2. Rayos y retruécanos
El de la foto se llama Hilenius Helderson Hitlarhant y es uno de los grandes hombres de nuestro tiempo. O por lo menos eso dice Ella. Sigo pensando que lo he visto antes, en algún sitio. ¿Dónde? A saber. A lo mejor lo he visto en la tele o en alguna de esas listas que recogen a los humanoides más ricos del país. O quizá sea ese viejo borracho putero estafador que suele bailar desnudo encima de una mesa en la Casa de las Mentiras.
Que conste que no se lo he pedido, pero Ella me cuenta la historia de este Gran Hombre con pelos y señales. Es tan fascinante e interactiva como un documental sobre estafilococos. Yo, como soy un buen vodkin y no me gusta dar mucho la chapa, os dejo un resumen por aquí abajo:
HHH fue un chaval normalucho y ramplón, que no pobre, que eligió vivir su propia aventura en un medio-ambiente desorganizado, rodeado de influjos, embrujos y verdades unilaterales. A los veintidós, creo, heredó varias estaciones de radio que terminó mal vendiendo para comprar un canal de televisión, el cual solo retransmite comedias situadas en un estanque de grasa carnosa que huele a sobaco y antiguas películas en blanco y negro que sus técnicos, hijos de la gran puta, pasaron a color.
Por si esta tropelía no fuera suficiente, HHH hizo una auténtica fortuna construyendo casas de dudosa calidad en terrenos que compró baratos gracias a la especulación y a los préstamos que obtuvo del banco y de varios amigos que creían en su sueño. Muchas de estas casas terminaron viniéndose abajo, un trágico accidente que se cobró docenas de víctimas mortales, pero HHH era y es un hombre asquerosamente rico y pudo tapar todo el asunto sin problemas.
La filantropía mal entendida hizo el resto.
Este pequeño bache no impidió que el Gran Hombre continuara con su resplandeciente carrera teatral, por supuesto. A principios de siglo, y mucho ha llovido desde entonces, se asoció con Worlother O'Dym, dueño de una famosa cadena de cines casi extinta, para crear Ensoñaciones O'Dym, una productora dedicada a la distribución de películas con mucho suspense, mucha intriga y mucho dolor de barriga.
—Espera, te voy a detener justo ahí. ¿Me estás diciendo que este señor tan bello y apolíneo es uno de los fundadores de Ensoñaciones O'Dym?
Que sé que sí, que lo ha dicho ya, pero esta revelación es tan impactante que necesito que me la repita.
—¿La conoces?—pregunta Ella.
La miro con estupor. ¡La boca dolorosamente entreabierta!
—¡Por supuesto! ¡Crecí viendo sus películas!
Y me doy una palmada en el muslo, de puro contento.
—¡Oh, Z'ogg mío! ¡Qué cantidad de bellos recuerdos me están viniendo a la mente!—Me cruzo de brazos y contemplo obnubilado el diminuto punto de luz que se aleja por el horizonte—. Recuerdo con sumo gusto aquellas tardes de domingo en el sofá, con una taza de chocolate caliente, sentado entre mi madre y alguno de mis hermanos...—Noto a la nostalgia, tan zalamera como suele ser, envolverme con su fuerte abrazo, a la tristeza llamando a mi puerta—. Sí—añado poco después, la voz tomada. ¡No salgáis, lágrimas, no salgáis!—. Éramos felices y no lo sabíamos...
¡Ay, mamá! Te echo tanto de menos.
—Sí, ya—me interrumpe Ella—. Claro. Ejem, ejem. ¿Podemos continuar?
Por supuesto, señora. Adelante, siga contándome su vida.
—Ya sé quién es el Gran Hombre y lo que no sé lo puedo encontrar... por ahí.—Canturreo entre dientes mientras finjo tomar notas en mi libreta invisible—. Solo me falta saber qué pinta usted en todo esto. ¿Cuál es su relación con Helanios?
—Hilenius.
—Lo que sea. ¿Eres su hija, su nieta? Demasiado joven para ser su esposa. Para ser su primera esposa, quiero decir.
Ella me fulmina con la mirada.
—Él y yo...
Agito la glándula que tengo justo detrás del ojo, animándola.
—¿Sí?
Se sonroja, pero finalmente dice:
—Somos amantes.
V-a-y-a. ¡Qué sorpresa! ¡Menudo giro de los acontecimientos! Eso no me lo esperaba.
En a-b-s-o-l-u-t-o.
No, de verdad que no.
—Amante, dice. Deduzco, pues, que el señor Hitlarhant está casado.
Apostaría hasta el dinero que no tengo a que HHH se ha casado varias veces. Y estoy seguro de que todos esos matrimonios han terminado regular. Y seguro que tú, pedazo de idiota, no eres su primera amante. Seguro que no eres la primera ni la última, en ninguna categoría, pero él, macho cabrío bregado en mil batallas, te ha hecho creer que sí, que tú eres la especial, la única, la definitiva, la número uno, que no hay ninguna como tú, y nadie más que tú. Y tú eres tan tonta, tan boba, tan rematadamente imbécil, que te la has tragado hasta el fondo.
En sentido literal y figurado.
Si es que ya me lo veo venir. He visto demasiadas telenovelas.
Por gusto, eh. Nadie me ha obligado a nada.
—Hilenius me ha dicho que se divorciará de su mujer en cuanto termine el evento deportivo que patrocina su empresa. Me lo ha prometido. Sí. De verdad que sí.
Llámame suspicaz, pero yo no me fiaría mucho de un hombre que se hizo aún más rico cometiendo un desfalco inmobiliario y arruinando el pináculo del cine ilirio, pero qué sabré yo: solo soy un detective privado en prácticas, no soy un experto en romances extemporáneos ni tengo un consultorio amoroso.
Aunque podría tenerlo, si quisiera. Mi madre, que Z'ogg la tenga en su santa gloria, siempre decía que yo podía hacer cualquier cosa que me propusiera, y ella no tenía ninguna razón para mentirme. Ninguna. Era famosa en todo Nefirion por su honestidad, por decir las cosas tal y como son, por mucho que a ti, sujeto hipotético, te escueza.
—Su futura exmujer también tiene un amante. Es algo... consensuado.
Entonces, ¿por qué puñetas va a divorciarse? Es un jaleo legal que podría ahorrarse, ¿no? A fin de cuentas, lo que pase de puertas para adentro es algo que solo concierne a la feliz pareja y a nadie más.
—Dos meses—insiste Ella—. En dos meses habrá terminado todo.
Resisto la tentación de llevarme las manos a la cabeza, porque nada de lo que dice tiene sentido. Pero decido callarme y procuro que mi rostro no muestre ninguna expresión. Porque no es mi problema. No es mi maldito problema. Yo solo quiero que me diga en qué consiste el trabajo, que ya va siendo hora de avanzar, de tirar hacia delante.
—¡Señora, este tiovivo ya ha dado demasiadas vueltas y mi paciencia tiene un límite! ¡Por favor! Cuénteme qué ha pasado y por qué necesita contratar los servicios de un T'wolderip.
Resulta que HHH ha desaparecido sin dejar rastro. Así, como te lo cuento. Ella, que es más rara que un perro con dos cabezas y tres culos, ha realizado algunas pesquisas, claro, pero no ha logrado dar con él.
La calamidad: lleva una semana sin recibir noticias del Gran Hombre. Lo último que supo de HHH es que vino desde Morpolis en barco.
—Es que le da miedo volar—aclara Ella, tan pizpireta.
Y a mí qué me importa.
—¿Sabe el nombre?
—¿Del barco?
—No, de mi primo el cocinero.
—El A. S. S. Wottaburguer, si no recuerdo mal.
—Qué curioso, se llama igual que la ciudad aquella que fue bombardeada en la Rebelión de Kilgor. Qué guay, qué emocionante. Y qué educativo, para que luego digan que con estas historias no se aprende nada.
Cojo una de las hojas que hay repartidas por el escritorio y apunto el nombre, no vaya ser que se me olvide.
—Bien, continúe.
—Pues hablé con Hilethos y...
—Hilenius. ¡Señora, céntrese!
—Perdón, son los nervios. Como iba diciendo, hablé con Hilenius poco antes de que embarcara. Habíamos acordado encontrarnos aquí y pasar el fin de semana juntos.—Una mirada coqueta, caramelizada—. Ya sabe, amándonos...
Me cuesta, pero consigo esquivar la náusea y el subsiguiente chorro de vómito.
—Y eso fue lo último que supe de mi cariñito, de mi algodón de azúcar y miel rebañado en cabello de ángel y lágrimas de ninfa...
¡Oh, Z'ogg, déspota malvado! ¿Por qué te empeñas en ponérmelo tan difícil? Soy un vodkin devoto y leal, o por lo menos lo intento; de verdad, señor, no entiendo esta inquina.
—Llamé a su casa e intenté hablar con él, pero me dijeron que no estaba y que no se le esperaba.
Le paso la hoja donde estoy tomando mis notas.
—Apúnteme la dirección de la casa que ha mencionado y su número de contacto. Muy bien—digo cuando termina de escribir—. Hoy mismo empiezo con su caso.—Hago las pose del héroe. Con las dos manos. ¡Que se note que tengo pulgares oponibles!—. Le garantizo resultados en menos de cuarenta y ocho horas. Sí, muy pronto averiguaré toda la verdad.
—Espero que esté bien. Sin Hilenius mi vida no tiene sentido.
Y con él tampoco. Seamos coherentes, señora.
—Seguro que está perfectamente. Seguro que muy pronto se reúne con su futuro marido y son felices por siempre y para siempre.
—¿Está seguro, pero seguro de verdad?
—Tan seguro estoy que me apostaría un brazo.
Uno que no sea mío.
—Bien, señora, ya solo nos queda un asunto por resolver.
—¿Cuál?
—Mis honorarios.
—¡Dinero, dinero! Eso es lo único que les importa a todos ustedes. ¿Qué hay del amor?
Le brindo mi mejor sonrisa porque sé que lo está pasando regular.
—El amor no paga a traidores.
—¿Qué?
—Quiero decir que el amor no me pagará el alquiler.
No funciona. Créanme, lo he probado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro