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Capítulo 5. Gemelas separadas

María se encontraba sentada en la escalera de la entrada, mirando su celular y escuchando música intentando permanecer tranquila. Su gemela Bruna no había ido aquel día a clases, Charlie le había comentado que había ido a pasear según lo que le comentó antes de salir.

El tic nervioso de tensar la mandíbula por la ansiedad de no saber si su gemela estaba junto a ella, la ponía de nervios, pero confiaba en que volviera junto a ella, a casa. Pero... No siempre se iba sin avisarle.

«Tan solo espero que vuelva sana» pensó antes de abrazar sus piernas y concentrarse en las canciones que su reproductor elegía al azar.

[...]

Mientras tanto, Bruna se encontraba un tanto lejos de la casa de Charlie, había llegado jadeando hasta una parada de buses, justo antes de llegar a la playa. Trataba de tener una respiración estable, sus venas del cuello se marcaban y se rascaba mucho la garganta y clavícula, como si necesitara mucho el aire. Pero se encontraba tan enojada, tan derrotada por ser tan débil, que había evitado gritar y descargarse corriendo como loca todo lo pudiera hasta que encontró esa banqueta.

—Cof... Cof...

Le costaba respirar, le daba pereza buscar en su carterita de color morado, su inhalador. Le daba pereza depender de aquel medicamento. Por lo que por todos los medios, trataba que calmarse y tragar saliva con cuidado. Se sentía exhausta, débil y aún sentía ese picazón en su garganta y cuerpo.

C-carajo... Cof...

Tan enojada consigo misma estaba que no le importó para nada patear una pequeña roca, y ahogar un gritito de frustración que salió más gruñidos ahogados.

—¡ouch, joder!

La pelinegra hizo una mueca super curvada para abajo con las cejas bajas, junto con sus hombros tensos embriagados por una muy grande de preocupación y susto, volteando para ver lo que había ocasionado, viendo cómo Paul se encontraba dolido por sentir una roca rebotar en su cabeza.

Agh... Tenías que ser tu.

Su mueca de angustia por haber dañado y más que nada porque ese hombre se encontraba allí, se sentía entre confundida, ofuscada y cansada de no poder estar sola, de huir y sacar todo lo que estaba acabando con ella.

—¿Es así como te disculpas, nena? —pregunta incrédulo pero con algo de burla Paul.

Bruna se niega a seguir hablandole para empezar a alejarse, se negaba a decir algo, quería estar sola.

Déjame sola, quieres.

Paul al verla irse, con su mochila pequeña color morado, camino rápidamente hasta ella, tratando de pararla con un solo agarre de muñeca, lograndolo sin mucho esfuerzo pero para cuando la volteó. Se percató que lágrimas caían por sus mejillas y su coraje por tenerla tan frívola hacia él fue cambiando a preocupación.

—¡D-déjame sola! ¿Que no lo entiendes? —el tartamudeo fue el índice de tratar de ahogar su llanto.

Paul no lo pensó dos veces y la atrajo a él, muy a pesar que sintió como ella se resistió, golpeandolo, o intentándolo. Tanto que en cuando escuchó los sollozos y los pataleos cesaron, se quedó callado sin saber que hacer. Ella era su vida pero no sabía porque motivo lloraba.

—No te dejaré sola. Llora lo que quieras, pero no me iré.

La terquedad de Paul logró enojarla a tal punto que le dio un golpe contundente en el pecho la gemela menor, a tal punto de sentir la calidez y temblor provenir de ella. La impotencia se sentía en el ambiente.

La tensión en el cuello, los sollozos y las manos aferradas con tanto enojo a su remera lograron encoge su corazón, el llanto parecía tan doloroso, tan atizante que por momento sintió dolor en cuanto sintió que las piernas de la joven cedieron cuál gelatina al suelo. Menos mal era fuerte pero tampoco la dejó tocar suelo, con suerte pudo resistir el dolor de verla tan rota, alzandola como si no pesara nada. Ella solo se mantenía llorando como si no pudiera parar.

Siendo así como Paul se quedó aquel día junto a ella, esperando a que se calmara pacientemente, acariciando su melena negra mientras agradecía tener la calidez del gen lobuno para que el clima no afectará a su impronta. Que no demoró en caer dormida en sus brazos.

—No sé qué es lo que te pasa, pero prometo nunca dejar que sientas frío ni abandono, pequeña Bru.

Tras aquello la joven Swan, pariente lejana de Bella Swan tan solo se aferro inconscientemente aceptando y pidiendo salvación con sus gestos. Maravillado Paul, la acomodó entre sus brazos, agarró sus cosas y fue dirigiéndose a un lugar más seguro.

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