Capitulo XXIII Beatriz Araya
Mientras terminaba de vestirme, bajé a desayunar con Juana Dolores, quien con sus singulares historias ha logrado ganarse un lugar en mi corazón. Hoy, por ejemplo, me narró cómo estuvo a punto de casarse con un hombre adinerado, que resultó ser, en realidad, un sapo disfrazado.
La historia comenzó cuando Dolores se dirigía al mercado a comprar verduras para su abuela, quien estaba enferma. Mientras pasaba por la iglesia, vio al hombre al que había entregado su corazón entrar, de la mano con una joven elegante que no conocía. Decidió acercarse sigilosamente y escuchó al sacerdote informarles que todo estaba listo para su boda, la cual sería el siguiente domingo.
El dolor que sintió fue profundo; nunca había experimentado una traición tan devastadora. Sin embargo, Juana no era de las que se quedaban llorando. Se levantó de las cenizas y comenzó a tramar su venganza. Esperó en silencio, sin demostrarle nada a él, hasta que llegó el día de la boda. Cuando el hombre se disponía a ir a la ceremonia, se dio cuenta de que el chofer se había desviado del camino. Este comenzó a gritar que se estaba equivocando de dirección, pero no obtuvo respuesta.
Finalmente, el carruaje se detuvo en un bosque alejado del pueblo. El canalla salió, listo para regañar al conductor, sin imaginar la sorpresa que le esperaba. En un instante, comprendió todo y empezó a suplicarle perdón. Prometía que la amaba, que se casaba con la otra solo por presión familiar, pero Juana no le creyó. Lo apuntó con una espada, arrinconándolo contra un árbol.
El hombre, al ver que nada de lo que dijera podría cambiar su decisión, la hirió con palabras crueles, asegurándole que nunca la quiso. La describió como menos que las otras, diciendo que siempre estuvo con ella por lástima. En ese mismo momento, la joven prometida apareció tras ellos, escuchando toda la conversación tal como Juana había planeado.
Ella confesó que lo sabía todo desde hacía días, pero que escuchar esas palabras de su boca era lo que realmente confirmaba su mentira. Así fue como mientras una lo mantenía amenazado con la espada, la otra lo ató al árbol. Al terminar su venganza, se tomaron de las manos y, dándole una última mirada cargada de desprecio, se marcharon, dejándolo ahí por varios días hasta que unos campesinos lo encontraron vagando por el lugar.
Después de ese día Juana juró no volver a enamorarse jamás y dejó su pueblo tratando de olvidar. La otra chica en cambio, le contó todo a su padre, quien inmediatamente descartó la unión. sin embargo, el canalla, no se rindió y en cuanto se recuperó se presentó numerosas veces en su casa, pidiendo perdón.
Pero la mujer nunca lo aceptó, según lo que Juana me contó. Meses después, ella se casó con un hombre que esta vez parecía ser el ideal, mientras que el sapo se convirtió en alcohólico, perdiendo lentamente todos sus negocios y quedando en la ruina y solo.
Definitivamente, este es un final feliz dentro de lo que cabe. A pesar de que Juana tampoco volvió a enamorarse, al menos logró que él pagara por el daño que le había causado, recuperando así su paz. Además, evitó que otra mujer sufriese años de infelicidad a su lado. Para mí, ella es una heroína. Al cabo de unos minutos, la señora Esperanza se unió muy emocionada.
—Tengo algo que contarles —anunció, casi entonándolo como si fuera una canción.
—Díganos de una vez, señora, no vaya a darnos un soponcio de los nervios —aseguro Juana intrigada.
—Ya saben dónde se encuentra Sergio, de hecho, mi esposo y David se están preparando para ir a buscarlo.
—¡Oh, que una gran noticia, patrona! Me alegro mucho de verdad.
—¿En dónde se encuentra? —cuestione con curiosidad.
—En Sinaloa según me dijo Antonio.
—¿Y eso queda muy lejos? ¿Volverán hoy mismo? —indague nerviosa.
—No creo, nunca he ido, pero tengo entendido que el trayecto del camino conlleva varias horas, aunque seguramente para mañana temprano los tendremos aquí.
—¡Por fin, la virgencita escuchó nuestras plegarias! —afirmó Juana conmovida.
Yo no pude participar más en la conversación; una sensación extraña me invadió, por lo que rápidamente me excusé y me retiré a mi habitación. Me sentía sorprendida con la noticia, pues a pesar de haberme quedado todo este tiempo en este lugar esperando por él, ya me estaba haciendo a la idea de que probablemente no regresaría y que exista ahora esa posibilidad llena mi alma de fe, pero también de miedo. No quiero volver a sentir el abandono de alguien, no quiero volver a pensar que no soy suficiente. De repente dos toques en la puerta me sacaron de mis pensamientos.
—¿Quién es? —pregunte tratando de ocultar mi frustración.
—Esperanza, ¿puedo pasar? —dude unos minutos, pero finalmente acepte.
—¿Necesita algo señora? —cuestione preocupada.
—No, todo lo contrario; vine para saber si necesitas hablar —contestó ella tímidamente.
—Por el momento no, pero gracias —respondí agachando la cabeza apenada.
—Comprendo. Espero sepas que estoy aquí si deseas platicar con alguien —dijo ella acogiendo mis manos.
—Lo sé, señora y se lo agradezco —aseguré con sinceridad—. Sin embargo, no pretendo dañar el momento con mis tonterías.
—No son tonterías, Beatriz. Sé que no ha sido fácil para ti y que te ha costado salir adelante sola después de perder a tus padres, pero aquí tienes a dos viejas con sus defectos y virtudes que te adoran.
Al escuchar esas palabras no pude evitar que se me salieran las lágrimas. Llevo tanto tiempo empeñada en no dejar entrar a nadie en mi vida que solo he logrado excluirme yo misma de los demás, aunque poco a poco convivir con estas personas me ha hecho cambiar. Sin embargo, no voy a negar que todavía me cuesta confiar, pero lo voy a intentar —reflexione, sintiendo una extraña, pero reconfortante sensación de liberación.
—No sabe lo que le agradezco sus palabras, señora Esperanza, puede estar tranquila, no me pasa nada, solo me sorprendió un poco la novedad —expliqué afligida limpiándome las mejillas.
—Puedo entender cómo te sientes y por eso estoy aquí, dime ¿qué es lo que te preocupa?
—Me siento insegura de lo que pasará con su llegada; él jamás me hablo de sus sentimientos, si es que alguna vez existieron o si todavía se encuentran en él. No tengo idea de lo que me depara el futuro y eso me causa temor —confesé finalmente.
—Creo saber lo que está sucediendo, no estás acostumbrada a no tener el control de tus sentimientos, sin embargo, entiendo Beatriz que parte de crecer también es aceptar que no siempre vamos a tener el dominio de todo, incluso de nosotros mismos, por lo que siempre he pensado que lo mejor es confiar en que hay un Dios que todo lo ve y que si él permite que las cosas pasen de una manera, es porque una razón ha de haber. Deja todo en sus manos y ora a la Virgencita, verás que después sentirás como tus cargas se aliviaran.
—Quisiera decir que no es verdad, pero me estaría mintiendo a mí misma y no pretendo culpar a nadie de mis decisiones porque sé que mi padre hizo todo para que fuera feliz, pero ahora veo que en el camino tratando de protegerme erró en inculcarme que no debía de creer en nadie más que no fuera él. Siendo consciente de mi realidad en este momento determino que es algo que debo de dejar atrás —admití, esbozando una sonrisa sincera y asintiendo lentamente con la cabeza, como si cada palabra que pronuncie reafirmara mi compromiso con el cambio que deseo hacer.
—Aunque no lo creas, puedo entender cómo te sientes porque mi infancia tampoco fue fácil; crecí en un hogar machista, donde solo se hacía lo que mi padre decía; de hecho, si no hubiera sido por la compañía de mi amiga Sofía, probablemente me hubiera vuelto loca, al menos el tuyo si pensaba en tu felicidad y solo buscaba protegerte, que es lo que importa.
Al escuchar ese nombre no pude evitar estremecerme y creo que mi reacción no fue indiferente a la señora Esperanza, pero al verme emocional, seguramente pensó que se debe a eso y lo dejo pasar.
Al finalizar me abrazó y ambas entre lágrimas sonreímos por lo que sentí fue una eternidad. Al día siguiente, con ayuda de Juana Dolores, me puse uno de mis vestidos más lindos de color verde sin ningún tipo de diseño, el cual resalta mis largos rizos recogidos por los lados sostenidos por un gancho negro con pequeñas lentejuelas que hace juego con mis zapatos, pues internamente deseaba sorprender a Sergio.
Sin embargo, ese día no volvió. Según escuché decirle el señor Salazar a Esperanza, él regresaría después para dejar todo en orden en Sinaloa y así pasaron lo que fueron tres días. Esa tarde me sentía algo nostálgica y le pedí a la señora Juana que me ayudara a hacer capirotada, pues no lo habíamos preparado desde aquella ocasión y a mí me había encantado.
Ya cuando lo estábamos sirviendo escuchamos un ruido extraño, pero no le presté atención en comparación de Dolores, que pensó era una de las vacas que se habían escapado de su corral e intentaban entrar como siempre; por ello me dispuse a esperarla para aprobar la delicia que tenía en las manos cuando de repente escuché una vieja voz que reconocía a la perfección.
—Huele increíble, ¿me brinda un poco? —preguntó con picardía.
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