Capitulo XVIII Juan David Álvarez
A la mañana siguiente de descubrir que Sergio había desaparecido, tomé una decisión: lo buscaría donde fuera que se encontrara. Sin embargo, antes necesitaba hablar con el señor Salazar y los otros hacendados con los que colaborábamos. Era fundamental que encontraran nuevos capataces que se hagan cargo de sus haciendas; no sería correcto dejarlos a la deriva sin previo aviso.
Por supuesto, tendría que idear una historia que justificara nuestra partida, tal vez mencionar que habíamos recibido una solicitud de servicios en otro estado. Con un poco de suerte, eso les parecería una explicación razonable y comprenderían nuestra decisión.
Después de haber realizado el recorrido por todos los demás lugares, como pensaba, solo me faltaba la hacienda de los Salazar. Estando sentado en la sala de estar esperándolo, llegó diciendo:
—Disculpe la tardanza; tenía algo que hacer antes, muchacho. Juana Dolores me informó que desea hablar conmigo. Acompáñeme a mi despacho.
Una vez que estuvimos sentados, me preguntó qué ocurría.
—En nombre de mi hermano Sergio y el mío, le damos las gracias por la gran oportunidad que nos ha brindado; pero temo decirle que hemos recibido una oferta más beneficiosa para nosotros y que tendremos que dejar Xalisco por un tiempo para trasladarnos a ese estado.
Me miró consternado; unos segundos que parecieron eternos.
—¿Cuánto le ofrecieron? Yo puedo duplicar la cantidad para que se queden.
«¿Qué demonios está pasando?» —me pregunté. —No sabía lo contento que estaba con nuestro trabajo —pensé—. Y me sorprendí al sentirme feliz por eso.
—Disculpe, pero no podemos aceptar esa propuesta, pues ya hemos dado nuestra palabra.
Me observó en silencio durante un minuto.
—¿Qué es lo que realmente está pasando, David? —me cuestionó, mirándome directamente a los ojos.
—Le estoy diciendo la verdad, señor —respondí, algo nervioso.
—No creo que sea así. He visto a muchas personas decir la verdad en mi vida, y usted no es una de ellas en estos momentos. Puedo darme cuenta por la simple razón de que su rostro no refleja la alegría que debería sentir al recibir esa propuesta de la que habla; además, nadie en su sano juicio rechazaría el ofrecimiento que le acabo de hacer. Ahora le pido que me diga la verdad.
Dudé si debía hacerlo o no, pero seamos honestos, soy una persona que no aguanta la presión; tarde o temprano iba a terminar cediendo y preferí hacerlo rápido.
—Señor, mi hermano y yo tuvimos una discusión hace unos días y él se marchó sin decirme nada. Ahora estoy realmente preocupado; no sé dónde ni cómo está y no me quedaré aquí de brazos cruzados esperando que el tiempo pase sin tener noticias de el —confesé avergonzado con la cabeza agachada y con tono melancólico.
—Comprendo... —hizo una larga pausa para analizar lo que diría—. Mire lo que vamos a hacer; usted se quedará y se encargará de la hacienda con mi ayuda, mientras yo enviaré a una persona para que busque a Sergio; no creo que haya ido muy lejos —me dejó con la boca abierta por tremenda sugerencia.
—Lo siento, señor, pero no puedo aceptarlo. Siento que sería un abuso de nuestra parte; no creo que esté bien, pero cuando lo encuentre, si todavía no ha conseguido a alguien, podemos volver a trabajar para usted, si así lo desea.
—No me está entendiendo, muchacho. Esta no es una proposición, es una orden; y no solo porque sea su jefe, sino porque yo sé más de la vida que ustedes. Deje las cosas en mis manos y todo estará bien, me encargaré de eso —aseguró inclinándose más hacia mi mientras colocaba ambas manos en el escritorio con determinación.
—De acuerdo, señor, gracias por el apoyo.
—No tiene que dármelo. Ustedes han sido muy buenos empleados y es lo mínimo que se merecen.
—Entonces, ¿cómo vamos a manejar las cosas con los trabajadores que están a cargo de mi hermano? —pregunté curioso.
—Sencillo; solamente dígales la misma historia, sin dar muchas explicaciones. Recibieron una oferta más beneficiosa en otro estado y él se fue, pero usted se quedó porque tenía otras prioridades. Si este tiempo ha servido para conocerlos a ambos al menos un poco, ellos no dudarán de su veracidad.
Ambos sonreímos con melancolía al saber que era la mejor opción.
—Así lo haré, señor, pero yo me quiero encargar del trabajo de mi hermano; de alguna forma tengo que pagarle su ayuda y no aceptaré un "no" por respuesta —exprese, firme.
—Entiendo, pero al menos déjeme ayudarle. Esta primera semana le puedo enseñar cómo he hecho las cosas todos estos años para no terminar tan agotado al final del día.
—De acuerdo, señor, gracias.
Cuando iba de salida del despacho del señor Salazar, vi a Beatriz saliendo del salón de música; se miraba como si estuviera más contenta de lo normal. Pensé en no saludarla y seguir de largo, pero no pude. Ahora que tengo la certeza de que mi hermano volverá, supongo que todo estará bien y, si él se marchó renunciando a Beatriz, yo no lo haré.
—Saludos, señorita. ¿Cómo se encuentra?
—Estoy bien, ¿y usted, David?
«Vaya, es verdad que nos puede reconocer, ¡sorprendente!»
—Me alegra, estoy bien dentro de lo que cabe. ¿La puedo ayudar en algo? se nota que tiene prisa —alegue con la intención de desviar la atención; lo menos que necesito es hablar con ella de la situación.
—Estoy buscando a la señora Esperanza. Necesito hablar algo con ella y he ido a su aposento, a la cocina y al salón, pero no está en ninguna parte —respondió, frunciendo el ceño con confusión.
«Qué bella se veía al hablar».
—Entiendo, quizás salió a hacer algo.
—Si, tal vez...
—Eh... yo ya iba de salida y me preguntaba si desea dar un paseo. Así se entretiene un rato en lo que aparece la señora.
Lo dudo unos segundos, pero luego acepto cortésmente. Instantes después, me encontraba ayudándola a montarse en mi caballo, y cabalgué al inicio sin rumbo alguno, pero luego me acordé de un lugar donde iba de vez en cuando a pensar cuando lo necesitaba.
—¡Voilà! —exclamé—. Hemos llegado.
—¿En dónde estamos? —preguntó intrigada.
Estando listos para iniciar la caminata, iba a sostenerla de la mano para guiarla, pero me percaté de que ella sujetó mi chamarra sin intención de lo anterior y me sentí algo desilusionando.
—En las ruinas de una hacienda que solo unos catorce años atrás funcionaba perfectamente, pero sin conocerse la razón, se fueron y han dejado abandonado el lugar —respondí calmadamente.
—¿Y por qué le gusta venir aquí? Se escucha solitario y peligroso —cuestionó ella con franqueza.
—No sé, me agrada sentarme a pensar y ver la puesta del sol; no la puede apreciar, pero aquí es hermosa; además, encuentro cierta belleza en lo que está roto o defectuoso; me hace sentir que está bien no tener que ser perfecto o esforzarme para serlo.
Entiendo, desearía poder verla —hizo una larga pausa, pero después siguió—. David está bien no ser perfecto porque nadie lo es, pero lo ideal es al menos intentar hacer las cosas lo mejor posible. En lo que está en buen estado o reparado, se puede sentir también plenitud.
Percibió que me quedé callado sin saber qué decir y añadió:
—No sé si pueda entender lo que le trato de decir, pero no puede vivir con conformismo solo porque eso le facilita el no esforzarse.
—No es que no quiera esforzarme, solo que no me interesa estresarme. Deseo vivir una vida tranquila, sin mucho afán.
—Puedo comprender su punto de vista y hasta lo comparto en cierta medida, pero entonces me pregunto: si no encontramos motivación en hacer las cosas lo mejor que podamos, ¿para qué nos levantamos cada mañana? ¿No estaríamos viviendo sin sentido?
—¿Sugiere que no tengo metas? —pregunté confundido.
—Digo que no desea luchar por ellas porque todos las tenemos; está en nuestra naturaleza. Sin embargo, no le encuentro sentido a la vida si no nos proponemos cumplirlas.
—Comprendo —respondí, sintiéndome un tanto incómodo ante el giro inesperado de la conversación.
—No me malinterprete, David; hace un tiempo también sostuve una conversación parecida con su hermano Sergio y mi visión del tema ciertamente era muy similar a la suya; sin embargo, siempre he tenido claro que, aun disfrutando de la tranquilidad del día a día, puedo obtener mis logros luchando por ellos. Por eso estoy aquí; porque tengo mis objetivos y deseo cumplirlos, pero para eso tengo que hacer las cosas lo mejor posible.
—Mmm Sergio... entiendo —comente pensativo—. No comparto su opinión, pero la respeto —dije para dejar por finalizado el tema.
Al instante, Beatriz soltó una suave risa.
—¿Por qué se ríe? —pregunté, con intriga.
—Es que, al concluir la conversación en esa ocasión, él también me dijo lo mismo. Es evidente que son familia —explicó moviendo la cabeza de un lado a otro mientras sonreía.
—¿En algo nos teníamos que parecer, no cree?
—Es así. ¿Ha estado muy ocupado él? Es raro no escucharlo merodeando por el despacho del señor Salazar.
Dudé en qué decirle, pero lo mejor es que sea lo mismo que le conté a los demás.
—El recibió una mejor oferta en otro estado y se marchó el día de ayer.
Ella guardó silencio durante unos segundos, tratando de comprender lo que había escuchado, pero su rostro expresaba a gritos lo que sus labios no se atrevían a revelar. Sus ojos se cristalizaron en un instante, mientras intentaba ocultar la melancolía detrás de una sonrisa forzada. En ese momento, comprendí todo. Ella también siente lo mismo por él. ¿Cómo pude ser tan ciego de no haberme darme cuenta antes?
—Ah, qué bien, me alegro mucho por él; le deseo muchos éxitos —expreso con resignación.
—Volvamos a la hacienda; ya se está haciendo de noche —dije, sin saber qué responder a eso.
Al ayudarla a bajar del caballo y llevarla hasta la entrada, me brindó una cálida sonrisa y me agradeció por la caminata mientras se disponía a seguir su camino.
—No se alegre tanto, Beatriz; él volverá. Lo conozco; no puede estar sin mí y ahora tampoco sin usted —le confesé, destrozado.
Ella se detuvo un momento que pudo ser imperceptible y luego continuó caminando, pero sé bien que me escuchó, al menos eso espero.
Estando en casa no pude dejar de darle vueltas a todo desde el momento en que la vi, los crecientes sentimientos que desarrollé por ella, nuestras conversaciones, cómo ellos interactuaron en el baile y cómo caminaban juntos plácidamente. Jamás tuvimos esa complicidad, esa determinación por lograr lo que desean y ese sentido de humor tan raro que no sabía que compartían; ellos parecen ser el uno para el otro, en cambio conmigo se sentía tan distinto.
Creí que solo tenía que ir despacio y darle tiempo para que me viera como una opción; sin embargo, eso jamás iba a pasar; ahora lo acepto. Su corazón ya había elegido y no era justamente a mí. Esa noche al acostarme, antes de dormir, imagine cómo sería mi reencuentro con Sergio y ore para que sea pronto.
Pero esa sería solo la primera de muchas, pues cinco meses habían pasado y aún no hemos recibido noticias de Sergio. ¿Será que me equivoqué en no dejar todo e ir por él aquel día? Sería injusto pensar esto cuando sé que Salazar realmente lo ha estado buscando; él se ha portado muy bien conmigo durante todo este tiempo; nos hemos acercado mucho, pero no puedo dejar de sentirme culpable; no puedo evitar extrañar a mi hermano.
Me siento tan solo en esta casa; nada es lo mismo sin él. El trabajo ha sido mi única distracción y, de alguna manera, ha logrado llenar un poco el vacío que dejó su ausencia. A veces me sorprendo al darme cuenta de que, antes, apenas podía con mis propias responsabilidades, pero ahora asumo también las suyas con sorprendente facilidad.
Espero que, cuando regrese, se sienta orgulloso de mí, o al menos eso es lo que deseo. Todavía me cuesta creer que haya perdido a mi hermano por dejarme llevar por mis emociones sin fundamentos.
Qué equivocado estaba al pensar que lo que sentía por Beatriz era amor. Realmente nunca me concentré en conocer sus miedos, deseos y lamentos; solo pensaba en su belleza y lo que me hacía sentir ella, pero al final de cuentas no era más que una creación de mi propia imaginación. Nunca la vi más allá de una mujer talentosa y atractiva.
Aunque es más que eso y mi hermano me lo trató de advertir, pero mi orgullo no le hizo caso. Cuánto me duele reconocer que me enamoré de una ilusión y ahora todos estamos pagando las consecuencias de ese error. Sin duda alguna, trataré de componer la situación. Ellos merecen vivir su historia de amor, así sea lo último que haga.
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