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XIV

Había dicho que no iba a seguir esto y es verdad: no voy a seguirlo. Pero Luna merece este capítulo (especial) más que nadie ya que le hizo la suficiente publicidad descarada para que obtuviera ciertos comentarios que pasaban entre divertidos a particulares. Disfrutad gracias a ella.

Feliz San Valentín a Moon Erebos.

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―¿Alguna vez has pensado que te ha engañado para que le obedezcas? ―preguntó James Potter, bajo, ronco. Harry se inclinó sobre él, el espacio vacío entre ellos emulando una amplitud de significancia pintada de maldad.

―¿Por qué lo pensaría? Tengo la seguridad de que sí ―Harry sonrió, apenas curvando la comisura de sus labios, los ojos desprovistos de todo tipo de emoción burlona asentando en la expresión de su rostro la malicia más clara y sincera―. Los pensamientos, papá, no son más que reproducciones y emulaciones de lo que nos rodea. Tú piensas... has pensado, todo el tiempo, has soñado y empujado con y contra tradiciones, no porque tú lo hayas decidido, sino porque todo ha sido predispuesto con la exactitud para que lo hagas.

James retrocedió. Harry se levantó, caminando a pasos largos, los dedos entrelazados detrás de su espalda, la capa cubierta de miles de plumas negras destellando con la tonalidad azulada de un cuervo acicalado recientemente desde el cuello hasta arrastrarse por el suelo de piedra de las mazmorras.

―Nosotros no pensamos, sólo reproducimos ―Harry le observó, su sonrisa ahora siendo más sincera―. ¿No estamos reproduciendo ideas desde el inicio? Reproducimos palabras, ansiamos la sociedad, la comunicación, el libre albedrío. Somos ideas tras ideas implantadas, impregnadas en la piel, en la carne, en la sensación de vacío que debemos consumirnos desde que nuestras mentes comienzan a idear y no reiterar. Nadie es capaz de hallarse ni comprender qué significa, y muchos empujan y van tras lo que consideran una libertad... ―sus cejas se arquearon mientras su sonrisa se extendía. James, en su postura, retrocedió como si temiera, impresionado por aquella expresión tan suave y cargada de dulzura en alguien que había creído conocer durante años para no resultar jamás nada de lo que hubiera esperado―. Retrocedes porque tienes miedo. Pero en realidad el miedo es aprendido. Pasado de sangre a sangre. Allá en los inicios existentes se encontraba el ser incapaz de sentir miedo, incapaz de sentirse aterrado, cuyos terrores fueron completándose con el paso de los siglos, las advertencias que causaban la sangre tirar en instintiva repetición. Oscuridad y peligros que no se verían. Tormentas y la posible caída de rayos, la ruptura de presas, escondites arruinados. Alturas y una muerte segura desde amplias caídas. Animales desconocidos y el peligro que éstos podrían exponer. Insectos, suciedad e infección exponiéndose, convirtiendo el lugar en inhabitable, arriesgando la salud si se involucraban con los alimentos. Es una cadena de repetición en la que nos creemos capaces de mantener una idea propia cuando poseemos inspiraciones, nos basamos en otros comportamientos, nos impregnamos de las palabras de los muertos para surgir como vivos.

James inhaló con fuerza cuando Harry lo apuntó con su varita. Harry volvió a curvar su sonrisa, sus ojos entrecerrados suavemente.

―Un muggle jamás temería a ser apuntado con una varita. Un pequeño comportamiento aprendido de los magos, por supuesto ―su sonrisa no flaqueó en ningún momento mientras movía su varita, los ojos de James posados en ella, en la pequeña chispa que parecía deslumbrar mientras cortaba la oscuridad y las sombras con destellos de magia―. No somos más que lo que han hecho de nosotros.

―Harry... ―James intentó tragar saliva, menguar la resequedad áspera en su garganta―, sólo tienes que ayudarme. Soy tu padre, Lily es tu madre. Te amamos, te hemos amado desde que has nacido, y simplemente...

Harry se llevó la mano al pecho con expresión afectada. James pudo ver la burla en los ojos de su hijo, y Harry ensanchó su mueca sonriente.

―Amarme desde mi nacimiento ―suspiró, su sonrisa desapareciendo segundo a segundo―. Por supuesto. Amarme desde mi nacimiento. E, incluso desde ese momento, ese amor no ha cambiado. Lo sé.

James sonrió, intentando moverse para arrastrarse más cerca de Harry. Harry lo detuvo con un movimiento de mano, su varita apuntándolo de nuevo.

―Es lo peor de la existencia ―expresó, su sonrisa etérea y frágil, una avecilla renegrida y manchada con mentiras y con las plumas arrancadas de la carne―. ¿Cómo puedes amar a un hijo por ser producto de ti mismo y no una persona? Todos parecen equivocarse cuando se implica querer, ya que dices amar a alguien que no conoces solamente por el mero hecho de que tiene tu sangre. Sangre no significa lealtad ―Harry alzó su varita moviéndola a un lado. James jadeó y se cubrió el rostro con las manos a pesar de que ningún tipo de maldición llegó hasta él―. Sin embargo, muchos asocian lealtad con sangre. Es un poco divertido, ¿no lo crees, papá?

Harry guardó silencio y avanzó lentamente, sus pasos casi apenas rozando en sonidos susurrantes las piedras frías, sus pies enfundados en cómodas botas simplemente moviéndose como si estuvieran hechos para el sigilo, la suavidad en carne y sonrisas.

―Me amas porque tengo tu sangre. Me amas, has creído amarme, porque era lo que tú creías que era. Harry Potter. Tengo un nombre. Tengo un apellido. ¿Tengo una identidad? ¿Qué es la identidad? ―Harry se arrodilló frente a James con expresión cargada de curiosidad―. Dime, papá. ¿Tú me das mi identidad? ¿Tú me das mi nombre, mi apellido, mi misión? ¿Qué nos hace seres humanos independientes si al final y al cabo nadie escoge nada en este mundo? Tú, quizá mamá también, han escogido mi nombre. Mi apellido es un lazo que me ata a ti férreamente con la sangre, con los huesos como los tuyos, con los ojos como los de ella, con el cuerpo como el que alguna vez has tenido en juventud, irradiando vida. Mi identidad se genera, ¿cómo? ¿Yo escojo y extiendo mis manos al vacío del destino, o acaso escojo entre las opciones que ustedes me han dado a lo largo de mi vida? ¿Dónde se halla la contemplación del infinito y las respuestas mirando a la nada? ¿Dónde se halla la verdadera libertad, James?

Harry se apartó como un borrón. James cubría su cabeza con las manos, su rostro entre las rodillas huesudas, sus cabellos húmedos en sudor frío y los dientes castañeando.

―Hace tres años ―Harry jugueteó con una de las plumas de su capa, sus ojos arrastrándose por el suelo con una mirada caída hasta encontrar los ojos de James, entre la mata de cabellos y las rodillas, mirándole como si tuviera miedo de exigir, de preguntar, de siquiera moverse o responder. Sus nervios se destrozaban en el más absoluto terror y Harry sólo podía sonreír al sentir cómo, poco a poco, James Potter se rompía― un hombre fue cruel conmigo. Egoísta. Me torturó con saña y furia. Me rompió en pedazos ―una mueca apenas notoria pintó sus labios mientras se inclinaba, como un muñeco de trapo deshaciéndose en cada una de las costuras, mientras volvía a incorporarse como si de pronto el trapo se hubiera transformado en la porcelana más fina, la belleza resaltando blanca y negra, roja y verde―. Cada uno de los trozos regresó a mí, hiriéndome, destrozándome. Cada una de las cosas que había aprendido no tenían sentido. Cada una de las cosas que había jurado saber se deshacían ante mí. ¿Qué se suponía que era la libertad? ¿Qué se suponía que era la guerra? Antónimo de la paz, pero ¿la paz es un estado, un momento, un periodo? No hay nunca paz en el mundo. No hay libertad ―cerró los ojos, gotas cristalinas salpicándole las pestañas cuando los abrió, la mirada dura posándose en James―. Por supuesto lo medité mucho tiempo. Tenía horas para meditar encerrado como un animal mientras era adiestrado, castigado por su mal comportamiento, guiado a través de laberintos y siendo empujado al vacío cada vez que daba un mal paso. Creo que he aprendido, ¿uh? ―sus hombros apenas se sacudieron en una risa tibia―. Papá, ¿quieres saber qué es la verdadera libertad? No es la muerte, si lo preguntas. La gente espera que mueras. Si te matan, estás condenado a ser prisionero de las decisiones de otros. Si te matas, estás condenado a ser prisionero de las circunstancias. No hay libertad en la muerte ni en el mañana. ¿Quieres saberlo?

James asintió, despacio. Harry observó el movimiento mínimo de su cabeza subiendo un bajando, sus ojos aguados en furia, horror y temor por partes iguales. Con un suspiro bromista escapando de sus labios Harry deshizo el nudo de su capa, las plumas derramándose hasta el suelo mientras giraba en manto en sus manos, el aire cortándose con el sonido del peso moviéndose mientras se lo arrojaba encima.

―Un hombre libre es un animal que ha evolucionado y aprendido a vivir con todo lo que le toca ―sus ojos se empañaron con aquellas palabras, aquella confesión agraciada de unos labios que solían destrozarle y rearmarle siempre de maneras diferentes―. Quizá tú no lo comprendas aún. No se trata de adaptación, papá. No se trata de extender las manos, tomar lo que venga, aceptar lo que existe y no pedir más, nunca pedir más. Claro que no ―Harry tiró de las plumas, deshaciéndolas una a una del tapado, James retrocediendo más y más contra la pared cuando cada pluma salpicó gotas sangre al ir retirándola, como si estuviera arrancándola de un ser viviente en ese preciso instante―. La libertad está en tomar lo que te rodea y hacerlo tuyo. No importa de qué manera. No importa bajo qué circunstancias. Tomas tu prisión y la transformas en tu libertad. Y no eres libre ―arqueó las cejas, burlón, su expresión tildándose lentamente frágil― pero tú crees que lo eres. Y creer... mantener una convicción, mantener un sustento de magia en el que mantener tus pensamientos... Papá, eso es la libertad.

James le observó lentamente. Harry se alejó, observándolo con el brillo cargado de pánico de los ojos y el rostro, el sudor frío perlándole las mejillas, los labios agrietados temblorosos.

―Pero tú no eres libre porque no me has dejado serlo ―Harry movió su varita apenas, James gritando de desesperación cuando Harry lo apuntó con ella, para segundos después oír su carcajada resonar contra las extensas paredes―. Tú eres un león adiestrado justo ahora. Es adorable, ¿no crees?

Se marchó sin mirar atrás. No atravesó barrotes gruesos de metal, no activó protecciones mágicas. Ninguno de ellos saldría de sus celdas. Tres paredes, un amplio espacio que daba a una pared, nada más allá, ninguna prisión real más que sus propias mentes, atrapados en su falsa sensación de seguridad.

―Avecilla ―la voz grave resonó en lo alto de las escaleras mientras extendía su mano―. ¿Y tu capa?

―Quiero otra ―avanzó las escaleras para tomar su mano y acercarse a él, Voldemort envolviéndolo con lentitud en sus brazos, atrapándolo con mimo en la punta de sus dedos recorriéndole la espalda―. Tú no tienes tu túnica de siempre. Esta es más suave.

―Suelo cometer el noble acto de bañarme, avecilla ―Voldemort hundió su dedo en su cintura haciéndolo sobresaltar mientras sus labios se deslizaban sobre los suyos, una caricia lenta en sus respiraciones mezclándose, la suavidad de aquel beso irradiándole paz―. Quizá deberías hacer lo mismo para entrar en calor. Las mazmorras son frías y no tienes tu capa.

―Lo sé ―Harry acomodó su rostro a las malos de Voldemort, amoldándose contra él con lentas caricias de dedos cálidos―. Quizá entre en calor más rápido si te bañas conmigo.

Voldemort soltó una carcajada mientras Harry dejaba sus dedos sobre los suyos en su rostro, sus ojos fijos, su rostro apenas sonrosado. Mordisqueó su labio y Voldemort se inclinó para hacerlo él mismo, tirando lentamente de su labio y robándole la respiración.

―Mantenme a salvo ―pidió Harry, lento, bajo, apenas separándose de él para envolverlo con suavidad y determinación―. Siempre.

―¿Para qué hubiera roto el adiestramiento de una avecilla si no era para dejarla tan libre que sólo pueda volver a mí buscando estar a salvo? ―envolviéndolo en sus brazos, Voldemort se inclinó lo suficiente para cargarlo contra su cuerpo, apretándolo contra él mientras se retiraba de las escaleras y sus pasos lo llevaban, lentos, por el alfombrado de la habitación―. La pregunta es, ¿te sientes a salvo?

―Jamás ―Harry entrecerró los ojos, acomodándose contra Voldemort y su agarre firme, la suavidad de la caminata subiendo las escaleras y acunándolo adormeciéndolo por las arduas horas de soledad―, por eso me quedaré siempre contigo. El mundo no está hecho para las aves que aspiran a más que volar.

Voldemort besó su frente con lentitud, sonriéndole con orgullo.

―El mundo está hecho para las aves, mas no para quienes las cazan ―arqueó las cejas mientras sus pasos lo conducían a la habitación, incluso desde el sótano consiguiendo que la bañera de agua tibia y espumosa estuviera lista―. Pero eso es algo que quizá abordaremos más adelante.

Harry rió mientras Voldemort lo dejaba sobre sus pies y sostenía su mirada, provocándole. Harry inclinó su cabeza en una reverencia burlona.

―Estaré expectante por ello, milord.

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