
Capitulo IV Juan David Álvarez
Al llegar a casa, Sergio me puso al corriente sobre la conversación que mantuvo con Salazar, la cual, a mi juicio, resultó exitosa. Me siento optimista de que seremos los elegidos para el puesto. Al concluir, nos pusimos a trabajar en la planificación que nos había solicitado; estábamos conscientes de que, para conseguir el trabajo, debíamos dedicar el tiempo necesario para que todo saliera como esperábamos.
Pasamos prácticamente la noche en vela, modificando y ajustando diversos detalles. Cuando apareció el amanecer, supimos que era momento de prepararnos para ir a la hacienda; sin embargo, no podía dejar de pensar en esa chica. De hecho, esperaba con ansias verla hoy.
Estar en el despacho del señor Salazar hacía que todo se sintiera más real. No sabía quién estaba más nervioso, si Sergio o yo; nuestro futuro dependía de aquellas hojas que sostenía un hombre conocido por su falta de compasión, lo cual me generaba una inquietud abrumadora. Me angustiaba imaginar qué podría suceder si su respuesta era negativa; eso afectaría profundamente el orgullo y la confianza de mi hermano, pero a mí me rompería el corazón.
—Bien, muchachos, permítanme decirles que me han sorprendido gratamente. Les daré una oportunidad, pero al primer error, se van de mi hacienda.
Sergio y yo intercambiamos sonrisas, no solo por alegría, sino también por satisfacción; el esfuerzo y la espera habían valido la pena.
—No lo vamos a decepcionar, señor. Ya lo verá —afirmó Sergio, estrechándole la mano.
—Le agradecemos sinceramente la oportunidad, señor —añadí con entusiasmo.
—Vamos a ver si seguirán agradeciéndome después, con todo el trabajo que hay por hacer.
Soltó una risa que, más que amistosa, me pareció malévola. Luego, levantó una campanilla, y tras hacerla sonar, no tardó mucho en aparecer la ama de llaves, Juana Dolores.
—Juana, tráenos unas copas de Jim Beam; es hora de brindar por la contratación —indicó Salazar con un ligero tono de amabilidad.
Mientras observaba a Sergio rebosar de emoción al esperar su copa, no podía evitar preguntarme por qué estaba tan animado, ya que él no solía beber. Fue entonces cuando la ama de llaves, sin querer, dejó caer la copa que sostenía. Al intentar recoger los fragmentos de cristal, se cortó la mano derecha y, en un instante, el suelo se cubrió de sangre.
Mi instinto me llevó a levantarme de inmediato para prestarle ayuda. La escena era caótica y la urgencia se apoderó de mí. Sin pensar dos veces, me quité la camisa para improvisar una venda y detener el sangrado. Mientras presionaba la tela contra su herida, sentí la gravedad de la situación y la fragilidad humana en ese momento tan inesperado. Desvaneciéndose en mi mente el brillo de la copa que tanto Sergio había esperado.
—Tranquilo, joven, no pasa nada. Permítanme buscar a alguien que limpie este desastre. Disculpen el inconveniente —dijo, agachando la cabeza antes de marcharse.
Ni Salazar ni Sergio hicieron ningún comentario o gesto, aunque percibí a este último algo apenado por la situación. Sin embargo, esperaría más empatía de mi hermano; pensando en ello, ambos comparten similitudes. Les gusta destacar en todo lo que hacen y se sienten merecedores de ello. Además, ambos poseen una personalidad arrolladora que puede resultar intimidante. Por igual, disfrutan de las cosas lujosas y, al parecer, también comparten el mismo gusto por el alcohol.
Incluso se podría decir que físicamente se parecen. Ambos son altos, tienen ojos negros que coinciden con su cabello oscuro; aunque, en el caso de Salazar, este ya comienza a tornarse gris. Poseen narices perfiladas y barbillas alargadas.
Si no supiera quiénes fueron nuestros padres, podría pensar que son progenitor e hijo. Aunque, si eso fuera cierto, yo también podría presentar similitudes con él, y esa idea, inexplicablemente, me resulta desagradable. Esto ocurre cuando dejo volar mi imaginación. Debo dejar de hacer eso.
Minutos después, entraron al despacho dos personas: una para servirnos el esperado tequila y otra para recoger los vidrios y limpiar las manchas de sangre que había dejado la ama de llaves.
Luego de despedirnos de Salazar y acordar iniciar mañana mismo, decidí buscar a Juana Dolores. Me sentía preocupado por ella; quería saber cómo se encontraba tras lo sucedido, pero no mencioné esto a Sergio. Le dije que iba por mi camisa, ya que no podría aguantar un trayecto de dos horas sin ella, lo cual, por fortuna, comprendió.
No sabía dónde encontrarla; la hacienda era más extensa de lo que había imaginado. Me rendí y, al dirigirme de nuevo con mi hermano, los cielos me hicieron un obsequio. Allí estaba ella, la chica de mis sueños, frente a mí. Le sonreí, esperando alguna respuesta o saludo, pero no hubo reacción de su parte. Para ella, yo parecía invisible, así que decidí jugar mi última carta.
—Hola, disculpe, señorita. ¿Ha visto por aquí a la ama de llaves, Juana Dolores? La llevo buscando un buen rato; como puede notar, ella tiene algo que necesito —dije, señalando mi pecho desnudo.
Pero lo que para mí había sido un intento de romper el hielo pareció pasar desapercibido para ella. «Quizás carece de sentido del humor»—reflexioné, sintiendo que el aire se volvía más denso entre nosotros.
—Hola, no la he visto; disculpe —respondió, intentando retomar su camino con voz suave, pero distante.
«Excelente, ya logré captar su atención».
—¿Es usted nueva en la zona? —indagué, tratando de extender el encuentro—. Supongo que sí, porque, de lo contrario, estoy seguro de que jamás la habría olvidado. Me llamo Juan David, ¿podría saber su nombre? Sería un verdadero honor para mí.
—Beatriz Araya —dijo, acompañando su respuesta con una pequeña sonrisa que lo significó todo.
—Un hermoso nombre para una mujer encantadora —le extendí mi mano, ansioso por tomarla y sentir su piel con mis labios, como había imaginado tantas veces. Sin embargo, su mirada perdida me hizo dudar. Comenzaba a ver las señales que había ignorado—. Beatriz, usted es...
El aire en mi pecho se volvió frío. El temor a su respuesta ahogaba mis palabras.
—Sí, soy ciega de nacimiento; puede decirlo sin reservas. No pasa nada, para mí es algo normal.
«No puedo imaginar lo difícil que ha sido para ella sobrellevar esta limitación».
—Disculpe si he sido imprudente; a veces hablo sin pensar. Dígame, ¿cómo podría compensar este incómodo momento? ¿A dónde se dirigía? Si gusta, podría acompañarla.
—No es necesario; ya conozco el camino, pero agradezco su amabilidad —dijo, y aunque sus palabras eran firmes, había una delicadeza en su voz que resonó en mí.
—Entiendo. A partir de mañana comenzaré a trabajar aquí; espero que tengamos la oportunidad de coincidir a menudo.
—No creo que sea posible; estoy aquí para acompañar a la señora Esperanza, así que solo salgo de mi habitación al salón para tocar el piano. Y a juzgar por su voz, deduzco que es un hombre joven, así que me atrevería a decir que su trabajo será en el exterior de la hacienda.
Su forma de hablar mostraba una sabiduría y una audacia que me cautivaron.
—¡Increíble! Es verdaderamente admirable; además de hermosa, es usted audaz y talentosa. Es una mujer completa.
Observé cómo su rostro se sonrojaba ante mis palabras, un sutil cambio que hizo que mi corazón saltara de alegría.
—Agradezco sus elogios, pero debo continuar mi camino. Fue un placer conocerle, Juan David.
Me dolió verla alejarse por el pasillo hasta entrar en la que parecía ser su habitación. Me habría gustado conversar más con ella, pero al menos ya conocía su timbre de voz, su nombre y su refrescante aroma a rosas. Hoy lucía más encantadora que nunca, con sus rizos recogidos en un moño alto y un fino, pero sencillo vestido blanco. Parecía una princesa. Me pregunto, ¿qué se sentirá al tocar su piel tan suave? Estoy seguro de que se asemeja a la delicadeza de la seda.
De regreso a la salida, le informé a Sergio que no logré encontrar a la ama de llaves, así que él se ofreció a prestarme su camisa, lo cual, por supuesto, rechacé. Después de discutir el tema un rato, decidió quitarse la suya para que ambos estuviéramos iguales.
En ese instante, me sentí único y especial, porque sé que solo yo conozco esta faceta de él, la que a menudo intenta esconder tras una fachada de corazón de piedra, como quiere que todos crean; pero yo sé que no es así.
Reconozco que tiene una gran ambición, sin duda, pero también es persistente, compasivo, inteligente y solidario a su manera; incluso es capaz de dar la vida por quien ama si es necesario. Esa tarde cabalgamos como cuando éramos niños.
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