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Capítulo tres

—Lorenzo, ¿podemos hablar un momento? —pregunté, alcanzándolo en mitad del pasillo.

—Por supuesto, Bianca —se detuvo—. ¿Qué ocurre?

—Es sobre Rizzo. Estoy cada vez más preocupada por su salud.

—¿Preocupada? ¿Tú? —soltó una risa.

—Sé que Rizzo y yo estamos en guerra, por decirlo de alguna manera, pero no se trata de conflictos personales. Se trata de su salud, tanto física como mental —expliqué, empezando a caminar de nuevo con él a mi lado—. Creo que necesita ayuda profesional. Su adicción parece estar fuera de control, y me temo que es sólo cuestión de tiempo antes de que le afecte seriamente.

—¿Has hablado con él sobre esto?

—¿Estás bromeando? Me arrancaría la cabeza —reí—. Mira, he estado observando su comportamiento, y está claro que está teniendo dificultades por mantener la compostura. Ha estado ausente de las reuniones, llegando tarde a los ensayos, y su actuación en el escenario ha sido errática en el mejor de los casos.

—Sí, lo he notado —suspiró—. ¿De verdad crees que un psicólogo o psiquiatra le podría ayudar?

—Sí, absolutamente. Podrían proporcionarle el apoyo y la orientación que necesita para superar su adicción y abordar cualquier problema subyacente que contribuya a ella.

—Es un asunto delicado, Bianca. Tenemos que abordarlo con sensibilidad y discreción.

—Lo entiendo, Lorenzo —asentí—, pero no podemos seguir haciendo la vista gorda. Ignorar el problema no hará que desaparezca.

—Tienes razón —paró un segundo, llevándose la mano al cabello y desenredándolo—. Concertaré una reunión con Rizzo y hablaré de esto con él en privado. Gracias por contactar conmigo, Bianca.

—Por supuesto.

Cuando salí de la oficina de Lorenzo, con nuestra conversación todavía en mi mente, distraídamente tomé mi teléfono y revisé mensajes y correos electrónicos. Perdida en mis pensamientos, no me di cuenta de las figuras que se acercaban hasta que fue demasiado tarde.

Entonces, choqué con alguien, sacándome de mis pensamientos. Al levantar la vista, vi a Giovanna y Alessandra, cuyas expresiones de preocupación se reflejaban en sus ojos.

—Lo siento —murmuré, recuperando rápidamente el equilibrio.

—Tranquila —respondió Alessandra, su voz teñida de curiosidad—. Pareces distraída. ¿Está todo bien?

Giovanna asintió con la cabeza y su mirada sondeó mientras esperaba mi respuesta.

Dudé por un momento, considerando si compartir los detalles de mi conversación con Lorenzo. Finalmente, accedí y les hice un gesto con la cabeza para dirigirnos a un sitio menos concurrido que el pasillo.

—Necesito hablar con vosotras —susurré, mirando a mi alrededor.

—¿Qué pasa, Bianca?

—Acabo de tener una conversación con Lorenzo —dije, bajando la voz cada vez más—. Le he planteado la idea de conseguir un psiquiatra para Rizzo.

—Espera, ¿qué? —me interrumpió Alessandra—. ¿Quieres enviarlo a un loquero?

—¿Queréis escucharme? —me quejé, recolocando mis gafas sobre el tabique de mi nariz.

—Claro, pero suena un poco extremo, ¿no? —preguntó Giovanna, no demasiado convencida.

—Mirad, Rizzo está fuera de control y está afectando su trabajo, sus relaciones, todo —expliqué—. Necesita ayuda profesional, y rápido.

—Pero, ¿por qué un psiquiatra? ¿No puede ir a rehabilitación o algo así?

—La rehabilitación puede ser necesaria más adelante, pero ahora mismo, creo que necesita a alguien que le ayude a entender por qué está consumiendo drogas en primer lugar. Un psiquiatra puede ahondar en las causas de su adicción y proporcionarle mecanismos de afrontamiento.

—Entiendo lo que quieres decir, Bianca. ¿Pero de verdad crees que Rizzo estará de acuerdo? —preguntó la pelirroja.

—Probablemente no, pero Lorenzo está de acuerdo con la idea, y si lo abordamos con sensibilidad, podríamos convencerlo.

—Tengo una pregunta, ¿vosotros dos no os llevabais mal?

Asentí—. Me cae fatal, pero eso no significa que quiera verlo postrado en una cama por una sobredosis.

—Entiendo —contestó Giovanna—. Pues lo que sea que necesites, nos avisas.

—Lo haré —sonreí—. Gracias, chicas.

—Rizzo, necesito hablar contigo —dijo Lorenz, agarrándome del brazo y metiéndome en una habitación. Ojeé el espacio y decidí sentarme en uno de los sillones granates.

—¿Qué pasa?

—Es sobre tu comportamiento reciente —empezó, carraspeando e intentando disimular su nerviosismo—. Creo que te vendría bien hablar con un psicólogo o psiquiatra.

—¿Un psiquiatra? —pregunté irónico—.Perfecto, así me podrá dar más pastillas.

—Por favor, Rizzo, estoy preocupado.

—No necesito un psiquiatra, Lorenzo —negué con la cabeza, haciendo círculos con el dedo índice sobre la tela del sillón—. Puedo manejar mis propios problemas.

—No se trata de debilidad, Rizzo. Buscar ayuda no significa que seas incapaz; significa que eres lo suficientemente valiente para enfrentar tus problemas.

—Pero, ¿qué haría un psiquiatra por mí? ¿Sentarme y preguntarme sobre mi infancia?

—No ahondará solo en tu pasado —descruzó las piernas, inclinándose hacia mí—. Puede proporcionarte mecanismos de afrontamiento, estrategias para controlar el estrés y los antojos, y ayudarte a comprender las causas de tu adicción.

—Yo sé cuáles son las causas, no hace falta que me lo diga un loquero —solté un bufido, poniendo una de mis piernas sobre la otra.

—No, pero quizás sí que te puede ayudar a sanar las heridas que te hacen consumir.

—¿Puedo preguntar a qué viene tanto interés en que busque ayuda? —pregunté interesado.

Ellos sabían que llevaba tiempo consumiendo, pero nunca antes me habían sugerido ver a ningún especialista. Así que, ¿por qué ahora?

—Bianca me lo ha sugerido.

—¿Qué? ¿Bianca? —me erguí, alzando ambas cejas—. Ella es la última persona de la que aceptaría un consejo.

—Entiendo tus sentimientos hacia ella, pero trata de dejar eso de lado por un momento —suplicó—. Ella está realmente preocupada por ti, y yo también.

Entonces vi a la chica morena que hacía que me hirviera la sangre pasar por delante de la habitación. Enseguida me levanté del sillón y abrí la puerta, gritando:

—¡Ferretti!

Ella se giró con una expresión confundida, haciendo que su esponjoso cabello ondeara en el aire. En cuanto me vio, puso los ojos en blanco. Sonreí para mis adentros. «No sabes lo que te espera», pensé.

—¿Se puede saber por qué cazzo te metes en mi vida? —pregunté, tan amable como un erizo.

Ella arqueó una ceja—. ¿Puedes ser más concreto?

—El loquero —espeté—. No soy un loco.

—No, no lo eres. Eres un adicto —respondió, en un tono firme—. Y cuanto antes aceptes que necesitas ayuda, antes podrás rehabilitarte.

—Estás loca si crees que voy a aceptar cualquier ayuda que venga de ti.

—Pues ahora mismo soy la única que te la está proporcionando. Así que tú mismo, Rizzo —pronunció, encogiéndose de hombros antes de voltearse y empezar a caminar en dirección opuesta.

¿Visitar a un psiquiatra? No es exactamente lo que tenía en mente cuando imaginé que mi vida volvería a la normalidad. Claro que he pasado por una mala racha con el tema de la adicción, pero ¿hablar con un psiquiatra sobre mis secretos más profundos y oscuros? Se siente como un nivel completamente diferente de exposición.

Siempre me he enorgullecido de ser independiente, autosuficiente. Admitir que necesito ayuda profesional es como admitir debilidad, como ceder el control de mi propia vida. Además, ¿qué podrían decirme que no sepa ya? Soy plenamente consciente de los riesgos, de las consecuencias de mis actos.

Pero quizá ese sea el problema. Tal vez soy demasiado consciente, tal vez estoy demasiado metido en mi propia cabeza para ver el panorama completo. Tal vez lo que necesito ahora es una nueva perspectiva, aunque eso signifique tragarme mi orgullo y abrirme a un desconocido.

Pero es una idea desalentadora. Abrirme sobre mis problemas, mis miedos, mis errores del pasado. ¿Y si me juzga? ¿Y si no puede ayudarme? ¿Y si es una pérdida de tiempo?

Pero, ¿y si no lo es? ¿Y si este pudiera ser el punto de inflexión, el primer paso para recuperar mi vida? Me debo a mí mismo al menos considerarlo, darle una oportunidad.

Suspiré y volví a la habitación donde había dejado a Lorenzo dando zancadas.

—De acuerdo, lo haré.

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