Aprendiendo a vivir juntos
Llegamos a casa. Mi estómago ruge como León; muero de hambre. Thiago hace malabares en la cocina, va de aquí para allá, cortando, rebanando, aderezando... Bueno para algo tenía que servirme. Bien podría participar en esos concursos de cocina.
—¿Ya está? —pregunto por enésima vez.
—Deja de molestarme, me desconcentras. Mañana cocinarás tú —me advierte. Prueba el preparado y le agrega un poco más de sal.
—Bueno, si así lo quieres.
Él no tiene ni la menor idea de que no sé cocinar. Siempre hemos tenido una cocinera en casa, ya que mamá tampoco sabe hacerlo, él único que se defiende en la cancha es papá.
Huele muy bien. Miro atenta mientras sirve la comida y me lo pone frente a mí. Se quita el delantal y se sienta frente a mí.
—Mmm. —Me saboreo y ataco la comida. Realmente mi esposito tiene talento para la cocina.
—Come despacio, vas a atragantarte. —Me lanza una arveja en la frente.
—No te tiro otra porque tengo mucha hambre y no quiero desperdiciar mis alimentos. —Meto una rebanada de zanahoria a la boca.
—Comes demasiado, debes tener un agujero en el estómago.
—No lo sé, quizá —hablo con la boca llena—. Está rico, ¿qué es?
—Estofado de pollo, ignorante. Ni siquiera sabes lo que comes.
—Sólo me interesa que sea comestible y rico.
Luego de la cena, me ordena lavar los platos. Lo hago de mala gana y subo a la habitación a dormir. Thiago ha tendido una especie cama en el suelo.
—Esa es tu cama.
—¿Por qué en el suelo? —Arrugo la nariz.
—Quedamos que, si cocinaba para ti, me darías la cama. —Descansa las manos en su cintura.
—Te aprovechas de mi hambre, eres malvado.
—Soy bueno, te permito quedarte en la habitación. Tú eres la tonta, vendiste tu cama por un estofado de pollo; eres como Esaú, vendió su primogenitura por un guisado de frejoles.
—Seguro es mi ancestro.
Él eleva los hombros.
—Qué bueno que lo trajo. —Revisa Thiago en su maleta y saca una pintura. Inmediatamente la cuelga en la pared; me la quedo viendo, es un retrato de un adolescente, se parece a Thiago, debe ser él.
—Es una buena pintura, ¿la hiciste tú?
—No —suspira—. Es un obsequio, el mejor obsequio —habla melancólico.
Pienso que debió obsequiarle aquella niña que Jack me comentó. Le resto importancia y me echo en mi cama improvisada. Thiago hace lo mismo en la cama grande.
THIAGO
Dormí cómodamente. Pongo mis pies en el suelo y siento un bulto; abro bien mis ojos y veo a Juliet durmiendo con la boca abierta. Ella se abandona completamente cuando duerme.
—¡Despierta! —Le lanzo la almohada en la cara.
—¿Qué pasó? —pregunta somnolienta. Se sienta sobándose los ojos, mientras intenta identificar en dónde se encuentra.
—Levántate, hay mucho por hacer, tenemos que desempacar, limpiar, ambientar la casa, y sembrar en el jardín.
—¿Por qué no pagamos a alguien que lo haga? —Bosteza exageradamente.
—Porque es nuestra casa, nosotros vivimos aquí. Ah, y ni creas que vamos a tener doméstica, tú debes realizar las tareas del hogar.
—¿Vas a pagarme un sueldo?
—¿Acaso a las esposas les pagan un sueldo?
—¿Tú que harás?
—Trabajaré en la empresa de mi padre y mantendré esta casa.
—Qué pensamientos tan arcaicos.
—Necesito recuperar la empresa de mi padre cuanto antes para poder divorciarnos.
Ella parece meditarlo, la idea de divorciarnos es alentadora para ella.
—Mmm... okey, está bien. Me encargaré de esta habitación, la biblioteca; y tú encárgate de la cocina y el salón principal.
—Bien, desempaca mi ropa también.
—Vale.
Dejo a Juliet hacer su actividad mientras yo hago la mía. Acomodo los víveres que trajimos ayer, en la alacena los no perecibles, y los frescos como carne, verdura y fruta, en el refrigerador; limpio el salón y cuelgo los cuadros de nuestro matrimonio en el salón principal. Debo admitir que el fotógrafo es todo un profesional, porque sacó los mejores ángulos de Juliet, o quizás ella es muy fotogénica. "O simplemente soy bonita." Su voz resuena en mi cabeza; la veo diciéndome eso con su voz angelical fingida. Ella me está poseyendo. La despejo de mi mente con un movimiento de cabeza.
Termino con todo y subo a verla.
—Asunto terminado. —Señala toda la habitación.
Está repleta de sus cosas, la cómoda está llena de cosméticos: labiales, pinta ojos, polvos, perfumes, cremas, etc, etc. Corro a ver el armario, todo está lleno de su ropa; un pequeñísimo espacio ocupa la mía, igualmente con los zapatos.
—Eres egoísta —le recrimino.
—¿Yo?
—Sí, tú. Toda la habitación está llena de tus cosas.
—No es mi culpa que tengas poca ropa.
Tranquilidad Thiago, tranquilidad.
—Supongo que la biblioteca no está así, tengo más libros que tú.
—Ah, no, claro. —Se rasca la cabeza.
Bajo corriendo a ver la biblioteca y me quedo impactado con lo que mis ojos ven; está lleno de libros de literatura romántica.
—¿Perdona si te llamo amor? —Cojo un libro—. ¿Antes de ti?, ¿Buenos días princesa? ¿Esta noche dime que me quieres? ¡¿Qué es todo esto?! La estantería está repleta de libros románticos.
—Mis libros favoritos.
Continúo revisando los dichosos libros.
—¿Cincuenta sombras de grey? ¡Eres una total pervertida!
—¿Cuál es el problema? Son libros igual. No tengo el kamasutra.
—Seguro lo tienes descargado en tu celular.
—No, de verdad no.
Difícil de creer.
—Ah, pero ni creas que vas a poner en práctica todo tu conocimiento erótico conmigo.
—Ni en tus mejores sueños.
—Uff. —Me masajeo el entrecejo—. ¿Por qué pones todo esto en mi biblioteca?
—Nuestra biblioteca —enfatiza.
—De cualquier modo, ¿por qué no pones libros de psicología, economía? Qué sé yo.
—Esos libros aburridos los utilicé en la universidad, menos mal ya salí.
—¿Dónde están mis libros? —Busco por todos lados.
—Ahí. —Señala un pequeño espacio.
Me dirijo hasta ahí y los reviso.
—Esos no son todos, ¿dónde están los demás?
—Los boté, eran libros basura.
Siento como el fuego me recorre todo el cuerpo. Debe ser una broma, pero no, no de Juliet.
—¡¿Qué hiciste qué?! —Intento tranquilizarme y no ahorcarla.
—Descuida, puedes comprarte más libros.
No, no. Es mi esposa y no puedo convertirme en viudo tan joven.
No dejo de mirar la estantería y sin querer mi mirada se desvía a un libro en particular. Me acerco hasta el y lo tomo dubitativo.
—¿Fenris el elfo?
—¡Oh sí, es mi libro favorito, lo amo! ¡Es el mejor de crónicas de la torre! —Me quita el libro y lo abraza. Me recuerda a Jessy, también era su libro favorito.
Trago saliva y me doy la vuelta para abandonar la biblioteca.
—Ya será hora de almuerzo, ¿por qué no cocinas algo? —pregunto sin voltear la espalda.
—¿Yo?, ¿cocinar? Tú lo haces bien.
—Te toca a ti. —Me volteo para mirarla—. ¿O es que no sabes cocinar?
—¿Eh? —Se coge la oreja—. Sí ¿cómo crees que no?
—Bien, entonces la cocina es toda tuya.
Subo a la terraza y me siento en un enorme sillón.
—Jessy —musito melancólico—. ¿Cuándo va abandonarme tu recuerdo?
Tabaco y Chanel de Bacilos, suena en mi teléfono. Veo en la pantalla, se trata de Sandra.
—Sandra —saludo sonriente.
—Supe por tu madre que ayer volviste de tu luna de miel.
—Luna de hiel —puntualizo.
—Thiago... —Escucho su risa—. Es una chica bonita, ¿no te gusta nada?
—Absolutamente. No es para nada mi tipo.
—Ella tampoco era tu tipo —susurra.
Me quedo congelado. Sé a quien se refiere.
—Ella era especial.
—Quién sabe y tu esposa también es especial.
—Lo dudo mucho...
Me quedo conversando con Sandra hasta que mi querida esposa me llame a comer.
JULIET.
¡Qué haré, no se cocinar! No sé porque dije que si sabía. El Internet me puede ayudar, claro como no lo pensé antes. Busco recetas en mi amigo Google. Pollo a la naranja, pescado asado, cordero al horno, Ají de gallina... Eso haré, se ve interesante. Sigo las instrucciones al pie de la letra o al menos eso intento.
Pongo a cocer el pollo, la papa, los huevos y el arroz. Mientras, trituro las galletas de sal y le agrego leche. Finalmente hago el aderezo y le agrego el pollo deshilachado y el licuado de escabeche con las galletas y leche. Bah, no estuvo tan difícil, incluso podría poner un restaurante. Saco la loza, y en un plato pongo la lechuga, en un espacio el arroz y la papa, y sobre ella, la especie de ají, la mitad de un huevo cocido y una aceituna. En un vaso sirvo el refresco de sobre.
—La comida está lista. —Golpeo el plato con el tenedor.
Thiago entra al comedor y se sienta junto a la mesa.
—Al fin, muero de hambre.
—Servido. —Pongo el plato frente a él.
—¿Qué es esto? —Revuelve la comida con su cubierto.
—Ají de gallina.
—¿A este puré tipo mazamorra... ¿Llamas Ají de gallina?
—Pruébalo. No luce bien, pero puede que el sabor sea agradable.
—Espero que así sea. —Prueba un bocado y hace una mueca de asco.
—¿Tan mal está?
—Compruébalo por ti misma.
Pruebo un poco y ni siquiera puedo pasarlo, está saladísimo, y el pollo está crudo.
—De acuerdo no sé cocinar. —Me derrumbo en la mesa dramáticamente. Adiós a mi sueño de chef.
—Aún estás a tiempo de aprender.
—¿Me enseñarás? —Levanto la mirada esperanzada.
—Sí. Serás tú la que cocine cuando vaya a trabajar, así que debes aprender.
—Bien, manos a la obra.
Nos vamos a la cocina y Thiago se pone el delantal. Me enseña todos los pasos.
—La galleta debe remojarse en leche, por diez minutos, el pollo debe hervir en quince junto a apio, y si deseas le puedes agregar kion. Mientras, coces la papa. Licuas el escabeche junto a la galleta remojada, y un poco de queso.
—¿Ya?
—Luego calientas el aceite. —Agrega un tantito en la sartén—. Pásame la cebolla picada.
—Aquí tienes. —Le alcanzo la tabla de picar con la cebolla.
—La aderezas, hasta que tome una coloración amarilla, ¿lo ves? —Asiento—. Agregas el ajo, el queso, escabeche molido y estos condimentos. —Me enseña el comino y el ajinomoto—. Finalmente agregas el pollo deshilachado y el licuado.
—Ah ya, ¿y por qué se llama Ají de gallina si es de pollo?
—No lo sé.
Sirve el platillo, veo que le agrega más cosas. Huele muy bien. Lo acompaña con arroz, lechuga, huevo y aceituna. Doy el primer bocado, está demasiado rico.
—Delicioso. —Me relamo.
—Lo sé, todo lo hago bien, no hay nada que no sepa hacer.
Sus palabras resuenan en mi mente, me quedo observándolo, es como si aquellas palabras ya las hubiera escuchado antes. Posiblemente él las dijo en algún momento.
—Ególatra presumido —espeto.
—No me puedes culpar por mis habilidades.
—Hay algo que no puedes hacer mejor que yo.
—Qué.
—Pintar.
Iba a echar un bocado a su boca, pero se detiene repentinamente.
—No lo creo.
THIAGO.
Doy el último bocado y me siento satisfecho. Tuve que aprender a cocinar cuando fui a estudiar al extranjero. Vivir solo te enseña muchas cosas. Supervivencia.
Obligo a Juliet a lavar los platos, y a regañadientes lo hace. Después de comprobar que termine, la veo subir a la habitación mientras yo me quedo en el salón principal leyendo un libro.
Después me aburro y subo también a la habitación. Veo mi cepillo en la mesita de noche y recuerdo lavarme los dientes. Me dirijo al baño, la puerta está entreabierta, la abro más, y veo a Juliet sentada en el inodoro.
—¡Ah! —grita mientras cierra la puerta en mi cara.
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