó Margarita, casi en un susurro, como si buscase una respuesta en el aire que la rodeaba.
—Yo no siento tanto calor en realidad —dijo mi hermano viéndonos extrañados.
—¿Nos estás diciendo mentirosos, Sergito? —indagó Margarita con mal genio.
—No, solo estoy dando mi opinión como ustedes lo han hecho ¿o yo no puedo? —alego mi hermano con desdén.
—Sí, pero...
En un momento, la conversación a mi alrededor se desvaneció, y todo mi ser se centró en ella. Su belleza, tan única y natural, es simplemente asombrosa; pero lo que realmente atrapa mi atención va más allá de su apariencia. Me fascina su valentía al expresar su desacuerdo, pero a la vez se percibe su humildad, combinada con una esencia tan rica y completa, que despierta en mí una sensación profunda y difícil de poner en palabras.
—¿Te gustaría dar un corto paseo, Margarita? —le pregunté interrumpiéndola un poco avergonzado.
—Claro que sí —contestó, emocionada, dejándole rápidamente los platos que sostenía en las manos de Sergio.
—¿Hacia a dónde vamos? —escudriño entusiasmada.
—Al patio, ahí tenemos un columpio que nos hizo nuestro padre cuando éramos niños —confesé sonriendo recordando esos momentos.
—Sí, vayan de una vez por todas, antes de que me arrepienta y los deje a ustedes aquí lavando las losas —anuncio Sergio con una falsa molestia.
Al dirigirnos al lugar estaba totalmente a oscuras por lo que me lleve una lámpara que nos alumbraba un poco al menos, pero trataba de ir lo más al paso posible porque sentía que las piernas me temblaban y no me quería caer en presencia de ella, sería una total vergüenza.
—Es aquí, siéntate con cuidado, que ese columpio tiene unos buenos años —dije aun revisándolo.
—Ay muchas gracias, es realmente divertido y refrescante.
—No tienes que agradecer, tu compañía lo es aún más —dije sonrojándome.
—¿Esas son Gladiolas, cierto? —preguntó Margarita tratando de cambiar el tema igualmente sonrojada.
—Así es, te iba a preguntar como sabes porque son poco conocidas, pero ya recuerdo que me dijiste que te gusta la naturaleza.
—Sí, me encanta, las conozco porque mi padre me regaló hace poco algunos dibujos de diferentes tipos de flores, pero jamás las había visto en persona, son realmente hermosas — confeso ella meciéndose con una enorme sonrisa.
—Lo son, sé que te dije que me dedico a dirigir haciendas, pero creo que no te conté que me encargo específicamente de la parte de la agricultura y aunque no es lo mismo, siempre me he sentido atraído por las flores; de hecho, conozco muchas y, a pesar de no ser tan bueno, supongo que podría hacerte algunos dibujos de ellas antes de irte.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó esta con ambos ojos iluminados.
—Claro que sí, ¿Cuándo tienen pensado regresar? —hizo un gesto que no me dio buena espina y me preocupe rápidamente.
—Mi padre me informó que nos vamos mañana —agacho la cabeza entristecida.
—Creí que se quedarían más tiempo —fue lo único que logré decir con esa sorpresa que me había llevado.
—La verdad, yo no, sabía que volveríamos pronto porque es casi imposible que mi padre y Ricardo estén lejos de la pesca; ella lo es todo para sus vidas —reconoció con una sonrisa melancólica.
—Comprendo, pero dime algo, Margarita, ¿si hubiera alguna forma de quedarte en Xalisco lo harías? —inquirí curioso.
—Claro que sí, aquí es muy lindo y me agrada su gente —admitió, mientras se balanceaba suavemente en el columpio, sonriendo con timidez y dejando que el viento jugueteara con su cabello.
—¿Confías en mí? —pregunte intrigado por su respuesta.
—A pesar del poco tiempo que tenemos de conocernos, sí, confió en ti.
—Pues te pido que convenzas a tu padre para que no se vayan mañana. Dile que deseas quedarte un día más, ¿crees que puedas hacerlo?
—No tengo idea de qué pretendes, pero sí, puedo hacerlo.
Estando consciente que esas palabras eran lo único que necesitaba para tomar una decisión, esa noche me hice una promesa y si todo salía bien no la dejaría escapar.
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