☦ 26 ☦
[ ☦ ]
Antes de hablar con Minnie, me esforcé lo máximo posible en planificar la semana.
Nos turnaríamos con las comidas.
Fuera de los fines de semana, él no tenía por qué servirme.
Era cierto que era mi sumiso, pero éramos iguales en todos los sentidos de la palabra.
A Minnie no pareció disgustarle la situación.
Hizo algunas preguntas, pero parecía muy tranquilo.
Sin embargo, yo me sentí intranquilo todo el domingo.
Si dijera que la tormenta alteró un poco mis planes, me estaría quedando muy corto.
Pero conseguí controlar mi inquietud para que Minnie no se diera cuenta.
No tenía forma de saber cuánto tiempo estaríamos atrapados, aunque calculé que aquello podría durar una semana.
Me dije que podría aguantar una semana.
Tenía una casa muy grande y podía trabajar desde allí.
Pero me asustaba pasar tanto tiempo con un sumiso, y en particular con Minnie.
Temía no poder ocultar mis sentimientos durante tanto tiempo.
Algo se rompería.
Probablemente yo.
[ ☦ ]
El domingo por la tarde, le dije que subiera a vestirse y me metí en la cocina.
Pensé en preparar panecillos caseros y una buena ración de estofado de ternera.
Los monótonos movimientos que exigía el amasado me ayudaron a mantener la cabeza ocupada.
Era como tocar el piano.
Minnie entró en la cocina a las seis y media.
Llevaba un sencillo jersey de cuello alto y unos vaqueros.
Me había pasado todo el fin de semana observando cómo se movía su cuerpo desnudo por toda la casa, pero vestido no perdía ni una pizca de atractivo.
Le miré y recordé todo lo que escondía la ropa.
— ¿Estás listo para cenar? —le pregunté, retirándole una silla.
— Sí. Gracias —se sentó— Huele muy bien.
Era cierto.
La cocina olía a pan recién hecho, mezclado con ajo, cebolla y ternera.
Un acompañamiento perfecto para la nieve que caía fuera.
Atenué las luces de la cocina y encendí las de fuera.
Seguía nevando y la iluminación le daba al paisaje un brillo muy hermoso.
Estuvimos sentados en silencio durante un buen rato, observando cómo caía la nieve.
«Hazlo», me dije.
Agarré la cuchara con más fuerza y noté cómo me latía el corazón.
«Hazlo.»
— ¿Te has criado en Seúl?
— En Busan. Tae Hyung y yo nos trasladamos aquí cuando acabamos el instituto —comió un poco de estofado— Me gusta la ciudad. Me encanta que siempre sea el mismo sitio, pero al mismo tiempo no deje de cambiar.
Me recosté en el asiento.
«¿Lo ves? —me dije— Puedes mantener una conversación.»
— Me gusta tu forma de pensar —comenté.
— ¿Alguna vez piensas en vivir en otra parte?
Lo pensé un momento.
— No. Hubo un tiempo en que me planteé mudarme a Jeju, sólo por saber cómo sería vivir en otra ciudad, pero mis raíces están aquí: Mi casa, mi negocio, mi familia. No me quiero marchar.
Me pregunté si él estaría pensando en vivir en otra parte.
La idea me puso triste.
— ¿Y tú?
— No. Soy incapaz de imaginarme viviendo en otro sitio.
Entonces nos sumimos en un silencio muy cómodo y seguimos mirando cómo nevaba.
Charlamos de cosas sin importancia y después de cenar recogí la mesa y guardé los platos. Minnie limpió la mesa y las encimeras, incluso aunque le dije que no tenía por qué hacerlo.
Luego yo me fui al salón y Minnie a la biblioteca, lo que me vino muy bien, pues necesitaba ponerme al día y él parecía querer estar a solas.
[ ☦ ]
La mañana siguiente preparó el desayuno:
Sus tostadas francesas especiales.
Seguía nevando, pero ya no lo hacía con tanta fuerza.
Me dijo que había llamado a Tae Hyung la noche anterior y que JungKook y él estaban bien.
Yo le aseguré que su amigo estaría perfectamente en el apartamento de Koo.
Se harían mutua compañía y él le cuidaría.
Cuando acabamos de desayunar, saqué a Apolo y luego subí a mi habitación.
Hice algunas llamadas, leí algunos correos electrónicos y me quedé sentado mirando fijamente la ventana, preguntándome con despreocupación qué podía hacer para comer.
Entonces empecé a oír el zumbido de una música que procedía del piso de abajo.
— ¿Minnie?
Bajé la escalera seguido de Apolo.
Estaba limpiando el polvo.
O por lo menos eso me pareció.
Tenía un plumero en la mano y bailaba al ritmo de la canción que sonaba en los altavoces.
Me quedé hipnotizado observando cómo se movía.
Ya sabía que Minnie era un chico precioso, pero verlo seguir el ritmo de esa forma, verlo bailar...
Removió mis instintos más primitivos.
La canción siguió sonando y él limpió todo el salón sin darse cuenta de que yo estaba allí, lo cual fue una suerte, porque si hubiera sabido que le estaba mirando probablemente habría dejado de bailar.
Pero todo se acaba y la canción también.
Minnie pasó el plumero por encima de la mesa por última vez y se dio la vuelta.
Se sobresaltó un poco al verme.
— Jimin, ¿qué estás haciendo?
Me costó mucho no reírme.
— Limpiando el polvo.
Limpiando.
Como una asistenta.
— Yo ya le pago a una persona para que se encargue de esas cosas.
Él no era mi asistenta.
No debería estar trabajando en mi casa.
— Sí, pero seguro que esta semana no podrá venir, ¿verdad?
Vale, en eso tenía razón.
— Supongo que no. Aunque si insistes en hacer algo útil, podrías lavarme las sábanas.
Mis sábanas necesitaban un buen lavado, en especial después de las actividades del fin de semana.
Aunque me gustaba bastante que olieran a Minnie.
— Alguien las ensució mucho el pasado fin de semana.
Él se llevó una mano a la cadera.
— ¿De verdad? ¡Tendrás cara de-!...
Se me puso la polla dura sólo de pensar en el fin de semana anterior.
Cuando hablamos el domingo, le dije que no esperaba nada sexual de él durante la semana y que nos tomaríamos las cosas con naturalidad, pero la verdad era que yo no creía que fuera buena idea que practicáramos sexo.
Necesitaba ceñirme a nuestro acuerdo original y eso significaba que no debía haber sexo durante la tormenta de nieve.
— Por cierto —dije, mientras se me ocurría otra cosa— voy a quitar el yoga de tu plan de ejercicios.
— ¿Ah, sí? —me preguntó.
Y nunca me había parecido más aliviado.
— Sí. Lo voy a cambiar por limpiar el polvo.
Lo dejé allí y me fui a preparar la comida.
Decidí hacer ensalada de pollo.
Lo mismo que preparó Minnie el día posterior a su castigo.
Su ensalada de pollo llevaba arándanos y nueces; la mía era más tradicional, pero no estaba tan sabrosa.
— No es tan buena como la tuya —comenté, mientras dejaba su plato sobre la mesa de la cocina— Pero servirá.
— ¿Te gusta mi ensalada de pollo? —me preguntó.
— Eres un cocinero excelente.
¿No se lo había dicho nunca?
— Ya lo sabes.
— Es agradable oírlo de vez en cuando.
Sus ojos se rieron de mí.
— Sí.
Yo también sonreí con ganas.
— Es cierto.
Por un momento pareció confuso, pero entonces se dio cuenta de que le estaba provocando y se apresuró a añadir:
— Tú también eres muy buen cocinero.
— Gracias. Pero ya elogiaste mi pollo en una ocasión.
Recordé nuestro primer fin de semana y pensé que tenía que volver a prepararle mi pollo con miel de almendras.
— Me estaba preguntando —dijo, después de probar la ensalada— si me dejarías sacar a Apolo esta tarde.
Levanté la vista.
Minnie tenía un poquito de mayonesa en la comisura de los labios.
Sentí ganas de alargar el brazo para limpiársela.
O lamérsela.
Podría lamerle la mayonesa.
Apolo levantó la cabeza.
Ah, eso.
Quería sacarlo.
— Creo que sería una buena idea. Necesita salir y parece que le gustas.
— ¿Cuál es su historia? Si no te importa explicármela, claro. Jin hyung mencionó algo en Tampa que me hizo pensar que había estado enfermo.
Tomó una servilleta y se limpió la mayonesa.
Vaya, quizá la próxima vez.
«Céntrate. Quiere hablar sobre Apolo.»
Estiré el brazo y acaricié la cabeza del perro.
— Apolo es un perro rescatado. Ya hace más de tres años que lo tengo. Sufrió abusos de cachorro y eso lo convirtió en un animal hostil. Aunque contigo nunca ha demostrado tener ningún problema. Quizá tenga alguna clase de sexto sentido para la gente.
Seguimos hablando un rato sobre Apolo:
Los problemas que le suponía separarse de mí durante períodos de tiempo demasiado largos, cuánto me había costado entrenarlo, pero lo mucho que mereció la pena...
Minnie me sorprendió con su descontrolada reacción hacia la gente que maltrataba a los animales.
La discusión sobre Apolo nos acabó llevando al registro de médula ósea y a cómo tomé la decisión de hacerme donante cuando me emparejaron con un receptor.
O, más bien, cómo ni siquiera tuve que tomar la decisión.
— Hay mucha gente que no pensaría lo mismo —comentó él.
— Me gusta pensar que yo nunca he sido «gente» —dije, intentando quitarle hierro a la conversación.
Pero Minnie no me entendió.
— Lo siento, Señor.
Parecía horrorizado.
— No quería decir...
— Ya lo sé. Te estaba tomando el pelo.
— A veces me cuesta diferenciarlo —reconoció agachando la cabeza.
— Quizá la próxima vez debería hacer alguna señal.
Seguía sin mirarme.
Entonces alargué el brazo y le levanté la barbilla con delicadeza.
— Preferiría que no escondieras los ojos cuando me hablas. Son muy expresivos.
Cuando me encontré con sus ojos ya no pude apartar la mirada.
En sus profundidades encontré la respuesta a todas las preguntas que mi corazón no se atrevía a formular.
En ellos vi reflejado mi propio deseo y mi soledad.
«Oh, Minnie, ¿tú también echabas de menos tu uno por ciento?»
Aparté la mano.
¿Cabía la posibilidad de que yo fuera lo que él estaba buscando?
¿Qué podía ofrecerle yo?
¿Cómo podía completarlo?
Era absurdo.
Era maravilloso.
Era aterrador.
Minnie fue el primero en apartar la vista; después me preguntó por Hobi.
Un tema seguro.
HoSeok no suponía ningún peligro para nadie.
— Estamos muy unidos —le expliqué— El año pasado lo llevé a varios partidos de béisbol. En realidad confiaba que pudiera venir a la Super Bowl. Llevaba mucho tiempo esperándolo.
Siempre que hablaba de Jung me embargaba una sensación de orgullo.
Ya sabía que yo no había hecho nada, sólo era una suerte que mi médula ósea encajara con la suya.
Cualquier persona habría hecho lo mismo.
— ¿Por qué no pudo ir a la Super Bowl? —preguntó Minnie.
— Porque estaba enfermo —dije, recordando la decepción en su voz cuando hablé con él el día que Minnie y yo nos marchamos a Tampa— Quizá el año que viene.
— Tae me comentó que JungKook quiere retirarse. ¿Crees que jugará el año que viene?
— Supongo que sí, pero podría ser su última temporada.
Pensé en la conversación que había mantenido con Koo la semana anterior:
«No me digas que es muy pronto, hombre—me dijo— No quiero ni oírlo»
— Ya está listo para sentar la cabeza —le dije a Minnie— Siempre que Tae Hyung esté dispuesto, claro.
— ¿Estás preparado para aceptar que Tae se convierta en un miembro de tu familia?
«En realidad no.»
—Lo haré por JungKook.
Le miré a los ojos una vez más.
— Además, su mejor amigo es alucinante.
[ ☦ ]
Después de comer, volví a mi habitación.
Quería llamar a mis empleados para asegurarme de que estaban todos bien.
No era una tarea sencilla, teniendo en cuenta el número de gente que tenía a mi cargo, pero mi paz mental me agradecería el esfuerzo.
Ya había tachado una buena parte de mi lista de nombres, cuando oí risas procedentes de fuera.
Me levanté y me acerqué a la ventana.
Minnie y Apolo estaban jugando en la nieve.
Mientras miraba, le vi hacer una bola y lanzársela al perro, que corrió tras ella y se detuvo desconcertado cuando la bola desapareció.
«Éste es su sitio —pensé— Él es mi uno por ciento.»
Hasta mi perro pensaba lo mismo.
«Cuando descubra la verdad, se enfadará contigo y te odiará.»
Quizá no.
Quizá no le importase.
Miré la lista de teléfonos que tenía sobre el escritorio y luego volví a mirar fuera, a la personificación de todas mis necesidades.
Mis empleados tendrían que esperar.
Antes de salir, me puse ropa de abrigo y encendí un fuego en la biblioteca.
Minnie y Apolo seguían jugando junto al garaje.
A él se lo veía despreocupado y desinhibido.
Yo también quería sentirme así.
— Estás confundiendo a mi perro —bromeé, cuando le lanzó otra bola de nieve.
Él se dio media vuelta y sonrió.
— Pero si le encanta.
Apolo corrió tras otra bola; parecía muy decidido a recogerla y Minnie se rio cuando se detuvo en seco de nuevo.
— Creo que lo que le encanta es la persona que se las lanza.
Decidí probar su nuevo juego.
Y funcionó:
Apolo miró hacia atrás, vio que le lanzaba la bola y empezó a corretear en círculos.
— Me estás robando el juego —se quejó Minnie— Ahora no querrá jugar conmigo.
Observé encantado como recogía un nuevo puñado de nieve y la lanzaba en mi dirección.
Pero yo crecí con un primo que estaba decidido a convertirse en jugador de fútbol profesional.
En realidad, esperaba que su bola me diera, pero se desvió y falló.
— Oh, Jimin —exclamé, acercándome a él— Acabas de cometer un gran error.
— Por casualidad no llevarás ahora esa señal de la que me hablabas, ¿verdad?
Tomé un puñado de nieve.
— En absoluto.
Reculó y levantó las manos, rindiéndose.
— Me has tirado una bola de nieve.
Me pasé la bola de una mano a otra.
Él seguía mis movimientos con los ojos.
— He fallado.
— Pero lo has intentado.
Eché el brazo hacia atrás, fingiendo ir a lanzarle la bola de nieve a él, pero en el último minuto se la lancé a Apolo.
Demasiado tarde.
Minnie gritó y salió corriendo antes de que yo la lanzara y, cuando me quise dar cuenta, se había caído de bruces en la nieve.
Recorrí corriendo la poca distancia que me separaba de él, ansioso por asegurarme de que no se había hecho daño.
¿Y si se había roto algo?
Minnie se dio la vuelta quejándose, mientras yo me acercaba.
— ¿Estás bien?
Le tendí la mano.
Parecía que sí; mojado pero bien.
Tuvo un escalofrío.
— Sí, sólo me he lastimado el orgullo.
Pensé que la biblioteca ya se habría calentado.
El fuego que había encendido llevaba un buen rato ardiendo.
Minnie me tomó de la mano y se puso de pie.
— ¿Volvemos dentro? —le pregunté— Entraremos en calor junto al fuego.
Ignoré la multitud de imágenes que me vinieron a la cabeza:
Minnie y yo junto al fuego, brazos y piernas entrelazados y las sombras que las llamas proyectarían sobre su piel.
Me recordé que debía ceñirme al plan:
Nada de sexo durante esa semana.
Sin embargo, el plan se estaba yendo, lenta pero concienzudamente, al garete.
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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