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Conociendo el nuevo hogar

Pasamos unos días... ¿malos? No, ¿buenos?, quizá. Si Juliet no fuera como es, quizá todo sería mucho mejor, aunque debo admitir que es divertida y quizá sin ella estaría demasiado aburrido. Bueno, aburrido aburrido tampoco, estaría disfrutando de los hermosos paisajes, del Tours... Pero Juliet le pone una chispa de diversión. Una llama, un incendio de diversión. Se ha pasado en guerra con la pelirroja, y sus peleas son graciosas. Además que hemos participado en múltiples competencias de esposos —obligado por ella—, y hemos conocido hasta el último rincón de este paraíso.

Hoy es el último día en este bello lugar así que trataré que sea grandioso.

Estamos echados en los sillones frente a la piscina del hotel. Bebo mi refresco de frambuesa con suma tranquilidad.

—¿Has visto lo descarada que es la pelirroja? —pregunta Juliet—. Muestra demasiado.

Busco con la mirada a la mentada y la visualizo con un llamativo bikini. Un opulento bikini de tigresa, de tiras atadas. Me pregunto si a su esposo no le incomoda que los demás hombres no nos quede nada a la imaginación al posar los ojos en ella.

—Te sientes envidiosa de ella —la fastidio. 

La pelirroja sube a la cima del tobogán y su marido la persigue para lanzarse con ella.

—¡No es así! —empieza a exaltarse.

—¿Entonces porque no usas traje de baño? —Le doy un recorrido rápido. Lleva un vestido blanco, largo y holgado. Propio de ella.

—Si lo tengo puesto, pero es más discreto. Además mi cuerpo es demasiado bello como para ir mostrándolo descaradamente.

¿Cómo se verá Juliet en bikini? ¿Tendrá algo bueno que mostrar?

—Mas bien te sientes intimidada por ella.

No puedo irme de aquí sin haberla visto en esas minúsculas prendas. No puedo creer que aún no conozca el cuerpo de mi propia esposa. ¡En qué mundo estamos!

—Eso no es cierto. —Arruga la nariz como muchas veces lo ha hecho cuando la hago enfadar, es un gesto innato de ella. Me recuerda a alguien pero no sé a quién.

La pelirroja y su esposo se acercan a nosotros. Sus cabellos están pegados y escurren agua a cada paso.

—La piscina está buena —indica el sujeto delgado—. ¿No van a entrar?

—Juliet no desea mostrar su precioso cuerpo —intervengo sarcástico.

—Ah es que no debe ser tan bueno como el mío —presume arrogante la pelirroja.

—Tienes celulitis —sonríe maliciosa Juliet. Esto se pone divertido, veremos ahora quien gana.

Le doy otro sorbo a mi refresco.

—¿Qué? —Se ve ofendida, pero al instante se le dibuja una media sonrisa en los labios—. Con celulitis y todo mi esposo me adora, ¿no es así mi amor? —se dirige al sujeto escuálido.

—Sí linda. —Le deposita un beso en los labios.

—En cambio a ti —continúa la pelo de fuego—, tu esposo no muestra ningún tipo de afecto.

Esto llama mi atención.

Juliet se encoge, pero se incorpora nuevamente. Si algo que no sabe hacer mi "adorada" esposa, es perder.

—Mi esposo me adora —suelta de golpe—. Es solo que él es poco demostrativo.

No sabía que la adoraba.

Doy otro sorbo a mi bebida.

—Pues no lo parece. Habrá un programa de masajes, de seguro ni quiere venir —contraataca la mujer. Juliet me mira, y resopla adivinando que no quiero ir.
Me ha obligado a ir a todo tipo de competencias, pero le dije que hoy era mi día y que no iba a acceder a sus caprichos. Sin embargo lo que digo me sorprende a mí mismo.

—Si iré —suelto de repente. La mujer me cae mal y no quiero darle el gusto.

—¿En serio? —pregunta Juliet sorprendida.

—Sí.

—Vamos entonces. —Se pone de pie, me jala de la mano, se cuelga de mi brazo y me arrastra con ellos.

En qué me habré metido.

JULIET.

Me sorprendió  que Thiago haya aceptado ir al programa de masajes, algo debe estar planeando. Probablemente hacerme quedar en ridículo. No sé, pero tanta amabilidad me da escalofríos.

La habitación de masajes se ve agradable, me relajaré mucho aquí. La iluminación es tenue, huele a incienso, a cremas exóticas, y hay talismanes por doquier. Parece una casa de gitana.
En la entrada, una muchacha en bata, nos brinda batas a nosotros también. Nos metemos a los vestidores y nos calzamos de ellas. La pelirroja como ya estaba encuerada solo se pone encima.

Salgo y ubico a Thiago junto al esposo de mi enemiga vacacional. Me paro junto a él. La desabrida lo hace a mi otro lado.

—Empezaremos con los masajes —indica una mujer de mediana edad—. Pero será en parejas. Mi compañero y yo haremos la demostración y ustedes lo harán con sus parejas. Las mujeres se acuestan en las camillas y se sacan la bata.

Hay unas especies de camillas en el suelo, y a cada lado múltiples especias aromáticas.

—Parece que tendrás que mostrar tu espectacular cuerpo —me molesta Thiago con su particular sonrisa.

—Ya quisieras. —Me sujeto con fuerza la bata.

—¿Tu cuerpo es tan malo? —me hostiga la pelirroja  con una sonrisa retadora.

—Ocúpate en tu celulitis —bufo.

Thiago observa divertido.

Ocupamos una camilla y como era de esperarse la otra pareja ocupa la contigua a la nuestra.

Todas las damas se sacan cómodamente las batas y se recuestan boca abajo imitando a los instructores. Yo no puedo quitármela, la verdad es que sí me siento intimidada con los espectaculares cuerpos de todas las mujeres que hay aquí.

—¿Por qué aún no se ha sacado la bata? —me insiste una masajista.

—¿Es necesario?

—Sí lo es. —Se acerca a mí y me ayuda a sacarme la bata. Fuerzo un poco, pero ella me obliga a hacerlo.

—Así está mejor. —Se va con otra pareja.

Thiago posa sus ojos en mí, haciendo que me incomode un poco. No con ojos lascivos, pero sí curiosos.

La pelirroja también lo hace, pero disgustada.

—Acuéstese en la camilla —me dice la masajista desde el otro extremo. Obedezco y prácticamente le muestro mi trasero a Thiago.

Le siento sentarse junto a mí.

—No sabía que eras tan sumisa —susurra cerca de mi oído. Mi piel se pone de piel de gallina.

—Shh, cumple bien tu trabajo.

—Tienen que hacer los masajes de este modo —señala el instructor posando las manos en su pareja de masajes.

Todos repiten la acción, menos Thiago.

—Señor, ¿qué espera? —le habla la masajista latosa.

Siento las suaves y grandes manos de Thiago sobre mi espalda, entre nervioso y dubitativo

—Lo haces bien súbdito —le fastidio en cuanto la masajista se va.

— ¿Ah si? —Empieza hacer masajes fuertes provocando dolor en mi pequeña espalda.

—¡Au! Eso duele troglodita. —Me incorporo y lo tumbo en la camilla y empiezo hacerle lo mismo... No sé de dónde saqué tanta fuerza.

—¡No! ¡Eso no es correcto! —chilla la masajista.

—¡Vete al diablo!

Mi esposo y yo comenzamos la guerra de masajes...

THIAGO.

Juliet ha dormido en todo el viaje, se ve muy cansada. Y como no, después de todo el trajín que ha hecho.

La aeromoza señala que nos ajustemos los cinturones para aterrizar. Ajusto el mío y hago lo mismo con el de Juliet.

Ni siquiera siente el descenso.

El avión se posiciona. Algunas personas rezan agradeciendo por el viaje seguro. Yo me concentro en mi esposa.

—Hey llegamos —la despierto. 

—¿Mm? ¿Qué?

—Llegamos.

—Ahhh —bosteza alzando los brazos—. Qué sueño. —Se limpia la baba.

Bajamos del avión y veo a nuestras familias haciendo el ridículo con unas pancartas de bienvenida.

—¡Mamaaaá! Ceci las extrañé —grita eufórica. 

—¿Y a mi ? —hace un puchero Jack. 

—A ti también —se cuelga de su cuello.

— ¿La pasaron bien? —pregunta mi madre.

—Su hijo hizo un escándalo en la habitación de masajes —interviene Juliet.

—Uff si claro —digo desganado.

—No importa, vamos les enseñaremos su nuevo hogar —prosigue la madre de Juliet.

—¡¿Nuevo hogar?! —decimos Juliet y yo en coro.

—Claro, los recién casados necesitan un nuevo lugar donde vivir —habla como si fuera lo mas lógico del mundo.

—Pero mamá él y yo —nos señala a los dos—. No somos una pareja normal.

—¿Acaso son extraterrestres? —bromea Cecilia, y hace reír a todos.

—De cualquier modo son una pareja, y necesitan su espacio —dice mi madre—. Así que no hagan más drama y vamos. 

Tengo curiosidad de la nueva casa, no me agrada vivir con mis padres, su casa me recuerda a Jessy, pero tampoco me entusiasma la idea de vivir con una loquilla. La voy adiestrar, esa es mi misión  desde ahora.

No tardamos mucho en llegar, la casa es mediana y moderna, se ve bien.

—Qué bonita —se alegra Juliet. 

—La elegimos para ustedes.

Pasamos a ver el interior, es bastante iluminada. Subo al segundo piso y me fijo que hay solo una habitación. En el espacio vacío solo hay muebles y una mini biblioteca.

— ¡Mamá! —bajo las escaleras a toda velocidad y veo a Juliet cerrando la puerta—. ¿Dónde están?

—Se acaban de ir, no sé, pero se veían apurados y un tanto nerviosos en cuanto subiste al segundo piso, ¿hay fantasmas ahí? 

—Algo peor —le indico con la mano que suba y le enseño la habitación.

— ¡Qué bonita, me quedaré con ella! —se tira a la cama.

—Es la única.

—¡¿Qué?, ¿cómo que la única?! —se levanta de golpe.

—Sí, ellos lo planearon todo.

Sale de la habitación y verifica toda la segunda planta.

—¿Qué haremos ahora? Me obligaste a dormir en el sofá en la luna de miel, así que ahora yo me quedo con la cama, tu puedes ir a dormir en otro sitio —me acusa con el dedo.

—No te obligué, me llevaste a tus estúpidas competencias con la pelirroja a cambio de la cama, asi que estamos a mano.

—Aprovechado, de cualquier modo me quedaré con la cama.

—Eso lo veremos —la reto y saco mi teléfono mostrándole la foto de ella  durmiendo con una basurita en la boca.

—¿Y eso? —chilla.

—La tomé cuando estabas ebria.

—Eso es trampa, bórrala.

—La publicaré si no me das la cama.

—Jamás.

—Bueno —suspiro, ya veremos.

Bajo a la cocina a prepararme la cena y veo que no hay nada en el refrigerador.

—¿Vas a cocinar? —pregunta Juliet—. Deprisa tengo hambre.

— ¿Acaso soy tu cocinero?

—¿Qué te cuesta cocinar un poco más para mi hambriento estómago?

—No tenemos provisiones.

—¿Qué? —corre a revisar el refrigerador—. ¿Cómo pudieron dejarnos sin comida?

—Ve al mercado y encárgate de ello.

— ¿Yo? —pregunta dramática.

—Sí tú, quién más.

—Es que ... —se rasca la cabeza—. Es que no se de esas cosas.

—Uf —resoplo—. Iré yo.

—Espera voy contigo —sale en mi tras.

JULIET

Las cosas de ama de casa no se me dan muy bien, hasta el agua se me quema. Espero que Thiago cocine bien, de lo contrario moriremos de hambre.

—Dejaron mi auto aquí —sonríe Thiago.

—¿Por qué tienes auto y yo no?

—Deja de chillar y sube.

Entra al auto.

— ¿No vas abrirme la puerta?

—¿Acaso no tienes manos?

—Uff —ni siquiera es caballero.

Entramos al súper mercado. Una joven de uniforme verde le coquetea, éste no se da cuenta o no le interesa.

Realmente es un experto, elige las mejores frutas y verduras, no quiero parecer una inútil, así que tomo pescado y lo coloco en el carrito de compras, él lo saca y se lo queda mirando.

—Esto no sirve —regresa el pescado a la congeladora, yo lo cojo nuevamente.

—Claro que sirve, el pescado tiene proteínas.

—Ese no sirve, no está en buen estado.

—¿De qué hablas? Se ve perfectamente bien. —Thiago me quita el pescado.

—Mira esto —coge la cabeza del animal, y levanta algo parecido a unas aletas, o quizás es eso—. Al momento de levantarlas puedes observar una coloración marrón, entonces el pescado no es fresco, en cambio mira este —toma otro pescado y hace lo mismo—. Su coloración es rojiza, entonces es fresco.

—Humm —digo desganada.

Una señora se burla de mí sin disimulo alguno. Pongo cualquier cosa en el carrito y nada está bien para los ojos de ese sujeto.

—Esto si está bien —pongo el paquete en el carrito.

—¿Qué rayos es eso?

—Toallas higiénicas.

—¿Y tienes que estar exhibiéndolo? —me quita el paquete y lo camufla con el resto de cosas. Me río por lo bajo.

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