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Final

Cuando la noche siguiente dejé los documentos frente a él, me miró confuso.

— ¿Qué es esto? —preguntó.

Le di un bolígrafo, recogí mis propios documentos, y me senté al otro lado de la mesa.

— Quiero que los dos volvamos a hacer las listas.

— ¿Los dos? —sonrió con diversión en los ojos— ¿Por qué? ¿Es que habrá cambios en la tuya?

Yo le devolví la sonrisa.

— ¿En la mía? No muchos, pero creo que es posible que en la tuya sí. Por lo menos en una o dos cosas.

Minnie tomó el bolígrafo y rellenó el encabezado.

— Ahora ya puedo poner que he experimentado alguna cosa más.

Yo marqué las primeras cosas de mi lista.

— Supongo que sí.

— Aun así, estás soñando si crees que alguna vez voy a querer experimentar la privación sexual por largos períodos de tiempo.

Me reí.

— Tú limítate a rellenar la lista.

Durante los minutos siguientes, sólo se oyó el sonido de nuestros bolígrafos garabateando sobre el papel.

— ¿Sabes? —dijo— Creo que no especificaste que los besos fueran un límite infranqueable para ti.

Maldición.

Pensaba que ya habíamos hablado de eso.

Fingí que no le había oído.

— ¿Hum?

— Si hubiera echado un vistazo a tu lista después de que me pusieras el collar, tendrías que haberme explicado unas cuantas cosas.

Le miré a los ojos para que supiera que le estaba diciendo la verdad.

— Si me lo hubieras cuestionado todo, te habría tenido que dar bastantes explicaciones.

— Tú eres el Dominante, yo no debo pedirte explicaciones.

Dejé el bolígrafo y la cogí de la mano para que supiera lo mucho que significaba aquello para mí.

— Me equivoqué, Minnie. Y sí que debes pedirme explicaciones. ¿Por qué crees que te dije que hablaras con libertad siempre que estuvieras sentado a la mesa de la cocina? ¿Por qué crees que te di la biblioteca? En el futuro, por favor, cuando estés en esos sitios, dime lo que sientes, ¿de
acuerdo?

Él abrió los ojos, comprensivo.

— Quiero saberlo. Necesito saberlo. Nunca conseguiremos que esto funcione si no hablamos.

Me acarició el nudillo con el pulgar.

— Está bien —accedió, pero yo sabía que teníamos muchas más cosas de las que hablar.

— Acabemos con las listas y hablemos un poco más.

Acabé de rellenar mi lista bastante rápido y observé cómo él terminaba la suya.

De vez en cuando, se mordía el labio inferior, empezaba a marcar algo y luego golpeaba el bolígrafo contra la mesa antes de tomar la decisión.

«Tiene muy poca experiencia. Puedes volver a echarlo todo a perder.»

— Vale —dijo al fin— Ya estoy.

Intercambiamos las listas y yo leí la suya comparándola mentalmente con la que había rellenado la primera vez.

Algunos de sus límites habían cambiado y otros no.

Levanté la vista y le vi deslizando un dedo por mi lista, probablemente intentando compararla con la suya.

— ¿Tienes alguna pregunta? —inquirí.

— No sé ni por dónde empezar.

— ¿Empiezo yo primero? —le pregunté y cuando asintió, proseguí— Tienes que saber que nunca violaré tus límites infranqueables, y que no estoy intentando cambiarlos, pero tengo que preguntarte una cosa: ¿Qué problema tienes con las varas?

— ¿Me lo preguntas porque tú has puesto que te gusta mucho? —quiso saber, mirando mi lista.

— Sí y porque quiero entender por qué has marcado las varas como límite infranqueable cuando has marcado tan pocas cosas en ese sentido.

— Una vez leí un artículo sobre un caso que ocurrió en Singapur. ¿Sabes que allí azotan a la gente con varas? —prosiguió, sin esperar a que yo respondiera— Sirven para castigar. Suena aterrador. Te hacen sangrar y dejan cicatrices.

Yo me lo quedé mirando fijamente, bastante confuso.

— ¿Crees que yo te azotaría hasta que sangraras, que te dejaría cicatrices y disfrutaría de ello?

— No —negó con la cabeza— Es sólo que... No quería probarlo.

— ¿No querías? —le pregunté, recuperando ese pretérito que había utilizado.

— Primero tengo que saber más cosas sobre el tema.

— Está bien. De momento lo dejaremos como límite infranqueable. A ver si conseguimos encontrar la forma de enseñarte más.

Joder.

Me sorprendió mucho que él pensara que podía tratarlo de ese modo.

Tenía que encontrar una forma de introducirlo en el mundo de las varas para que no le resultaran tan aterradoras.

— ¿Asfixia erótica? —preguntó, mirando mi lista— ¿Es un límite infranqueable?

— Sí. Siempre lo ha sido para mí. Y lo seguirá siendo.

A pesar de que mis límites infranqueables habían ido cambiando con el paso de los años, eso de controlar la habilidad de respirar de otra persona, o asfixiarla, era algo que nunca haría.

— Sólo me preguntaba cómo sería.

— Es demasiado peligroso. No me siento cómodo haciendo esas cosas.

Pero había más y aquél era el momento perfecto para hablar y demostrarle mi nueva sinceridad.

— Ki Hyun quiso probarlo una vez, así que leí sobre el tema, hablé con un par de Dominantes e incluso llegué a presenciar una escena en una ocasión —le miré a los ojos— Pero yo conozco mis límites. Sencillamente no podría... No puedo correr esa clase de riesgos. Lo siento, Minnie.

Él se encogió de hombros.

— No pasa nada.

— Sí que pasa —respondí— Después de mi fracaso con Chae Rin...

— Espera un momento —levantó una mano— ¿Qué tiene que ver esto con tu ruptura con Chae Rin?

— Le fallé. No pude darle lo que necesitaba.

— Mírame, Yoongi —dijo, mirándome fijamente— Tú no le fallaste a Chae Rin. ¿Por qué crees que fue culpa tuya? Es cierto, tú no podías ser lo que ella quería, pero ella tampoco podía ser lo que tú necesitabas.

— Quizá si me hubiera esforzado más...

— Hoy serían los dos muy desgraciados —acabó por mí la frase, y aquella mirada traviesa tan suya regresó a sus ojos— ¿Y qué habría pasado conmigo?

Esbocé una media sonrisa.

— Sí, ¿qué habría pasado?

— No quiero seguir hablando de Chae Rin —le advertí, recogiendo los papeles para ordenarlos— ¿Por dónde íbamos? —volvió a mirar la lista— Ah, sí, la asfixia erótica. No ocurrirá jamás. ¿Tienes alguna pregunta más sobre mi lista?

Comentamos algunas cosas, no tanto para cambiarlas como para acabar de comprender mejor el motivo por el que cada cual había marcado según qué.

Yo le expliqué el porqué de mis límites infranqueables y él me dijo cosas que quería probar.

Aún teníamos mucho de que hablar, pero después de repasar las listas, le recogí en brazos y me lo llevé al salón a ver una película.

Fue raro.

Fue extraño.

Fue genial.

[ ☦ ]

La noche siguiente, nos volvimos a reunir en la mesa para discutir sobre el cuándo y el cómo de nuestra relación.

Empecé diciéndole que no tenía ningún interés en que fuera mi sumiso los siete días de la semana, porque tenía las mismas ganas de que fuera mi amante.

— ¿Podemos volver a lo de los fines de semana? —preguntó.

Eso era precisamente lo  que yo quería intentar y me sentí aliviado de que fuera él quien lo sugiriera.

— Creo que es una gran idea.

— Y durante la semana seremos Yoongi y Minnie.

— Me gusta, pero no será fácil dejar de ser Yoongi y Minnie para pasar a ser Dominante y sumiso.

A principios de aquella semana, había hablado con Chan Yeol para que me contara cómo lo hacían Baek Hyun y él.

— Creo que lo mejor sería establecer horarios para empezar y acabar, y rituales para cuando te ponga y te quite el collar.

— ¿Ponerme y quitarme el collar? ¿Por qué me quieres quitar el collar?

— Porque durante la semana sólo seremos nosotros —contesté, repitiendo sus palabras— Podría ponerte el collar cada viernes, pongamos a las seis, y quitártelo los domingos a las tres.

— Antes lo llevaba cada día.

— Pero las cosas han cambiado.

— Y eso no lo discuto, pero si lo llevo cada día, siempre podré recordar la conexión especial que hay entre nosotros.

Sus palabras me llegaron al corazón, pero no era buena idea que llevara el collar toda la semana.

Yo ya había visto cómo actuaba Minnie cuando lo llevaba y no quería que siempre tuviera esa actitud.

Bajé un poco la voz.

— Entiendo que quieras llevar mi collar cada día, pero, ¿aceptarías un consejo de alguien con más experiencia?

Arqueó una ceja.

— ¿Vas a utilizar la carta de la experiencia muy a menudo?

Reprimí una carcajada.

¿Llevaba más de diez años siendo un Dominante y él quería saber si iba a utilizar muy a menudo la carta de la experiencia?

— Sí —le respondí.

Suspiró y se dejó caer sobre el respaldo de la silla.

— Minnie, escúchame. Tanto si quieres admitirlo como si no, ese collar te pone en un estado de ánimo muy concreto y yo no quiero que te sientas de esa forma durante la semana.

Antes sí lo quería, pero ya no.

Esa vez no.

— Si te pregunto si prefieres guisantes o zanahorias para cenar la noche de un martes, quiero que la respuesta proceda de Minnie, mi amante, y no de Jimin, mi sumiso.

— Ya lo sé, pero...

Lo había entendido.

Pude verlo en sus ojos.

— No voy a imponerte ningún plan alimenticio, ni rutinas de ejercicios, horas de sueño o...

— Gracias a Dios, porque si insistieras en que durmiera ocho horas cada día, limitarías mucho nuestras actividades semanales.

Pues sí, así era, y ya había planeado un montón de «actividades» para la semana.

— Sí, estoy de acuerdo —contesté— Pero volviendo a lo que estaba diciendo: Si yo quiero practicar sexo un miércoles y tú no estás de humor, quiero que te sientas libre de decírmelo. El collar te limitaría —negué con la cabeza— Aunque creas que no.

— Está bien, sólo lo llevaré los fines de semana —se inclinó hacia delante— Ahora cuéntame, ¿qué era eso que decías sobre los rituales?

Le expliqué que los rituales podían ayudarnos a los dos a adoptar el estado de ánimo que necesitábamos los viernes por la noche y cómo también contribuirían a suavizar la transición a la rutina de la semana los domingos por la tarde.

Chan Yeol me había explicado que si lo repetíamos las veces suficientes, al final los dos lo reconoceríamos como una señal a la que debíamos responder.

— ¿Estás seguro de que quieres jugar todo el fin de semana? —le pregunté, cuando nos pusimos de acuerdo en los horarios y los rituales.

Quería ofrecerle las máximas opciones posibles.

— Lo digo porque también podríamos representar alguna escena de vez en cuando. Así no tendrías por qué estar a mi servicio todo el tiempo.

— ¿Te refieres a lo de cocinar y esperarte?

— Exacto. Si no quieres hacerlo...

Lo intentaría.

Sería completamente distinto a lo que había hecho con los demás sumisos, pero lo intentaría.

Por él.

— No sé —dijo— Me gusta bastante hacer cosas por ti. En realidad, resulta bastante excitante.

Sus palabras me la pusieron dura.

— ¿Ah, sí?

— Mhm —respondió.

Pues estaba decidido.

Si a Minnie le gustaba, lo haríamos de esa forma.

Y si además le excitaba...

Pensé que tenía que darle vueltas a cómo utilizar ese nuevo descubrimiento.

Pero más adelante.

Aquella noche aún teníamos cosas de que hablar.

— Tenemos que decidir las palabras de seguridad —propuse— Yo siempre he utilizado «amarillo» y «rojo», y creo que son buenas opciones para ti. Cuando...

— ¿Dos? ¿Me vas a dar dos palabras de seguridad?

— Es un sistema muy común.

— Pero la otra vez...

— Ya te expliqué que cometí un error, Minnie. No quiero que te vuelvas a marchar.

Me tomó de la mano.

— No pienso hacerlo. Lo único que ocurre es que no sé por qué debo tener dos palabras de seguridad.

— Porque vamos a explorar tus límites —le expliqué, recordando las cosas que había dicho que quería probar— Si dices «amarillo» sabré que te estoy presionando aunque seguiré. Pero si dices «rojo» la escena se detendrá automáticamente.

— Pero ninguno de tus sumisos ha utilizado su palabra de seguridad... —comentó.

— Ahora sí —le besé la mano— Y quiero que te sientas completamente libre y seguro siempre que estés conmigo. Incluso cuando te esté presionando.

— Amarillo y rojo —reflexionó un momento— Como un semáforo.

— Exacto —dije— Y como estaré explorando tus límites, las palabras de seguridad también me ayudarán a mí.

— ¿A ti?

— Sabiendo que dirás «amarillo» si quieres que afloje un poco, podré presionarte más —le aclaré— Tú confías en mí y, a cambio, yo debo confiar en que utilizarás tus palabras de seguridad si te presiono demasiado, voy demasiado deprisa o llego demasiado lejos. Eso me dará tranquilidad.

— Nunca pensé que tú necesitaras sentirte seguro.

— Ya lo sé. Esta vez quiero hacer bien las cosas.

Guardé silencio un momento, porque sabía que había algo más.

— También me equivoqué cuando te castigué.

Minnie me miró sorprendido.

— No por el castigo en sí, sino por no cuidar de ti después de hacerlo.

— ¿Cuidar de mí?

— Aquella noche debería haberte ido a buscar a tu habitación. Hablar contigo. Tendría que haberte abrazado. Haberme asegurado de que estabas bien. Debería haber examinado tu piel y haberte pedido que te sentaras por la mañana en lugar de haber esperado al mediodía.

Varias cosas.

— Oh.

— Estaba tan absorto en mis propios sentimientos que no te dediqué la atención que merecías —le miré a los ojos— No volverá a ocurrir.

Él no dijo nada.

— Si alguna vez te tengo que volver a castigar... Cuando tenga que volver a castigarte —me corregí.

Era inevitable.

Sucedería.

— Quiero que comprendas que será distinto.

Hablamos un poco más acerca de esos cuidados posteriores y de lo que debía esperar de mí.

Luego repasamos la clase de cosas que supondrían un castigo y las distintas sanciones que le impondría.

Cuando ya no tuvo más preguntas, puse fin a la conversación por otra noche y sacamos a Apolo a dar un paseo.

Le enseñé a Minnie los cerezos y le señalé los lugares en los que pronto aparecerían las flores nuevas.

Mientras caminábamos, busqué su mano y entrelazamos los dedos.

[ ☦ ]

El teléfono de mi escritorio emitió un suave pitido doble.

— ¿Sí, Shan? —miré el reloj y sonreí.

Las cinco y cuarenta y cinco.

Debería haber supuesto que llegaría pronto.

— El joven Park está aquí, señor.

— Gracias. Hazle pasar a las seis y cinco. Cuando entre, ya te puedes ir.

— Sí, señor —dijo y colgó.

Era viernes por la noche.

Minnie me había dicho que quería reenviarle su solicitud al señor Han y volver a mi despacho para que lo entrevistara.

Yo pensé que era una locura y le dije que no, pero él insistió.

Después de mucho discutir, comprendí su punto de vista:

De esa forma lo haríamos todo más oficial y Han sabía que no debía cuestionar mis órdenes.

— ¿Quiere que le reenvíe sólo la solicitud de Park Jimin? —me preguntó— ¿Sólo ésa?

— Exacto. Sólo la suya.

— Tengo una nueva. Parece prometedora. Ha preguntado por usted.

— No me interesa. Llámela, por favor, y dígale que no estoy disponible. De forma indefinida. Y dígale lo mismo a cualquiera que pregunte.

Minnie me había pedido que le pusiera el collar aquel fin de semana.

Hablamos en detalle del orden en que haríamos las cosas.

Yo le dije que no había ninguna prisa, incluso se lo pregunté aquella misma mañana en la ducha, pero él insistió.

Me volví a mirar el reloj.

Cuando faltaban tres minutos para las seis, me senté frente al ordenador y empecé a teclear:

«Maldito bastardo con suerte»

La puerta se abrió y se cerró.

Jimin.

Chan Yeol me dijo que me resultaría más fácil meterme en el papel si pensaba en él como Jimin durante los fines de semana, dio unos pasos y se detuvo justo en medio del despacho.

Levanté la vista y le miré:

Tenía la cabeza gacha y los brazos a ambos lados del cuerpo.

«No sé qué has hecho para merecer tener esta maravillosa criatura en tu vida», tecleé.

«Maldito bastardo con suerte.»

«Ha vuelto a tu despacho y te ha dado una segunda oportunidad para que seas su Dominante.»

«Te quiere a pesar de que lo jodiste.»

«Te quiere y punto.»

«Maldito bastardo con suerte.»

«De todos los malditos bastardos con suerte, tú, Min, eres el maldito bastardo más afortunado de todos.»

«Ahora ve a darle lo que los dos quieren.»

Dejé de teclear.

— Park Jimin.

No se movió.

No me respondió.

Me alejé del escritorio y me puse detrás de él.

Me detuve un segundo y le olí.

Delicioso.

Le tomé del pelo con la mano y me lo enrosqué en el puño.

— La última vez fui suave contigo —dije, porque era la pura verdad y él lo sabía.

También sabía que en esa ocasión no se lo pondría tan fácil.

Le tiré del pelo y Minnie se esforzó por mantener la cabeza agachada.

Excelente.

Todavía no le había dado permiso para que me mirara.

— Una vez me dijiste que podías soportar todo lo que te hiciera físicamente. ¿Te acuerdas?

Él no me contestó, tampoco le había dado permiso para hacerlo.

Le di otro tirón del pelo.

— Voy a poner a prueba esa teoría, Jimin. Ya veremos cuánto eres capaz de soportar.

Le solté el pelo y me coloqué delante de él.

— Te voy a entrenar. Te entrenaré para que satisfagas todas mis necesidades, deseos y caprichos. De ahora en adelante, cuando yo te ordene algo, espero que me obedezcas inmediatamente sin replicar. Cualquier duda, cualquier ceja arqueada o desobediencia tendrá consecuencias inmediatas. ¿Está claro?

Seguía sin responder.

— Mírame y contesta —dije— ¿Lo entiendes?

Levantó la cabeza y me miró a los ojos.

— Sí, Amo.

¿«Sí, Amo»?

¿Me había llamado Amo antes de que le pusiera el collar?

Chasqueé la lengua.

Sabía que se equivocaría.

Incluso lo esperaba.

Pero no que sucediera en mi despacho.

— Creía que habías aprendido esa lección la última vez.

Parecía completamente confuso.

— ¿Cómo debes dirigirte a mí antes de que te ponga el collar? —le pregunté.

— Sí, Señor.

— La última vez pasé por alto ese error —señalé, caminando hacia mi escritorio.

¿Podría hacerlo?

— Pero como ya te he dicho, esta vez no voy a ser tan tolerante.

Tenía que hacerlo.

Debía demostrarle que hablaba en serio cuando le advertía que esa vez no pensaba ser tan suave con él.

— Levántate la falda y apoya las manos en mi escritorio —le ordené.

Mi castigo por emplear una forma de trato incorrecta variaba en función del tipo de transgresión y de cómo ocurriera, pero aún no había decidido qué haría si no utilizaba el nombre adecuado antes de que le pusiera el collar.

— Tres azotes —decidí, mientras se colocaba en posición— Cuenta.

Mi primer azote aterrizó en la parte carnosa de su nalga derecha.

— Uno.

El segundo, en la nalga izquierda.

— Dos.

Mis golpes fueron lo bastante fuertes como para sonrosarle el trasero, él tenía que notarlo, pero no lo bastante fuertes como para dejarle marcas duraderas.

El tercero aterrizó en el centro.

— Tres.

Y se acabó.

Me sentía mucho mejor.

Todo saldría bien.

Le acaricié con suavidad, advirtiendo que no esbozaba ninguna mueca de dolor ni se apartaba de mis manos.

Luego le bajé la falda.

— Vuelve donde estabas.

Jimin caminó con elegancia hasta el mismo punto que había elegido, justo en medio de mi despacho.

— ¿Recuerdas tus palabras de seguridad? —le pregunté.

— Sí, Señor. Recuerdo mis palabras de seguridad.

— Bien.

Abrí un cajón, saqué el estuche y recogí el collar.

— ¿Estás preparado, Jimin?

Esbozó una sonrisa que le iluminó la cara.

— Sí, Señor.

Me puse delante de él con el collar en la mano.

— Arrodíllate.

Cuando lo hizo, yo le coloqué el collar alrededor del cuello.

Mío.

— Te lo pondré cada viernes a las seis —dije, repitiendo lo que habíamos acordado— y te lo quitaré los domingos a las tres.

Le quedaba tan bien ese collar...

Era el momento de que me diera placer oral, ése era el siguiente paso del ritual que habíamos acordado, pero antes tenía que hacer una cosa.

— Levántate —le ordené.

Él se puso en pie y me obedeció, a pesar de que yo sabía que no entendía lo que estaba haciendo.

Cada una de las veces que le había puesto mi collar me habían abrumado los sentimientos de posesividad.

La alegría de verlo con él puesto, el poderoso instinto animal que se desataba en mi interior, era asombroso.

Siempre había querido besarle.

— Estás precioso con mi collar.

Y esa vez lo haría.

Le levanté la barbilla y lo atraje hacia mí pegando sus labios a los míos.

Le demostré con un beso lo mucho que me afectaba.

Cómo me provocaba verlo con aquel collar.

Al principio se mostró vacilante, pero luego respondió a mi deseo.

Al rato dejé de besarle y le apreté los hombros.

— Arrodíllate otra vez.

Volvió a hacerlo y se humedeció los labios.

— Por favor, Amo, ¿me la puedo meter en la boca? —preguntó, tal como habíamos acordado.

Yo le pondría mi collar, pero a cambio, me pediría permiso para darme placer.

— Sí.

Cerré los ojos mientras me desabrochaba y me bajaba la cremallera de los pantalones.

Aquellas últimas semanas me había practicado sexo oral, pero siempre había sido en la cama y nunca de rodillas.

Yo quería reservar eso para cuando le pusiera el collar.

Le agarré el pelo con ambas manos y cuando intentó meterse mi polla en la boca poco a poco, me interné de golpe.

Le demostré que yo era quien tenía el control.

Que me pertenecía.

Todo él.

Y que utilizaría su boca como mejor me pareciera.

Porque ése era el regalo que me estaba ofreciendo.

Y ése era el regalo que yo aceptaba.

Me moví dentro y fuera de su boca y él me dio placer deslizando la lengua por mi longitud, chupándome con fuerza.

Alcancé el fondo de su garganta y aún así me acogió entero, utilizando los dientes, tal como sabía que me gustaba.

— Joder —gemí.

Lo agarré del pelo con más fuerza y embestí con más intensidad.

Qué bien me hacía sentir.

Se me contrajeron los testículos y supe que no aguantaría mucho más.

Entonces Minnie se dio cuenta de que estaba cerca y se agarró a mis muslos, esperando lo que estaba a punto de llegar.

Yo metí la polla hasta el fondo y gemí de nuevo mientras le llenaba la boca.

Él tragó, absorbiéndome más adentro al hacerlo.

Luego salí de su boca y le solté el pelo.

Le pasé las manos por la cabeza y le acaricié el cuero cabelludo con la esperanza de aliviarle el dolor.

— Abróchame los pantalones, Jimin.

Cuando obedeció y tuve la ropa bien puesta, le dije que se levantara.

Lo agarré de la barbilla y le levanté la cara para que me mirara.

— Esta noche voy a ser duro contigo. Te voy a llevar al límite del placer y te dejaré esperando. No te correrás hasta que yo te dé permiso, y no seré generoso con mis permisos. ¿Lo entiendes? Contéstame.

Él permaneció en silencio.

— Contéstame.

El deseo le oscureció los ojos.

— Sí, Amo.

Muy bien.

— Llegaré a casa dentro de una hora. Quiero que me esperes desnudo en el cuarto de juegos.

Continuará...

[ ☦🍷☦ ]
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¡Gracias por leer!
Nos vemos en el próximo libro¡!
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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