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Capitulo xv Juan David Álvarez

Pensé que podía aceptar la situación en la que la vida nos ha colocado a mi hermano y a mí. Hasta estaba decidido a disculparme por mi comportamiento de anoche y el de hoy. Por eso, esperé pacientemente a la hora de salida para poder hablar con él. Sin embargo, al no verlo, opté por recorrer algunas áreas de la hacienda y, para mi sorpresa, lo encontré. Pero no estaba solo; estaba acompañado de ella, Beatriz.

«Verlos juntos me dolió».

Al regresar a la casa, me encontraba furioso. Necesitaba algo que calmara este sentimiento, por lo que decidí buscar entre las cosas de mi padre para ver si encontraba algo que me ayudara. Volteé la cama, revisé los cajones donde guardaba su ropa, busqué en el baño y, en un estante donde guardaba algunas cosas de higiene, me percaté de una botella que no tenía nombre, pero sí lo había visto en varias ocasiones tomar de ella.

Tenía un aspecto transparente, por lo que, de niño, creía que contenía agua; «Qué ingenuo era». Me la llevé a los labios sin nada que perder; sabía y olía bastante raro. Sentía que cada trago que ingería desprendía un ardor en mi interior, pero era por el licor fermentado de caña que años más tarde nombrarían como aguardiente.

Ahora sé que cometer ese hecho pudo acabar con mi vida, pues hasta este momento me pregunto: ¿de dónde mi padre la habrá conseguido? Sin embargo, era mucho mejor que el dolor que sentía en mi alma, por lo que preferí obviar la razón. Cuando me iba a dirigir a mi habitación, noté en el otro lado del estante que tenía las cosas de mi madre un cofre que parecía de oro, aunque era de cobre. No tuve intención de abrirlo; no obstante, como a todos en algún momento de nuestras vidas, la curiosidad me venció.

Lo primero que observé fueron dos mechones rubios de cabello, dos dientes, dos ropitas de bebé y dos dibujos que recuerdo haber pintado. Uno de ellos, de hecho, fue el primero de muchos, pues, de niño, fantaseaba con ser un gran artista. "No puedo creer que ella guardara todo este tiempo estas cosas de nosotros. Por eso la amo tanto; aún después de la muerte, ella era incondicional". Ya solo quedaba un sobre que, por supuesto, abriré sin pensarlo, pero lo que leí en esa nota cambió nuestras vidas para siempre.

"Por favor, cuida de ellos porque yo no puedo hacerlo".

Espero que esta v ¿Qué diablos significaba esto? ¿Quién lo habrá escrito? ¿A quiénes se refería con 'ellos'? Mi cabeza estaba llena de dudas e ideas. No puede ser lo que estoy pensando. ¿Se estarán refiriendo a Sergio y a mí? ¿Por eso físicamente no teníamos parecidos con ellos? Recuerdo una vez, cuando éramos niños, que Sergio les preguntó por qué éramos tan diferentes. Solo nos dijeron que nuestras características eran herencia de nuestro abuelo materno, pero nunca cuestionamos la respuesta, ya que él había fallecido antes de que naciéramos y no teníamos recuerdos de su existencia.

Ahora todo concuerda... Sus pieles eran menos claras que las nuestras, Sergio y yo tenemos las narices más perfiladas y nuestros ojos son más pequeños que los de ellos; eran de contextura ancha, hasta en la estatura diferíamos, puesto que al lado de nuestra madre parecíamos gigantes. Y, aunque era evidente, nunca fue realmente importante para nosotros; ellos nos amaban como éramos y nosotros a ellos; era lo único que importaba.

De repente escuché un toque en la puerta y era Sergio preguntándome qué hacía, mientras yo seguía sentado en el piso, sosteniendo en mis manos ese papel. Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero debió de ser un buen rato porque la botella estaba casi vacía.

—¿Me puedo sentar, David? Necesito hablar contigo.

—Ahora no, Sergio, no tengo ganas.

—Por favor, hermano, tenemos que conversar, no podemos seguir así. Ha sido un día terrible, no quiero pasar otro así.

—Tan terrible no habrá sido si te paseaste por todo el jardín de Salazar con los brazos entrelazados de Beatriz.

—Hermano, puedo explicártelo; las cosas no son como imaginas. Ella tenía deseos de tomar aire fresco y lo iba a hacer con Juana Dolores, pero se encontraba ocupada y me pidió que la acompañara en su lugar, nada más.

—Claro, qué conveniente que justo hayas estado en ese momento ahí y que haya sido ella quien te lo pidiera —solté sarcásticamente.

—Fue así, David, tienes que creerme. Yo no lo planeé ni tuve intención de invitarla a dar un paseo. ¿Me crees tan idiota de hacer algo así cuando estamos en esta situación? Solo acepté porque no la quería hacer sentir mal.

—Entonces, ¿me vas a decir que no disfrutaste estar con ella? Porque eso parecía, estabas muy sonriente.

—Sí, lo estaba, no te lo voy a ocultar, pero esta será la última vez que me verás a su lado. He decidido alejarme de ella, hermano, no quiero pelear contigo por nada ni nadie.

—¿Tan rápido se te fue lo que sentías por ella o me tienes lástima y te quieres retirar por eso?

—No me estoy retirando porque esto no es una competencia, David. Solo trato de hacer lo mejor para que ambos sean felices. ¿Qué es lo que estás tomando? Deja esa botella, te pareces a nuestro padre. —Me la arrancó de la mano.

—Es mía, dámela o ¿también te quieres quedar con ella? —me levanté bruscamente.

—¡Por Dios, mírate! ¿Qué pensaría nuestra madre si te viera así? No estás bien, David, vamos a tu habitación para darte un baño.

—¿Nuestra madre? —me carcajeé desmedidamente al escucharlo—. Pues no sé qué diría, ya que no la conozco.

—Tomaste tanto que ya estás desvariando. —Éste me vio con preocupación.

—No estoy desvariando, mira esta nota que encontré entre todos nuestros recuerdos de infancia y dime si no es cierto lo que te estoy diciendo. Ellos no son nuestros verdaderos padres.

Se quedó unos minutos callado, sosteniendo y observando el papel como yo lo hacia hace un instante, tratando de buscar otra explicación, pero la realidad es que todo estaba muy claro.

—El hecho de que no nos hayan procreado no quiere decir que no sean nuestros padres, David. Ellos nos alimentaron, vistieron y educaron; eso no lo hace cualquiera. Somos quienes somos gracias a ellos, y eso es lo que importa, David.

—No me vengas con esas palabras baratas, Sergio. No te la quieras dar de bueno porque nunca lo has sido; solo te has preocupado por ti todos estos años y ¿ahora resulta que, a tus 25 años, enterarte de que ellos nos engañaron durante tanto tiempo no cambia tu visión de ellos? ¿Quieres que me crea que no te duele o decepciona? No me hagas reír.

—No digo que no me duela, pero no me decepciona, porque ellos hicieron más que los que nos procrearon, que nos abandonaron a nuestra suerte. Al menos nuestros padres nos acogieron, aunque no éramos su responsabilidad.

—Sí, como digas. Ya que no me quieres dar la botella, me voy a la taberna —dije mientras lo empujaba para despejar el camino.

—No irás en estas condiciones a ningún lado, tú te quedas aquí —respondió elevando la voz con propiedad.

—Claro que voy, porque me da la gana, no me lo vas a impedir —alegue, empujándolo nuevamente.

—Te dije que no, David. —Me sostuvo del brazo izquierdo, y en ese momento algo se apoderó de mí; lo siguiente que noté es que Sergio estaba en el piso, sangrando, y mi mano derecha, encerrada en un puño, me dolía demasiado.

—Cálmate, David, tú no eres así.

—Claro, como nuestros padres no son los que creíamos, y como también quisiera que tú tampoco fueras mi hermano.

Al decir esas palabras, vi que algo se había desgarrado en Sergio, pero no me importó; solo quería causarle el mismo sufrimiento que yo sentía. Luego me fui a la taberna, como pretendía; de camino no pude pensar en nada, solo quería sacar todo lo que tenía guardado en mi pecho, y sabía que el alcohol me ayudaría. Me bebí hasta la última gota que mi cuerpo pudo tolerar, y cuando desperté, ya era de día y me encontraba acostado en la entrada de la casa, sin recordar ni siquiera cómo había llegado.

Al levantarme, sabía que cuando entrara encontraría a Sergio esperándome, listo para reprocharme por llegar en ese estado, pero eso no pasó. Por lo que aproveché y me fui a bañar. De seguro ya debe de estar en la hacienda Salazar; sin embargo, después de una hora, los trabajadores que se encontraban bajo su mando se me acercaron a preguntarme si algo le había pasado, porque no es normal en el llegar tarde.

No supe qué decirles, por lo que les respondí que tenía un resfriado, pero que yo me encargaría hoy de su trabajo, y así lo hice, aunque no se imaginan lo complicado que fue. No sé cómo el señor Salazar se encargaba él solo de todo; es mucho trabajo para una sola persona; hasta me quedaron cosas sin hacer.

«Luego de esto creo que Sergio y yo ya estamos a manos».

Sé que debe de estar enojado por todo lo que dije e hice ayer, por lo que seguramente no vino, y reconozco que la forma en que lo traté y actué no estuvo bien; realmente me sentía culpable; no sé qué me estaba pasando. Sergio tenía razón, yo no era así, pero me dejé llevar tanto por los celos al verlo con Beatriz caminando, y luego enterarme de esa sorpresiva noticia fue demasiado para mí.

Admiro tanto la manera en que Sergio asimiló la noticia, y me avergüenzo de haber dicho que Roberto y Mirna no eran mis padres, cuando ellos son toda mi verdad. Jamás podría verlos diferentes. Sé que no tengo excusa por eso. Sin embargo, no podía pensar con claridad; el alcohol había nublado mi mente.

No dejo de darle vueltas a esa conversación que tuve con mi madre ese día en la colina y creo que estuve tantos años pensando que solo buscaba la felicidad de mi hermano al renunciar a la mía, cuando en realidad solo trataba de hacerme sentir una buena persona, aunque haberlo hecho no me hizo; más bien, crecí con una visión distorsionada e ilusa de la vida que, tarde o temprano, no iba a ser sano, tanto para mí como para los que me rodean; ahora lo comprendo.

Al llegar a la casa, tenía toda la intención de solucionar las cosas con Sergio; deseaba pedirle disculpas. Pero al notar que todo estaba tal cual como lo dejé en casa esta mañana, fui directamente a su habitación para ver si se encontraba allí, pero no lo estaba. Sin embargo, pensé que quizás se había ido a despejar la mente y que volvería dentro de poco, pues ya estaba anocheciendo. Pero al pasar las horas y ver que no aparecía, una terrible idea cruzó por mi mente. Cuando abrí su closet, confirmé la peor de mis pesadillas: Sergio se había ido y yo no tenía la menor idea de dónde estaba.

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