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☦ 3 ☦

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Yo nunca fui boy scout, pero siempre estuve completamente de acuerdo con su lema de que hay que estar preparado.

La preparación era, en gran parte, la causa de que mi negocio fuera tan exitoso.

También era el motivo de que ninguno de mis sumisos hubiese utilizado su palabra de seguridad.

Si la gente estuviera más preparada, el mundo funcionaría mucho mejor.

Y por eso pasé parte de la tarde del miércoles en mi joyería favorita.

Si el fin de semana de prueba de Jimin salía bien, quería tener el collar preparado.

Y después de ver lo bien que lo había hecho durante la entrevista en mi despacho, estaba seguro de que todo saldría bien.

Observé los collares que habían en el escaparate.

Mis anteriores sumisos habían llevado sencillas gargantillas de plata, pero para Jimin quería algo más.

— Señor Min —dijo el dueño, acercándose a mí— ¿En qué puedo ayudarlo esta vez?

No me impresionaba nada de lo que había visto.

— Estoy buscando una gargantilla. De platino. Quizá con algún diamante.

Los ojos del dueño se iluminaron de alegría.

— Tengo justo lo que está buscando. Ha llegado esta mañana y aún no he tenido tiempo de ponerla en el expositor.

Desapareció en la trastienda y poco después reapareció con un estuche de piel.

Dentro había una gargantilla exquisita, hecha con dos gruesas tiras de platino entrelazadas, llenas de diamantes incrustados.

No me costó imaginarla alrededor del cuello de Jimin.

Mi collar.

Mi sumiso.

— Es perfecto —le dije al joyero.

[☦]

La noche del viernes, decidí prepararle la cena a Jimin.

Antes de empezar nada, quería que se relajara.

Darle la oportunidad de preguntar lo que quisiera o de exponer sus dudas.

Quería que se sintiera cómodo durante todo el fin de semana, o tan cómodo como fuera posible.

Cociné uno de mis platos favoritos y repasé los planes que tenía para el fin de semana.

No quería acostarme con él todavía.

Eso podía esperar mientras probaba otras cosas.

Y de paso pondría a prueba mi propio autocontrol:

Tenerle cerca y no tocarle.

También establecí una nueva norma:

No lo besaría.

Teniendo en cuenta que estaba quebrantando muchas de mis reglas habituales, me pareció justo imponer una nueva para compensar.

Una parte de mí pensaba que era una tontería creer que no besar a Jimin me proporcionaría, de algún modo, la distancia emocional necesaria.

Pero la verdad era que él quería ser mi sumiso.

No me quería como amante.

Mientras consiguiera no olvidar en todo el fin de semana que nuestra relación sería sexual y nada más que eso, yo estaría bien.

[☦]

El coche se detuvo en la puerta de mi casa a las cinco cuarenta y cinco.

Cuando abrí la puerta, me lo encontré agachado, acariciando a Apolo.

Yo pensaba que éste no se acercaría a él, porque normalmente rehuía a los desconocidos.

Era muy extraño que no lo hubiese hecho así.

Aunque también hay quien asegura que los perros tienen un sexto sentido para las personas.

Cuando vi que a Apolo parecía gustarle Jimin, me convencí de que aquel fin de semana había sido una buena idea.

Llamé al perro.

Él no me había oído abrir la puerta.

Lo comprendí cuando le vi levantarse de golpe.

Sonrió mientras él le lamía la cara.

— Veo que ya conoces a Apolo —dije.

— Sí.

Se sacudió los pantalones.

El sol se estaba poniendo y la luz del anochecer hacía que su pelo y sus ojos parecieran más oscuros, más misteriosos.

— Es un perro muy dulce.

— No lo es. No suele ser amable con los desconocidos. Tienes mucha suerte de que no te haya mordido.

Pero Apolo no lo habría mordido nunca.

Jamás se me habría ocurrido dejarlo fuera solo si creyera que era capaz de hacer algo así.

No estaba seguro de por qué había dicho eso.

Quizá una parte de mí quería que se marchara.

Le invité a pasar.

— Esta noche cenaremos en la mesa de la cocina. Puedes considerar esa mesa como tu espacio de libertad. La mayor parte de las veces comerás ahí y cuando yo coma contigo, te lo podrás tomar como una invitación para hablar sin cortapisas.

» La mayoría de las veces me servirás en el salón, pero he pensado que hoy podríamos empezar con menos formalidad. ¿Está todo claro?

— Sí, Amo.

Me di media vuelta, sorprendido por su descuido.

— No. Aún no te has ganado el derecho a llamarme así. Hasta que lo consigas, te referirás a mí como señor o señor Min.

— Sí, señor. Lo siento, señor.

Proseguí; contrariado por su desliz.

Esperaba que el resto del fin de semana fuera mejor.

Le acompañé hasta la cocina y esperé a que se sentara.

Cuando retiró la silla, vi que le temblaban las manos.

Estaba nervioso.

Algo comprensible.

Pero estaba allí.

En mi cocina.

Había venido para ser mi sumiso.

Lo absurdo de la situación me hizo guardar silencio.

Comimos callados durante algunos minutos.

Jimin devoró el pollo.

Al verlo allí, sentado a mi mesa, disfrutando de la comida que yo había preparado para él, me removí inquieto en la silla.

— ¿Lo ha cocinado usted? —preguntó.

Por fin se había animado a hablar.

— Soy un hombre de muchos talentos, Jimin.

«Y estoy impaciente por compartirlos contigo.»

Siguió callado.

— Me alegro de que no sientas la necesidad de maquillar el silencio con charlas interminables —dije, cuando ya casi habíamos terminado— Tengo que explicarte algunas cosas. Pero recuerda que en esta mesa puedes hablar con total libertad.

Guardé silencio y esperé.

— Sí, señor.

Buen chico.

— Por la lista que te envié, ya sabes que soy un Dominante bastante conservador. No creo en la humillación pública, no soy proclive al dolor extremo y no comparto a mis sumisos. Jamás.

Como si se me pudiera ocurrir compartir a Jimin con alguien si llegaba a ser mío.

— Aunque, como Dominante, supongo que podría cambiar de opinión en cualquier momento.

— Lo comprendo, señor.

«¿Ah, sí?», me sentí tentado de preguntarle.

— La otra cosa que debes saber —señalé— es que no beso en los labios.

Eso pareció sorprenderlo.

— ¿Cómo en Pretty Woman? ¿Es demasiado personal?

«Sí, exacto. Es demasiado personal. Y necesito que esto sea lo más impersonal posible.»

— ¿Pretty Woman?

— Ya sabe, la película.

— No, no la he visto —repuse—. No beso en los labios porque es innecesario.

«Innecesario para nosotros. Pregúntame por qué.»

Aunque eso pareció molestarle, se limitó a comerse otro trozo de pollo, así que proseguí.

— Soy consciente de que eres una persona con tus propias esperanzas, sueños, deseos, necesidades y opiniones. Y que has dejado todo eso a un lado para someterte a mí este fin de semana.

» El hecho de que te hayas puesto en esa situación requiere respeto, y yo te respeto. Todo lo que te haga a ti o contigo, lo haré pensando en ti.

» Mis reglas sobre las horas de sueño, la dieta y el ejercicio son por tu propio bien. Y mis castigos serán para que mejores.

Deslicé un dedo por el borde de la copa de vino y sonreí por dentro al ver cómo sus ojos seguían el movimiento.

— Y el placer que te dé... —«Te voy a dar placer, Jimin, debes saberlo desde ya, mucho placer»— Bueno, no creo que tengas muchos reparos respecto a eso.

Sí.

Estaba claro que lo entendía.

Se le oscurecieron los ojos y se le aceleró la respiración.

Lo tenía justo donde la quería.

Retiré la silla.

Ya estaba preparado para seguir adelante con la noche.

— ¿Has acabado de cenar?

— Sí, señor.

— Tengo que sacar a Apolo. Mi dormitorio está arriba, la primera puerta a la izquierda. Volveré dentro de quince minutos. Quiero que me esperes allí. Página cinco, primer párrafo.

[ ☦ ]

Saqué a Apolo para aclararme las ideas y prepararme lo máximo posible para lo que estaba a punto de ocurrir en mi dormitorio.

Volví a repasar todo el plan mentalmente.

Jimin disfrutaba practicando sexo oral, lo sabía por la lista que me había enviado.

Y dado que ésa solía ser una de las primeras cosas que hacía con un sumiso, tenía sentido que empezara el fin de semana de esa forma.

Al practicar sexo oral, los sumisos recordaban cuáles eran sus deberes y su posición.

De rodillas a mis pies, dejando que les utilizara para darme placer.

Y aunque yo sabía que podía usarlos como quisiera, era una responsabilidad que no me tomaba a la ligera.

Recordé la habitación tal como la había dejado:

Las velas encendidas por todas partes, el almohadón en medio del dormitorio y el picardías (camisón) que le había comprado.

¿Me le encontraría de rodillas, con el camisón puesto?

Eso esperaba.

O quizá me lo encontrara en el vestíbulo, esperando para decirme que había cambiado de opinión.

Ése era mi temor.

— Vamos, Apolo.

Cuando volvimos a casa, pasé por el lavadero y me quité el jersey, que dejé en la cesta de la ropa sucia para que mi asistenta lo lavara.

Jimin no estaba en el vestíbulo, así que subí la escalera con Apolo siguiéndome los pasos.

Señalé el suelo junto a la puerta de mi habitación y él se dejó caer con un suspiro, apoyando la cabeza en las patas delanteras.

Entré en el dormitorio y me lo encontré esperando.

Se había puesto el picardías y estaba arrodillado en el almohadón.

«Sí.»

Cerré la puerta.

— Muy bien, Jimin. Puedes ponerte de pie.

Se levantó muy despacio.

El camisón le llegaba hasta la parte superior de los muslos y el leve rubor que se adivinaba en su piel a través de la finísima tela dejaba entrever su excitación.

— Quítate el camisón y déjalo en el suelo.

Lo hizo con dedos temblorosos.

Estaba nervioso, pero tenía los pezones duros y los labios ligeramente entreabiertos.

— Mírame.

Cuando sus ojos se posaron en los míos -sí, estaba tan excitado como yo- me quité el cinturón y me acerqué a él.

— ¿Qué te parece, Jimin? ¿Debería castigarte por haberme llamado Amo?

Hice chasquear el cinturón y la punta aterrizó sobre su muslo.

Yo aún no era su Amo y él tenía que entenderlo.

Aunque quizá un día no muy lejano...

— Como desee, señor —susurró.

Buena respuesta.

— ¿Lo que yo desee?

Yo deseaba muchas cosas, pero por el momento...

Me puse delante de él, me desabroché los pantalones y me los bajé junto con los bóxers liberando mi erección.

— Ponte de rodillas.

Esperé.

Sabía que me estaba mirando y me parecía bien.

Tenía que verme.

— Dame placer con la boca.

Él se inclinó hacia delante y mi polla se deslizó entre sus labios.

Tenía la boca caliente y húmeda y se me puso aún más dura.

Joder, qué gusto.

Alcancé la parte posterior de su garganta.

— Toda.

Sabía que podía hacerlo.

Sabía que lo haría.

Sin embargo, vaciló.

Levantó las manos y posó los dedos en la base de mi polla.

Y a mí no me gustan las dudas.

— Si no puedes metértela en la boca, no podrás metértela en ninguna otra parte del cuerpo —le advertí, porque sabía muy bien dónde la quería sentir él.

Ese pensamiento me hizo empujar hacia delante y me adentré más profundamente por su garganta.

— Sí. Así.

Miré hacia abajo y, cuando vi a Jimin de rodillas, con mi polla en la boca, estuve a punto de correrme.

No iba a aguantar mucho más.

— Me gusta el sexo duro y brusco y no voy a ser suave contigo sólo porque seas nuevo.

La agarré del pelo.

— Aguanta.

Entonces me rodeó la cadera con los brazos y yo me retiré para internarme de nuevo en su boca.

Le moví la cabeza con las manos para follarme su boca con rapidez y aspereza.

Tal como me gustaba.

— Utiliza los dientes —le ordené y Jimin rozó mi longitud con ellos mientras yo me movía dentro y fuera.

Entonces le cogió el truco y me empezó a chupar, al mismo tiempo que trazaba círculos con la lengua.

— Sí —gemí, cerrando los ojos y arremetiendo con más fuerza todavía.

Sí.

Joder.

Se me contrajeron los testículos y supe que ya estaba muy cerca.

Me contuve, tratando de alargar aquella sensación:

Su boca alrededor de mi polla, la promesa de mi liberación suplicándome que me desatara, la excitación de estar tan cerca y no dejarme ir todavía.

Me chupó con más fuerza y pensé que no podría aguantar mucho más.

— Trágatelo todo —dije para prepararlo— Trágate todo lo que te dé.

Me corrí en varias oleadas, pero él se lo tragó todo.

No dejó escapar ni una sola gota.

Cuando me retiré, tenía la respiración acelerada, porque, maldita fuera, era realmente bueno.

— Así, Jimin —le dije— Esto es lo que quiero.

Me volví a poner los pantalones, muy consciente de que él estaba esperando mi siguiente orden.

Quería tumbarlo sobre la cama y follármelo como es debido.

Quería inmovilizarle las manos por encima de la cabeza y embestirlo una y otra vez hasta que gritara de placer.

Quería...

«¡Ya basta!»

Jimin ya había tenido suficiente por una noche.

Necesitaba tiempo para acostumbrarse.

Por mucho que yo lo deseara, él seguía desconociendo mi mundo.

Y no podía ni quería olvidar eso.

Esperé a que se me acompasara la respiración.

— Tu dormitorio está dos puertas más allá, también a mano izquierda —le informé— Sólo dormirás en mi cama cuando yo te invite a hacerlo. Puedes retirarte.

Se volvió a poner el picardías y recogió su ropa.

— Tomaré el desayuno en el comedor a las siete en punto.

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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