XV
La mirada de Alastor se congeló al ver a Charlie aparecer en la esquina. Su rostro se tornó pálido, y la sorpresa lo dejó sin palabras. La pequeña mujer con el leotardo ajustado se giró hacia Charlie, pero su atención estaba completamente centrada en el obispo, quien intentaba recomponer su expresión.
—Charlie... —logró articular Alastor, su voz temblando ligeramente mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.
Pero ella solo retrocedió, su rostro reflejando una mezcla de incredulidad y dolor.
—Lo siento, no he visto nada —dijo rápidamente, su voz apenas un susurro antes de girarse y salir corriendo.
El eco de sus pasos resonó en los pasillos de la iglesia, y su corazón latía con fuerza mientras se apresuraba hacia la salida. La sensación de traición la abrumaba, y no podía permitir que las lágrimas se desbordaran. Necesitaba salir de allí.
Al llegar a su auto, casi se lanzó dentro, temblando de rabia y tristeza. Encendió el motor con manos temblorosas y, sin mirar atrás, pisó el acelerador. Las luces de la iglesia se desdibujaron rápidamente en el retrovisor, pero la voz de Alastor resonaba en su mente.
—¡Charlie, espera! —la escuchó a lo lejos, pero su corazón no se detuvo. No podía.
Mientras conducía, sus pensamientos se agolpaban como un torbellino. ¿Cómo había podido encontrarlo en esa situación? La imagen de Alastor acorralado, la mujer a su lado, la llenaba de una rabia indescriptible.
¿Acaso le gustarían ese tipo de cosas? Alastor era bastante pasional ¿Acaso ella no era la única? Se sentía traicionada por no serlo. El simple pensamiento le desagradó mucho más de lo que estaba dispuesta a admitir pero sencillamente no tenía porqué enojarse porque en primer lugar, ellos no tenían ningún tipo de compromiso que implicaba exclusividad, él estaba en todo su derecho de tener otro tipo de compañías igual de clandestinas.
—No somos nada —se dijo a sí misma, apretando el volante con fuerza—. ¿Qué esperaba? ¿Que fuera diferente?
La tristeza se mezclaba con la ira, y su mente giraba en círculos. No podía creer que, a pesar de todo, aún lo deseaba. La confusión la consumía, y el dolor de su propia vulnerabilidad la hacía querer gritar.
—Eres una tonta, Charlie —murmuró, sintiéndose ridícula por haber creído que había algo más entre ellos.
Mientras se alejaba de la iglesia, las lágrimas comenzaron a caer, pero las limpió con rabia. No iba a dejar que eso la derrumbara. Tenía que ser fuerte, aunque en su interior todo se desmoronara.
—Tú aceptaste esto, Charlie. Debiste prever esto —se repetía, tratando de convencerse mientras el paisaje se desdibujaba a su alrededor. Pero en el fondo, sabía que no podía escapar de lo que había visto y de lo que tenía que asumir.
Pero no quería pensar más sobre eso el día de hoy.
Llegó a su apartamento con la mente en blanco, el peso de la decepción aplastando su pecho. Las luces estaban apagadas, y la oscuridad la envolvió como una manta pesada mientras cerraba la puerta detrás de ella. No tenía ganas de encender nada.
Se dejó caer sobre la cama, aún vestida, sintiendo la tela de su abrigo oedsdo y los pantalones ajustados que había usado durante el día. La incomodidad de su ropa contrastaba con la comodidad de su cama, pero no le importaba. Cerró los ojos y, de repente, las lágrimas comenzaron a brotar sin control. No sabía por qué lloraba; no debería hacerlo. No eran ni siquiera amantes, no tenían ni siquiera un nombre, algo sin compromiso, una relación que nunca podría ser más. Sin embargo, el dolor era insoportable.
—¿Por qué me duele tanto? —susurró para sí misma, sintiéndose ridícula.
De repente, un canto alegre y melodioso interrumpió su tristeza.
—¡Charlie! ¡Es día de paga! ¡Gran día para salir a comer! —la voz de Ángel resonó en el pasillo, llena de entusiasmo.
La puerta se abrió de golpe y Ángel apareció, su rostro iluminado por una sonrisa radiante.
—Hoy Valentino estaba de buen humor porque la última sesión de fotos se vendió como pan caliente —relataba este desde la sala, quitándose el abrigo—. Charlie ¿Quieres camarones cajun? Se que te encantan, podríamos...
Pero al ver a Charlie acurrucada en la cama, su expresión cambió de alegría a preocupación. Se detuvo en seco, mirando a su amiga, impactado por la escena que tenía ante sus ojos.
—¿Qué te pasa? —preguntó, acercándose lentamente—. Te ves... mal.
La escritora levantó su rostro para verlo, sus ojos y nariz estaban rojos, lo que hizo que su amigo se sentará a su lado, levantando sus manos hacia ella pero sin dar el primer contacto. Esperando que ella se sintiera cómoda con eso y lo hiciera.
Sin poder contenerse, Charlie sintió que el nudo en su garganta se rompía. Se lanzó a los brazos de Ángel, llorando desconsoladamente.
—No sé qué hacer, Ángel creo que cometí un gran error—sollozó, aferrándose a ella.
Ángel la abrazó con fuerza, sintiendo el peso de su dolor. Se sentó a su lado en la cama, envolviendo a Charlie en su calidez y tratando de calmarla.
—Shh, está bien. Estoy aquí —dijo, acariciándole la espalda con suavidad—. ¿Qué ha pasado?
Conteniendo sus hipidos entre lágrimas, Charlie comenzó a desahogar todo lo que había sentido, cada emoción que la había llevado a ese momento. Le contó lo que vio y el modo en que los encontró, las asquerosas palabras dichas por aquella mujer y por sobre todo, el nombre de ella. Esto hizo que Ángel saltara, mirándola a los ojos.
—¿Minzy? —preguntó, con un tono de sorpresa.
Charlie lo vio extrañada.
—¿Qué tiene que ver? —se limpió las lágrimas y la nariz, esperando lo que este tenía que decir.
Ángel tomó un respiro profundo, como si estuviera a punto de revelar un secreto importante.
—Ella es la dueña del cabaret donde trabajo algunas noches. Ha estado enamorada de Alastor desde que él estaba en el seminario. Pero él nunca le ha hecho caso. Por eso, de vez en cuando, usa estrategias osadas para intentar seducirlo, pero siempre termina siendo echada de la iglesia —explicó.
Charlie frunció el ceño, sintiéndose un poco más confundida.
—¿Y alguna vez él la ha aceptado?
Ángel negó con la cabeza, su expresión seria.
—Es de conocimiento público que Minzy lleva 15 años siendo rechazada de forma inclemente por el Obispo —indicó.
Al escuchar esto, Charlie sintió como si un peso terrible se liberara de su pecho. La rabia y la tristeza comenzaron a disiparse, aunque la molestia aún persistía. No le hacía feliz que otra mujer hiciera algo así con Alastor, pero al menos ahora comprendía un poco más la situación.
—Entonces, ¿ella solo estaba tratando de...? —murmuró, intentando procesar la nueva información.
—Sí —respondió Ángel—. Minzy ha intentado llamar su atención de mil maneras, pero él siempre ha sido firme. No hay nada entre ellos, Charlie. Nunca lo ha habido.
Charlie se sintió un poco más tranquila, pero la imagen de Alastor y aquella mujer aún la atormentaba.
—No debería dolerme tanto —dijo, limpiándose las lágrimas con la mano—. No somos nada, esto es solo circunstancial y temporal... Pero no puedo evitarlo.
Ángel la miró con comprensión.
—Es normal —suspiro—. Los sentimientos son complicados, y aunque él no esté interesado en ella, eso no quita el hecho de que te lastimó verlos así.
Las palabras de Ángel resonaron en su mente, y aunque el dolor seguía presente, al menos ahora tenía una perspectiva diferente. Se acurrucó un poco más en el abrazo de su amigo, agradecida por su apoyo.
No obstante, después de unos momentos de silencio, Ángel se apartó un poco de Charlie y la miró con seriedad.
—Mira, aunque estoy muy feliz de apoyarte, me preocupa mucho que vayas a desarrollar sentimientos por el Obispo sexy y sonriente —dijo, su tono grave—. Eso podría herirte más. Aunque la hayan pasado muy bien estos días, no hay nada ni puede haber nada más entre ustedes.
Charlie bajó la cabeza, dándole la razón. Era cierto. Ella era una mujer común y corriente, y él era un obispo. No podían relacionarse. El simple hecho de que tuvieran contacto de ese tipo ya era deshonroso. Sabía que no tendría un final feliz si permitía que su corazón siguiera por ese camino.
Pero... no podía apartarse.
—No quiero dejarlo —murmuró, la voz temblorosa—. Sé que es complicado, pero yo...
Ángel la miró con aprehensión, consciente del peso de sus palabras. Sabía bien lo que eso significaba, lo que implicaba y las consecuencias catastróficas que podría tener. El las había vivido en carne propia y estaba pagando cada día de su vida ello, no quería que ella quedara igual que él.
—Sabes que puede acabar de un modo que te haga infeliz ¿Verdad? —le advirtió, preocupado.
—Lo sé —respondió ella, sintiendo un nudo en el estómago—. Pero no puedo evitarlo.
El chico suspiró, comprendiendo que su amiga no iba a detenerse. Así que, aunque sabía que era una mala idea, se le ocurrió algo.
—Está bien —hablo, masajeando sus sienes, quien diría que estaría en esa posición por Charlie y no al revés —. Si decides continuar por este camino, entonces solo queda una opción: Debes volverlo loco.
Charlie lo miró, sorprendida por la propuesta.
—¿Volverlo loco? —repitió, tratando de entender.
—Sí —asintió Ángel, con una sonrisa traviesa—. Si vas a jugar con fuego, al menos asegúrate de que sea un fuego que él no pueda resistir. Sé la tentación que no puede ignorar.
Eso era algo que no pensó que podía hacer. Luego de lo que vio, pensó en permanecer encerrada unos días y en cuanto tuviera la oportunidad, declinar su participación en el proyecto de la iglesia. Pero si iba a continuar, tenía que hacerlo con una nueva determinación.
Sintiendo su energía crecer en su interior, notó una chispa de desafío encenderse en su interior. La idea de ser la razón por la que Alastor no pudiera concentrarse en nada más era tan tentadora que le dio un nuevo sentido de propósito.
—Quizás tengas razón —dijo, sintiéndose un poco más segura—. Si voy a hacer esto, quiero que sea de una manera que él no pueda olvidar.
Ángel sonrió, aunque su preocupación seguía latente, solo le quedaba la opción de apoyarla y estar a su lado. Sabía que el camino que Charlie estaba eligiendo era peligroso, pero también entendía que, a veces, el corazón no escucha la razón.
—Solo ten cuidado, ¿sí? —le pidió, mientras se levantaba de la cama—. No quiero verte lastimada.
Charlie asintió, con una gran motivación encima. Camino hasta su armario, abriéndolo de par en par y volteando a ver su amigo.
—Voy a necesitar que me ayudes con la artillería pesada.
Unas horas más tarde, Alastor estaba sumamente cabreado en su oficina del convento. La tensión en el aire era palpable mientras revisaba los papeles en su escritorio, aunque su mente no podía concentrarse en nada más que en lo ocurrido.
Sabía que el día había empezado mal cuando los monaguillos de esa mañana no siguieron su instrucción de no ser molestado antes de prepararse para la siguiente misa. La presencia de alguien muy insistente le hizo saber de inmediato de quién se trataba y aunque siempre era lo mismo desde hacía años, no espero jamás lo que pasó.
Había sido osada antes pero que Minzy se apareciera en esas fechas en la iglesia, y que Charlie los encontrara en esa situación comprometedora no había estado en sus planes. Intentó explicarse pero la escritora ni siquiera esperó unos segundos para salir corriendo, llevándose una idea equivocada en la cabeza.
Incluso cuando salió a buscarla, ya se había ido. Eso lo dejó con una Minzy empalagosa, insistiendo en que le hiciera caso, como si no hubiera un abismo completo entre ellos. Apenas tuvo la oportunidad, la mandó a volar, sintiendo que la ira burbujeaba dentro de él. Nunca en su vida había deseado tanto estrangular a una mujer como ese día.
Tomó un sorbo de una botella de whisky que le había confiscado a los monaguillos a principio de semana, sintiendo el ardor del alcohol recorrer su garganta. Estaba tan cabreado que su sonrisa habitual casi había desaparecido.
No sabía si Charlie podría volver de nuevo. La expresión en su rostro había sido un shock completo, y no tenía forma de explicar lo que había pasado sin que ella no le creyera. Estaba metido en un fiasco, y Alastor lo sabía. Eso lo frustraba profundamente, porque habían avanzado tanto en su relación, y había creído que su juego finalmente estaba en su mejor etapa.
—¿Esto será todo? —se preguntó en voz alta, dejando escapar un suspiro cargado de desesperación.
La idea de perder a Charlie lo molestaba más que cualquier otra cosa. Sabía que la conexión que habían forjado era única, pero ahora todo parecía desmoronarse. Se pasó una mano por el cabello, tratando de despejar sus pensamientos.
—Maldita sea, Minzy —murmuró, recordando su insistencia y su falta de consideración por lo que realmente importaba.
No era propio de él maldecir o decir malas palabras. Su madre lo había criado de un modo en que siempre debía ser correcto, en su forma de andas, su forma de vestir, su forma de obrar. Para ello se había vuelto un obispo, para honrar su memoria en todos los aspectos.
Sin embargo, en ese momento se sentía incapaz de seguir esa petición.
El whisky no ayudaba a calmar su mente, y la frustración se transformaba en un nudo en su estómago. Si solo pudiera encontrar a Charlie y explicarle que lo que había visto no era lo que parecía. Pero la verdad era que no sabía cómo hacerlo.
Con un golpe en la mesa, decidió que no podía rendirse. Tenía que encontrar una manera de recuperar su confianza, el problema es que no sabía cómo.
De repente, vio a la vista una figura femenina subiendo la colina en medio de la noche. Su oficina tenía la única ventana disponible de ese lado del convento, por lo que logró divisar la figura de Charlie subiendo hacia la iglesia incluso desde su posición.
De inmediato salió apresurado de la oficina, camino a su encuentro. Sin embargo, cuando llegó no encontró a nadie entre las filas de asientos en la iglesia. Repaso su mirada por todo el lugar, esperando ver una cabellera dorada por algún lado, pero fue en vano. Pasó su mano por su cabello, despeinadolo un poco. ¿Acaso esa era una jugarreta de Charlie?
Escucho un ligero repiqueteo viniendo del confesionario, y se acercó a este, notando que la atmósfera se sentía diferente, como si el aire estuviera cargado de tensión.
Al tomar asiento, su nerviosismo era palpable. No se sentía propiamente él, intentó alzar su voz para preguntarle algo, cuando de forma repentinamente escuchó la voz de Charlie salir del otro lado del confesionario.
—Perdóname, Dios, porque he pecado... —comenzó, su voz temblando—. No sé porque me encuentro aquí en este momento. No debería seguir haciendo esto.
Las palabras resonaron en el silencio del confesionario, sorprendiendo incluso a Alastor, quien no esperaba una confesión tan directa. ¿Acaso todo lo que había visto esa mañana fue suficiente para alejarla de su lado? Mientras ella continuaba hablando, su voz se volvió más suave, casi un susurro:
—Es inaceptable hacer esto, perseguir a una persona que no tiene moral y escrúpulos, buscando el placer de cualquier mujer, es inaceptable —espeto.
Apretó sus manos con fuerza, maldiciendo a Minzy en su interior. La próxima vez que la viera estaba dispuesto a despojar cada tajo de piel a su alcance, esperando que su miserable existencia fuera suficiente para saciar la ira que tenía por estar a punto de perder alguien tan deslumbrante como Charlie. No obstante, la voz de la escritora continuó, captando su atención.
—Es inaceptable, no quiero compartir tu atención con otra mujer —dijo—. Por eso, no voy a permitir que voltees tu mirada en ningún momento.
Con un movimiento decidido, Charlie abrió la cortina del confesionario, revelando a un sorprendido Alastor, quien no esperó que estuviera justo al lado de él. Sin embargo, no fue el hecho de ser encontrado lo que lo dejó en estupor, fue el singular traje que su querida escritora llevaba puesto. Con una sonrisa confiada y despampanente, lucía un hermoso conjunto de lencería roja que realza su figura de manera cautivadora. El sujetador, diseñado delicadamente con encajes florales, se ajustaba perfectamente a su pecho, acentuando sus curvas de manera sutil y elegante. Las tiras eran finas y destacaban sobre su piel pálida, añadiendo un toque de sensualidad. La prenda inferior era mucho más sugerente, combinando detalles de lazos y encaje que no dejaban nada a la imaginación y la selección del rojo como tono, resaltó aún más sus atributos, creando un hermoso contraste.
Charlie tenía que agradecer infinitamente a Ángel por sus consejos y sus caros regalos, porque en ese momento se sentía segura y poderosa en ese conjunto, especialmente por la mirada del obispo que la atravesó, oscura y profunda, y en ese instante, supo que su atrevido vestuario había logrado el objetivo que había deseado.
Aun así, no esperaba que las cosas fueran tan sencillas para él en esta oportunidad, saco algo de su espalda que tuvo que practicar rápidamente a usarlo antes de siquiera poder salir de casa. Estaba nerviosa, no sabía si funcionaria, pero debía hacerlo.
—Obispo Gallow, creo que merece ser castigado.
La venganza es un plato que se sirve frío, y Alastor estara por conocerlo muy pronto. Me encanto mucho leer sus comentarios del capítulo anterior, espero disfruten mucho de este.
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