Capitulo XVI Beatriz Araya
En definitiva, algo extraño me pasa con Sergio. Cada vez que siento su presencia cerca, pierdo el autocontrol que siempre me ha caracterizado. No sé cómo se me ocurrió pedirle que diéramos un paseo si no tenía intención de hacerlo, pero al notar que algo le ocurría, quise pasar más tiempo con él y si bien es cierto que Juan David ha mostrado interés en mí y el no, sería un error decir que me pasa lo mismo con el primero.
Quizás sea porque Juan David es amable y complaciente; sin embargo, Sergio es totalmente lo opuesto. Con él siento que no tengo que decir siempre lo políticamente correcto; sé que puedo comentarle una tontería y él me va a responder con otra. No me siento presionada a su lado; más bien, me brinda la oportunidad de ser yo misma, y eso me encanta.
Además, aunque me cueste reconocerlo, tenemos más en común de lo que imaginé en un principio; sin duda, sería interesante ver cómo es físicamente. ¿Serán tan guapos como dicen las chicas de servicio? Cada vez que los ven de lejos trabajar, inician una competencia de identificar quién es quién, lo cual me causa gracia, pues a pesar de ser ciega, lo puedo hacer y ellas qué ven, ¿no? Sin duda, creo que deben revisar cómo se encuentran esos sentidos, pues estoy segura de que yo los podría diferenciar a leguas, puesto que sus comportamientos los delatan.
No obstante, sé que sentirme de esta manera por él no está bien; no puedo enamorarme de Sergio, eso afectaría mis planes. Vine aquí con la intención de cumplir con la última voluntad de mi padre, y es lo que haré sin desvariar.
Luego de obtener esas joyas, podré recorrer el mundo como deseo, y él solo será un recuerdo que, con suerte, me visitará por las noches en mis sueños, como lo ha hecho en las últimas semanas. Incluso a veces me sorprendo cuando no lo veo en ellos; percibo que me despierto más malhumorada e irritada de la cuenta.
¿Qué me has hecho, Sergio?
Estando más de una hora en el salón de música, esperando a que la señora Esperanza me haga compañía, como lo ha venido haciendo últimamente, me di por vencida, al igual que ayer, y subí a mi aposento. ¿Qué habrá pasado para que no quiera bajar? Ella y Juana Dolores son otras personas con las que me he encariñado bastante sin pretenderlo.
Con ellas he podido experimentar cómo es tener una madre y abuela, puesto que jamás conocí a ningún otro pariente, aparte de mi padre, ya que mi progenitora falleció al darme a luz debido a una hemorragia, lo cual me hace sentir culpable todavía al sol de hoy. Pero fue algo con lo que tuve que aprender a lidiar desde una temprana edad, así como con mi ceguera.
Aunque debo admitir que fue difícil, nunca fue un problema como tal el no ver, pues lo hacía a través de las descripciones de mi eterno acompañante. Es improbable que exista un objeto que no me haya explicado cómo es. Me enseñó de todo y gracias a él soy una joven muy capaz y valiente.
«Se lo debo todo».
Cuánto me hubiera gustado que estuviera a mi lado. Todavía me pregunto: ¿cómo pudo enfermar tan rápido? De un momento a otro tuvo una convulsión. "Lo recuerdo como si fuera hoy", y después de eso su salud solo retrocedió. Tenía problemas para memorizar las cosas, sus esfínteres no funcionaban normalmente y se le dificultaba caminar; los doctores nos dijeron que era una patología cuya causa y tratamiento todavía se desconocían, por lo que nos recomendaron llevarlo a casa para que compartiéramos el poco tiempo de vida que le quedaba, y así fue. Luego de 15 días, falleció, y con él se fue todo lo que tenía.
Pese a todo eso, le doy gracias a Dios por habérmelo prestado durante estos años y sé que donde sea que se encuentre, está feliz porque tiene a su lado el amor de su vida, finalmente. Como le decía, no había día en que él no la recordara o mencionara; realmente la amaba aun después de perderla.
Él pudo rehacer su vida nuevamente, pero jamás lo intentó. Eso me deja claro que el día en que yo decida estar con alguien, no debo conformarme con menos. Yo también deseo querer con locura e intensidad, pero sobre todo con entereza; un amor genuino que sobreviva a la muerte.
Ya lista para dormir, me acordé de que debo hablar con la señora Esperanza; tengo que motivarla a seguir tocando. Lo mejor será que apresure el plan y entre a su habitación esta semana, inclusive mañana, de ser posible. No puedo seguir extendiendo mi estadía en esta hacienda; cada minuto que paso en este lugar es un riesgo que no debo ni puedo correr.
Al cerrar los ojos esa noche, apareció en mis sueños Sergio, otra vez. Yo estaba sentada tocando el piano y él se encontraba a mi lado. Al finalizar, tomó mis manos, permitiéndome sentir su cálido tacto, hablándome de todo y nada, mientras yo lo escucho, perdiéndome en sus palabras con devoción.
Luego de un largo rato de anécdotas y risas, sus manos sueltan las mías para buscar una de mis mejillas, confesándome que soy la única mujer que desea en su vida, expresando sus sentimientos por mí, y yo pudiendo corresponder a los de él, sellando con un beso ese momento...
«Despertarme dolió».
La mañana siguiente, Juana Dolores tocó a mi puerta.
—¿Cómo amanece, señorita?
—Bien, Juana; ¿y usted?
—Qué bueno, me alegro de que lo esté. Yo siempre estoy bien, ya me conoce.
Es cierto, nunca había visto a una persona que jamás se encuentre cansada y siempre esté a la disposición de servir como ella.
—Así es. Desearía ser como usted.
—Si pudiéramos desear cosas, yo pediría que me dieran tan solo un poco de su talento, joven Beatriz.
Escuchar esas palabras me sacó una sonrisa.
—No es para tanto; en realidad, cualquiera puede tocar el piano, es un instrumento sencillo. Pero gracias, sus palabras me alegraron el día.
—Eso no es lo que dice la gente, y debe saberlo bien; no se menosprecie —al finalizar, me puso una mano en el hombro izquierdo transmitiéndome su sentir.
—Es cierto, Juana. Aprecio que me lo recuerdes —respondí con sinceridad.
—De nada, jovencita. Vine a avisarle que la señora Esperanza la está esperando para desayunar juntas, si lo desea.
—Claro que sí, bajo en unos minutos.
—De acuerdo, se lo diré.
Esta sería una buena oportunidad para entrar a buscar las joyas. Si tan solo estuviera segura de que la habitación se encuentra vacía, aprovecharía; pero seguramente deben estar haciendo la cama. Lo mejor será esperar más tarde —pensé—. Al llegar al desayunador, todo olía sabroso, como siempre.
«Al paso que voy, creo que terminaré subiendo unos kilos de más».
—Buenos días, señora Esperanza. Gracias por la invitación.
—Buenos días, Beatriz. No tienes que agradecer tu compañía; siempre es agradable. Pero te pido una cosa: por favor, ya no me digas "señora", tutéame. Cuando me hablas así, me siento más mayor de la cuenta...
La solicitud me hizo sentir un poco incómoda porque eso significaba tener más intimidad de la que ya habíamos alcanzado, y no es lo que estoy buscando.
—No le prometo nada, pero lo intentaré.
—Es suficiente para mí —dijo Esperanza con un tono cálido—. Ahora comamos, que todo se ve delicioso.
—Claro, buen provecho. —Me quedé unos segundos meditando cómo hacer para que ella vaya a tocar hoy, hasta que su voz me sacó de mis pensamientos.
—Disculpa que no te he acompañado a tocar estos días; con la presión de la fiesta, me dejaron agotada.
—Tranquila, la entiendo perfectamente. Sé que han pasado muchos años desde la última vez que toco, ehh, que tocaste —me corregí rápidamente, tratando de hacer lo que me pidió—. Pero tu esfuerzo ha valido la pena; lo hiciste de manera excelente.
—Lo hicimos bien —expreso con amabilidad.
—Así es —acepté con genuina humildad.
—Disculpa si llego a ser un poco entrometida y directa, Beatriz, pero ya sabes cómo somos las mujeres; somos curiosas por naturaleza. —Se quedó un minuto analizando qué decir y continuó—. Antes de ayer te vi caminando con Sergio y parecían una pareja; lucían hermosos juntos.
Su confesión me sonrojó.
—¡Qué pena, señora Salazar! Él solo me estaba acompañando a tomar aire, pero solo somos dos buenos conocidos, nada más —reconocí resignada.
—Comprendo, pero, ¿es así por ahora o sientes que en algún momento algo cambiará?
—Le aseguro que nada cambiará.
—No sé, después de observarlos en la fiesta y en el jardín, puedo decir que mi punto de vista difiere del tuyo. Entre ustedes dos se nota que hay algo, Beatriz. Tienen una chispa innegable y no sé por qué tienes miedo de reconocerlo o aceptarlo, pero espero que entiendas que puedes confiar en mí. Lo que me preocupa es que percibo que también existe un interés en Juan David por ti y, si no manejas bien las cosas, podría formarse un conflicto entre ellos.
Me quedé unos segundos en silencio analizando lo que estaba escuchando. Lo que decía la señora Esperanza es cierto; si los dos estuvieran interesados en mí, la relación entre ambos podría verse afectada, pero nunca antes se me había pasado por la cabeza, puesto que Sergio jamás me ha expresado ese tipo de intenciones.
—Reconozco que Juan David me ha hablado de sus sentimientos, pero Sergio no lo ha hecho en ningún momento y, la verdad, no creo que yo sea su tipo de mujer. Sin embargo, agradezco su preocupación.
—Ambos están interesados en ti, Beatriz. Tienes que ver cómo les brillan los ojos cuando te observan, y no los culpo; eres una joven hermosa, talentosa y con un corazón noble. No obstante, creo que deberías sentarte a analizar tus sentimientos y ser clara con los dos para evitar posibles conflictos.
«¿Será verdad que le gusto a Sergio?» —me cuestioné entusiasmada, mientras me llevé una mano al pecho y sentí cómo mi corazón latía con fuerza.
—Entiendo perfectamente, señora Esperanza; así lo haré y agradezco su consejo. Si le soy honesta, todavía me cuesta creer que sea verdad, pero aclararé las cosas lo más pronto posible.
—No tienes que agradecer. Me preocupo por ellos, pero también por ti; deseo verlos bien a los tres. —En su voz percibí una sinceridad que me atravesó como una corriente de nostalgia, imaginando los momentos en que podría haber tenido una conversación así con mi madre si ella estuviera viva.
—Lo sé, señora; todo estará bien; ya lo verá —asegure dudosa.
Segundos después, escuché a alguien acercarse apresuradamente.
—Buenos días, disculpen que las interrumpa, damas; pero necesito hablar contigo urgentemente, Esperanza.
—¿Tiene que ser ahora? Estamos en medio de algo.
—Acompáñame a mi despacho y te explico.
—Entiendo. Beatriz, ha sido un verdadero placer charlar contigo; si me necesitas, estaré esperándote.
—De acuerdo, muchas gracias.
Lo siguiente que escuché fue el chillido de la silla en la que estaba sentada la señora Esperanza y unos pasos al alejarse. Me quedé unos minutos sentada, analizando la situación. ¿Qué habrá pasado para que Salazar haya venido a buscarla así? Siento que todo se está complicando; lo mejor será que intente entrar a la habitación ahora que ella estará ocupada y me imagino que las señoras de servicio ya habrán terminado de organizarla. Es ahora o nunca.
Al encontrarme frente a la puerta, según las indicaciones, toqué para asegurarme de que no hubiera nadie allí. Al no obtener respuesta alguna, giré el manubrio y entré directo al estante de libros que se encontraba en el lateral derecho de la cama. Como habíamos pensado, me costó sacarlo por ser de madera; es muy pesado para mí, pero lo logré. «Mi padre estaría orgulloso». Abrí la puerta secreta con la llave que me entregó y finalmente bajé las escaleras. Estando ya en el lugar, se percibía tanta humedad y el olor a polvo que había allí que incluso tuve que aguantar la respiración por unos minutos.
Por suerte, el espacio no era grande, por tanto, no tenía que tardar mucho tiempo en encontrarlas. Efectivamente, luego de unos pocos minutos sentí mis pies chocar con algo de tela, y a pesar de su peso, me di cuenta de que lo había logrado. Era la bolsa llena de joyas de oro, posiblemente equivalente a un millón, que es mucho dinero.
Con él podría vivir tranquilamente por el resto de mis días y nada me faltaría. Antes de salir de la habitación, me percaté de haber dejado todo en su lugar, y cuando crucé esa puerta, mi corazón empezó a latir a millón. Tenía que llegar a mi habitación lo más rápido posible, sin que nadie me vea, porque si eso llegara a pasar, sería mi fin.
Escuché unas voces femeninas lamentarse sobre algo, pero me escondí rápidamente detrás de unas enormes cortinas que cubrían una ventana de ese pasillo. Esperé unos pocos minutos y, cuando dejé de oírles, inicié nuevamente la marcha hasta llegar a mi aposento. Una vez ahí, guardé lo que sostenía debajo de la cama y me dejé caer sobre ella, agitada, pero con una enorme sonrisa que se extendía por toda mi cara, pues podía palpar la libertad con mis manos, y decidí que ya era hora de partir.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro