Capítulo 2
Cincelando un alma destrozada
«No tientes a un hombre desesperado».
Romeo y Julieta. William Shakespeare
El suave galope de caballo es para Lenka el sonido más atemorizante a lo largo de su vida. Deja los cinceles y el devastador en el lugar de siempre, a un lado de la escultura que lo hace sentir incómodo, agarra las telas para esconderla. Intenta controlar los nervios que aparecen cada vez que el llega como una visita. Se levanta del taburete para caminar por los estilizados pisos de cerámica.
Solo él podría ir a donde está resguardado.
Pisos blancos manchados de colores tierra que contrastan con las duras columnas que rodean el estudio y el resto de la estancia. Enredaderas que se aferran a las columnas lo que hacen que por un momento su vista se desvíe de la entrada, pero por inercia vuelve a la misma. Abre una de las puertas de madera enorme, haciendo que la luz impacte con su rostro y sonríe. Siente la emoción de ver una cara real desde hace un buen tiempo, ni siquiera le importa que esa cara sea la menos armoniosa que ha visto en su vida.
Krunoslav entra al lugar con una sonrisa radiante haciendo que la sonrisa de Lenka vacile en sus labios. Siempre ha sido sonriente y vibrante de una forma en que el sol parece opacarse un poco con su presencia. Se mueve con cierta gracia dejando al caballo de lado para acercarse con el porte de botas campestres y vestimenta sencilla. Corre escaleras arriba y abre sus brazos para envolver en un abrazo a Lenka, quien lo recibe con una sonrisa
—Lenka —saluda Krunoslav—, hace mucho tiempo que no te veo.
—Deja de señalar la obviedad —regaña con demasiada amabilidad—, si quisieras verme vendrías aquí más seguido.
— ¿Qué te hace pensar que no quiero verte?
—El hecho de que no vienes —Se aleja apenas un poco, se quita el guante que le llega hasta la muñeca para golpear el pecho de Krunoslav—. Has estado en el pueblo más tiempo de lo previsto, casi me quedo sin provisiones, y las estatuas han estado consumiendo mi tiempo entero.
— ¿No me extrañaste?
—Tu cara está plasmada en más de una de mis estatuas, no creo poder extrañarte, tengo versiones mejoradas tuyas.
—Déjame ver las nuevas creaciones —Krunoslav agarra las manos una vez más y las besó con suavidad—. Los mejores artistas deberían viajar por sí mismos para mostrar al mundo su arte.
—El arte es arte, ¿Qué importa si tu das la cara por mi arte? Ya mi arte es exhibido por el mundo, nadie tiene que saber que no son tus manos las que hacen el arte.
Lenka se encoge de hombros y camina una vez más sosteniendo el brazo de su hermano. La paz que siente al estar rodeado de su hermano menor es casi la misma sensación de estar con sus esculturas, algo cálido suele expandirse por su cuerpo.
—Respeto el uso de tu arte, pero en algún momento tendrás que...
Lenka chasquea la boca haciendo que se calle, ambos se miran por un corto tiempo y deciden que la conversación no debería ser dirigida a esa dirección, así que Lenka conduce a Krunoslav al estudio.
Entran al lugar favorito de Lenka, haciendo que Krunoslav sonría. Recorren las esculturas maravillosas, etéreas y pálidas que parecen moverse en diversas poses, a opinión de Krunoslav. Como había predicho muchas se parecen a su hermano: el modelo de las proporciones varoniles y con vestimenta sencilla, algunas son solo su hermano sosteniendo a las jóvenes o las manos del mismo siendo sujetas por otra más delicadas en contraste; al fondo había unas parecidas a las proporciones de mujeres con túnicas y vestidos similares a los que Lenka suele usar.
— ¿Dónde está?
La pregunta suena retadora, pero Lenka prefiere evitar las cosas, así que simplemente se encoge de hombros.
—No tengo idea de a qué te refieres.
—No tienes cara de ser ignorante, Lenka.
—Tú tienes mucha cara de los que suelen aparecer aquí cada tres meses y exigir cosas.
—No eres mi persona favorita en este momento.
—Hijo de puta.
—Nuestra madre era una mujer muy honrada, Lenka.
—Dios, deberías callarte —comenta para luego morderse el labio en un acto de nerviosismo—, ¿Te gustan?
—Como siempre, son perfectas, pero... —El silencio se vuelve tan pesado que le dejan una sensación amarga en la parte baja de su garganta—. Ninguna parece viva, Lenka.
Lenka presiona sus manos contra la tela de su atuendo y muerde con fuerza su labio superior, evita despotricar contra su hermano porque sabe que de ser así nunca volverá, y lo extraña demasiado como para eso, así que decide caminar por su estudio hasta la parte donde se encuentra oculta su última creación. Su piel zumba mientras la expectativa de lo que su hermano puede decir sobre su obra se asienta. Nunca le gustó recibir el halago, pero siente una gran aversión a los desprecios. Lenka no se sentía merecedor de una recompensa, sin embargo la idea del desinterés, de no causar un impacto, es sin lugar a duda, una de las peores sensaciones que podría sentir.
Lenka vive para un impacto, para recibir elogios que no necesita, para ser llenado de amor rudo y asfixiante, para subsistir bajo un sórdido aplomo que sólo haría que el último de sus días sea representado por un vacío.
Lenka nunca podría ser más de lo que puede darle en este momento a su hermano, y lo sabé, el temor de lo que sabe es peor de lo que quiere ignorar.
—¿Qué es?
Descorre con cuidado la tela pesada de la escultura cuya tonalidad es gris a contraste con sus otras piezas. Está húmeda, piensa Krunoslav porque es un rasgo que es difícil de ocultar. Tiene piernas, brazos sin manos y una extensión de un cuerpo que no tiene senos, pero usa ropa femenina. Tiene alas, una de sus alas está flexionada hacia arriba formando una curva perfecta, la otra parece a medio hacer, con abolladuras y grietas en donde no debería estar. No tiene rostro, es lo otro que nota Krunoslav, tiene mandíbula y una especie de mueca que no dejaría de parecer la boca de alguien.
Es hermoso, pero aún mejor, te hace sentir algo.
Krunoslav no piensa cuando reconoce que es el mejor trabajo de su hermano hasta ahora, pero es tan de él que se siente sucio al verlo. Demasiado íntimo, poco estructurado y algo pesado a la vista de cualquiera.
—Es...
—Un desastre, pero es mío—asegura conociendo la reacción de su hermano.
—Eso no se niega —Lenka estuvo a punto de cubrirlo cuando la voz de su hermano lo interrumpe—: ¿Por qué no tiene rostro?
—No puedo imaginar un ángel con rostro, Krunoslav.
—Se vería exactamente como tú.
Lenka intenta no reaccionar ante el cumplido, pero sus mejillas igual se bañan en rubí haciendo que ocultar la estructura sea un poco más difícil.
Ambos caminan por el lugar de nuevo, mirando desde los balcones como la naturaleza se apodera de a poco del estudio, de cómo el lugar rebosa en claridad hasta que empieza a oscurecer, la conversación no se torna pesada en ningún momento y le da tiempo caminar por el lugar hasta llegar al caballo de Krunoslav, darle de comida y bebida para después sacar las provisiones una vez más del lugar y llenar la cocina.
Caminan por el lago que rodea el castillo considerado una de las bellezas del lugar, el lugar parece siempre estar rodeado de silencio y pocos elementos relevantes más que una tranquilidad adherida a su presencia. El sol se oculta con rapidez provocando que Krunoslav desdibuje la sonrisa de su rostro y camine a los establos.
— ¿Te quedas a cenar? —pregunta Lenka.
Traga pesado pensando que su petición será rechazada, pero su hermano vuelve a mirarlo y sonríe, mostrando sus caninos que siempre han sobresalido un poco más.
—Si, siempre es un placer cenar contigo.
No lo noto al momento, pero en retrospectiva, su hermano deja la tensión en su cuerpo y los guía a la cocina. Lenka ama la cocina, no porque esté acostumbrado a la misma sino porque es el segundo lugar donde puede ser útil. Usa el mismo caldo de pollo que ayer había preparado y lo convierte en una sopa de gallina con papas y zanahorias, prepara pan, estofado de carne y un bizcocho de chocolate.
La comida se demoró casi dos horas en estar lista lo cual le dio tiempo a su hermano de encender las velas en toda la estancia, desempolvar los libros y de leer alguno de los títulos que tiene a la mano. Cuando Lenka sirve la comida ambos se sientan y él espera hasta que su hermano coma, para darle un bocado a su plato. La comida es deliciosa, el vino es suave y el calor solo hace que sus mejillas se vuelvan rojas.
—Es delicioso, Lenka, tal como lo hacía mamá.
Lenka detiene el bocado por un momento, pero rápidamente vuelve a comerlo con suavidad y esfuerzo, para después pasarlo con un poco de vino.
— ¿Cómo...?
Estúpido, se regaña Lenka porque sabe que hablar de su familia es algo que no puede hacer, algo que no debería hacer, no debería tener ningún motivo para hacerlo, pero lo hace.
Krunoslav capta rápido la pregunta y responde—: Están bien, tienen salud, mamá dice que la visitas en la noche con una piel muy blanca y ojos rojos, papá, en cambio, no te menciona, de hecho no menciona nada... El médico dice que después del ataque al corazón ha decidido vivir sin decir palabra.
—Eso es... —Intenta decir algo, pero sus palabras mueren cual ceniza en la boca.
—Está bien, yo estoy bien, tengo una esposa y un hijo, deberías...
La sensación de haber dicho demasiado, de ser demasiado para la realidad de Lenka es melancólica. Krunoslav nunca ha sido como Lenka, ambos tienen un duelo en su mirada, entre decir algo que pudiera arruinar la velada, pero parece que la velada está arruinada cuando el sabor del vino en los labios de Lenka sabe a tierra seca. No comerá más después de eso.
—Me alegra de que seas feliz, hermano.
Asiente despacio, como si intentara asimilar las palabras. Krunoslav no lo sabe pero entiende las palabras: es la implicación de que Lenka no se permitirá salir de allí, porque eso se sentía como una traición, como tener algo que no merece.
Ninguno es bueno para las despedidas, sin embargo ambos deciden dar por finalizada la noche. Algunas personas afuera del castillo esperan a su hermano, no a él, nunca más a él. Krunoslav tiene un hijo y una esposa que necesita su calor y compañía, porque Lenka sigue congelado en ese castillo para siempre.
Ambos están en la entrada cuando Krunoslav envuelve a Lenka en el calor de un abrazo, ojos humedecidos y mejillas sonrojadas. Lenka puede sentirlo palpable en el aire, un puño de hierro envuelve su garganta, aprieta hasta que duele y trata de tragar el fuerte sabor que deja la despedida. Es culpa. Es una pena. El es reflejo de un concepto en donde él es el único culpable.
—Puedes...
—No —Lenka se aleja y pone una mano en la boca de su hermano—. No puedo, no lo haré, no. Nada.
Krunoslav llora, pero no como alguien que busca consuelo, sino como alguien que ha perdido cualquier tipo de fe. Se aleja, sube al caballo y se marcha. Lenka siempre le tuvo miedo al suave galope de los caballos porque suelen significar despedida y no hay algo que odie más que eso.
Muerde el interior de su mejilla y camina de regreso a la mansión. Ornamentos de piedra, ventanas largas con cristales y columnas que sujetan el techo, camas envueltas en doseles y sábanas de satín.
Él nunca abandonará ese lugar y cuando por fin el sueño lo envuelve solo puede recordar el porque termino aquí.
***
—¿Por qué empezar con tu hermano? —pregunta en un tono bajo, como si hubiera estado esperando el momento preciso para interrumpirlo.
—Mis hermanos fueron, alguna vez, el motivo de mi existencia... mi mayor adoración y la peor de mis maldiciones. —Lenka se recuesta en el sillón, su expresión distante mientras flexiona la mano, restando importancia a la pregunta—. Eres huérfano, supongo que no podrías entenderlo.
—Lo soy, y repetirlo no cambiará nada ni me aliviará el peso —responde Miroslav con frialdad, el resentimiento asomándose en su voz.
—No intento hacerte sentir mejor —murmura Lenka, sus palabras flotando en el aire como un eco sombrío—. Quiero que sientas algo. Que sientas de verdad.
— ¿Cómo con la estatua? —pregunta Miroslav, su tono frío, aunque su mirada refleja una sombra de inquietud.
—Sí... como con la estatua. —Lenka asiente lentamente, sus ojos oscuros fijos en él, como si detrás de esas palabras se oculta algo innombrable, algo tan pesado que se siente como el eco de un lamento silencioso.
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