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Capítulo 1

Oh, mi dulce cadáver.

 «¿Se puede perseguir la venganza más allá de la muerte?».

Romeo y Julieta. William Shakespeare

El día en que ambas almas se encontraron algo en el aire crispó, como una llama a punto de incendiar el lugar en un fuego destructor.

La estancia ancestral estaba envuelta en un silencio tenso, aprensiva y peligrosa, el calor se filtraba por la estancia pero eso no hacía que Miroslav se sintiera cálido, la llama parecía falsa a sus ojos. En cambio algo que sí consiguió verdadero es el aroma persistente de sangre que parecía persistir a través de rastros antiguos, arraigados a las paredes y bajo la mano del hombre que se encuentra en la estancia.

El "hombre" se movía por la habitación tenuemente iluminados, sus pasos suaves pero deliberados, como un espectro navegando por un laberinto de dolor y fría satisfacción.

—Miroslav. —El eco de su propio nombre en los labios de aquel ser infernal suena como una caricia prohibida, y él no puede evitar preguntarse: ¿por qué su nombre suena a condena en boca de un demonio?—. Tengo algo que contarte. —La voz de Lenka se desliza como un susurro en la noche, un eco de las pesadillas que a menudo lo atormentan. La educación de Miroslav le enseñó a no escuchar, a no discutir el origen del vampirismo, a no ceder a las voces seductoras de las sombras. Pero la curiosidad es la grieta que desarma hasta al hombre más devoto.

Sin más, Miroslav se abalanza desde el diván, aferrado a la estaca de madera, arrojándose contra el vampiro. El intento fracasa; Lenka desaparece en el aire solo para materializarse en el diván opuesto, cerca del fuego.

—Los tuyos sólo saben escapar, temen enfrentarse a la muerte —reclama Miroslav.

—¿Qué puedes saber tú de la muerte? —responde Lenka, su movimiento lento, casi espectral, cada gesto impregnado de una gracia que sobrepasa lo humano. Toma una copa de vino y sonríe ante la mirada inquisitiva de Miroslav—. No, no es sangre.

—No puedes leer mis pensamientos —afirma Miroslav con voz cortante.

Lenka niega suavemente, como si el tema le resultará trivial. —Hace tiempo perdí el gusto por eso. Las habilidades se desvanecen con los siglos.

La piel de Lenka es como el diamante: pulida, rígida, y tan fría como la muerte misma, carente de toda vitalidad. Miroslav se aventura a preguntar:

—¿Acaso has envejecido?

—¿No envejecemos todos, Miroslav? —La respuesta es irónica, casi retórica.

El silencio al igual que el frío de la noche se hace espeso y lúgubre, el único sonido perceptible es el crepitar de la madera ardiendo contra el fuego. Miroslav mira por un momento el fuego y decide sentarse, perdiendo la fuerza de volver a atentar contra Lenka, de todas formas, no sería la única vez durante la noche que lo intentaría. Vuelve a mirar a Lenka sintiéndose inquieto cuando los ojos zafiros se dirigen en su dirección, se asienta como un golpe en el estómago, intenta dejarlo pasar, pero el magnetismo en ojos vidriosos y azules lo había descolocado.

Al final es Lenka quien aparta la mirada dejándolo un poco fuera de sí.

— ¿Quieres escuchar una historia Miroslav?

— ¿Por qué debería?

—Quiero morir —La confesión sonó baja y latente de forma casi aterradora para sus oídos. Él no esperó aquella confesión y estaba muy seguro de que no debió escucharla, pero lo hizo, y lidiar con esa consecuencia parece terrible. Piel de porcelana, mirada zafiro y labios de rubí, demasiada perfección, demasiada suavidad para alguien que mata a las personas por su sangre—. Yo lamento darte mis penas, pero la vejez hace que el hablar sea tan fácil, pocas cosas pueden escandalizarme para mi edad, sin embargo, espero que el relato que te voy a contar logre desprender de alguna forma el como me acabas de ver, joven Miroslav.

Él no había caído en cuenta de que lo escuchaba con una fijación perpetua hasta que el suave apodo que le dijo había salido de sus labios. Bajo la vista y se recostó en el diván.

Tenía razón, Miroslav es joven con apenas veinte años, había muerto un poco cada día que seguía vivo, pero aún así no tenía tiempo para perder escuchando historias de cómo el vampiro pierde el alma hasta el punto de la corrupción. Lenka podía darse el lujo de vivir, Miroslav está destinado a perecer, ¿Qué es más triste? Vivir eternamente o morir una sola vez. Lenka no podría saber la respuesta porque está destinado a la primera.

—Yo decido no escucharte.

—El no escucharme es vivir siendo ignorante, y por lo que veo... —Lenka mira de reojo y sonríe ligeramente—. No eres ignorante Miroslav.

—No me conoces para asumir eso.

—He decidido estudiarte tan minuciosamente como un amado hijo, pero no creo que sepas el concepto porque eres huérfano, he decidido que serás quien escuche mi historia porque soy frívolo y he decidido que no serás ignorante, si después de escucharme, has decidido matarme, a plena consciencia de lo que haces, mátame.

—Te mataré sin importar qué historia patética puedas decirme.

Estaba seguro que lo haría, tan seguro como que el sol siempre sale por el Este y se oculta por el Oeste, tan seguro que existe un mar vasto fuera de la estrechez del pueblo a donde fue condenado, tan seguro como que existe tierras heladas y calientes porque el mundo no se puede acabar en los extremos de su región. A pesar de todo eso, tenía algo aún más fuerte del porque estaba seguro que cumpliría su palabra: tenía odio. Odio oscuro y puro creciendo en llamas lentas por todo su cuerpo que se desprendían en grandes oleajes, ira de antepasados, rabia de desconocidos y tristeza de todas la víctimas.

Él iba a hacer lo necesario para acabar con Lenka.

Lenka sonríe como si Miroslav hubiera pronunciado una declaración de amor, y en un gesto lento, extiende una mano hacia él.

—Acércate, Miroslav. Lo que voy a contarte no debe ser compartido a viva voz.

Miroslav se percata de los detalles: la túnica blanca de Lenka entreabierta, dejando entrever su piel marmórea, las tobilleras de oro, el colgante que cuelga de su cuello. Es como un ángel caído, hermoso y letal, piensa, y el pensamiento le despierta una mezcla de fascinación y repulsión. Sabe que Lenka podría acabar con él en un parpadeo, pero en lugar de temer, se siente atraído hacia ese abismo. Sus ojos van a sus manos: largos dedos enfundados en uñas que parecen relucir por su filo y blancura.

Se sienta a su lado y puede sentir el momento exacto en que él otro se acomoda en el diván para quedar más cerca de él. Ondas del cabello de Lenka se mezclan con el asiento haciendo un suave contraste entre el rojo y el blanco. Traga grueso y se tensa, ¿cómo no hacerlo? si Lenka quisiera podría matarlo, pero él no cree en ese hecho por sobre todas las cosas, quizás, hasta ha decidido abandonarlo al fondo de su mente.

— ¿Cómo sabes mi nombre? —le pregunta.

—Tú me lo dijiste.

—No recuerdo haber tenido nunca una conversación contigo.

—Has matado a todos mis hijos Miroslav, sabía que vendrías por mí, era solo cuestión de tiempo.

— ¿Por qué me dejaste matarlos?

— ¿A qué te refieres?

—Los mate a todos —afirma—, dices que son tus hijos, ¿las bestias como tú no tienen corazón?

— ¿Corazón? —Ve una especie de reflejo en el rostro de Lenka, pero desaparece demasiado rápido para en realidad notarlo—. Disculpa joven, el corazón no es algo que tomen en cuenta los de mi especie.

— ¿No sientes algo?

—Es irónico que seas tú, cazador, quien tenga el corazón más puro. Y, sin embargo, siento lástima por ti, Miroslav. Porque tú sientes demasiado.

Miroslav intenta sostener la mirada, pero la intensidad de la confesión lo desvía. Lenka continúa:

—Puedo percibir tus emociones, aunque las mías están muertas.

—Prefiero sentir, las emociones hacen al humano.

—Y ese es tu castigo.

Su mirada se endurece apenas se da cuenta de su error.

—No sé porque estoy hablando contigo, criaturas como tú nunca podrán comprender lo que es el ser humano.

—Me observas desde un rincón donde la luz no llega, un ángulo muerto para los ojos mortales. Hubo un tiempo, distante y ajeno, en que yo también fui humano.

—¿Anhelas revelarme esa historia?

—¿Has decidido al fin prestar atención?

Miroslav lo contemplaba, como si hubiera transcurrido una eternidad en el confinamiento del castillo, aunque apenas habían transcurrido unos breves instantes—tres minutos, para ser exactos, porque eso es lo que hacía Lenka cuando el tedio lo invadía: medir el tiempo con la minuciosidad de un reloj quebrado.

Miroslav no podía desentrañar en qué punto falló, en qué momento había osado levantarse, sentarse de nuevo, y escuchar otra vez aquel funesto susurro que martillaba en su mente. No obstante, el eterno conflicto que lo desgarraba no se prolongó demasiado, pues él no podía considerarse eterno como lo era Lenka.

—¿Y qué sucede si decido no escucharte? —La voz de Miroslav oscilaba entre la ira contenida, mientras sus pensamientos eran arrastrados desde el diván hacia la chimenea que palpitaba con un fuego que parecía devorar la oscuridad—. Si te diera muerte ahora, sumido en la ignorancia de lo que podrías revelarme, dime, ¿valdría la pena la sangre que has robado? ¿Las vidas de los niños han sesgado? ¿Las familias que has reducido a cenizas?

—¿Eres huérfano? —La pregunta de Lenka flotó en el aire, dicha en un tono apenas audible, pero Miroslav no creía que fuera una muestra de flaqueza. No, pensaba que decirlo en voz alta podría alterar algo profundo en él.

—Uno nunca deja de serlo.

—Lo lamento.

—No lo haces.

—Lamento tu pena y dolor. Es... abrumador, como un incendio descontrolado. Se asemeja al odio. ¿Es odio lo que sientes hacia ellos? ¿Por qué los odias, Miroslav?

—Cuento con tu maldita historia. Cuando termines, te clavará una estaca en el cuello y ambos podremos hallar el olvido.

—¿Qué harás después de eso, Miroslav? —Lenka se dejó caer sobre el diván, sus labios apenas curvándose en una sonrisa somnolienta, mientras un leve rubor teñía sus orejas—. Dime, ¿qué harás después de acabar conmigo? Siempre he disfrutado de los sueños ajenos.

—¿Acaso no posees vida propia?

—No te agradaría saber de qué manera vivo, Miroslav.

—Matando. Eso ya lo sé.

Lenka asintió con una suavidad desconcertante, más Miroslav no pensó que fuese por compasión. Sin embargo, algo dentro de él le decía que intentar desentrañar más detalles sobre Lenka sería una empresa inútil, pues ambos habitaban mundos opuestos, y aquel que parecía aferrado a la vida jamás podría reconciliarse con quien la ha arrebatado tantas veces.

—¿Qué esperabas que hiciera, joven Miroslav? ¿Acaso entiendes algo de la muerte?

—Si alguna vez se me presentara la elección entre mi vida o la de un inocente, sin titubeos elegiría morir.

—Qué nobleza tan insensata —se burló Lenka con una sonrisa que hizo gruñir a Miroslav—, pero permíteme recordarte, joven e ignorante de corazón puro, que todos hemos de morir. Y al término de esta velada, me suplicarás que te mate.

—Pareces hablar con mucha certeza.

—No es tanto una certeza como un reto, pero antes de avanzar, dime, ¿Qué harías después?

Miroslav rodó los ojos, su paciencia disminuyó rápidamente. No le importaba si Lenka lo consideraba insolente; no le debía cortesía a una criatura como él. Sin embargo, la historia no sería contada hasta que Miroslav accediera a alimentar los caprichos de su interlocutor.

—Dejaría este pueblo. Viajaría —comenzó a decir Miroslav, su tono resignado—. Hay tierras más allá de los bosques, existe un río inmenso, de aguas saladas...

—El mar —interrumpió Lenka con suavidad. Esta vez, la mirada de Miroslav destelló por primera vez, reflejando las llamas de la chimenea en un resplandor extraño—. Así se llama ese vasto río del que hablas. Es similar a una laguna, pero se extiende de continente a continente, demasiado vasto para medirlo, y tan profundo que criaturas abismales habitan en sus entrañas, capaces de envenenar tus sueños.

—¿Has visto el mar?

—Sí —Lenka inclinó la cabeza levemente antes de interrogar—. ¿Nunca te has imaginado una esposa, hijos?

—¿Por qué me preguntas eso?

—Pareces mayor, es inusual que alguien de tu edad no esté casado.

—Mi vida no es asunto tuyo, Lenka.

El nombre del vampiro escapó de los labios de Miroslav, sonando extraño, fuera de lugar, errado en una forma que lo incomodó profundamente. Era solo un nombre, se reprendió a sí mismo, ¿por qué me afecta tanto? Pero cuando Lenka sonrió, esa incomodidad se volvió un mal presentimiento que Miroslav prefirió enterrar. Decidió continuar.

—Yo...

—¿Por qué no te ves en una relación? ¿Acaso eres virgen? —La pregunta lo tomó tan desprevenido que su rostro se tiñó de un rojo encendido—. Tomaré tu silencio como una afirmación.

—Eso no es tu incumbencia. —Esta vez, se contuvo de pronunciar el nombre de Lenka—. Cierra la boca y cuenta la maldita historia. No quiero pasar un segundo más en tu presencia de lo estrictamente necesario.

—¡Qué temperamento tan arrebatado! —exclamó Lenka, burlón—. Con razón sigues siendo virgen.

—Provocarás que te mate antes de que llegues a contar tu estúpida historia.


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