Capítulo 6 Pt. 2
Podemos irnos para siempre hasta que quieras sentarte
«¡Visto demasiado pronto, desconocido, y conocido demasiado tarde!"». Romeo y Julieta. William Shakespeare
El fuego se consumía, la luz del amanecer empezaba a esclarecer y el manto del frío dejaba de envolver el cuerpo de Lenka. No reaccionó a ninguna de estas cosas. Sentía una bola de fuego arder contra su cuerpo, él no podía pensar, no podía asimilar nada de lo que había visto esa noche, sin embargo sabía que era real. Adagny, como se había llamado, su protector, lo había mirado toda la noche mientras se hacía el acto de la Toma, acto que ojos humanos e inocentes nunca deberían haber visto.
El ritual fue para celebrar, no entendió eso, tampoco pidió explicaciones, algo en su cuerpo se sentía enfermo. Mientras sacrificaban a un par de personas a sus ojos, Lenka apartó la vista hacia las únicas mujeres vestidas de seda con la piel más oscura que alguna vez haya visto. Podían resaltar.
—Son las esposas de mi hermano, Dagomar —señala Adagny captando la atención de Lenka, él baja la cabeza apenado de ser descubierto—. Las relaciones poliamorosas son comunes para nosotros, no se espera que obtengas poder de una sola persona, a menos que su sangre sea especial.
La vena de preservación que había en Lenka pareció extinguirse.
— ¿A qué te refieres?
Adagny volvió a portar ojos rojos por un segundo, pero quizás, solo Lenka se lo había imaginado.
—La sangre de nuestras esposas nos da vida, pero esta permanece por el tiempo que la persona también lo esté. A menos, que tu sangre sea especial, no es posible que puedas mantenerte vivo con una sola esposa.
— ¿La tiene al mismo tiempo? ¿Y si se ponen celosas?
— ¿Qué sabes tú sobre celos?
—Son emociones, sentimientos...—se detiene un momento y hace una mueca al pensarlo. Su madre y su padre solo eran uno, ¿Cómo es posible que tenga otra esposa? No puede pensar en su padre con otra familia, otra mujer u otros hijos, algo en él lo hace sentir asqueado—, no creo que me guste tener dos esposas.
—No, tú no, solo tú —susurra, a lo que Lenka se queda callado y baja la mirada.
Lenka no escuchó más nada, porque cuando el sol empezó a salir a lo alto, su piel se sentía tan sensible y humedecida por el sudor de los nervios, que una arcada lo obligó a dar la vuelta sobre la gran roca que estaban sentados y vomitar.
—Nunca he visto a un humano hacer eso —dice Adagny con el ceño fruncido e intentando explicarle a sus ojos lo que estaba viendo, sonrió después de un momento y sus ojos se enfocaron en sus hermanos menores quienes también veían la acción de Lenka con curiosidad y un poco de aprensión—. Si es una enfermedad te puedo curar.
—Estoy enfermo por ti.
Lenka no pudo ver cuando uno de los que estaban al lado de Adagny había sacado un cuchillo de piedra y lo había puesto en su cuello hasta que sintió el filo rozar bajo su yugular.
—Dominik —dice Adagny—, no.
Su voz sonó tan afligida que la multitud detuvo lo que estaba haciendo y miró a donde se encontraba la situación. Hombres encorvados con grandes piedras en las manos dispuesto a ser lanzada en trayectoria a Dominik, quien, sin dudarlo soltó el cuello de Lenka, lo que le permitió volver a respirar en paz.
Dominik se arrodilló contra Adagny y murmuró—: Nunca haría algo que atentará contra la vida del príncipe.
La multitud siguió su curso.
Adagny sonrió como quien goza del poder, luego, voltea en dirección a Lenka y le tiende una mano que Lenka no duda en ningún momento en rechazar. Bajan ambos de la roca. Lenka camina lado a lado mientras salen del bosque espeso como si Adagny pudiera recordar los caminos que estuvieran a su alcance. Adagny lo suelta cuando ambos están en el borde de la carretera, Lenka retrocede un paso cuando se da cuenta que Adagny no lo va a seguir, se echa a correr tan rápido que la planta de los pies le duele.
—Adiós, libélula.
Lenka llega a su casa, sudado, jadeando y mareado, puede sentir todas la emociones, puede recordar el olor podrido de la carne humana y el sonido que hace la misma al separarse del hueso. Lenka lo odia, odia la mancha que le causó Adagny Ascania, odia el dolor que le mostró y odia el hecho que no hizo nada. Sube las escaleras de la casa y se esconde en su habitación. Se percata más tarde de que sus padres no lo reprendieron por estar fuera de la casa a altas horas de la noche.
Lenka duerme con Slava. Su madre intentó quitarle el hábito, pero nunca dio resultado, así que lo dejó ser. Pensaba que el duelo para cada persona es ambiguo y aunque Slava, estaba dormido, ella no creía que volviera a despertar. No era egoísta, ella sabía que Slava sufriría si estuviera despierto, así que prefería que durmiera eternamente.
Lenka necesitaba a su hermano, a su hermano mayor. No podía considerar que su hermano estuviera cómodo en el mundo de los sueños. Movía sus piernas, cambiaba las sábanas cuando se orinaba y lo alimentaba con sopas y hervidos. Amaba tanto a su hermano que se rehusaba a la idea de que él no quería seguir viviendo, él no quería despedirse.
Lenka mantendría vivo a su hermano a toda costa, por eso se encontró con Adagny dos días después en el punto de su primer encuentro. Esta vez, Adagny no lo golpeo, ni lo hizo ver la Toma de nuevo, caminaron por el bosque hasta llegar a un pequeño círculos de árboles que formaban una cúspide en su punta, los árboles le dieron forma a un arrollador silencio mientras ambos solo caminaban.
— Sé que te dije que podía revivir a tu hermano... —dice Adagny rompiendo el silencio que se había creado.
— ¿¡Mentiste!? —Lenka no era miedoso, de hecho para cualquier persona que presenciara la escena ante sus ojos podía decir que tendría un gran valor, pero el pensar que alguien como Adagny le estuviera mintiendo con respecto a su hermano solo trajo una bocanada de miedo a su pecho. La alteración en sus ojos tuvo que haber sido una cosa que Adagny hubiera visto por primera vez porque se quedó callado y mirando sus rasgos.
—Tú... —Adagny se calló por un momento y sonrió mirando al enorme lago que lo envolvía—. Puedo traer a tu hermano de regreso, Lenka, pero eso no significa que seguirá siendo tu hermano.
—Mi hermano es mi hermano.
—Quienes tocan la muerte con las manos no son hermanos de los vivos, él en este momento está bailando con la muerte.
—Pues detendré el baile.
—Tu convicción es tan encantadora.
— ¿Qué más puedo tener? —Lenka aparta la mirada de Adagny—. Dime, ¿Qué más debería tener?
Lenka no era capaz aún de pronunciar el nombre de Adagny, pero eso no evitaba que quisiera discutir con él, algo en su ser se encendió en fuego cuando las palabras contrarias a las de Adagny brotaban de su boca.
— ¿Qué pudieras decirle para resucitarlo de la muerte?
—Él... ¿por qué estamos hablando de mi hermano?
—Responde.
Lenka se sentó y pensó, mientras más pensaba menos sabía que debería decir. Quería llorar, gritar, maldecir porque no tenía una respuesta. ¿Qué le dices a alguien para volverlo a la vida? ¿Para hacer que despierte? ¿Qué debería hacer Lenka que no hubiera hecho ya Slava? Slava grito, lloro y suplico para que las Sombras no se lo llevarán y nadie hizo nada. ¿Cuáles eran las palabras mágicas para despertarlo?
— Tú alma tiene mucha luz —recordó Lenka—, aún la siento en las noches como un manto cálido que me reconforta cuando abrazo tu cuerpo inerte. ¿Debería dejar morir esa luz?
Adagny lo miró como si fuera un perro pateado bajo la lluvia y aún así dijo—: Todos vamos a morir.
—Mis padres van a envolverlo en una tela, Adagny —refutó aunque por las lágrimas que soltaba la voz le salió quejumbrosa—, lo van a envolver y lo van a matar, ¿Qué debo hacer? ¿mirar la luna?
—Haz lo mejor para tu vida mientras esta pueda ser abundante, mientras el halo de luz que tu hermano tiene en su alma también lo tengas tú.
—Me rehúso a dejarlo morir. ¿No quieres salvarlo? —Se levanta tan rápido como un resorte—, bien, buscaré otra manera.
—Siéntate. —Adagny ordenó y Lenka cumplió—. No infundiré mis opiniones en tus decisiones, Lenka, solo quería saber tu punto de vista.
— ¿Por qué?
Adagny miró hacia arriba y Lenka también lo hizo. Los árboles, majestuosos y antiguos, se alzaban como pilares de un templo natural, conectándose entre sí con un entretejido de ramas. Las hojas parecían pequeños refugios, descansando sobre el manto, un suelo mullido de musgo y hojas caídas que amortiguaba los pasos y abrazaba la esencia del bosque.
El aire estaba impregnado de frescura, con un leve toque a tierra húmeda y a madera viva. A medida que los ojos de ambos se adaptan a la penumbra de la noche, los detalles del techo arbóreo comenzaban a desdibujarse. Las ramas sueltas formaban siluetas caprichosas que parecían dedos entrelazados, como si el bosque entero compartiera un secreto ancestral.
Entre los huecos de ese dosel natural, el cielo emergía, rebosante de estrellas. Era un firmamento que casi dolía por su intensidad: un tapiz oscuro salpicado de infinitos destellos de luz.
La noche avanzó lentamente, pero ellos no sentían el paso del tiempo. Había algo hipnótico en esa combinación de naturaleza viva y cosmos eternos. El bosque, aunque oscuro, no les parecía amenazante; al contrario, se sentía como un abrazo protector que los conectaba con algo más grande.
—El próximo círculo en la luna llena tu hermano volverá a la vida —nadie dijo nada más en toda la noche, no necesitaron palabras.
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