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3. Tulipanes

No supo por cuánto tiempo recorrió los barrios luminosos de la isla en brazos de su dueño, y tampoco le prestó atención al escenario a su alrededor, al menos hasta que se sorprendió un poco al ver cómo se desviaban hasta un camino que los abrazaba con montañas de basura que, cual rosales guiando a un bello castillo, marcaban un pequeño camino, no obstante, no llegaron a un lugar de ensueño, sino a una imagen que concordaba con los alrededores; una edificación compuesta por láminas metálicas que variaban en forma y color, rodeada por un pequeño patio con neumáticos y contenedores dispersos como decoración.

Decir que jamás había estado cerca de un lugar así sería mentir, si bien era hijo de un tenido líder de la mafia, había visto la escoria más grande no solo de Japón, también del mundo, quizá ese era el motivo de su desilusión en la vida, cientos de imágenes que se almacenaban en su subconsciente, con candados que evitan que salgan hasta el conciente, pero una voz vivaz que grita que sigue ahí. Después de ver cosas tan discordantes con la lujosa y costosa vida que llevaba, no le desagradaba el ver aquel hogar tan peculiar, aunque con la incertidumbre, llegó la amargura, el sentimiento de saber que ya no había una vida a la cual regresar. Le encantaría poder decirle a Clear que olvidara las palabras absurdas de sus hermanos y fueran juntos entretenerse un rato, tal vez pasear por la isla, o hablar en su departamento sobre lo miserables que eran sus familiares, pero ni siquiera podía emitir palabra alguna. Su vida ya no era suya, su vida había sido comprada por unos cuantos yenes y no sabía si eso era mejor o peor que lo dejado atrás.

Clear entró a la casa, secando la poca humedad que aún quedaba en sus mejillas con la manga holgada de su gran y blanco abrigo. Dejó al muñeco sobre la mesa del comedor y procedió a retirar su brillante bufanda de un amarillo brillante y sus botas con cientos de cordones complicados de manipular.

La casa por dentro era más agradable a la vista que el exterior. Muebles de madera antiguos daban una imagen anacronica pero con una calidez como el abrazo de un experimentado abuelo. Diversos objetos adornaban cada superficie dejando solo pocas excepciones, todo tipo de cristalería: botellas, jarrones, recipientes, y la más llamativa, una gran pecera con pequeños peces de varias especies, nadando felices en su pequeño castillo algo deforme, señal de que había sido hecho improvisadamente por manos poco expertas.

El albino dejó el muñeco sobre el comedor se sentó frente a él, observándole, mirando con detenimiento cada uno de sus detalles.
—¿Sabes? No me importa lo que digan —dijo con una sonrisa amarga—. Quizá es raro que yo compre muñecos con esta edad, y mucho más raro que te hable, pero mi abuelo me decía que los objetos sentían y padecían, y aunque sonara absurdo, tenían sentimientos y podían recordarlo todo.

Koujaku le escuchó, de haber podido articular o expresarse, hubiera tenido una expresión de asombro, le parecía interesante el ver como un sentimiento mutaba a otro de una manera tan clara, los ojos rosados de su dueño abandonaron la humedad y la comisura de sus labios se levantó en una una sonrisa nostálgica. En el pasado, esas cosas le hubieran parecido absurdas, nada más que ideologías que decían a los niños para enseñarles valores, sin embargo, ahora veía todo eso con otro enfoque. 

—¡Además!—prosiguió— Tengo una razón para sentirme feliz todos los días.
Se levantó velozmente, y del interior de una de las múltiples botellas sacó una pequeña hoja de papel, la extendió sobre la mesa, revelando un dibujo llamativo de tres lindos tulipanes algo difuminados en los bordes, muestra de que la hoja había sido manipulada varias veces.

Entonces una memoria llegó a Koujaku, como la brisa feroz que precede a una tormenta. Años atrás, cuando él era apenas un niño de poco más de diez años, su madre le enseñó a plasmar un estampado de tulipanes sobre un kimono, ella amaba confeccionar sus propias prendas, y parecía interesada en que su hijo siguiera aquella bella tradición, aunque no resultó como esperaba. La actividad, aunque fue apreciada por él, no llamó lo suficiente su atención como para seguir con el hobbie. Desde ese entonces, su madre atesoraba el único kimono que realizó, queriendo usarlo solo en algún evento de suma importancia, aunque nunca llegó tal evento. Pese a plasmarlo una única vez, quedó plasmado en su memoria, lo repetía de vez en cuando en clase, cuando las palabras del profesor se alejaban de su interés y su mente divagaba, fingiendo estar en un lugar mejor. Y finalmente recordó como en una de las clases de arte, el trabajo principal fue dibujar un jarrón de tulipanes, ese fue el único trabajo con nota alta en su vida académica; los estudios nunca fueron para él.

—Ese día, fue un día muy especial, y a la vez muy triste—, la mirada de Clear decayó momentáneamente en recuerdos melancólicos— Pero no vamos a hablar de cosas tristes. Ese día también fue muy especial porque conocí a la persona más linda del universo. Yo no podía concentrarme en el dibujo que dejó la profesora en clase, no lograba hacer algo bien, y fue cuando él se acercó a mí y ofreció ayudarme con mi dibujo, es este que está en mis manos —extendió el dibujo en el que apenas si podía verse el paso del tiempo—. Sé que es triste y algo... patético, pero esa voz amable, me hizo sonreír, y eso no voy a olvidarlo nunca.

Clear se levantó rápidamente y tomó con suavidad el muñeco, extendiendolo bajo la luz del sol entrante por la ventana.
—Eres igual a él, por eso no pude evitar traerte conmigo —afirmó con una gran sonrisa y lo acercó a su pecho—. Tener al menos un pedacito de él me hace muy feliz.

Koujaku estaba confundido, no sabía cómo sentirse, y ni siquiera sabía si tenía derecho a sentir algo al respecto o solo debería dejarlo pasar y evitar el tema. Siempre había pensado que el remitente de las cartas que recibía era una chica; el hecho de tener un "admirador" varón sonaba desagradable, o así lo hubiera visto de haberlo sabido días antes, pero su reacción contrastaba un poco con su antiguo yo.

No conocía a Clear, apenas si llevaba  una hora o poco más con él, sin embargo, era una persona peculiar, no por el hecho de mandarle cartas declarando sus platónicos sentimientos en prosas anónimas, era la falta de malicia que detectaba en sus acciones, una inocencia que, siendo algo apresurado de atribuir, se reafirmaba conforme los minutos pasaban. Ese chico de cabellos blancos como la nieve le parecía demasiado inocente como para hacer algo con malicia o descaro, aunque debía admitir que tenía un sentimiento extraño al encontrarse con ese actuar tan peculiar.

Su dueño lo aferró más contra su pecho, y comenzó a girar por el interior de la casa, el espacio era limitado por lo que los pasos que simulaban un fantaseoso vals debían ser cortos.
—¡Koujaku-san! Es un enorme placer el tenerlo acompañándome esta noche —dijo el ensoñado albino sin detener su baile—. ¡Es como en un cuento de hadas! Cómo las historias de príncipes y princesas... Ah ¡Claro! Usted sería el príncipe... Un príncipe muy apuesto...¡Y varonil! —tartamudeó, como si realmente tuviese a su persona soñada enfrente, advirtiendo un poco de su personalidad.

Aquel muñeco solo se dejó llevar por los movimientos torpes y el sonido de un corazón que latió con más fuerza tras el pequeño error en los comentarios. Rió internamente, le parecía increíble como el albino podría conocerlo al menos en lo más mínimo como para advertir la reacción que tendría ante un comentario tan... Fantaseoso. No podía sentir ningún sentimiento negativo hacia ese chico, era como ver a un pequeño jugar y soñar con una vida en la que muchas pequeñas sueñan, claro, era un varón, pero eso no era un crimen.

La admosfera infantil y soñadora se vio interrumpida abruptamente por una voz seca y fría.

—¿Qué haces?
Clear se detuvo al instante, y la pálida piel de su rostro no tardó en arder en llamas al ver que tenía compañía, y peor aún, que esa compañía había visto el vergonzoso momento que había protagonizado.
—¡Noiz-san! Me asustó ¿Por qué no tocó la puerta?

Al otro lado de la ventana, estaba un chico de cabellos rubios cortos casi cubiertos por una gorra oscura con detalles verdes.
—Porque te escuché, y creí que tenías visitas —se levantó, apartando sus brazos que momentos antes estaban sobre el marco de la ventana y finalmente entró en la casa, aspirando nada disimulado el aroma, como si esperase encontrar algún rastro desconocido, pero se descartó al no encontrar nada inusual.
—Como sea ¿Qué es eso?— preguntó señalando con desagrado lo que el albino ocultaba tras su espalda.

—¿Qué cosa? —preguntó Clear, intentando evadir la pregunta mientras un intenso rubor hacia venir abajo sus palabras.

—Esa mierda con la que estabas bailando —dijo con desagrado y sin titubear más se acercó y arrebató de sus manos el muñeco. Lo examinó como quien examina el cadáver de un animal en descomposición para finalmente arrojarlo con fastidio al suelo.

Koujaku solo pudo sentir como su rostro se estampaba sobre la pared y finalmente caía al suelo, no sabía de qué material estaba hecho, pero agradecía no escuchar ningún sonido de un cristal rompiéndose, eso era buena señal. Pese a que no sintió dolor, estaba enfadado, tanto o más que momentos antes, quería ir hasta ese mocoso insolente y arrancarle esa cabeza llena de perforaciones. Se preguntaba qué clase de maldición tendría el albino para estar rodeado de gente así.

—¡Noiz-san! ¿¡Por qué hizo eso?! —exclamó Clear, queriendo ir tras el muñeco, pero su brazo fue sostenido, impidiéndole avanzar.
—Solo intento hacer que olvides a ese tipo de una vez por todas.
—Ya habíamos hablado de eso —apartó suavemente su brazo del agarre del contrario y suspiró con pesadez—. No le hago daño a nadie, sé que Koujaku-san ni siquiera sabe quién soy, y que jamás podría acercarme porque soy demasiado tímido pero eso no significa que...
—Está muerto.

En menos de un segundo todo ruido se detuvo, y un silencio fúnebre inundó el hogar, retumbando por cada uno de los objetos de cristal y disparando directamente en el corazón de Clear, quién solo atinó a mirar a su amigo y preguntar algo que para él había sonado en un idioma desconocido.
—¿Qué?

Koujaku agradeció infinitamente que su rostro hubiera caído de frente a la pared, así no podría ver el rostro del albino, y su expresión al saber sobre el resultado de su inmadurez. No conocía a su dueño de mucho tiempo, pero podía sentir que no había malicia en él, y no deseaba que supiera esa noticia, no alguien que lo quería con tanto fervor. Desearía poder hablar justo en ese momento y decir que él estaba ahí, escuchando todo lo que sucedía y que ahora conocía los sentimientos que ese chico guardaba por él, aunque no fueran correspondidos, quería hacer algo por evitar la catástrofe que estaba por ocurrir.

Capitulo (e historia) dedicada a monnie_randa por haber tardado tanto en actualizar 😅❤️

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