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Capítulo 3

Dolor reflejado en venas pecaminosas.

«He de irme y vivir, o quedarme y morir».

Romeo y Julieta. William Shakespeare

Lenka no era de buen dormir, solo podía recordar un puñado de veces en que dormía y ninguna era por mérito propio: siempre fue porque estaba acompañado de su madre en la niñez y de su hermano en la adolescencia, así que no dormía, no como las personas con mentalidades suaves que pueden darse el lujo de dormir apenas cierran los ojos. Lenka cierra los ojos, divaga en su mente y vuelve a pensar en intentar dormir, pero no lo logra hasta muy entrada la noche, así que cuando escucho pasos por la estancia su mente los reconoció.

Lenka siempre tuvo miedo de que alguien más entrase al lugar y lo matará, y su hermano no encontrará su cuerpo hasta dentro de semanas, le parece la peor de sus pesadillas. Es una paranoia que él trabajaba constantemente en quitarla de su mente, pero cuando los pasos se fueron acercando a la puerta de su habitación, tomó el cuchillo que había olvidado días atrás cuando quiso merendar en su habitación y lo guardó debajo de la almohada.

La puerta se abrió y Lenka no pudo ver la sombra que entró, pero si escucho las pisadas que intentaban ser sutiles.

La persona que había entrado cerró la puerta con la misma sutileza y entró al lugar. Lenka intenta no tensarse, pero le resulta imposible, así que lo mejor que hace es agarrar la almohada con más fuerza de la requerida y en un movimiento lanzarla. La almohada golpeó alguna parte de la superficie lo que le dio tiempo a Lenka de lanzarse al otro lado de la cama, escapando al baño y encerrarse, pero antes de que pudiera moverse, un cuerpo está postrado delante de él.

Lenka retuvo el vomito que estaba seguro que iba a ir disparado a los pies de la sombra, cuando un chasquido de dedos que sonó a lo lejos permitió que las luces se encendieran revelando la escena.

Apenas vio al hombre, vómito.

El hombre no era particularmente asqueroso, pero a ojos de Lenka este hombre representaba todo lo que siempre quiso evitar.

—Que calurosa bienvenida, cuñado.

El pecho se le contrae con fuerza de forma dolorosa, por un momento está seguro de estar soñando, quizás una pesadilla, pero muy pronto se reprende porque aún puede sentir los pasos del hombre a su alrededor, el ardor del haber vomitado y el olor del mismo. Asqueroso, si le preguntan. Da dos respiraciones profunda y se echa a correr como si hubiera visto el mismo Diablo querer agarrarle las piernas, sin embargo no llega demasiado lejos, porque una mano envuelven sus muñecas y otras se entrelazan a su pierna derecha lo que lo convierte en un costal de papa en la espalda del hombre.

Lenka grita: muchas incoherencias e insultos que no merecen volver a relatarse, pero después de lo que parecen horas, termina deteniéndose, afónico y demasiado agotado para pelear. Su pecho le duele así que lo único que hizo fue esperar hasta que el hombre lo soltara sobre su cama, el golpe fue brusco, pero, no le importo cuando deslizó su mano sobre la almohada para agarrar el cuchillo y apuntar al hombre.

El hombre tiene una expresión sorprendida y una sonrisa brota de sus labios un poco más flagrante de lo que esperaba.

—Te has vuelto agresivo a través de los años —Abre la boca, la cierra y como si lo detalla aún más vuelve a hablar—: y viejo.

—Esa es una terrible mentira, Dominik.

Lenka casi pierde la fuerza de las extremidades en ese momento, como si una corriente eléctrica hiciera cortocircuito en su cuerpo. El tono de la voz de la persona que entró sonó demasiado como él, como... Lenka detuvo el pensamiento antes de mencionarlo, así que flaqueo la vista, mirando a la persona en la habitación.

No es él.

Volvió la vista hacia Dominik, pero fue demasiado tarde cuando se dio cuenta que no estaba.

¡¿Dónde está Dominik?!

Le arrebataron el cuchillo antes que fuera capaz de reaccionar, cuando después de un momento, Dominik estaba detrás de él, con una sonrisa petulante el rostro y manos posándose en su estrecho cuello. La presión no era dolorosa ni buscaba asfixiarlo, solo era amenazante. Lenka había visto muchas veces como las manos de Dominik habían matado a alguien solo apretando y destruyendo su cuello, lo había visto estrellando a alguien contra la pared muchas veces, siendo capaz de destruir el cráneo de cualquier persona como medio de entretenimiento. Dominik era estruendoso, adicto a la sangre y a la pelea, cualquier impulso que sienta es expulsado de su cerebro y convertido en carne, vísceras e ira.

Lenka por primera vez se quedó quieto como sus estatuas, rígido, ante la sensación de saber que una vez más, su vida estaba en las manos de la familia Ascania.

— ¿Cómo has estado? —pregunta Verner, sentándose en la cama mirando la expresión asustadiza y sumisa de Lenka, por primera vez en su vida. Lenka tiene miedo de los Ascania. Bajo la protección de Adagny, nunca supo el significado del miedo de la manos de Dominik o de las palabras de Verner, pero, aquí y ahora, eso cambió—. Fue verdad lo que dije, te ves hermoso, tan próspero y lleno de salud como nuestro hermano no ha estado desde que te fuiste, Lenka.

—Debería alejarse de ustedes, eso fue lo que yo hice.

Lenka solía ser rápido para el ingenio, rasgo que a Verner le resultaba tan atractivo como molesto, hoy fue lo segundo. Dominik apretó un poco sus manos, lo que hizo que Lenka recordará la posición en la que estaba.

—Durante 4 círculos de rotación* te alejaste, ya no podemos permitirnos más este tipo de comportamiento, Lenka.

—Deje a tu hermano hace 4 círculos de rotación, no voy a volver.

Verner sonrió mostrando incisos filosos y lechosos demasiado. Lenka se mostró estoico, aunque por dentro, se volvió a sentir como ese niño pequeño que la muerte había vuelto a abrazar, siempre tan cerca como un viejo amigo que volvía a reencontrarse después de un tiempo separado.

—Tus decisiones, tu tiempo, tu espacio, la sangre que corre por tus venas, la dilatación de tus pupilas, el aleteo de tu jugoso corazón, Lenka, nada te pertenece, porque tendrían que ser tuyas para algunas vez pertenecerte. Tú alma, tú cuerpo, tú mente, tú corazón, cualquier obra hecha por tus manos y el caminar que hacen tus pies, no te pertenece. ¿Dime Lenka qué sabes tú de ti mismo?

Lenka calló.

Verner sintió el familiar cosquilleo de la dominación extendiéndose por su piel cuando Lenka subió la mirada. Una corriente de complacencia lo abrumó para después desviar por un momento la mirada a Dominik.

—Nada —Cuando Verner miró por un momento a Lenka, se arrepintió de haber apartado la mirada, porque lo que consiguió en sus ojos fue un cambio en su mirada. El ímpetu se había forjado como una capa dura de acero en su mirada—. Todo de mi, no pertenece a nadie más que a Adagny Ascania, pero lo que no tomas en cuenta es que todo de Adagny Ascania me pertenece, debatir sobre mi mente, mi corazón, incluso mi decisiones son como contradecir las de Adagny, ¿Qué sabes tú de Adagny Ascania?

La astucia siempre caracterizó a Lenka como un viejo veneno que era difícil de sacar de su sistema, palabras cuál filo era siempre destinado a herir, sin embargo, usó una carta tan vieja que el peso de la misma no era igual que en años remoto. La carta de Adagny siempre se mantenía en su lengua cuando alguien intentaba algo hace mucho tiempo, pero ahora, decir su nombre parecía un sacrilegio.

Verner se acercó tanto que la mezcla de ambas respiraciones se volvió una sola, cerca de su boca empieza a hablar—: Creme Lenka, yo conozco a mi hermano más que tú, y su único deseo en este momento es llevarte de vuelta.

—Adagny nunca me traicionaría de esta forma, él nunca me llevaría de regreso a su lado. Él no...

—Él sí... —su sonrisa se formó como un pesado puño en la boca del estómago de Lenka, algo parecido a una nudo de espinas—. ¿Hueles eso, Lenka? Se huele el miedo en tu cuerpo, ¿te vas a orinar encima?

La risa de ambos hermanos cobró vida erizando el pelo de Lenka desde lo más profundo de su piel. Lenka intenta no temblar, pero esta vez siente lo que en mucho tiempo no había sentido: esclavitud. Esclavo de su destino, de su apariencia, de su propósito, de las circunstancia, del dolor, del amor, aún peor se siente esclavo en su piel, de sus recuerdos, de su vida.

—Demos un paseo Lenka, mientras Dominik lleva tus cosas al carruaje.

Dominik suelta el cuello de Lenka y Verner se levanta de la cama para poner su mano a la altura del brazo, Lenka toma la mano para levantarse y la suelta cuando está erguido. Busca con la mirada y se arrastra por el lugar para sacar el abrigo de piel gruesa, colocarla entre sus brazos y seguir a Verner, quien se tomó el tiempo cual caballero en abrirle la puerta. Verner lo hace cruzar su sala de estar y la cocina donde ya no se siente el cálido olor de la comida que tuvo con su hermano. Lenka se lamentó al instante.

Verner se paró afuera del lugar para ver cómo al instante el frío de la noche golpeó a Lenka cual cuchillos en su piel. Verner le dio el brazo y Lenka lo agarró para caminar uno al lado del otro.

— ¿Cómo te han ido este par de años afuera?

—No te importa eso —asegura Lenka, haciendo que Verner sonría—, pero mejor que nunca.

—No es que no importa, es que cualquier cosa que salga de tu boca suele ser una mentira, Lenka —Lenka rueda los ojos ante la afirmación, pero no dice nada más—. ¿Te importa siquiera?

El elefante en la habitación o entre ellos había sido nombrado. Lenka desvía la mirada hacia el suave lago donde se escucha el zumbido de los mosquitos y el croar de las ranas. Ya no puede recordar el rostro de él, pero cada día repite su nombre para dormir como si fuera un mantra poderoso que le dará alguna especie de consuelo.

—Me importa —Se detiene Lenka y busca la mira de Verner, quien la devuelve—. Siempre me ha importado y eso no es mentira.

—Lo sé.

Verner se detiene y agarra una piedra ovalada para después lanzarla de forma perfecta creando un perfecto golpe en tres partes. El silencio se volvió tenso, incómodo y susceptible a ser roto por uno de los dos. Ambos habían tenido una relación en el pasado cuando el tiempo mortal de vida de Lenka se desvanecía a medida que pasaba el tiempo con Adagny Ascania, cuando ese hombre se había convertido en el motor de la vida de Lenka, cuando Lenka aún era de... No, él siempre fue Lenka, escondido, enterrado, apaleado, pero siempre fue él.

—Temo decirlo porque no conozco tu futuro más de lo que tú conoces el mío, pero, te espera un infierno.

—No te preocupes.

— ¿No has vuelto a hacer una estatua de él? —Lenka quiere preguntar cómo él sabe de eso, pero se abstiene cuando Verner vuelve a hablar—: No parece un secreto, pero estuve en tu estudio, impresionantes piezas por cierto, pero ese ángel parece una representación perfecta. Esas cadenas en su pies...

Lenka se desconecta de la conversación cuando Verner dice lo de las cadenas. No quería retratarse en su pieza, el dolor mental de tenerla es como un golpe a su orgullo, pero él sabe que las tiene, ya no está encadenado, pero las sigue teniendo en su cuerpo, en su mente, en su corazón.

Lenka no es más que un esclavo atado a una persona que no ha vuelto a ver por más de 4 años. Lenka no puede recordar cuando su vida dejó de ser de él, quizás porque nunca lo fue.

—Verner deja de hablar, eres irritante.

—Si bueno, tu lado sincero siempre deja sin palabras. —dice Verner con sarcasmo tiñendo su voz—, ¿quieres saber de él?

—Si —mintió.

—Bien, una semana después que te fuiste consiguió una amante Fiorenza Vermilla, hermosa, exuberante, con una lengua dulce, si me preguntas...

—No te pregunte.

—Cállate Lenka —Lenka hizo lo más humano que podía haber hecho en esta situación: rodó los ojos—. En fin, la joven estuvo con Adagny durante unas veinticuatros felices horas, pero cuando pasó a la toma*, su sangre fluyó como vino derramado. La maldita nos mintió diciendo que era virgen, pensamos Dominik y yo, así que quemamos a su familia, pero, eso pasó con más de doscientas chicas, no teníamos tanta leña y gasolina al final del día, nos íbamos a quedar sin súbditos. Así que trajimos extranjeras, mujeres de doce círculos de rotación*, pero pasaba lo mismo. No entendíamos qué era lo que pasaba, hasta que fue el mismo Adagny quien nos dijo: sus molares brotan ponzoña* que erradica a las mujeres, sin importar la edad o su intimidad, no puede controlar su cuerpo a pesar que lo intenta.

— ¿Qué tanto? —pregunta Lenka.

— ¿A qué te refieres?

— ¿Qué tanto intenta controlar su ponzoña? Todos saben que el veneno también es un antídoto así que si quiera a una de esas niñas, hubiera vuelto a morder su cuerpo, así que te pregunto: ¿Qué tanto?

—Él no quiere a nadie más que no sea tú —asegura Verner, Lenka rechaza la idea, es una horrible idea, solo una pésima idea, pero se queda estancada en su mente—. Ya no puede levantarse de la cama, ya no coordina ningún pensamiento, ya no habla, se rehúsa a comer algo que no seas tú...

—Él epítome del romance.

—Va a morir, puedes sentirlo en el fondo de tu marchita alma, él va a morir.

¿Lenka quería que muriera? Él no sabe esa respuesta, ¿Puede recordar algo del hombre que lo tiene esclavizado? Él tampoco puede saber esa respuesta. Su mente ha decidido borrar cada memoria antes de esa fecha como si pudiera haber superado una guerra antes de llegar a aquel lugar encerrado del mundo.

En alguna época la idea de estar encerrado solo le recordaría que no podía ser libre, que nunca se le permitiría volver a hacer algo más que estar solo con su cabeza, pero hoy la idea de salir le ocasiona un revoltijo de ansiedad que le hunde el estómago y le pone sudorosas las manos.

Verner camina a su lado de nuevo y nos dirigimos a la entrada donde están varios caballos en la misma. Una hermosa yegua lo recibe quien sonríe apenas viendo como el animal se acerca a sus caricias.

Se sube al caballo con ayuda de Verner y empiezan a marchar.

Pero entonces, con las misma riendas del caballo hace que este se frene y de golpe, vuelve a galopar hacia una dirección contraria. El caballo corre con fuerza sobre el prado y Lenka puede escuchar como los hermanos Ascania se devuelven gritando maldiciones y peticiones en diferentes idiomas, no le importa. Corre tan rápido que no le importa darse cuenta cuando se desvanece por el horizonte y los hermanos dejan de perseguirlos.

Lenka tuvo que haber hecho muchas cosas diferentes, pero de la única que se arrepiente hasta la fecha es el haber corrido cuando tuvo que haberlo enfrentado, pero él siempre corrió.

Verner lo vio partir lamentando como el caballo de Lenka no podía correr más rápido, alejarlo de los demonios es imposible cuando él decidió aceptarlo a profundidad.

***

—¿Cómo sabes que Verner se lamentó de eso? —pregunta Miroslav, su voz quebrando el silencio pesado que había caído entre ellos.

Lenka guarda silencio por un instante, su mirada fija y fría, evaluando a Miroslav como si estuviera esperando que una chispa de comprensión iluminara sus ojos. Al ver que no ocurre, decide hablar.

—Me lo confesó después —responde en un susurro casi inaudible—. A veces, las emociones ajenas sirven para embellecer una narración que, en su crudeza, se vuelve insoportable.

—O para hacerla más dramática —réplica Miroslav, molesto.

—Tal vez. —Lenka sonríe, una mueca apenas perceptible, pero sus ojos siguen sombríos—. No es como si te faltara espacio para un poco más de dramatismo en tu vida, ¿o sí?

Miroslav se encoge de hombros, pero sus ojos no pueden evitar capturar la tensión en el cuerpo de Lenka, esa rigidez que contradice su desdén habitual, como si no estuviera realmente preparado para lo que acaba de compartir, como si algo más oscuro lo inquietara.

—¿Por qué no empezar desde el principio?

Lenka lo mira, y en el rostro de Miroslav, por un segundo, se cuela algo que parece compasión, esa suave sombra de comprensión que a Lenka siempre le resulta tan patéticamente encantadora. Sonríe, una sonrisa apenas marcada, con un deje de tristeza.

—No creo que mi nacimiento sea de tu interés, Miroslav.

—Quizás deberías contarme, porque no entendí ni una palabra de esa historia con Verner. Así que... cuéntame desde el comienzo.

Miroslav apenas termina de hablar, y Lenka, en silencio, toma la copa de vino, sus dedos largos y pálidos jugando con el cristal frío. Miroslav sigue el movimiento de su mano, atrapado en la elegante quietud de sus gestos. La idea de reprenderse por insistir se evapora.

—De acuerdo, te contaré desde el inicio. Pero debo advertirte, Miroslav... —Lenka se inclina hacia él, su voz descendiendo a un tono bajo y profundo—. Podría ponerme un poco más... dramático.

Miroslav rueda los ojos, aunque un escalofrío recorre su espalda. Bebe un trago de vino, fingiendo despreocupación.

—Bien. Consideraré esto como mi castigo por hacer que vuelvas a hablar.

—Oh, créeme... tengo castigos mucho más interesantes para quien lo merece. —La voz de Lenka es apenas un murmullo, pero la insinuación flota en el aire, densa, oscura, como una sombra que Miroslav no puede ignorar.

Un latido de incertidumbre y algo más oscuro atraviesa a Miroslav. ¿Había sido eso un coqueteo? La pregunta queda sin respuesta, pero el silencio entre ambos se torna pesado, cargado de significados no dichos y miradas furtivas. Lenka observa, notando el conflicto que desdibuja las facciones de Miroslav, y su expresión se suaviza en una mueca de perverso borrado.

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