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Capítulo uno

Me presenté ante Lorenzo, mi manager, y la banda con la mandíbula desafiante y preparado para la inevitable confrontación.

—No puedo creer que hayas estado haciendo esto a nuestras espaldas, Drex —dijo Mattia con un tono de decepción—. Confiábamos en ti.

—No sé de qué estáis hablando, llevo meses limpio —mentí, pasándome una mano por el pelo, despeinándolo, con la frustración burbujeando bajo la superficie.

—Ahórratelo, Rizzo —me interrumpió Lorenzo—. Hemos leído el artículo donde se te expone  y te hemos visto recaer en tus viejos hábitos.

—¡Eso no es cierto! —exclamé—. He trabajado duro para mantenerme limpio. Ya sabéis lo importante que es esta gira para mí.

—Sí, bueno, no lo parece —dijo Ricky.

—Bueno, ¿y qué si es cierto? —elevé los brazos, exasperado—. Muchos rockstars lo hacen. Es parte del estilo de vida.

—Puede ser parte del estilo de vida, pero no es parte de la imagen de nuestra banda.

Cuando me enfrenté a la revelación de que se había descubierto mi adicción a las drogas, un torbellino de emociones amenazó con abrumarme. Al principio, sentí una punzada de miedo, se me revolvieron las tripas al darme cuenta de que mi fachada cuidadosamente construida se había hecho añicos, dejándome expuesto y vulnerable al duro juicio de los demás.

Luego llegó el escozor de la vergüenza, una sensación de ardor que se extiendía como un reguero de pólvora por mis venas al imaginar los murmullos y cotilleos que seguramente seguirían a este escándalo. Ya podía oír las burlas y acusaciones que resonaban en su mente, cada una de ellas un doloroso recordatorio de mis propios defectos y fracasos.

Pero bajo el miedo y la vergüenza subyacía una emoción más profunda e insidiosa: la vergüenza. Era una poderosa carga que pesa sobre sus hombros, arrastrándome a un oscuro abismo de autodesprecio y duda. ¿Cómo había podido dejar que las cosas se descontrolaran así? ¿Cómo pude estar tan ciego ante el daño que mi adicción estaba causando, no sólo a mí mismo sino también a los que me rodeaban?

Cuando me da cuenta de la realidad de mi situación, sentí una oleada de ira burbujeando en mi interior, una feroz determinación de demostrarme a mí mismo y al mundo que era algo más que mi adicción. Era un luchador, maldita sea, y no dejaría que este revés me definiera ni dictara mi futuro.

—Lo es —protesté—. Puedo controlarlo, lo juro.

—¿Controlarlo? —se burló Lorenzo—. Estás poniendo en peligro todo por lo que hemos trabajado. ¿Tienes idea del daño que esto puede hacer a tu reputación? ¿A la reputación de la banda?

Mi temperamento se encendió ante tal acusación y mis puños se cerraron a cada lado de mi cuerpo.

—No soy un yonqui —espeté—. Sólo me estoy desahogando, y no es asunto tuyo.

—¿Que no es asunto mío? —replicó, con la voz enronquecida—. Mientras formes parte de esta banda, es asunto mío. Y si no puedes ponerte las pilas, tal vez sea hora de reevaluar tu lugar en el grupo.

La amenaza flotaba en el aire entre nosotros, un duro recordatorio de las consecuencias de mis acciones. Sabía que había llevado las cosas demasiado lejos, pero mi orgullo le impedía admitir la derrota.

—Creo que no hace falta llegar tan lejos —intervino Andrea, colocándose entre nosotros.

—Limpiaré mi imagen, lo prometo —dije, con la voz teñida de resignación—. Dame una oportunidad.

Nuestro manager me miró con escepticismo, sopesando cuidadosamente mis palabras.

—De acuerdo —cedió finalmente—. Pero esta es tu última oportunidad, Rizzo. No hagas que me arrepienta —me advirtió—. Tenemos que cortar esto de raíz antes de que se salga de control. Por eso se me ha ocurrido una solución.

—¿Y cuál se supone que es? —pregunté incrédulo.

—Vamos a invitar a Bianca Ferretti, la periodista que escribió ese artículo mordaz sobre ti, a que nos acompañe en la gira.

Un nudo frío se formó en la boca de mi estómago, una mezcla enfermiza de temor y aprensión se arremolinándose en mi interior. Por un momento, no pude respirar, no pude pensar, no pude hacer nada más que quedarme congelado en estado de shock. La mera idea de enfrentarme a Bianca me llenaba de una sensación visceral de inquietud, un miedo desgarrador que amenazaba con consumirme por completo.

Todavía podía recordar el escozor de sus palabras, la forma en que me había pintado como una especie de estrella de rock drogadicto sin ninguna preocupación en el mundo. Había sido como un golpe en la tripa, una traición brutal que me había dejado tambaleante y destrozado.

Y ahora, saber que ella estaría allí, acechando en las sombras, observando todos mis movimientos como una especie de buitre a la espera de abalanzarse para matar... Era casi demasiado para soportarlo.

—¿Qué? ¿Te has vuelto loco? —voceé—. Sólo conseguirá sacar más trapos sucios sobre mí y empeorar las cosas.

—Escúchame, Rizzo. Puede que el artículo de Bianca te haya pintado de forma negativa, pero también tiene buen ojo para los detalles —explicó—. Si podemos demostrarle que estás haciendo un verdadero esfuerzo por mantenerte limpio, podría ser la historia de redención que necesitamos para cambiar las cosas.

—Lorenzo tiene razón, Drex —lo apoyó Mattia—. Esta podría ser nuestra oportunidad de dejar las cosas claras y demostrar al mundo que no eres solo un yonqui acabado.

—No me gusta, pero supongo que no tenemos muchas opciones, ¿verdad? —dije de mala gana.

—Confía en mí, solo tenemos que demostrarle a Bianca que vas en serio con lo de encarrilar tu vida.

—Bien —accedí finalmente, enderezando los hombros—. Pero si esto nos estalla en la cara, es culpa tuya.

—No te preocupes, Drex. Tengo un buen presentimiento —Lorenzo esbozó una amplia sonrisa—. Vamos a mostrar al mundo al verdadero Drex Rizzo, y les va a encantar lo que vean.

Cuando entré en la sala, mi mirada se posó inmediatamente en él: Drex Rizzo, el infame bajista cuyo nombre llevaba semanas apareciendo en los titulares. Su presencia era magnética y atraía la atención de todos los presentes como una polilla a la luz.

Allí estaba, apoyado contra la pared con un aire de despreocupación que contradecía la agitación que bullía bajo la superficie. Llevaba el pelo oscuro despeinado de una forma que denotaba el estilo de una estrella del rock, y sus penetrantes ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me produjo un escalofrío. Por un momento, el tiempo pareció detenerse mientras nos mirábamos a los ojos, un entendimiento silencioso que trascendía las palabras.

Aparté la mirada, sintiendo cómo se me calentaban las mejillas al sentir una oleada de emociones contradictorias. La ira, el resentimiento, la curiosidad... todas ellas luchaban por dominar en mi interior, cada una compitiendo por mi atención como un caos de voces que claman por ser reconocidas.

—Entonces, ¿quiere que me una a la gira y documente todo lo que vea sobre la banda y el supuesto cambio de comportamiento de Drex?

—Rizzo —me corrigió el chico con la mariposa tatuada en el cuello. Le ignoré, devolviendo mi mirada a su manager.

—Así es —asintió este—. Creemos que podría ser una gran oportunidad para ambas partes. Tú tienes una visión privilegiada de la banda y nosotros tenemos la oportunidad de mostrar al mundo que nos tomamos en serio la limpieza de nuestros actos.

—¿Y qué espera exactamente que escriba? —pregunté, arqueando una ceja—. ¿Un artículo sobre cómo Dre... Rizzo dejó milagrosamente su adicción a las drogas?

—Eh, cuidado, bimba —se acercó a mí—. Fuiste tú quien escribió ese artículo basura que me ha metido en este lío.

—¿Basura? Yo lo llamo periodismo —contraataqué, elevando mi mentón para verme más alta y segura—. Y si la verdad duele, quizá deberías hacer un poco de introspección.

—Mantengamos esto profesional, ¿de acuerdo? —nos interrumpió Lorenzo—. Bianca, no te pedimos que escribas nada en concreto. Sólo queremos que documentes lo que ves, sea positivo o negativo.

—¿Y qué gano yo? Aparte de la oportunidad de vigilar a un puñado de estrellas del rock con egos inflados.

Drex resopló, ahora apoyado sobre la pared, con una pierna enfrente de la otra y los brazos cruzados.

—Estamos dispuestos a ofrecerte acceso exclusivo a la banda, así como una generosa compensación.

—Hmm, tentador. Pero tengo una condición.

Me levanté de la silla, apoyando mis manos sobre el respaldo e inclinándome hacia delante.

—Oh, allá vamos —ironizó Drex, rodando los ojos.

—Quiero un control editorial completo sobre lo que escribo. Sin censura, sin interferencias —dije con firmeza, antes de extender mi mano hacia Lorenzo—. ¿Trato?

—Trato —estrechó mi mano—. Mientras sea justo y preciso, no tenemos objeciones.

—Bien —Drex dio una palmada, separándose de la pared—. Pero no esperes que sea tu guía turístico ni nada por el estilo, no tengo interés en interactuar de más contigo.

—Créeme, Rizzo, el sentimiento es mutuo.

—Excelente, voy a por el contrato y dejo que os vayáis conociendo mejor.

Más bien, nos dejaba para que nos matáramos entre nosotros.

—Así que, aquí estamos —crucé lo brazos.

—Sí, aquí estamos.

—No te sientas tan seguro, Rizzo —le dirigí una mirada escéptica—. Acepté unirme a esta gira para hacer mi trabajo, no para hacer de niñera.

—Y yo que pensaba que te habías apuntado por el alcohol y las groupies gratis —bromeó, acercándose mucho más a mí, permitiéndome acceder al olor de su aliento mentolado.

—Por favor, ahórrate los clichés —puse los ojos en blanco—. Estoy aquí porque tu jefe me prometió un control editorial total sobre lo que escribo.

—Lo que tú digas —se encogió de hombros—. Pero recuerda que no eres la única que estará vigilando.

—¿Ah sí? —levanté una ceja—. ¿Y quién lo hará?

Inclinó ligeramente la cabeza para susurrar en mi oído:

—Digamos que tengo algunos trucos bajo la manga.

—¿Eso es una amenaza, Rizzo? —pregunté con una sonrisa desafiante.

—Llámalo como quieras, pero recuerda que no fui yo quien escribió un artículo exponiendo a alguien sin conocer toda la historia.

Arrugué la frente.

—Crees que lo sabes todo sobre mí, ¿verdad?

—Oh, sé más de lo que crees —murmuró con una sonrisa astuta—. Y créeme, no me da miedo usarlo a mi favor.

Le sostuve la mirada. No me iba a dejar intimidar, y menos por él.

—Puedes intentarlo, Rizzo —le sostuve la mirada. No me iba a dejar intimidar, y menos por él—. Pero ya he lidiado antes con egos más grandes que el tuyo.

—Eso ya lo veremos, bimba —repitió.

La tensión entre nosotros crecía por momentos, cada uno negándose a retroceder ante el desafío que le planteaba el otro.

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