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☦ 29 ☦

[ ☦ ]

SeokJin contestó al segundo tono.

— Hola —saludó.

— Kim SeokJin —solté, con la voz más calmada que pude.

— ¿Qué? ¿Qué he hecho?

— Si quisiera que Minnie supiera los detalles de mi relación con Chae Rin, se los habría contado yo mismo.

Me acerqué a la ventana de mi habitación y vi a Minnie y a Apolo jugando fuera.

Él había querido sacarlo por última vez antes de irse a la cama y a mí me pareció bien, porque prefería que no estuviera en casa mientras hablaba con Jin.

— Ah, es eso.

— Sí, es eso.

— Yo sólo le dije que CL no era tu... —se quedó callado un momento— Minnie te lo ha dicho.

— No me importa que conozcas mi estilo de vida. Pero sí que me importa que te entrometas.

— ¿Y cómo me estoy entrometiendo al decirle a Minnie que Chae Rin no era tu sumisa?

Porque él querría saber por qué no funcionó lo mío con Chae Rin.

Querría saber por qué yo había dejado de ser un Dominante para intentar mantener una relación «normal» con alguien y luego había vuelto a ser un Dominante.

— Te estás entrometiendo cada vez que decides contarle a mi sumiso algo que yo he elegido no decirle.

— ¿Tu sumiso?

— Sí, mi sumiso.

— ¿Eso es lo que él es para ti?

— ¿Qué diablos significa eso? Tú no tienes ni idea de lo que significa tener un sumiso.

Volví a mirar fuera y vi que Minnie alargaba el brazo para acariciarle la cabeza a Apolo.

Suspiré; mi lucha no era con SeokJin.

— No quiero hablar de esto contigo. Tú no sabes nada sobre mi estilo de vida. Y esta noche no tengo ganas de darte detalles.

— Es que yo pensaba que quizá algún día él significaría algo más para ti. Creía que podría ser... Especial. 

«Mi algo especial.»

Cerré los ojos.

— Es mi vida, Jin —insistí— Deja que sea yo quien tome las decisiones.

— Lo sé. Lo siento. Me mantendré al margen. 

[ ☦ ]

Colgamos después de hablar un poco sobre la tormenta.

Me preguntó si quería hablar con NamJoon, pero le dije que no.

Abrí un poco la ventana.

Lo justo para dejar que una leve corriente de aire frío entrara en la habitación.

Pero ésta también me trajo la risa de Minnie.

Su carcajada me llenó de calidez, incluso a pesar de la gélida temperatura de fuera.

Me acerqué a mi cama y me senté.

¿Cuándo se había vuelto todo tan confuso?

¿Por qué había dejado que Minnie se colara en mi vida?

Habría sido mucho más fácil haberlo dejado todo como estaba y aceptar que él era alguien con quien soñaba pero que nunca llegaría a conocer.

Alguien a quien observaba, pero a quien nunca me acercaría.

«Fue él quien te buscó. Él te deseaba.»

Minnie quería que yo fuera su Dominante y le acababa de decir en la biblioteca que yo había colmado y me había anticipado a todas sus necesidades, pero no era verdad.

No siempre había sido suave, paciente y delicado.

Le había fallado a Minnie tanto como a Chae Rin.

Probablemente más.

«Y sin embargo, él sigue aquí.» 

«Porque no lo sabe», me respondí.

Solté un gruñido y me pasé los dedos por el pelo.

No podía pensar con claridad.

Ya nada tenía sentido.

Nada.

Tenía una semana y media para aclarar las cosas con él y en lugar de buscar la mejor forma de decirle la verdad, estaba pasando los días leyendo a Shakespeare y haciendo picnics desnudo.

Oí sus pasos subiendo la escalera y me levanté para salirle al encuentro en la puerta.

Apolo fue el primero en llegar a mi habitación y enterró el hocico en mi mano abierta.

Minnie apareció justo detrás de él.

— Se ha mojado todo —dijo— He intentado secarlo, pero...

El perro me apoyó una pata húmeda en la rodilla y sentí cómo la humedad traspasaba mis pantalones.

— Con este tiempo es inevitable —contesté— Gracias por sacarlo.

Minnie le dio unas palmaditas por última vez.

— Me gusta jugar con él. Es muy divertido.

Se dio media vuelta para irse.

No había nada que deseara más que estrecharle entre mis brazos y confesárselo todo.

Susurrarle al oído lo mucho que le deseaba.

Lo mucho que le necesitaba.

Decirle que él era mi uno por ciento, mi algo especial.

Joder, me moría por besarle.

— ¿Jimin?

Se dio media vuelta y me miró con expectación.

— Sí, Señor.

«Has utilizado el nombre incorrecto. Si quieres que comprenda que es tu uno por ciento, deberías llamarle Minnie. Lo haces todo mal.»

Y por eso ni siquiera debía intentarlo.

— Buenas noches —susurré.

Él esbozó una delicada sonrisa.

— Buenas noches.

[ ☦ ]

La mañana siguiente me quedé en mi habitación hasta que le oí en la cocina.

Dejé el libro que estaba leyendo en la mesilla de noche y bajé con él.

La luz del sol se colaba por las ventanas de la cocina y proyectaba una luz perfecta mientras Minnie bailaba con un tenedor de madera en la mano.

Entré y me apoyé en la encimera.

«Le diré que es tan clara y serena como las matutinas rosas cuando las ha bañado el rocío» —dije y él sonrió.

Dejó de bailar y se acercó a los fogones con despreocupación, para darle la vuelta al beicon.

«Tenéis hechicería en los labios.»

Le gustaba.

Quería jugar.

«¡El mundo es un gran escenario —recité— y simples comediantes los hombres y mujeres!»

«La vida es una sombra tan sólo, que transcurre; un pobre actor /
que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario /
para jamás volver a ser oído.»

Sacó los huevos del agua y los colocó en un cuenco.

Había llegado la hora de sacar la artillería pesada.

Me acerqué a los fogones para que tuviera que mirarme.

Adopté la expresión más dramática que pude, me llevé una mano al pecho y señalé la ventana con la otra:

«¿Qué luz es la que asoma por aquella ventana? /
¡Es el Oriente! ¡Y Julieta es el sol! /
Amanece tú, sol, y mata a la envidiosa luna. /
Está enferma, y cómo palidece de dolor, /
pues que tú, su doncella, en primor la aventajas.»

Minnie se rio y el sonido de su risa me aceleró el corazón.

¿Cuál era el motivo de mi preocupación?

Ya no me acordaba.

Se puso serio y me miró.

«Los asnos se hicieron para llevar carga, y vos también» —recitó.

«¿La fierecilla domada?»

«Las mujeres se hicieron para llevar carga, y tú también» —repliqué, citando el verso siguiente; fui incapaz de esconder el orgullo que me teñía la voz.

Entonces él apagó el fuego, colocó la sartén sobre un salvamanteles y se volvió hacia mí.

«¿La razón? La de una mujer. Lo creo así, porque así lo creo.»

Me reí.

Vaya, qué bueno era.

Y yo me estaba quedando sin citas de Shakespeare.

Me sabía una más.

No encontraba ninguna para poder llamarle bruja, pero la que me quedaba en la recámara era casi igual de buena.

«¡Oh villano! ¿Sonríes? ¡Villano, maldito villano!»

— Me has llamado villano.

— Tú me has llamado asno.

— ¿Estamos en paz?

Fingí planteármelo.

— Por esta vez. Pero me gustaría dejar claro que el resultado demuestra que te estoy comiendo terreno.

Puso el beicon en una bandeja.

— De acuerdo. Y hablando de ganar terreno: hoy necesito utilizar tu gimnasio. Tengo que correr algunos kilómetros en la cinta.

— Yo también tengo que correr.

El beicon tenía un aspecto perfecto, crujiente sin llegar a estar quemado.

— Tengo dos cintas. Podemos entrenar juntos.

[ ☦ ]

Cuando acabé de recoger los platos y vasos del desayuno, me fui hacia la biblioteca.

Como era de esperar, Minnie estaba acurrucado en el suelo, con un libro en el regazo; Apolo estaba con él.

Me senté ante el pequeño escritorio de la sala.

Entre el risotto de champiñones y el picnic desnudos había trabajado muy poco el día anterior.

Abrí el portátil y empecé a contestar correos.

Poco rato después me sonó el teléfono.

Miré la pantalla:

Era mi primo.

— Hola, JungKook —dije, mirando cómo Minnie se levantaba y salía de la biblioteca.

— Yoongi —contestó él en voz baja— Hey.

Yo también bajé el tono de voz.

— ¿Por qué susurras?

— No quiero que me oiga Tae.

¡Oh, no!

¿Había pasado algo?

Miré hacia fuera, aquella mañana la nieve se había fundido un poco.

Si había pasado algo entre Tae Hyung y JungKook, él ya debería poder volver a su apartamento.

Por un momento, me pregunté si Minnie querría quedarse conmigo el fin de semana en lugar de irse a su casa...

— ¿Yoon? —preguntó Koo.

— Lo siento. ¿Qué me decías?

Se le escapó una carcajada nerviosa.

— Lo voy a hacer.

Juro que no tenía ni idea de a qué se refería.

— Hacer, ¿qué?

Bajó un poco más la voz.

— Me voy a declarar.

— ¿Declarar?

— Vamos, espabila. Declararme. Le voy a pedir a Tae Hyung que se case conmigo.

— ¿Ah, sí?

Me concentré en la pantalla que tenía delante, mientras asimilaba sus palabras.

— ¿En serio?

— Es una locura, ¿verdad? —no esperó a que le contestara— Pero tengo el pálpito de que es lo que debo hacer. Sé que es lo correcto. Lo dice mucha gente, que cuando ocurre lo sabes. Y yo lo sé.

Se me aceleró el corazón.

¿Lo sabría?

¿Así de fácil?

¿Sólo tenías que preguntarte si era lo correcto y, pam, lo sabías sin más?

— Vaya, JungKook... Y-yo... Yo —tartamudeé— No sé qué... Enhorabuena.

— Gracias, hombre. Y oye, no le digas nada a Minnie. Deja que sea Tae quien le sorprenda.

— Estás dando por hecho que te dirá que sí.

— Dirá que sí. Lo sé.

[ ☦ ]

Cuando colgamos, tuve la sensación de estarme preparando para la batalla que estaba a punto de llegar:

Entre la parte de mí que sabía que no podía mantener una relación normal y la parte de mí que se moría por intentarlo.

Tomé un montón de papeles del escritorio y los estudié sin acabar de asimilar su contenido.

«Tú no eres normal y nunca lo serás —me dije— Acéptalo y sigue con tu vida. Ahora compartes algo con Minnie que vale la pena. ¿Por qué quieres echarlo a perder? Él es feliz. Tú eres feliz. Disfruta de lo que tienes.»

Empecé a pasar las páginas de los documentos.

«Recomponte, Min. Que JungKook y Tae Hyung se casen no significa nada. Él es como un hermano para ti. Deberías estar contento.»

Y lo estaba.

Estaba contento por JungKook y Tae Hyung.

Pero, ¿por qué yo no podía tener...?

— Min Yoongi...

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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