Capitulo XI Sergio Álvarez
Al entrar al despacho, no entiendo por qué, pero pude percibir una sensación de melancolía y frustración. Eso no me dio buena espina. No suelo ser inseguro de mí, pero en estos momentos creo que mi propuesta será rechazada. Puedo notarlo tan solo al ver a Salazar pensativo, sentado detrás de su escritorio, con la vista fija en su mano derecha, que sostiene una copa de tequila añejo de 1800.
Un licor muy reciente de la región, el cual se elabora a partir del agave, una planta de lento crecimiento que tarda aproximadamente entre 8 y 10 años en madurar y que solo puede cosecharse una vez. Por lo que se imaginarán mis ganas de probar tan solo un poco de esa delicia.
«A veces me pregunto por qué sé de estas cosas», supongo que pasar tanto tiempo con mi hermano me está afectando —deduje.
—Tome asiento, joven Álvarez.
—Gracias, ¿me mandó a llamar, señor?
—Así es. Como le dije, estuve analizando minuciosamente su idea y creo que podríamos implementarla —expresó, sumamente sereno.
—¿De verdad, señor? ¡Qué buena noticia!
—Pero si no funciona, será estricta y únicamente su responsabilidad, la cual tendrá que afrontar si las cosas no salen como tiene previsto.
No mentiré, después de que Salazar dijera esto, tragué saliva.
—Entiendo perfectamente, pero le aseguro que no será ese el caso, señor.
—Muy bien, eso espero. De igual forma, tengo pensado dar las buenas nuevas en un baile que estoy organizando con la excusa de celebrar mi 30º aniversario, tal como me sugirió. Además, entiendo que sería conveniente para ambas partes que usted y su hermano asistan y respalden la estrategia con los invitados. Algunos de ellos los conocen, y sé que no lo pensarán mucho si escuchan, además de mí, que es una buena idea.
«Así que este es el motivo del baile»
—Claro que sí, señor, puede contar con nosotros. Solo dígame qué día será y ahí estaremos.
—Todavía no tengo una fecha en específico, pero entiendo que podría ser dentro de unas semanas.
—Bien, mi hermano y yo estaremos esperando nuestras invitaciones en ese caso.
—Perfecto, pues puede regresar nuevamente a su trabajo si no tiene una nueva idea que proponerme, aunque, conociéndolo, seguro no pasará mucho para tenerlo nuevamente aquí.
Pude visualizar que sus labios se curvaron levemente, pareciendo ser una pequeña sonrisa que, sin duda, me puso los pelos de punta. ¿Acaso es su forma de decirme que lo estoy haciendo bien? —me pregunté.
—Probablemente. Que tenga un buen día, señor —alcancé a decir mientras me levantaba con una discreta sonrisa de satisfacción en el rostro.
Estando camino a casa junto a Juan David, pude entender cómo se siente el orgullo de saber que tus frutos están cosechando. Sé que, con ese baile, mi hermano y yo tendremos la oportunidad de darnos a conocer mucho más entre los grandes hacendados de otras regiones, y cuando soliciten nuestros servicios, eso solo será un paso más escalado para cumplir nuestro objetivo.
Sin embargo, a pesar de esto, no dejo de pensar que algo me falta. Se supone que debería sentirme pleno, pero no es así, y tengo la ligera impresión de que se debe a esa joven, Beatriz. No he podido sacarla de mi cabeza. ¡Dios, qué bien huele! Incluso si cierro los ojos, puedo verla nuevamente ahí conmigo, parada en la sala de estar con su cabello rizado recogido en el frente y, por los lados, sosteniéndolo un pasador azul celeste, como su vestido... «Parecía un ángel». Pero nada me atrajo más que esas palabras de aliento y apoyo; aunque no lo reconocí en el instante, me estaba muriendo de los nervios. Ella me dio esa tranquilidad que, sin saberlo, necesitaba.
—Sergio, estás muy callado. ¿En qué estás pensando?
Escuché preguntarme Juan David de repente al desmontarme del caballo, al no saber qué decirle, pues no quiero hablarle de ella, al menos no ahora. Sin tener claras las cosas, solo se me ocurrió una respuesta:
—Estaba esperando llegar a casa para contarte que Salazar aceptó la propuesta.
—¡Increíble! Me siento muy feliz, Sergio. Sé lo que significa para ti.
—Lo que significa para nosotros, querrás decir. —Noté un largo silencio de su parte, lo que me causó intriga, pero traté de no darle mucha importancia y continué—. Además, hará un baile en algunas semanas para dar la noticia y quiere que estemos con él para apoyarlo con los hacendados.
—¡Wao, hermano! Esto hay que celebrarlo. ¿Te gustaría ir a la taberna para bebernos unas cervezas? Yo invito —propuso con una sonrisa casi tentadora.
—Me encantaría, pero creo que es mejor hacerlo después; hoy fue un largo día y estoy cansado.
—Entiendo, es cierto, yo también lo estoy. ¿Qué te parece el sábado, entonces?
—Creo que sería excelente, mientras no nos topemos con los amigos de nuestro padre —asegure bromeando, pero mi hermano pareció no entenderla.
—Pensé que te caían bien. Te pasaste toda la noche riéndote de sus tonterías.
—Estaba relajando; deberías saberlo.
Me quedé observándolo unos segundos y me pareció verlo con más ojeras de lo normal. Recordé que anoche me percaté de su salida, pero no de su llegada.
—¿A dónde fuiste anoche? Te escuché cerrar la puerta y no te sentí más hasta en la mañana.
—Solo fui a dar un paseo; se me hizo difícil conciliar el sueño.
—¿Y eso por qué? ¿Acaso hay algo que te preocupe?
—Claro que no, solo salí a coger aire fresco por el calor tan fuerte que estaba haciendo.
—David, ¿me estás diciendo la verdad? Nunca fuiste bueno mintiendo, siempre te terminas desviando la vista cuando lo haces —argumente entrecerrando los ojos con perspicacia.
Al escucharme soltó una risa nerviosa mientras se rascaba la cabeza.
—Bueno, para ser honesto, me fui a cabalgar sin rumbo alguno para despejar la mente; incluso llegué hasta la colina donde nuestros padres nos llevaron alguna vez a ver el amanecer ¿recuerdas?
—Claro que me acuerdo. Fue uno de los mejores días de mi vida, pero ¿por qué no podías dormir? ¿Qué es lo que me estás ocultando, hermano?
Guardo silencio unos minutos y luego dijo:
—He conocido a alguien, Sergio, y me tiene totalmente loco por ella —confeso con un brillo de emoción en su mirada.
—¡Vaya, qué bien! Hoy es el día de las buenas noticias; ¡esto sí que tenemos que celebrarlo! ¿Cuándo conoceré a mi cuñada?
—No es tan sencillo, hermano. Le comenté que deseaba conocerla y cortejarla, pero ella en estos momentos no desea relacionarse con nadie de esa manera, y estoy tratando de llevar las cosas lo más lento posible para no asustarla. Aunque sí que se me ha hecho difícil; ella me encanta. Desearía despertar a su lado cada mañana para ser el espectador de su increíble belleza.
Debí de haber tenido la boca abierta de la sorpresa que me llevé, porque jamás he visto enamorado a David. Claro que le han gustado ciertas chicas, pero no se ha expresado así de ninguna, y pensándolo bien, yo tampoco hasta este momento.
—Entiendo, sé más o menos cómo te sientes —conteste sopesando si decirle como me sentía por Beatriz—. De hecho, también he conocido a una joven que creo que me gusta. Es hermosa, sí, pero también es graciosa e inteligente, aunque un poco ilusa. Sin embargo, sé que en algún espacio en su interior también esconde su carácter y determinación, los cuales me gustaría presenciar algún día. Sé que sería grandioso.
David me miro extrañado y dijo:
—Como la describes, se ve que es complicada —expresó este apenado, lo que me causó una carcajada.
—No la veo de esa manera, y aunque lo fuera, para mí no sería un problema; me gusta lo complicado.
—Bueno, ¿y cuándo me la presentarás? Me muero por conocer a la mujer que logró cautivarte, a ti, que no pensé que tuvieras sentimientos.
Soltó esto último con una risa burlona que, en particular, no me causó gracia.
—No creo que eso pase; siento cosas que jamás pensé experimentar, sí, pero tengo claro que yo veo la vida de una manera y ella de otra. Lo mejor es que siga enfocado en mis objetivos y la olvide; al menos, es lo que trato de hacer.
—Yo creo que, si de verdad te gusta, debes luchar por ella; yo lo haré por mi futura esposa y cuando te la presente, te darás cuenta de lo perfecta que es. Parece un ángel, tan delicada y dulce a la vez.
—Comprendo, Shakespeare. Vamos a entrar a la casa que muero de hambre...
—Tú siempre tienes hambre, Sergio.
Inmediatamente me devolví y me subí a su espalda, tratando de molestarlo, pero no duró mucho; ambos nos caímos riéndonos; parecíamos nuevamente niños. En momentos así, le doy gracias a la vida por regalarme a mi hermano, porque no sé qué haría sin él. Es mi mejor amigo, mi soporte y mi socio. ¿Qué más podría pedir? Solo que me dure por el resto de mis días. Él es la pieza que siempre encajará en mí y nada ni nadie cambiará eso.
—Entremos, también tengo hambre —reconoció con jocosidad.
Nos paramos corriendo y echamos una competencia para ver quién llegaba a la cocina primero. Si tan solo hubiera sabido en ese momento todo lo que vendría después, habría pasado esa y todas las siguientes noches sin despegarme de él.
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