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V

Alastor estaba sentado en su escritorio cuando un par de monaguillos tocaron la puerta, interrumpiendo sus pensamientos.Su agenda lo llamara nuevamente.

—Padre Alastor, hay una solicitud para que asista a la morgue de la comisaría —informó uno de ellos, nervioso—. Un cuerpo no identificado ha sido encontrado cerca del río.

—Una pobre alma, espero que alcance la luz eterna y que sus pecados sean perdonados.

Ante dicha noticia, Alastor se persignó y luego unió sus manos como señal de respeto y plegaría por el alma del fallecido. Los monaguillos se conmovieron por su compasión por la persona desconocida, informando el resto de los detalles y notificando que el vehículo que lo llevaría a la comisaría estaría listo pronto.

El obispo asintió, viendo como la puerta era cerrada de nuevo. Una vez solo, una sonrisa oscura plagó su rostro, no estaba interesado en un pútrido cadáver de un don nadie, pero tenía la excusa perfecta para visitar a su querido amigo sheriff.

Se levantó, ajustó los elementos que necesitaba, y se dirigió a la entrada de la residencia donde el auto ya lo esperaba para llevar a la comisaría.

Al llegar, Husk Mayers, el malhumorado sheriff del pueblo lo recibió con una expresión de pocos amigos, un cigarro colgando de sus labios. La atmósfera era tensa, pero había un entendimiento tácito entre ellos, un respeto que ocultaba un desdén mutuo.

—Buenas noches, estimado —saludo Alastor con su acostumbrada cortesía, Husk no dijo nada al principio, se quitó el cigarro de la boca y lo echó al suelo para terminar de pisarlo.

—Buenas noches —saludo escuetamente—. Bueno, acabemos con esto, quiero acabar con el papeleo de una vez—dijo y les indicó para pasar.

Uno de los monaguillos que acompañó a Alastor miró la escena con un poco de desconcierto, puesto que era la primera vez que asistía al obispo, sin embargo, este solo le dio una sonrisa antes de comentarle con confidencia.

—Nuestro estimado solo está un poco cansado de esta extenuante jornada, no se angustie por su austera actitud, ya le está afectando la edad —comentó.

Aunque intento ser respetuoso, apenas pudo contener la risa que el comentario le causó, el mismo forense soltó una escueta carcajada y el Sheriff Husk solo trato de respirar hondo mientras caminaban por los pasillos de la comisaría hasta bajar hacia el sótano donde reposaban los cuerpos en la morgue.

Una vez allí, el monaguillo pareció sentir el peso de la realidad de lo que estaba a punto de pasar. Estaban a punto de entrar a una morgue, el lugar donde reposaban los cadáveres de aquellas personas que morían en circunstancias violentas o desconocidas, un espacio plagado por la muerte. El color de su rostro se tornó más pálido y tragó con fuerza ante el hecho de entrar allí. El

—¿Es la primera vez entrando a una morgue? —le pregunto, este asintió, aunque parecía tener algo de vergüenza de admitirlo—. Entiendo tu sentir, cuando entré por primera vez también fue una experiencia algo incomoda.

—Si no tiene la fuerza para ver un cadáver, mejor que se quede aquí afuera esperando —espeto Husk de forma directa mientras abría la puerta para entrar a la morgue.

El monaguillo se encogió en su espacio, cohibido por el comentario. Pero Alastor intervino rápidamente, posando su mano en el hombro del chico.

—No hace falta, ya has prestado un gran apoyo hasta aquí, yo puedo encargarme del resto.

El monaguillo pareció respirar, viendo al obispo agradecido mientras este ingresaba a la sala, pero en su interior, lo menos que deseaba Alastor era tener un estorbo interrumpiendo su trabajo por un desmayo o un ataque de asco al ver el cadáver. Así fue como entraron los tres hombres hacía el espacio.

Al entrar, se nota primeramente que hay una sala amplia y bien organizada. A la derecha, hay varias mesas de autopsia, cubiertas con sábanas blancas que ocultan lo que allí descansa. En el fondo, se encuentraba una nevera mortuoria con puertas de acero inoxidable, donde los cuerpos se conservaban hasta que fueran reclamados por sus seres queridos.

Al acercarse a la mesa donde reposa el cadáver, se detienen un momento. El forense con la carpeta comienza a explicar los detalles de la muerte a los otros dos hombres, mientras el cuerpo yace cubierto por una sábana. Era un hombre de 45 años de edad, causa de muerte: desangramiento. Fue apuñalado múltiples veces por la espalda con saña, por cómo se encontró el cadáver, parece que fue arrojado al río una vez se concretó el crimen.

Luego de la lectura, la atmósfera era tensa; el silencio se siente denso, interrumpido solo por el leve zumbido de una máquina que aparentemente controla la temperatura.

—¿Algún familiar ha venido a reclamarlo? —preguntó Alastor, el forense negó con la cabeza.

—Lastimosamente, no se encontraron elementos que pudieran identificar a la persona, tampoco existen registros físicos de sus huellas dactilares, aunque el estado de descomposición implica que no tiene muchos días en el agua, la hinchazón del cuerpo no permite tampoco la identificación facial.

—Entiendo.

El Obispo solo pudo juntar sus manos emulando una plegaría y virando hacía los otros dos, habló.

—Entonces comenzaré con el servicio funerario. Pueden quedarse si así lo desean, aunque —Alastor hizo una pausa mirando hacía el forense—. El chico quizás pueda sentirse un poco abrumado allá afuera, así que le agradecería infinitamente si puede permanecer con él para que esté más tranquilo.

—Claro, no hay inconveniente señor Obispo —acento el forense complacido por la atención que daba el hombre con sus monaguillos.

Así que este se retiró,

—¿Qué haces aquí, bastardo? —preguntó Husk, su tono más áspero de lo habitual.

—Vengo a ofrecer mis servicios funerarios —respondió Alastor con una calma que desarmaba.

—Siempre tan diligente —dijo Husk, un tono de burla apenas perceptible en su voz.

Husk lo miró de reojo, consciente de la naturaleza del demonio disfrazado que tenía al frente. Ambos conocían de hacía mucho tiempo, cuando apenas él era un oficial novato de la comisaría y Alastor era un simple estudiante del seminario del Gran Corazón, un momento en el que Husk había caído en lo más bajo de su ser, asesinando a su compañero porque lo encontró abusando del cadáver de una niña que se suponía que ellos deberían haber encontrado sana y salva. Parecía que Dios había maldecido su destino cuando fue aquel tipo el único testigo de su crimen. Al principio lo dejó ir, cuando el escapo mareado y abrumado por lo que había hecho, permaneció un par de días ansioso y abrumado por la sensación de sentirse constantemente observado, que cuando fue aprehendido por la sospecha de haber cometido el crimen de asesinar a su compañero y los interrogatorios comenzaron, Alastor llegó como una bendición disfrazada creando una coartada perfecta en la que él había estado ayudando a reparar su auto que se accidentó cuando iba de camino para el seminario que estaba cerca.

Con aquella afirmación y gracias a la falta de pruebas, el caso fue archivado y su libertad fue admitida de inmediato, dejándolo con un vacío en el estómago que no pudo procesar hasta que nuevamente se encontró con él y se dio cuenta que hizo un pacto con el mismísimo diablo.

Estaba en deuda con ese maldito demonio y su alma estaba literalmente en sus manos. Y aunque supiera todo su pasado escabroso, donde este cargaba la vida de muchas almas mucho más asquerosas que las de él, sabía que el tipo con lo manipulador que era, utilizaría su acostumbrada máscara de obispo altruista y lograría zafarse mientras en el terminaba en una pútrida celda por el resto de sus días.

—¿No me pedirás que cubra tus pasos de nuevo? —cuestiono, cruzado de brazos.

Alastor sonrió, disfrutando de la tensión en la mirada del sheriff. Era tan divertido molestarlo solo con su mera presencia que si tuviera más tiempo, estaría pasando por allí todos los días solo para joderle la paciencia.

—Aunque quisiera darte la afortunada noticia de que yo soy el autor material de este crimen, esta vez debo decepcionarte, porque yo no lo maté.

Era un poco indignante que creyera que esos cortes mal hechos y realizados con un temblor nervioso en la mano fueran hechos por él. No, a él le gustaba asestar golpes directamente en el pecho, mirando los ojos aterrados de su víctima al comprender que su vida estaba siendo arrebatada de sus manos y sentir la gloria al hacerlo comprender que era una mera presa en la mira de un cazador.

—Quizás fue una cobarde venganza o un crimen pasional, quién sabe.

Luego de preparar los elementos para el servicio, la voz de Alastor resonó en el espacio leyendo una serie de pasajes bíblicos relacionados con la muerte y el traspaso a la vida eterna, el perdón de los pecados y del mismo modo, de la bendición como signo de respeto al fallecido. Echo unas gotas de agua bendita con una oración, concluyendo finalmente el servicio pidiendo por la paz del alma y el consuelo de aquellos que pudieron haberlo querido en vida.

—Por el alma de este desafortunado hombre —murmuró Alastor, dirigiéndose al cuerpo cubierto con una manta, su voz suave y melodiosa—. Que encuentre paz en el más allá.

Al salir de la morgue, Alastor se despidió del forense con una sonrisa cortés y con cierto disimulo, le lanzó una mueca burlona a Husk, quien ladeo la mirada para ignorarlo. La atmósfera había sido tensa, pero había cumplido con su deber, y ahora se sentía ligero mientras se dirigía hacia el automóvil que lo esperaba.

El monaguillo que lo acompañaba, fungiendo su rol de conductor, lo miró con admiración desde el espejo retrovisor.

—¡Gran trabajo, padre Alastor! —exclamó, mientras daba marcha al auto camino al pueblo—. ¿Le gustaría que lo lleve de regreso a su residencia?

—No, gracias —respondió Alastor, ajustándose la sotana—. Necesito pasar por la biblioteca. Dejé algunos libros que necesito para solicitar nuevos sobre filosofía.

El monaguillo sonrió, sus ojos brillando de admiración.

—Es admirable su dedicación, padre. Siempre buscando aprender más.

Alastor soltó una risa suave, disfrutando del cumplido.

—Solo soy un fanático de la buena lectura —dijo, mirando por la ventana mientras el automóvil se deslizaba por las calles—. Estar en constante conexión con el conocimiento es la garantía de una vida correcta y aceptable.

El joven asintió, claramente inspirado por la pasión de Alastor.

Poco después, llegaron a la biblioteca. el obispo salió del auto y fue recibido amablemente por la bibliotecaria, una mujer de cabello gris y ojos cálidos.

—¡Buenos días, Obispo Gallow! —saludó con una sonrisa—. ¿Oficiará la misa de esta tarde?

—No, hoy la realizará el sacerdote William —respondió Alastor extendiendo su tarjeta de la biblioteca—. He estado cumpliendo con otros compromisos durante esta mañana, por lo que lo dejé encargado de dicha tarea.

La bibliotecaria frunció el ceño levemente.

—Es una lástima, pero entiendo.

Alastor sonrió, intentando transmitir tranquilidad.

—No importa quién oficie la misa. Lo importante es cumplir con el servicio y con Dios.

La mujer asintió, apreciando la sabiduría en sus palabras. Alastor pasó junto a ella, caminando por los pasillos de la biblioteca, sintiendo la familiaridad del lugar. Se dirigió directamente a la sección de filosofía y psicología, buscando los libros que necesitaba. Mientras revisaba los títulos, su mente se concentró en los conceptos que deseaba explorar.

Se mantuvo un rato leyendo, sopesando su peso contra una de las estrechas hileras de libros cuando, de reojo, notó un destello de cabello dorado en un pasillo más apartado y estrecho.

Era aquella escritora, Morningstar.

Se acercó sigilosamente, su mente guiada por la curiosidad de verla allí. Ella estaba de perfil, revisando una estantería un poco abandonada, con libros que parecían haber sido dejados a su abandono de la vista pública. Estaba concentrada entre las páginas, sus ojos enfocados en las letras y con su postura ligeramente inclinada pero sin llegar a encorvarse. Su ceño fruncido parecía indicar que estaba en medio de alguna construcción que la ponía en aprietos, o en su defecto, que ameritaba una reflexión más profunda. Desde su posición un poco más escondida no podía leer el título del ejemplar que tenía en sus manos.

Así que, preparando un ligero truco, golpeo cuidadosamente un espacio del librero con su pie logrando que un par de libros cayeran al suelo, ocasionando un ligero ruido que la hizo voltear y encontrarse con él en el proceso. Alastor sonrió victorioso cuando ésta se percató de su presencia en el lugar.

—Obispo Alastor... no esperaba verlo aquí.

Ella lo miró con sorpresa, sus ojos reflejando una mezcla de nerviosismo y sorpresa. Alastor sonrió, prestando atención a su expresión corporal. Sus mejillas ligeramente sonrojadas acompañadas de una mirada titubeante y avergonzada, era una mezcla exquisita que podría seguir disfrutando el tiempo que se le permitiera, se acercó un poco más a ella, quedando solo a escasos metros de distancia para verse cara a cara.

—Me encuentro buscando unos libros que tenía pendientes por leer—dijo, su tono ligero pero sincero—. ¿Qué te trae a la biblioteca?

Charlie divagó un poco, pensando bien qué decir, parecía contrariada con la respuesta que podía decir, pensando si sería correcta. Pensó por un instante que quizás se sentía abrumada por su presencia, dado que estaba aun vistiendo sus ropas alusivas a su oficio. Sin embargo, pareció que por un momento considero no dar más vueltas al asunto, aunque seguía estando algo incómoda con su presencia.

—Estoy investigando... para mi novela —respondió ella, sonrojándose ligeramente y evitando su mirada—. Quería entender más sobre los personajes que escribo y buscar material de referencia, otras novelas que puedan ayudarme.

Alastor notó su incomodidad y, aunque comprendía la razón detrás de su evasión, que justamente fuera el clérigo de su iglesia quien conociera su sucio secreto sería algo intimidante para cualquiera. No obstante, la sensación de tenerla arrinconada como un gato tiene a un ratoncito se le antojó deliciosa. Se acercó un poco más, su tono amistoso pero persuasivo.

—Bueno, si necesitas algunas referencias, te recomendaría algunos libros que podrían serte útiles —dijo, sonriendo—. "El retrato de Dorian Gray", "Cumbres borrascosas" o "El amante de Lady Chatterley". Quizás se ajustan un poco al tipo de contenido que necesitas escribir.

Charlotte se quedó sorprendida, sus ojos abiertos de par en par.

—¿Conoce estos títulos? —preguntó, su voz llena de asombro—. Son... bastante escandalosos dado el contenido que reflejan...

Se sonrojó al darse cuenta de lo que había dicho, y rápidamente se retractó, mirando hacia el suelo.

Alastor soltó una risa suave, disfrutando del momento.

—Leí muchas cosas en mi juventud —respondió, con un tono ligero—. Aunque prefiero evitar ese tipo de literatura, creo que es mejor conocerla de primera mano que dejarme llevar por lo que otros digan.

La sorpresa en los ojos de Charlotte se transformó en admiración, y una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Eso es un enfoque interesante —dijo, sintiéndose más cómoda—. ¿Qué estabas buscando usted?

—Estoy buscando algunos libros sobre filosofía y psicología social —respondió Alastor, sintiendo que la conversación fluía con naturalidad—. Quiero profundizar en ciertos conceptos. Y puedes tutearme querida, no creo que exista tanta diferencia como para tratarme como si fuera un anciano.

Charlotte rio un poco, algo divertida por lo que le acaba de decir.

—Es un Obispo muy singular —comentó ella con interés—. Se nota como es un ávido lector, la filosofía y la psicología son fundamentales para entender el accionar humano —comentó, su voz llena de entusiasmo—. La forma en que nuestras experiencias moldean nuestras decisiones es fascinante.

Alastor levantó una ceja, gratamente sorprendido por su conocimiento.

Se inclina hacia delante, su sonrisa dentada está de oreja a oreja.

—Vaya, vaya. Una interesante forma de ver las cosas ¿Dónde aprendiste todo esto? —preguntó, genuinamente interesado.

—Tomé varias electivas sobre filosofía y psicología cuando estudié periodismo en la universidad —respondió ella, con una chispa de orgullo en su voz.

Alastor se vio gratamente interesado en lo que ella tenía para decir. Era completamente diferente al resto de damas que se encontraban enfocadas en el matrimonio o en —las conversaciones banales sobre la belleza y las revista de última moda. Con Charlie hablo sobre algunos temas más profundos que abordaron la razón psicológica de ciertos comportamientos, así como de algunos libros que habían sido interesantes para pasar el tiempo. La conversación continuó por largo rato, creando un ambiente grato y fluido entre ellos. Alastor se sintió cada vez más intrigado por la profundidad de sus pensamientos y la pasión que mostraba al hablar de temas tan complejos.

Sin embargo, mientras conversaban parecieron no haberse dado cuenta del paso del tiempo, porque fueron sorprendido cuando el reloj del pueblo comenzó a dar sus campanadas, resonando con un eco profundo que marcaba las cinco de la tarde. Charlotte se sorprendió al escuchar el sonido.

—¡Oh no! —exclamó, mirando su reloj con preocupación—. Debo irme a casa pronto.

Esa noche tenía que preparar el primer borrador que debía entregar para el final de la semana, estaba demasiado atrasada y tenía un ultimátum si no lograba cumplir con la fecha límite. Se despidió apresuradamente de Alastor, pero al intentar salir, se dio cuenta de que debía pasar muy cerca de él. Se detuvo, mirándolo de reojo, un poco nerviosa.

—¿Puedo...? —comenzó a preguntar, pero Alastor, con una sonrisa traviesa, no se movió, lo que la obligó a avanzar, rozando sus cuerpos.

Al instante, Charlotte alzó la mirada y se congeló. Por un instante siente que no respira e incluso siente como si su corazón se detuviera. El rostro de Alastor estaba demasiado cerca, y si no tenía cuidado, casi pudiera rozar sus labios si solo se diera la oportunidad de estirarse un poco más. Repentinamente sintió su boca seca y se mareo por el fuerte aroma a incienso que aún desprendía su sotana.

Alastor, aunque intentaba disimularlo, se encontraba en una situación similar. Había permanecido allí, deliberadamente, para molestarla un poco, pero ahora que estaban tan cerca, la incomodidad se hacía palpable. Las escenas de su último sueño con ella regresaron a su mente con una claridad vivida, y sintió un calor recorrer su cuerpo. El esbelto cuerpo de Charlotte estaba bien proporcionado, y el peso de sus senos se apretaba contra su pecho de un modo similar a como lo hicieron en su sueño.

Sintió el corte de su camisa un poco apretado, el calor comenzó a manifestarse mucho más.

Ambos se quedaron así, inmóviles, atrapados en un instante que parecía extenderse eternamente. Finalmente, Alastor se aclaró la garganta, intentando romper el hechizo.

—Disculpa, mi error, quizás debería... —dijo, moviéndose para dejarle espacio, pero al hacerlo, rozó sus caderas de manera demasiado cercana.

Charlotte jadeó, un sonido que podría considerarse sugestivo, y ambos se congelaron, sus miradas entrelazadas en un momento de tensión palpable. El aire se volvió denso, cargado de una energía que ninguno de los dos sabía cómo manejar.

Finalmente, Charlotte, completamente avergonzada, dio un paso atrás y salió corriendo del pasillo, dejando a Alastor mudo en su lugar. El eco de sus pasos resonó en la biblioteca mientras él se quedaba allí, atónito, sintiendo una mezcla de confusión y algo más que sabía bien qué era pero jamás esperó sentir por alguien: deseo.

¿Qué acaba de pasar? se preguntó a sí mismo, aún sintiendo el calor de la cercanía entre ellos.

Fue en ese mismo instante que noto algo particular que le hizo cruzar las piernas y permanecer un momento recluido en ese mismo espacio escondido de la biblioteca. Tal parecía que Charlotte Morningstar tenía un efecto que impulsaba cosas nuevas en él, cosas que no tenían sentido, pero que podrían volverse en su perdición si estaba dispuesto a continuar con ellas. 

Casi no lo logro, pero aquí estamos, espero les haya gustado.

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