La eterna agonía de un silencio estentóreo
—¿Sabes que no puedes huír para siempre, verdad?
WonWoo abrió los ojos ante aquella voz. Suave, que arrastraba las palabras y se mezclaba con esa sorna característica de él. Somnoliento lo buscó, aún si no podía ver con claridad y su cuerpo junto consciencia seguían dormidos.
Sólo existía él.
Aquél melodioso sonido, el petricor aroma que se confundía con el de su propia sangre, la indistinta figura frente al moribundo cuerpo que enclipsaba la luna.
Sonrió mostrando los dientes, una desesperanzada risa naciendo de su garganta.
—¿Todavía no te rindes? —le siguió, la luz del satélite siendo opacada por el hombre de larga cabellera cobriza.
—Lamentablemente no —sinceró el dicho—. El Dios que conocías ha muerto, nuestro Dios ha muerto. La temporada de cacería pronto va a comenzar, y no puedo darme el lujo de permitir que destruyan a mi pueblo.
—Ya te lo he dicho, JeongHan. Mi cordura cuelga de un hilo.
Entonces, las estruendosas carcajadas irrumpieron el ruidoso silencio. Toda vida alrededor se detuvo, y el dolor en su pecho le hizo estremecer.
—Mi alma está corrupta, manchada por el pacto que hice años atrás para tu familia —revela, hundiendo la mano en el pecho ajeno e ignorando los gruñidos de dolor—. Pero la tuya continúa intacta, aún si la locura te consume. Y eso es todo lo que necesito.
—¿Eso es lo que soy para tí? ¿Una simple fuente reemplazable, JeongHan?
—No, más que eso, WonWoo —dijo, terminando por enterrar su extremidad y tomando entre la misma el palpitante órgano sanguineo—. Eres la llave que necesitaba para convertirme en la nueva esperanza de esta gente, mí gente.
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