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Capitulo XIII Sergio Álvarez

Si la cena en la hacienda de los Salazar fue un momento incómodo, el camino a nuestra casa lo fue aún más. Se podía sentir en el ambiente una mala energía; eso lo tenía claro. Lo que no sé es si era solo yo quien la traía o ambos. Estoy completamente consternado. Nunca imaginé que aquella joven de la que David me comentó sería Beatriz, pues su descripción va más acorde con alguien débil y superficial. Sin embargo, ella no es nada de eso, todo lo contrario.

Sé que David pudo notar mi interés en ella; es algo que, aunque quiera, no puedo seguir ocultando. Cada día que pasa siento que su esencia se va adentrando más en mi ser. Sin embargo, si soy justo, debo reconocer que no me siento listo para amar. Apenas he podido aceptar que siento algo por ella, pero mi hermano expresó estar enamorado.

¿Cómo puedo obviar eso? Él quiere hacerla su esposa y así sería de no haber recibido una negativa de su parte en primera instancia. ¿Lo habrá rechazado porque siente algo por mí? En definitiva, debo dejar de sacar esas conclusiones, pues sería un desgraciado si no aceptara que él podría hacerla más feliz que yo.

No soy cariñoso, ni detallista, ni romántico como mi hermano; él querrá darle todo su tiempo si es lo que ella desea, mientras que yo pasaría la mayor parte del día cumpliendo mis objetivos. Aun sintiendo lo que Beatriz provoca en mí, no sería capaz de dejarlos a un lado por ella.

Aunque me pregunto si una persona como David es lo que realmente quiere o simplemente necesita. Según lo que él me dijo, ella no está interesada en casarse en este momento, lo que me deja claro que no pensamos tan diferente como creí, y eso me gusta.

Al dar solo un paso en la sala de nuestra casa, mi hermano, al ver mis intenciones de dirigirme rápidamente hacia mi aposento, colocó una mano en mi hombro derecho y me informó que, antes de despedirnos, tenemos un tema que conversar.

«Lo que me temía».

—Vamos a hacerlo luego, David, me siento cansado; ha sido una noche larga.

—No, será algo rápido; solo necesito que me digas qué te pareció Beatriz ahora que ya sabes que ella es la mujer que amo.

«¿La mujer que ama? ¿Cómo puede decir esas palabras tan ligeramente si la conoce hace poco? ¿Acaso se puede amar así de rápido?»

—Ella es una gran persona, pero creo que te estás apresurando, no puedes conocer a una joven y pensar que la amas de inmediato. Enamorarse lleva su tiempo —dije finalmente, sintiéndome culpable por expresar lo que pienso.

—¿Por qué no, Sergio? Acaso, ¿no es así como te sientes por ella también? —me preguntó con una falsa calma, que en el fondo sabía que se trataba de rabia, una rabia que hacía destacar en sus ojos pequeñas llamas de fuego.

«Si él quiere que hablemos claro, así será».

—No, no lo digo por eso, David; lo digo porque es lo que realmente pienso. Reconozco que es algo que me ha tomado por sorpresa, al igual que a ti, pero jamás pensé que se trataría de la misma persona —explique mirándolo a los ojos para que note mi honestidad.

—Pero lo es, y ahora, ¿qué vamos a hacer? Yo no pienso renunciar a ella —reconoció con orgullo.

—Y no te voy a pedir jamás que lo hagas. Puedo apreciar lo que sientes por ella, pero no puedo dejar de lado lo que provoca en mí también. Sin embargo, estás hablando como si esto fuera una competencia; si alguno de los dos tendrá un futuro a su lado, es ella quien debe decidirlo. Creo que es lo bastante inteligente y capaz de saber lo que quiere.

—¿Con esto me estás diciendo que tú tampoco te darás por vencido? —cruzó los brazos mientras fruncía el ceño enojado.

—Con esto te estoy diciendo que no debemos tomar una decisión en este momento. Hay que dejar que las cosas surjan sin esperar ni presionar nada.

—Lo único que no voy a esperar es que la conquistes para sentirte superior a mí como en todo, para que luego te aburras de ella y la dejes como un juguete.

—¡Por Dios, hermano! ¿Quién piensas que soy? Yo jamás haría algo así, y lamento profundamente que creas eso de mí. Pero aquí, el único que la lastimaría en algún momento, si no se da cuenta de que está enamorado del amor y solo ve en ella su envase cuando es más que eso, eres tú.

—¿Cómo te atreves a decir que lo que siento por ella no es real? —alzó la voz y se acercó más de lo habitual, como si me deseara golpear.

—No digo que no sea real; solo pienso que estás ilusionado o atraído por ella, pero no puede ser amor.

—El amor no se mide en tiempo; porque tú no te sientas así no significa que mis sentimientos no sean reales. Sé perfectamente que la amo, no me vas a confundir y haré lo que sea necesario para hacerla mi esposa.

—No lo entiendes, David; yo no pretendo hacerla mi esposa. Yo quiero que ella sea feliz y, si lo será a tu lado, lo aceptaré —agaché la cabeza, respirando profundo, sintiéndome totalmente agotado.

—Puedes estar por seguro de que lo será. Nuestra madre tenía razón; hice mal en hacerte creer que el mundo giraba a tu alrededor. Siempre he pensado solo en tu felicidad, olvidándome de la mía, pero en esta ocasión no, no será así, Sergio; lucharé por lo que quiero.

—¡Santos cielos! Escúchate, David; yo nunca he querido ser feliz a costa de ti ni de nadie. Si ha sido o lo has visto así, realmente lo lamento profundamente, y aunque sé que no puedo cambiar cómo te sientes y cómo han pasado las cosas, me voy a asegurar a partir de ahora de que ambos estemos bien, te lo prometo.

—No me prometas nada, solo quiero que te mantengas alejado de ella.

Al finalizar, se fue a su habitación sin mirar atrás. Quise ir tras de él y decirle tantas cosas, pero sé que no me escucharía en este momento; estaba totalmente fuera de sí. Lo mejor será esperar a que se le pasé —pensé.

Esa noche creo que fue una de las peores de mi vida. No pude pegar para nada el ojo; me sentía preocupado, dudoso e inseguro de lo que iba a pasar entre nosotros. De ahora en adelante, confieso que siento miedo de que esto abra una brecha entre David y yo, una de la que nunca nos podamos recuperar.

Él se veía con tanto enojo mientras hablábamos. Me pregunto si eso es lo que ha sentido por mí todos estos años. Cuánto me duelen sus palabras; se repiten en mi cabeza como un eco. No creo que las pueda olvidar tan fácilmente. ¿Será él consciente de eso? ¿Es esto lo que quería causar en mí al decirlas?

Preparado para ir a trabajar a tempranas horas de la mañana, como de costumbre, noté que mi hermano ya no se encontraba en casa; se había ido sin mí. Tengo el presentimiento de que esta no será la primera ni la única vez que lo haga. Sé que, a partir de ahora, las cosas entre nosotros no irán bien, pero trataré de sobrellevarlo. No podemos distanciarnos por nada ni por nadie, y si lo que él desea es que me aleje de Beatriz, así lo haré.

Mientras el día avanzaba, yo no perdía la esperanza de que David se acercara para que habláramos; sin embargo, solo lo vi en una ocasión, de lejos, y aunque lo saludé, él prefirió ignorarme. ¿Qué irónica es la vida? Mientras todos me felicitan y abrazan por el comentario que hizo Salazar anoche, yo solo deseaba estar bien con mi hermano.

Al finalizar mi jornada, el patrón me mandó a llamar a su despacho para darme la lista de los nuevos comerciantes que han solicitado nuestros servicios, a fin de llevar el control y orden de la distribución del inventario que se comercializará, además de entregarle los cambios de precios de los productos.

Traté de hacerlo lo más rápido posible para irme a casa a descansar. El no dormir me había afectado; me sentía lento e irritado, dos cosas que no soy, y sé que Salazar se dio cuenta de esto, pero lo dejó pasar. Quizás piensa que estoy resacado, pero no puede importarme menos lo que él piense de mí en estos momentos.

Cuando me dirigía hacia la puerta, una voz me detuvo diciendo:

—Tranquilo, muchacho, que nada perturbe su tranquilidad y determinación. Usted es bueno, más de lo que pensé, y tiene que seguir siéndolo... No puede dejar que nada lo derrumbe, incluyendo la familia —dijo Antonio Salazar, mientras se reclinaba ligeramente en su silla, entrelazando los dedos sobre el escritorio y mirándome fijamente a los ojos, como si quisiera transmitirme toda su confianza y apoyo.

Me quedé unos segundos sorprendido. ¿Cómo se habrá dado cuenta? ¿Tan evidente es? ¿Los demás también se habrán percatado?

—No pasa nada, señor, solo estoy un poco cansado porque no dormí bien; mañana estaré como nuevo —argumenté.

—No me pretenda engañar, jovencito; estas canas solo vienen con los años y a usted no le veo ninguna hasta ahora. No sé qué es lo que pasa y tampoco es de mi interés, pero es evidente que algo ha sucedido con su hermano; no los he visto juntos ni una sola vez en el día de hoy, y eso es raro.

—Hemos tenido una pequeña diferencia, pero lo resolveremos cuando lleguemos a casa —reconocí apenado por la situación.

—Comprendo, espero que sea así, y si las cosas no salen como piensa, cuento con que usted podrá mantenerse firme. Seguramente se preguntará por qué me tomo la molestia de decirle todo esto, y es que tengo que confesar que, cuando lo miro a usted, me veo a mí de joven; tenía tantas ganas de comerme el mundo también —hizo una pequeña pausa—. Como entenderá, no puedo evitar que la nostalgia me invada; solo espero que usted sí pueda tomar mejores decisiones que yo —concluyó retomando en manos unos documentos que estaba leyendo al momento de yo llegar.

Como rara vez me quedé sin palabras, escuchar a Salazar decir esas cosas es demasiado insólito; solo pude inclinar la cabeza en señal de entender y agradecer lo que me estaba diciendo. Finalmente, salí de allí sintiendo un enorme vacío que entendí solo podía llenar con mi hermano, el cual seguramente ya se ha marchado, por lo que tengo que apurarme para alcanzarlo.

Mientras me dirigía a la salida, vi que ella se encontraba retirándose del salón de música con una gracia y sonrisa maravillosa, pero no puedo hablarle; tengo que dejarla ir si ese es el precio que tengo que pagar para que ellos puedan ser felices.

—¿Hacia dónde va tan rápido, señor Sergio, que no me puede saludar? —preguntó Beatriz con curiosidad.

«Demonios, no contaba que a ese nivel llegarían sus sentidos».

—¡Oh!, hola, señorita, disculpe, no me había percatado de su presencia, ¿cómo se encuentra?

—¿Realmente piensa que soy tan tonta como para creerme ese cuento? —respondió con una sonrisa pícara.

«Mierda, casi olvidaba lo suspicaz que es».

—No he tenido un buen día, lo siento —reconocí.

—Comprendo, iba a dar un corto paseo para coger un poco de fresco con Juana Dolores, pero creo que se encuentra algo ocupada. ¿Gusta acompañarme? —pregunto con una mezcla de seriedad y timidez.

«No, no puedo aceptar; debo ir a casa a arreglar las cosas con David».

—Bueno, se quedó callado; por lo que entiendo, es un sí. ¡Andando! —mientras decía esta última palabra, me extendió su brazo para que la guiara.

—Yo no he dicho que sí —alegué, cerrando los ojos por un momento, sintiendo cómo la frustración se apoderaba de mí. Al abrirlos de nuevo, dejé escapar un suspiro profundo y me pasé una mano por el cabello, dándome cuenta de que estaba perdiendo una gran oportunidad de conversar con ella.

—Pero tampoco dijo que no. —argumento repitiendo nuevamente el gesto con la mano.

«Es cierto».

Mi mirada se posó en el suelo por un instante, antes de volver a encontrar su mirada, decidido a no dejar que el momento se desvaneciera.

—Bueno... vamos, pero será un paseo tal como dijo, rápido. No quiero que la gente malinterprete las cosas al vernos.

—Vaya, ¡qué caballeroso de su parte! ¡Gracias! —dijo con amabilidad y ternura.

—No lo digo solo por usted; tengo que cuidar mi reputación también.

Al escuchar eso, ella soltó una carcajada y sentí cómo mi corazón se aceleró; de repente, todo lo malo que había pasado desapareció, al menos por ese instante.

Caminamos por el extenso jardín de la hacienda mientras conversamos de todo un poco; ella me contó sobre sus padres y yo les hable de los míos. Me comentó sobre lo importante que ha sido la música para ella desde niña y lo ansiosa que estaba de poder recorrer el mundo tocando el piano.

«Ojalá pudiera ir con ella».

—Es joven, soltera y talentosa. ¿Qué la detiene? ¿Por qué sigue aquí?

—Porque necesito algo de dinero; cuando lo complete, me iré.

—Y si, cuando lo obtenga, no se quisiera ir, ¿qué haría?

—¿Por qué no quisiera irme, si ya tendría lo que necesito?

—No sé, ¿no ha pensado que en alguna parte del mundo está su lugar? Entiendo que quiera recorrer y conocer, pero, ¿y si hay un sitio donde sintiera que ahí pertenece? Independientemente de estar aquí o en China, ¿qué haría? ¿Sería capaz de dejar sus sueños de lado por ese sentimiento o continuaría con lo que tenía pensado?

—Si esa fuera la situación, me quedaría donde me sintiera así; pero todavía no ha pasado, así que continuaré con mi camino como lo tengo planeado.

—Comprendo, pero ¿no desea casarse, tener hijos? ¿No cree que llevar una vida así de solitaria podría costarle esas etapas de la vida?

—Claro que lo deseo y tengo fe de que así será, pero no tengo prisa; todo tiene su momento. Si tiene que ser, sencillamente pasará. ¿Y usted quiere esas cosas?

—Sí, supongo que es lo que nos enseñan nuestros padres y entornos de pequeños; que debemos trabajar, casarnos y formar una familia; al menos el hombre que se respete lo hace así.

—Pero ¿usted lo quiere? —insistió ella.

—Le acabo de decir que sí. ¿No me diga que está perdiendo su gran sentido de la audición justo en este momento, señorita? Porque dejaré de creer en los milagros.

—Una cosa es querer y otra es tener —explicó Beatriz, mientras caminaba por el jardín, sus pasos seguros sobre el sendero de grava. Luego, se detuvo y giró ligeramente hacia mí, inclinando la cabeza como si estuviera esperando atentamente la respuesta.

«Comprendí a lo que se refería».

—Sí, lo deseo, pero no ahora; primero quiero hacerme de un nombre, tener mi hacienda y darle a mi familia todo lo que necesiten; quiero que jamás les haga falta nada.

—Entiendo, espero que el hombre que me toque tenga su misma determinación —confesó sonrojada.

—Espero que el afortunado sea mucho mejor que yo —reconocí con un desdén de melancolía que me hizo desviar la mira al piso.

Luego de unos pocos minutos le dije que ya era hora de regresar y ella aceptó calmadamente con una sonrisa que me invitó a besar esos perfectos labios. De hecho, lo hubiera hecho, pero lo cierto es que el hombre que debe estar aquí a su lado es mi hermano, no yo.

Y por primera vez me replanteé mi vida: ¿realmente quería todo lo que había deseado hasta este momento? ¿Puedo lograr esas cosas en otro lugar que no sea aquí? ¿Podría dedicarme a algo más? Son interrogantes que entendí que tenía que responder esa noche al llegar a casa.

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