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1. Bajo una luna de hormigón

Viernes, medianoche. Hundo las manos en los bolsillos de mi pantalón de cachemir y contemplo con añoranza la fina capa de lluvia que cae sobre Los Sepulcros, el mundo fulgurante de piedra y metales que se extiende más allá de la ventana, los mil y un rascacielos cuyo peso amenaza con romper la tierra. La calima púrpura y los zarcillos empujados por el viento salobre. Noto ese frío húmedo tan propio de la costa oeste belganita escurriéndose entre mis huesos y bailando el cancán. Con notable gracia e infinita energía. Mi costillar es una cítara, una tierra gélida y abandonada, una lámpara pintada con un soberbio maquillaje ambarino que se resiste a morir.

Es un día desapacible y brumoso y no conviene andar al raso, pero ojalá tuviera una razón para estar ahí fuera, zascandileando, con la verdad por delante, pateando las calles de esta oscura y mohosa ciénaga en busca de algún crimen sin resolver que necesite de mi acertado consejo. Y es que el tiempo apremia de veras, pues solo falta una semana para que venza el contrato de alquiler y Papá me ha dicho que no piensa seguir cubriendo mis gastos. Ya es hora, dijo, de que aprenda a valerme por mí mismo. Signifique lo que signifique eso, porque confieso que muy claro no me ha quedado.

El problema es que no tengo ni idea de cómo conseguir más clientes. Venga, señores, ¿acaso nadie necesita un detective privado con la licencia aún por estrenar? Llevo cualquier tipo de caso, incluso los de divorcio. Por favor, una ayudita, que estoy desesperado y solo, muy triste, y el único que se preocupa por mis vicisitudes y entresijos es el gato.

Me arrodillo junto a él y lo acaricio con suavidad. Hundo la cara en su pelito canoso y aspiro su aroma. Huele un poquito a rancio, creo, a polvo y a tienda de antigüedades, pero a mí me gusta su olor. Me ayuda a evocar épocas mejores, más propicias.

Recuerdo con entusiasmo aquel verano que compartimos, a la orilla del lago. Recuerdo las truchas que pescamos. Cómo se retorcían en mis manos. Recuerdo su lomo musculoso, broncíneo bajo la luz del sol. El olor del musgo. Recuerdo que me tumbé en la parte más baja de aquel embarcadero ruinoso y medio sumergido para que el agua me mojara los pies. Tú te tumbaste a mi lado y ronroneaste, tal y como estás ronroneando ahora.

Ay, te quiero tanto... Mi fiel escudero, mi camarada.

Mi compañero.

—Te quiero, Willy. Nunca dudes de mi amor por ti. Tú y yo siempre estaremos juntos. Siempre, siempre, siempre. Hasta el Fin de los Días, y Más Allá.

Le hago unas carantoñas para hacerle entender que me gusta y Willy frota su morro contra su mano para hacerme entender que yo le gusto a él.

Permanezco en esa posición durante un par de horas, hasta que:

—¿Es usted T'wolderip, el detective?—pregunta una voz aterciopelada.

—¿Sí?

—Soy Elsbeth Kumming. Me envía Garlock.

¿Quién?

—Oh.

—Si está ocupado, puedo volver en otro momento.

Su voz de terciopelo transmite recelo y sospecha. Actúa como si se sintiera incómoda. Bueno, no es la única que se siente así. Yo tampoco soy muy sociable. Con la gente que no conozco me cuesta, me cuesta mucho. Suelo pensar que no merece la pena el esfuerzo.

Y suelo tener razón.

—¿Qué le ocurre, señora Kumming?—Me pongo en pie. Me doy la vuelta y la observo con frialdad—. ¿Acaso es usted alérgica a las almas sensibles que aman a sus mascotas?

—N-no.

—Entonces siéntese y dígame qué puedo hacer por usted.

Ella se sienta y cruza las piernas. Tan alto como es posible. Sujeta el bolso como si temiera que alguien fuera a quitárselo.

—Estoy buscando a un... hombre.

—Yo soy... bueno, un hombre no, pero soy un macho, que para el caso es lo mismo. Tengo todo lo que se necesita para follar. No habría descendencia, pero sí mucho amor.

—Lo siento, no me interesa. Yo solo quiero a mi hombre.

Mira, me da igual. Me importa tres pepinos. Ella tampoco es mi tipo. Demasiado flaca. Demasiado alta. Demasiado fría. Su cuerpo es completamente liso, sin un solo pliegue, y su forma de vestir, tan sobria y correcta, no me suscita ni un solo pensamiento impuro.

¿Podría hacerlo? Sí. Qué duda cabe. Ahora bien, ¿lo disfrutaría?

...

Pues probablemente sí. Para qué nos vamos a engañar. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez...

—Oiga, ¿seguro que está bien? Lo noto un poco alterado.

—Estoy pasando por una mala racha.—Me froto las manos—. Nada que no se arregle con un poco de trabajo detectivesco.

Ella me observa. Con qué fijeza. Sus pupilas son tan pequeñas que parecen dos agujas de pino. Ojos túrbidos por la tempestad que asola su linda cabecita. Tiene el alma herida y el ceño fruncido. Una pequeña arruga cincelada entre sus gruesas cejas con forma de esparadrapo de tela.

—Usted no es como me lo describieron—dice Ella tras un largo y angustioso silencio—. Garlock me habló de un detective de gran renombre y mayor experiencia, pero usted... Usted es prácticamente un mochuelo. Sin ánimo de ofender.

Y allá vamos otra vez...

—Uno de los dos ha debido confundirme con mi señor padre. T'wolderip I, o Senior, es el legendario detective asesor con más de mil casos a sus espaldas que siempre da en el blanco. Yo soy T'wolderip II, o Junior, si lo prefiere—añado a regañadientes.

—¿Y eso en qué posición le deja a usted?

Hago un esfuerzo, supino, por no poner los ojos en blanco.

—Señora, acabo de decírselo. ¿No me está escuchando? Yo soy el heredero. La nueva generación, que será más amplia y mejor. Dicen que las segundas partes nunca son buenas, pero aquí estoy yo para demostrarles que se equivocan.

—Entonces, ¿usted y el padre de usted se llaman igual?

Le está costando, ¿eh?

—Efectivamente. Somos los dos únicos seres de todo el globo que comparten nombre y oficio. Qué curioso, ¿no?—Me acaricio la papada, pensativo—. Es extraño que a nadie más se le haya ocurrido...

Ella agarra su bolso con más fuerza.

—No contaba con esto, Junior. Estoy... descorazonada.

Hago una mueca muy fea al oír cómo me llama, pero decido continuar por la vía diplomática. Mis habichuelas dependen de mi capacidad para resistir a los submongólicos envites de esta señora.

—Es normal que esté decepcionada. Suelo provocar ese efecto. Y si quiere irse, adelante, no se lo tendré en cuenta. Sin rencores. Pero, y esto que quede entre nosotros, dudo mucho que Papá acceda a hablar con usted. Ese viejo misógino está casi retirado y es un alcahuete, por no mencionar que odia a los de su especie.

Me abstuve de comentar que a mí tampoco me caían muy bien los seres humanos.

Ni los yapp ni los kurlls, ya puestos. De los n'vari no puedo decir nada porque nunca me he cruzado con uno, pero seguro que son unos hijos de puta.

Y si no lo son, ya me disculparé.

—Como iba diciendo, es poco probable que Papá acepte llevar su caso. En cambio, yo, y en esto no le mentiré, no tengo nada mejor que hacer y me urge el dinero, por lo que mi compromiso con usted sería total y absoluto. Y no solo eso, le garantizo resultados en un par de días. Palabra de piel verde tirando a gris.

Ella se lo piensa durante unos minutos. Luego dice:

—Está bien, Junior. Probaremos a su manera. Confiaré en usted.

Por ahora. No lo dice, pero las palabras se quedan flotando en el aire, entre nosotros.

Ella abre el bolso. De su interior saca una fotografía del tamaño de mi mano. Con cierto melindre, como si le costara desprenderse de ella, me la pasa para que la vea.

Este debe ser el hombre que ha mencionado antes, pienso. Maldita sea, me suena de algo. De qué, no lo sé. Mi memoria no ofrece más información, ni consuelo. ¿Es uno de esos payasos que subsisten contando sus intimidades en platós rebañados en salmuera? Hum, podría serlo. Da el perfil. La palidez mortuoria de su piel podría indicar la ausencia de alma y la falta de conciencia y escrúpulos, pero no es una prueba excluyente. Tiene pinta de asesino en serie, de fabricar lámparas reciclando seres humanos. Y los ojos... Esos ojos tan alucinados, tan desorbitados, tan cocidos, tan de loco asilvestrado, podrían gobernar mis pesadillas durante semanas.

—Bueno, usted dirá. Dígame quién es y por qué lo busca.

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