☦ 27 ☦
[ ☦ ]
Cuando volvimos a casa, Minnie sorbía por la nariz, cubierto con su ropa húmeda.
Lo llevé a la biblioteca y le hice sentar junto al fuego mientras subía a buscarle algo de ropa seca.
Cuando bajé, miré en dirección a la cocina.
También necesitaba una bebida caliente.
¿Debería preparar un poco de café?
Llevé la ropa a la biblioteca y mi vista recayó en los decantadores que siempre tenía llenos.
Brandy.
Llené un par de copas mientras Minnie se vestía y, cuando se volvió a sentar frente a la chimenea, le di la copa y me senté a su lado.
Él olió el contenido.
— ¿Qué es esto?
— Brandy. Pensaba preparar café, pero luego he decidido que esto nos calentaría más rápido.
Hizo girar el contenido de su copa.
— Ya veo. Estás intentando emborracharme.
— Yo no suelo intentar nada, Jimin.
Hice un gesto con la cabeza en dirección a su copa.
— Pero esta bebida tiene más de un cuarenta por ciento de alcohol, así que será mejor que no te bebas más de una copa.
Dio un pequeño sorbo vacilante y se atragantó un poco cuando el feroz líquido se deslizó por su garganta.
Me miró, se encogió de hombros y dio otro sorbo.
— Mhm —exclamó tan bajito que apenas le pude oír.
Yo me recosté en el sofá y cerré los ojos mientras el alcohol me iba calentando el cuerpo lentamente.
Apolo cruzó la sala y apoyó la cabeza sobre mis pies.
De repente, se apoderó de mí un sentimiento de satisfacción:
Minnie estaba a mi lado, estábamos los dos a salvo y calentitos en mi casa, y Apolo estaba bien.
Por un momento podía cerrar los ojos y pensar que mi vida era casi perfecta.
Entonces la voz de él se coló en mi ensimismamiento.
— ¿La biblioteca ya estaba en la casa o la añadiste tú después de comprarla?
Abrí los ojos.
Estaba sentado y seguía haciendo girar el contenido de la copa.
Y quería hablar.
Por fin.
— Yo no compré esta casa —dije mirándolo— La heredé.
Abrió mucho los ojos.
— ¿Era la casa de tus padres? ¿Creciste aquí?
— Sí. Aunque he hecho muchas reformas. Como por ejemplo el cuarto de juegos.
Minnie se acercó un poco más a mí.
— ¿Ha sido duro para ti vivir aquí?
Suran me preguntó lo mismo cuando me gradué en la universidad y le conté que pensaba renovar la casa.
— Al principio creía que lo sería, pero la he reformado tanto que ya no se parece a la casa de mi infancia. Aunque la biblioteca sigue siendo muy similar a la que había entonces.
En especial cuando él estaba allí; aquella estancia volvía a ser entonces el centro de la casa.
Minnie la llenaba de luz, calidez y vida.
— A tus padres debían de encantarles los libros —señaló.
Miré a mi alrededor.
Mis padres adoraban su biblioteca.
Me pregunté si ése sería el motivo por el que le había cedido esa habitación a Minnie.
Si en cierto modo estaría tratando de recuperar parte de esa esencia de la casa que añoraba desde que murieron mis padres.
A ellos Minnie les hubiera encantado.
Se habrían llevado muy bien con él.
Había una parte de mí que lo sabía, incluso a pesar de lo pequeño que era cuando murieron.
— Mis padres eran ávidos coleccionistas. Y viajaban mucho.
Hice un gesto en dirección a la zona de la biblioteca donde estaban los mapas y los atlas y recordé la alegría de mi padre y el placer que demostraba mi madre cada vez que añadían un nuevo volumen.
— Muchos de los libros que hay aquí los trajeron de otros países. Y otros llevan en mi familia varias generaciones.
— A mi madre le gustaba leer, pero lo que más leía era ficción.
Dejó la copa y se rodeó las rodillas con los brazos.
— Hay un lugar para la ficción en todas las bibliotecas. A fin de cuentas, la ficción de hoy en día se puede convertir en el clásico de mañana.
Él se rio con delicadeza.
— Y eso lo dice el hombre que afirmó que nadie lee a los clásicos.
Ah, se acordaba.
— Ése no era yo —me llevé una mano al pecho— Era Mark Twain. Que lo haya citado no significa que esté de acuerdo con él.
— Háblame más de tus padres —pidió y mis recuerdos regresaron a aquel día en el hospital tras el accidente.
— La tarde que murieron volvíamos del teatro.
Hacía años que no hablaba de la muerte de mis padres.
No lo hacía desde que era un niño y Suran me llevó al psicólogo.
— Había nevado. Papá conducía y mamá se estaba riendo de algo. Todo era muy normal. Supongo que siempre ocurre así.
Mamá era tan guapa.
Papá la miró y sonrió.
Ella se rio de algo que él le dijo.
El coche dio un bandazo...
— Tuvo que maniobrar para esquivar un ciervo —expliqué— Creo que el coche volcó. Fue hace mucho tiempo e intento no pensar en ello.
— No pasa nada. No tienes por qué contármelo.
Pero quería contárselo.
Quería compartir con él esa parte de mi vida.
Esa parte secreta.
— No pasa nada —dije— Estoy bien. Me ayuda hablar del tema. NamJoon siempre me decía que tenía que hacerlo más a menudo.
El coche fue cayendo durante un buen rato.
Cuando al final se detuvo, yo me pregunté por qué.
¿Cuál habría sido la causa de que se detuviera?
¿Se empezaría a mover de nuevo?
— ¿Yoongi?
— ¿Yoonie?
Mamá no dejaba de llamarme.
— No lo recuerdo todo —reconocí— Me acuerdo de los gritos. Las voces que me preguntaban si estaba bien. De sus gemidos y quejidos. Los suaves susurros que se dedicaban el uno al otro. Una mano que me buscaba.
«La mano de mamá estaba allí, pero yo no podía alcanzarla»
— Y luego nada.
Papá ya no se movía.
¿Por qué estaba tan callado?
— Utilizaron una grúa para recuperar el coche. Para entonces, mi madre y mi padre ya llevaban un rato muertos, pero como ya te he dicho, no lo recuerdo todo.
No me gustaba el hospital.
Todo el mundo me miraba con cara triste y hablaban mucho fuera de mi habitación.
Alguien me trajo un oso.
Yo tenía diez años, era demasiado mayor para osos.
No quería ningún oso.
Yo quería a mi mamá.
— Suran ha sido maravillosa. Le debo mucho —dije— Me apoyó en todo —bebí un trago de brandy— Y crecer con JungKook me ayudó también. Igual que con NamJoon. Y con SeokJin, cuando se mudó cerca de nuestra casa.
Siempre estaban jugando y eran muy divertidos.
— Tienes una familia increíble —afirmó Minnie.
— Son mucho más de lo que merezco —contesté, poniéndome en pie— Por favor, discúlpame. Tengo que volver a trabajar.
Y acabar con aquellas llamadas telefónicas, porque ya no tenía diez años.
Era un hombre adulto.
Tenía responsabilidades.
Mi rato de recreo se había acabado.
Minnie también se levantó.
— Y yo tengo que empezar a preparar la cena. Ya me la llevo yo.
Me tendió la mano para que le diera la copa.
Lo miré fijamente a los ojos.
Acababa de compartir con él mucho más de lo que había compartido con nadie.
Minnie se había quedado allí sentado, escuchando, y había estado allí conmigo.
— Gracias —susurré.
[ ☦ ]
Mientras él preparaba la cena, acabé de llamar a mis empleados y me aseguré de que todos estaban bien.
Luego llamé a JungKook antes de bajar a cenar.
Me contó muy exaltado lo mucho que estaba disfrutando del tiempo que pasaba con Tae Hyung.
Por su tono de voz, parecía que ya no tuviese ninguna duda de que lo que estaba sintiendo era real.
Y por último llamé a Suran.
La tormenta la sorprendió en casa y, aunque trató de ir al hospital, tuvo que darse la vuelta y volver.
Me di cuenta de que estaba enfadada por haberse tenido que quedar encerrada, alejada de la acción.
Cuando bajé la escalera, me empezaron a asaltar una ráfaga de olores que me hicieron la boca agua.
Minnie había preparado pastel de carne.
Ni me acordaba de la última vez que lo había comido.
Me gustaba mucho ese plato, pero jamás pensé en cocinarlo yo mismo.
Inspiré de nuevo.
También había puré de patatas.
— Hay algo que huele bien —comenté, mientras me sentaba.
— Gracias —llevó los platos a la mesa— Hacía mucho tiempo que no cocinaba pastel de carne.
— Yo hace años que no lo como.
Se detuvo antes de llegar a la silla.
— ¿No te gusta?
— Por favor —le hice un gesto para que se sentara— Me encanta. Lo que pasa es que no lo cocino nunca.
Minie se puso la servilleta sobre el regazo.
— Yo no lo hago muy a menudo, pero es el plato favorito de mi padre.
Su padre, la excusa que estaba esperando.
— Háblame de tus padres. ¿A qué se dedica tu padre?
Minnie acabó de masticar y yo probé el puré de patatas:
Patatas rojas, con piel, con un poco de ajo mezclado y un toque de parmesano.
Era perfecto.
Y también la comida, claro.
— Es contratista —dijo— Lleva toda la vida construyendo casas.
— ¿Y tu madre? —pregunté, intentando sonar lo más despreocupado que pude.
Me estaba adentrando en terreno peligroso.
Minnie me miró con cautela.
— Mi madre murió de una enfermedad cardíaca.
No lo sabía.
— Lo siento.
— No pasa nada. Pero era tan joven... Y justo estaba empezando a rehacer su vida después de divorciarse de mi padre.
Lo natural habría sido que le preguntara cómo estaba consiguiendo eso, pero tuve miedo de que, al hacerlo, acabara por revelar el secreto de mi implicación.
Así que comí un poco de pastel de carne y cambié de tema lo más rápido que pude.
[ ☦ ]
El martes nos sentamos en el salón después de desayunar.
Minnie habló por teléfono con su padre y yo repasé mi interminable lista de correos electrónicos pendientes de respuesta.
Yang Kai se estaba empezando a impacientar, ya no había ninguna duda de que tendría que ir a China.
La única incógnita era saber cuándo.
Miré el calendario.
Quizá en junio o en julio.
Minnie debió de irse en algún momento.
Sólo me di cuenta de su ausencia cuando levanté la vista y le vi regresar.
Tenía una traviesa sonrisa en los labios.
— ¿Sí? —pregunté.
— ¿Me ayudarías a preparar la comida?
Estaba seguro de que planeaba algo.
Pero fuera lo que fuese, siempre sería mejor que seguir preocupándome por Yang Kai.
— ¿Me das diez minutos?
— Perfecto.
Se marchó y yo agucé el oído tratando de captar algún sonido procedente de la cocina.
¿Más baile, quizá?
¿De verdad quería que le ayudara a cocinar?
¿Por qué le había pedido que me diera diez minutos?
Ya no me podía concentrar en nada.
Me quedé sentado a la mesa, mirando la pantalla de mi portátil y, cuando pasaron ocho minutos, me fui para la cocina.
Minnie estaba frente a la encimera, mirando fijamente dos latas sin etiquetar.
— ¿Jimin?
Él no se movió.
— Estoy intentando decidir por qué alguien como tú tiene dos latas sin etiquetar en la cocina.
— La pequeña contiene pimientos italianos —me acerqué a la encimera— En la grande metí los restos del último sumiso entrometido que me interrogó sobre mis latas sin etiquetar.
— ¿Señal?
— Señal.
— En serio —insistió divertido— ¿por qué tienes latas sin etiquetar en el armario? ¿Eso no rompe como cien de tus reglas?
Sonreí.
Estaba encantado de que por fin se sintiera lo bastante cómodo como para bromear conmigo.
— En la pequeña seguro que hay pimientos italianos. En la grande debería haber tomates de la misma empresa. Las compré online.
— ¿Y qué ha pasado con las etiquetas?
Recordé el día que llegaron aquellas latas, hacía ya algunos meses.
— Vinieron así. Es muy probable que sean pimientos y tomates, pero nunca me he decidido a abrirlas y tampoco llegué a devolverlas. ¿Y si son lenguas de vaca encurtidas? —suspiré— Supongo que no tengo la suficiente fe.
Minie se puso serio.
— La vida es un constante acto de fe. Que algo no lleve una etiqueta no significa que no vaya a corresponderse con su interior.
«Como tú con tu etiqueta», me estaba diciendo.
— Créeme —dijo— a veces se necesita más fe para creer lo que pone en la etiqueta. No temas por lo que pueda haber dentro. Puedo hacer una obra de arte con lo que haya.
Se refería a que podía hacer una obra de arte conmigo.
«Oh, Minnie. No puedes. Sencillamente no puedes.»
Una parte de mí quería creerla, así que le tomé de la barbilla.
— No me cabe duda —repuse y en sus ojos vi que él creía sus palabras.
Aquello era demasiado.
Bajé la mano.
— A ver, ¿qué quieres que haga?
Él sabía que no debía presionarme.
Se dio media vuelta y abrió una caja que tenía al lado.
— Quiero hacer risotto de setas, pero no puedo remover el arroz y saltear los demás ingredientes al mismo tiempo. ¿Puedes remover?
¿Así que de verdad sólo quería que le ayudara a cocinar?
— ¿Para un risotto de setas? Te ayudo encantado.
Puso el caldo de pollo y el vino blanco junto a las verduras que había preparado sobre el mostrador.
— Quizá quieras quitarte el jersey. Es probable que suba la temperatura.
¿No estaría pensando que íbamos a...?
¿En la cocina?
Me quité el jersey y lo dejé sobre el respaldo de la silla.
— Yo picaré los champiñones y las cebollas —le indiqué— Tú empieza con el arroz.
La despreocupación con que lo dijo, la informalidad de su tono, la autoridad con que se apoderaba de la cocina...
— Eres un poco mandón, ¿no? —bromeé.
Él arqueó una ceja y se llevó una mano a la cadera.
— Es mi cocina.
Sus palabras se internaron en mí y me excitaron más de lo que habría imaginado.
Le empujé contra la encimera y balanceé las caderas contra su cuerpo.
— No. Dije que la mesa de la cocina era tuya. El resto de la cocina es mío.
Se le oscureció la vista y entonces comprendí lo que se proponía.
La única duda era, ¿qué haría yo al respecto?
— Bueno —dije— querías que empezara a remover el arroz, ¿no?
Encendí el fuego y puse la cazuela.
Minnie levantó la botella de vino.
— Sí, por favor —le rogué y él sirvió una copa para cada uno antes de empezar a picar las cebollas.
Yo puse el arroz en la cazuela y lo removí un poco para impregnar todos los granos con el aceite de oliva.
Luego vertí un poco de vino de la botella.
— ¿Estás preparado para esto? —preguntó Minnie, haciendo un gesto en dirección a las cebollas.
— Yo siempre estoy preparado.
Pero no pensaba hacer nada al respecto.
Me cambié de postura, porque mi erección no opinaba lo mismo.
Él se deslizó por debajo de mi brazo y metió las cebollas en la sartén.
— Ahí tienes.
Su trasero me rozó la polla y se me puso todavía más dura.
Entonces se alejó y empezó a picar los champiñones mientras yo seguía atrapado frente al fuego, removiendo.
Miré en dirección al caldo de pollo.
¿Sería el momento de añadirle un poco?
Minnie se dio cuenta.
— ¿Quieres que vierta yo el caldo de pollo?
Sin esperar, se volvió a deslizar por debajo de mi brazo y tomó la jarra.
Me rozó con el brazo al verter el caldo.
Joder.
¿Qué se proponía?
Nada de sexo.
Durante la semana, no.
Vale.
Tenía que volver a mi plan.
Quizá ella se percatara de mi resolución y se diera por vencido.
Pasó los minutos siguientes picando el resto de los champiñones.
Hasta que uno se le cayó al suelo y rodó hasta donde yo estaba.
— ¡Vaya! —dijo— Ya lo recojo yo.
Se deslizó entre mi cuerpo y los fogones mientras yo seguía removiendo y se agachó para recuperar el champiñón.
Pero cuando se levantó, se rozó contra mi muslo y me agarró de la cintura para conservar el equilibrio.
Yo ya sabía lo que se proponía.
Pero recordé mi plan.
Durante la semana, no.
Pero si Minnie quería...
No, durante la semana, no.
Estuve un rato luchando conmigo mismo mientras el risotto se iba haciendo.
Pensando una cosa y luego decidiendo la otra.
Pensando que un poco de sexo en la cocina no estaría tan mal y recordándome que tenía que conseguir alejar ese elemento de nuestra relación de aquella semana.
Pero de algún modo Minnie debió de percibir mis dudas, porque no intentó nada más.
Se limitó a preparar las pechugas de pollo y a pasarme los champiñones cuando los tuvo picados.
Entonces se quitó el jersey y comprendí que no se había dado cuenta en absoluto de lo que yo estaba pensando.
Volvió a enseñarme la jarra con el caldo de pollo.
— ¿Necesitas más?
No pasaba nada.
Podía resistirme a él.
— Sólo un poco.
Debajo del jersey llevaba una camiseta de color blanco.
Me le quedé mirando fijamente mientras vertía el caldo en la cazuela:
No sé cómo consiguió echarse encima más caldo del que vertió en la cazuela.
— ¡Vaya! —exclamó— ¿Has visto lo que he hecho?
Vi cómo se le endurecieron los pezones por debajo de la fina tela blanca.
Yo quería saborearlos, quería saborearle a él...
— Me la tendré que quitar antes de que la mancha impregne demasiado. Podría ser un problema.
Entonces se acercó al fregadero y se quitó la camiseta.
Mi último pensamiento coherente fue decidir que debía apagar el horno y los fogones para que la casa no saliera ardiendo.
Luego me acerqué a él y le agarré de la cintura.
— Yo tengo un problema mucho más grande para ti.
Minnie sabía muy bien de lo que le estaba hablando, porque sus ojos se
dirigieron hacia el lugar exacto donde mi erección apretaba la bragueta de
mis vaqueros.
Lo tomé y lo llevé hasta la encimera, donde tiré al suelo todo lo que se interpuso en mi camino.
Algo se rompió al caer, pero no miré para ver qué era; no me importaba.
Le desabroché los vaqueros y se los quité.
Joder.
No llevaba bragas.
Di un paso atrás y me quité los míos.
— ¿Esto es lo que quieres?
Me acerqué sin esperar respuesta y él me rodeó la cintura con las piernas.
— Sí.
Sus manos se deslizaron por debajo de mi camiseta y yo le pasé el pulgar por el pezón.
— Por favor —me rogó— Por favor. Ahora.
Yo pasé las manos por su cuerpo intentando asimilar que Minnie estaba desnudo en mi cocina un martes.
Aquello no era lo que yo había planeado.
No quería presionarlo.
No quería que nos confundiéramos.
— Yo no quería... no pensaba... —empecé a decir, pero entonces noté sus labios sobre mi cuello.
— Piensas demasiado —susurró.
Tenía razón.
Decidí no pensar más durante el resto de la tarde.
Le agarré las piernas, se las separé un poco más y me interné en él.
El ángulo era un poco incómodo, así que me cambié de postura y lo embestí de nuevo.
— Oh, joder, sí. Más —dijo cuando me retiré— Más, por favor.
Allí sentado en la encimera, lo embestí con más fuerza, quería llegar más adentro.
Intenté darle lo que quería y tomar todo lo que me ofreciera.
Se golpeó la cabeza contra el armario y yo reduje la velocidad de mis movimientos.
Pero Minnie no me dejó.
— Más fuerte —me suplicó— Por favor, más fuerte.
— Joder, Jimin.
Lo inmovilicé con las manos y me interné más en él.
— Otra vez —me mordió la oreja— Venga, otra vez.
Sus palabras me espolearon y yo empecé a mover las caderas con más
fuerza y más deprisa.
Me estaba dando tanto placer...
Quería más.
Quería que me diera más.
Me cambié de postura y me interné más profundamente.
— Sí —musitó sin aliento, dejando colgar la cabeza hacia atrás— Justo ahí.
Su forma de hablarme me excitó todavía más.
— ¿Ahí? —empujé buscando de nuevo su punto G— ¿Ahí?
Sabía que lo había alcanzado porque empezó a gimotear.
Yo moví las caderas con más fuerza para llevarnos a ambos hacia la liberación y deslicé la mano entre nuestros cuerpos para frotarle el clítoris.
— Más fuerte —gimió— Ya casi llego.
Le penetré con todas mis fuerzas mientras me esforzaba por no alcanzar el clímax antes de que él consiguiera el suyo.
— Yo... yo...yo... —tartamudeó.
Se tensó a mi alrededor y yo me interné todo lo que pude para liberarme dentro de su cuerpo.
Mis músculos se contrajeron hasta que el orgasmo se apoderó de mí.
No pude hablar durante algunos minutos.
A nuestro alrededor, la cocina era un desastre:
El risotto se había enfriado y lo más probable era que el pollo se hubiera hecho demasiado tiempo.
No podía importarme menos.
— Vaya —dije, cuando por fin pude hablar— Ha sido...
Increíble.
Alucinante.
Maravilloso.
— Lo sé —admitió— Estoy completamente de acuerdo.
Lo bajé de la encimera y le dejé de pie en el suelo.
Había trapos limpios en el cajón contiguo al horno y tomé uno para limpiarlo.
Había sido increíble, alucinante y maravilloso, sí.
Pero no podía dejar que volviera a ocurrir.
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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