~Capítulo 9~
════ •✞• ════
Esa tarde había sido especialmente peculiar. El mensaje del prelado y la conversación que siguió de ella, lo habían dejado en un estado casi de sorpresa. Y es que lo que le había mencionado, lo hizo replantearse muchas cosas.
Al momento de llegar a la oficina del prelado, observó como este se mantenía de pie con la mirada perdida en los jardines y solo en cuanto Francis cerró la puerta y se mantuvo a una distancia favorable de donde se encontraba el mayor, le sonrió a través del reflejo del vidrio. En ese momento, se giró y le indicó que se sentará; a lo cual Ditella obedeció.
—Espero no haber interrumpido tu almuerzo. —dijo Fernández con un dejo de disculpa.
—Para nada. No se preocupe. —respondió observándolo
—Te mandé a llamar por que hoy durante la tarde, te daré a conocer ante los guardias suizos y el coronel. —Francis lo observó de forma indiferente. —¿tenías algún plan para hoy?
—No, para nada. Solo que...Por un momento creí que sería por otra cosa.
El mayor lo observó de forma suspicaz, entrecerrando los ojos lo que marcó aún más las líneas de expresión. Con aquella mirada, Francis no se inmutó y solo esperó a que el hombre siguiera hablando.
—¿Quién te lo dijo?
—Las paredes tiene oídos, prelado. —respondió citando las palabras de su amigo. —Y por ello, recomiendo ser cauteloso.
—Claro... —respondió bajando la mirada y arrugar la frente, como si quisiera recordar algo que había olvidado o pasado por alto. —Bueno, como dije, hoy te presentaré ante ellos en el cuartel.
Francis asintió y a pesar de que la conversación había terminado de manera abrupta, siguió en su lugar mientras buscaba las palabras exactas y no sonar ansioso, ni mucho menos preocupado ante lo que quería decir.
—Me encantaría hacerle una pregunta —el mayor hizo un ademan para que prosiguiera —¿Conoce a los refuerzos de la policía especial? —preguntó de forma directa.
—¿A los refuerzos? Bueno, vi algunos rostros nuevos, pero a ninguno lo conozco de antemano. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque según sé, hay alguien que me conoce desde antes de lo...acontecido. ¿Me explico?
—Desde...
Pero las palabras del prelado quedaron suspendidas en el aire, provocando que el silencio inundara la oficina y con ello, los recuerdos de ambos hombres fueran invocados. El mayor arrugó el ceño y se puso de pie, volviendo a observar el exterior, mientras que Francis lo observaba detenidamente para luego cruzarse de brazos.
—¿Sabe por qué acepte ser sacerdote?
—Porque Dios elige nuestros caminos...
—Déjese de estupideces, prelado —espetó Francis al borde del enfado —Sabe que todo esto, es solo una máscara para protegernos. Que, si se llegan a enterar, todos caemos.
—¿D....De que s-se enterarían? —tartamudeo el mayor, lo que causó curiosidad en Francis.
—Solo hablo de mi situación, pero al parecer, hay algo mas ¿no?
En ese momento se puso de pie y se acercó de forma cautelosa al prelado. Sabía que a pesar de estar de espaldas fingiendo observar el exterior, lo estaba observando a través del vidrio, del mismo modo que lo había hecho en cuanto entro a la oficina.
—No me importa lo que haga con su vida —murmuró —. Mientras siga manteniendo todo bajo llave.
—Seguirá todo igual —contestó con firmeza —. Sabes muy bien que no eres el único a quien le preocupa que todo siga en las sombras. —agregó volteándose para observarlo.
—En las sombras... —repitió con tono burlesco —. Si otra persona lo escuchará, creería que esconde algo...Pecaminoso.
—¿Crees en el pecado?
—Si —respondió con firmeza —. El hombre vive de el.
—Entonces también crees en el diablo ¿no?
Francis lo observó sin decir nada. La conversación se tornaba extraña para cualquier otra persona, pero para él, sabía el rumbo que el señor Fernández quería tomar. El que le hablara sobre el pecado y el diablo, no eran unas simples preguntas, ni menos fortuitas; más bien, con ello el mayor, deseaba saber cuáles eran sus pensamientos acerca de lo ocurrido.
—Si, pero no que el diablo nos haga pecar. Como le dije, el hombre vive de el, y el diablo se regocija observándonos. ¿No lo cree igual?
—Mas bien todo lo contrario —respondió el prelado con semblante tranquilo —. Pienso que el diablo es quien nos guía a cometer ciertas acciones que, ante los ojos de Dios, no son las esperadas.
—Interesante prelado. Pero dígame una cosa, ¿Esas son las palabras de consuelo ante sus acciones ocultas?
El mayor lo observó con infinito nerviosismo reflejado en sus ojos, lo que Francis pudo notar, al igual que la sensación de haber apretado una tecla que su superior quería mantener bajo total secreto. El sacerdote sabía que en el Vaticano se escondían los mayores secretos que cualquier persona podría imaginar. Y así también, se escondían hasta los más frívolos de quienes le servían a Dios.
Francis sonrió con suficiencia y se dirigió a la puerta de entrada sin esperar algún tipo de respuesta por parte del prelado. Pero antes de abrirla se giró a él aun con su sonrisa en el rostro.
—Si quiere que sus secretos sigan así, deberá seguir ayudándome. Su nombre es Zinerva Lombardi.
—Claro —musitó con nerviosismo —. Pero si en algún momento no pueda seguir haciéndolo, deberás tener más apoyo.
—Ya lo tengo.
—No. Personas que no estén dentro del Vaticano, Francis. —Ditella lo observó sin comprender. —Roma Termini es un buen lugar para descansar y desconectarse de los problemas.
Mantuvo una mirada fuerte, a la vez que sentía una de sus manos cerrarse hasta formar un puño. El ambiente de la oficina comenzó a tornarse algo frio, aunque Francis no tenía muy claro si era su propio cuerpo el que sentía aquella sensación térmica o la conversación había llevado a que eso sucediera. Como fuera, aquella respuesta no le había gustado del todo; ¿Que tenía que ver Roma Termini en la conversación? Él no estaba ahí de vacaciones, buscando lugares para relajarse. Él estaba ahí para seguir con la vida que llevaba.
Salió de la oficina y se dirigió a la biblioteca aun con las últimas palabras del prelado en su mente. No conocía del todo Roma, solo los lugares más turísticos y aun así, Roma Termini se le hacía conocido de alguna parte. Caminó a paso lento con las manos en sus bolsillos y su mirada gacha, tratando de traer a su conciencia algún recuerdo con aquel nombre, pero no podía recordarlo.
Los corredores extensos se encontraban con algunos sacerdotes un poco más jóvenes que él. La mayoría llevan bolsos y otros, solo algunos libros. Por un momento le pareció curioso, hasta que recordó que el Vaticano también dictaba cursos de variados temas, entre ellos, el exorcismo. Francis recordó que cuando termino el seminario, le había causado curiosidad aquel tema. Había investigado y hecho las consultas pertinentes; pero cuando se lo comento al prelado Fernández, él le había dado la noticia que sería trasladado a Sicilia. No le tomó mayor importancia, hasta ese momento. Sus pasos se acercaban cada vez más a la biblioteca o eso creía. Observó a su alrededor esperando ver algún letrero o señal que le indicará que estaba bien, hasta que visualizó a un joven hablando con una mujer que, por su aspecto, debía ser una de las guardias del Vaticano.
—Scusi... —murmuró acercándose al joven quien iba en retirada —. Sai dove trovo la librería?
—Si...Sali le scale, la prima porta.
—Grazie.
Francis subió las escaleras como le habían indicado y al llegar visualizó la puerta. Entro a la biblioteca observándolo con un dejo de asombro. El lugar era muy amplio, el piso seguía siendo de mármol, solo cambiando los diseños en algunos espacios. Aquello le llamó la atención al sacerdote, pero no pudo tomarle la debida atención, ya que seguía impresionado con la belleza de la biblioteca. Y es que, al levantar su mirada del suelo, pudo observar grandes arcos de color mármol, lo que le daba un aspecto mucho más amplio y grande al lugar. Por su parte, el techo del lugar tenía diseños eclesiásticos, lo que lo hacían tener un aspecto mucho más atrayente, casi hipnótico. Se adentró un poco más y observó que además de los típicos muebles de toda biblioteca, el lugar contaba con un segundo y tercer piso en donde se encontraban más estantes con ejemplares, todos acompañados de una luz fría, lo que ayudaba a un aspecto "sofisticado",
Definitivamente el Vaticano guarda una de las mayores colecciones de libros...Y secretos. —pensó.
—Posso aiutarla?
Francis se volteó rápidamente, la voz femenina de la bibliotecaria lo había sacado del pequeño ensimismamiento en el que se encontraba observando el lugar. Sonrió de forma débil y se acercó a ella.
—Si. Ho bisogno di una mappa di Roma, per favore.
—Mappa di Roma? —inquirió con extrañeza observándolo por un momento. Francis asintió con tranquilidad. —. Benne. Aspetta un minuto per favore.
—Sicuro.
La mujer se dirigió a uno de los estantes y desapareció de la mirada periférica de Francis. El sacerdote siguió observando en silencio, mientras que una de sus manos movía sus dedos de arriba abajo sobre el mostrador. Odiaba la espera, sobre todo cuando involucraba algo importante para él. Había decidido buscar en un mapa la tan llamada Roma Termini. Necesitaba saber dónde se encontraba y que era ese lugar. Había preferido eso, antes que buscar en internet; no se arriesgaría a nada estúpido, aun sabiendo que Zinerva Lombardi se encontraba en el Vaticano y era parte de la policía. Y es que por más que le mencionara a Svein que se tranquilizara, él no lo estaba del todo. El saber sobre la presencia de la mujer, lo agobiaba, pero tampoco se lo diría a su amigo.
La mujer llegó al mostrador, y le tendió un mapa de toda Roma, incluyendo la ciudad del Vaticano. Francis le agradeció y se dirigió a una de las mesas alargadas que se encontraban en el centro de la biblioteca. Eligió la última y se sentó en el extremo más cercano a la ventana. Extendió el mapa y comenzó a buscar aquella ¿calle?, ¿avenida? no estaba muy seguro, pero de lo que sí; es que ese nombre le había causado una sensación de enfado, como si le memorara malos recuerdos.
La ciudad de Roma era grande y él solo había estado algunas veces a lo largo de su vida. Pero después de casi diez años, la ciudad había cambiado y por más que buscaba, sentía que estaba perdiendo el tiempo, hasta que sus ojos visualizaron el nombre.
—Te encontré —murmuró para sí mismo.
Observó a su alrededor y no visualizo a nadie, más que a una sola persona que se encontraba en la primera mesa de la fila, escondida detrás de un libro. Sacó su teléfono móvil de su pantalón y comenzó a sacar fotografías al mapa.
Desde lo sucedido, prefería ser cauteloso en lo que hacía, llevándolo a aprender a no dejar rastros en lo que hiciera. Desactivó la red wifi de su teléfono solo quedando con los datos de su móvil. Observó que la red no tenía cobertura, era como si en ese lugar no pudiera comunicarse más que solo utilizando los laptops de la biblioteca. Era curioso, pero si lo analizaba, era algo esperado.
Se dirigió al mostrador siendo observado por una mirada femenina que cubría parte de su rostro con un libro. Entregó el mapa y salió del lugar en el preciso momento que sonaba su teléfono móvil.
—Dígame prelado. —respondió siguiendo su camino.
—Francis. En quince minutos nos vemos en el cuartel de la guardia. ¿Sabes dónde queda?
—No, pero no se preocupe. Preguntando se llega a Roma...¡Espere! Ya estamos en Roma. —del otro lado de la línea solo se escuchó un resoplido. —. Lo siento, soy sacerdote no humorista.
—Ya lo veo. En quince minutos Francis y no olvides traer tu vestidura litúrgica. —colgó.
════ •✞• ════
El camino hacia el cuartel fue agradable, pero, aun así, no le quitaba los nervios y algo de ansiedad. A pesar de que se mostrara como alguien fuerte y casi frio ante las adversidades, la verdad no era esa. Francis siempre había sido una persona que le afectaba la espera. Esa sensación de no saber qué iba a suceder o cual sería la reacción de los demás ante él. Al sacerdote le gustaba mantener el control de todos y todo.
La plaza de San Pedro seguía recibiendo algunos turistas. A pesar de llevar solo un día en la ciudad del Vaticano, se había habituado a que ese lugar en específico fuera uno de los más fotografiados.
Las nubes seguían su curso, sin preocuparse por el paso del tiempo o de los acontecimientos venideros. Tan solo se deslizaban, haciendo compañía a las aves y personas que se desplazaban por los distintos lugares de la ciudad. Esa tranquilidad era la que más le gustaba a Francis, lo ayudaba a relajarse y calmarse. Respiró profundamente y en esa fracción de segundos, recordó Palermo y a Bianca. La joven seguía en su mente, y no es que le preocupara en lo absoluto, más bien, le recordaba lo sucedido seguido de la última confesión de la joven. Ese era uno de las cosas que no les gustaba a Francis; mujeres jóvenes que perdían el raciocinio, el no evitar aquel "enamoramiento" hacia él, provocaban que el tomase decisiones drásticas para evitar problemas...Aunque lo hecho iba más allá que el solo evitar problemas.
Francis sonrió al observar el cuartel y recordó las palabras de uno de los guardias de la entrada a quien le preguntó cómo llegar: "No es difícil. Esta en la misa plaza de San Pedro, frente al palacio Apostólico." Y tenía razón. Se dirigió a la entrada, y se dio a conocer a uno de los guardias quien lo dirigió hasta donde se encontraba el prelado junto al comandante esperándolo. En el camino observó el entorno. A pesar de ser un lugar grande, con una ornamentación muy parecida a la basílica de San Pedro, el lugar contaba con pinturas de los comienzos de la guardia suiza, lo que le llamaba la atención al sacerdote, ya que le transmitía un dejo del sentimiento de acogida. Algo totalmente extraño, ya que nunca fue muy perceptivo con las cosas y tampoco es que le importara demasiado. Acostumbraba a lo frívolo de los lugares y de sus habitantes. Siguieron por un corredor, de paredes blancas e iluminadas por las ventanas que daban hacia la parte trasera del cuartel, en donde se podía observar parte de lo que sería la pista una pequeña pista de atletismo. Siguieron por el mismo corredor, hasta el fondo, deteniéndose frente a una puerta de caoba con manilla negra. El guardia tocó y espero respuesta, para luego dejar que Francis entrara y cerrar tras de sí.
—Bienvenute Francis. Es bueno volver a verte.
—Claro... —musitó y se dirigió al otro hombre —Francis Ditella —mencionó estrechándole la mano.
—Mathew Konovac —respondió con voz firme —coronel de la guardia suiza pontificada. Es un placer por fin conocer a nuestro nuevo capellán.
—¿Por qué lo dice? —inquirió el joven con una pequeña sonrisa.
—He tenido excelentes referencias de usted —respondió para luego observar al prelado y volver su mirada a Francis.
—Comprendo.
—Bien — El prelado observó reloj y volvió su mirada a los hombres —¿le parece coronel si le enseñamos el lugar al padre Francis?
—No hay problema.
Salieron de la oficina y caminaron por un pequeño corredor hasta salir a las afueras. La pequeña pista de atletismo, no era tan pequeña y en ella se encontraban cuatro jóvenes realizando ejercicios; pero al ver al coronel, dejaron sus rutinas y se pudieron de pie llevando una de sus manos a un costado de sus frentes. El coronel solo asintió y siguió mostrando el lugar a Francis. El terreno era algo extenso, lo que contrastaba con la edificación del cuartel, el cual su arquitectura tenía un diseño muy parecido al del palacio apostólico, pero de tamaño menor en algunos detalles. Siguieron camino hasta volver a entrar al edificio, pero esta vez era una planta distinta. Siguieron por un pequeño corredor hasta llegar a unas escaleras; bajaron y entraron a una gran sala en donde se encontraban variadas armas de artillería. Al verlas, Francis quedo anonadado; podía imaginarse que tuvieran armas de distinta índole, pero, aun así, no puedo salir de su asombro al ver: en medio de la sala y ordenados uno al lado del otro, fusiles y rifles. En frente de ellos, espadas y a los costados en repisas. Armaduras que son utilizadas en ocasiones importantes. Ditella sentía como si estuviera en un mundo paralelo, nada comparado con lo que conocía hasta ese momento del Vaticano, pero, aun así, le agradaba ese nuevo mundo.
—Asombroso —murmuró el sacerdote sin dejar de observar el lugar.
—Todo por el cuidado de su santidad —respondió el coronel con una sonrisa satisfactoria que denotaba orgullo —Estas no son las únicas armas, tenemos pistolas (todas marcadas con A.G y el escudo del vaticano) y armas más sofisticadas que son utilizadas por los guardias suizos más cercano al papa.
—De verdad me deja sin palabras, coronel. —respondió el sacerdote sin poder salir de su asombro.
—¿Seguimos? —inquirió el prelado al ver el entusiasmo que se asomaba en Francis.
Siguieron su recorrido, conociendo diversas instalaciones del lugar, hasta volver al exterior del cuartel en donde se encontraban varios de los guardias formados y esperándolos. El coronel se posicionó frente a ellos, quienes lo saludaron de forma en que lo hacían las fuerzas armadas. En ese momento Francis fue presentado ante los demás guardias, quienes lo observaban con curiosidad y otros con tímidas sonrisas; por su parte el sacerdote mantenía una mirada expectante, buscando entre las personas a su mejor amigo. Frunció el ceño al no encontrarlo y desvió su mirada hacia el Prelado quien se encontraba a su lado con mirada enfadada observando a los demás.
Transcurrida la presentación, algunos de los guardias se acercaron a él a saludarlo y desearle lo mejor, para salir poco a poco del lugar y volver a sus funciones. Al quedar el lugar casi vació, el coronel se giró a Francis con una pequeña sonrisa.
—La mayoría de ellos son muy jóvenes, pero te aseguro que no tendrás problemas con ellos. —dijo el coronel refiriéndose a los guardias.
—No se preocupe, me llevo bien con personas de todas las edades. Además, mi trabajo es ayudar, no criticar a nadie. —respondió con seguridad el sacerdote.
—Me encanta escuchar eso. —respondió el hombre para luego comenzar a caminar seguida del sacerdote y el prelado. —Te mostraré la capilla y luego ya eres libres para comenzar como el nuevo capellán.
Francis asintió y caminó junto al coronel seguido del prelado. Iban hablando de las actividades que no alcanzó a terminar el capellán anterior y de las cuales el debía de seguir el curso para llevarlas a cabo. Francis solo asentía ante las palabras del hombre y solo interrumpiéndolo cuando tenía alguna duda. Pero antes de llegar a la capilla, se detuvieron al ver que Svein salía de esta.
— Bergström —habló el coronel con tono autoritario, a lo que el rubio se posicionó de forma rígida, con su mano derecha a un costado de su frente. —¿por qué no estuvo en la presentación del nuevo capellán?
—Me quedé dormido señor. —respondió de forma automática con su mirada al frente, mientras sus mejillas se tornaban rojas por la vergüenza, aun mas al observar a Francis quien le devolvía una mirada burlona, mientras reprimía la que sería una carcajada —. Hoy sigo con guardia nocturna.
—Solo con su primera respuesta me quedó claro. —respondió observándolo a lo que Svein mantenía su mirada en algún punto del lugar. —Castigado Bergström. Esta semana no tendrá día libre ni salida; además, deberá limpiar todas las armas y municiones ¿comprendido?
—Si señor.
—Puede retirarse.
Pero antes de que Svein pudiera hacerlo, una mujer de cabello castaño, peinado de forma pulcra y amarrado en una baja coleta, se acercó a ello. Llevaba un traje de dos piezas negro y zapatos bajo. Caminaba con paso firme y mirada autoritaria.
—Señor...
—Lombardi. Me alegro de verla.
En ese momento, Francis y Svein sintieron que el lugar se volvía demasiado frio. El ambiente se volvió tenso y los dos amigos tenían la extraña sensación como si hubieran cortado el oxígeno, de ser posible. Francis observó a Svein con mirada fría y él le devolvió una inquietante. Por más que lo negaban, que no quisieran dar crédito de ese momento, era real. El pasado había vuelto a ellos de verdad y lo tenían frente a sus ojos.
Nota de autora:
¡Francis esta de vuelta! ¿ lo extrañaron?. Perdón por no haber actualizado, pero tengo tantas historias, que a todas debo darle un poco de mi tiempo, en fin. ¿Qué les pareció este capítulo? Poco a poco sabrán de Lombardi, aunque en los capítulos anteriores ya se menciona el por que Francis y Svein se ponen tan nerviosos con su presencia. Por otro lado, en el capítulo 10 sabremos algunos detalles...En fin.
Espero que les haya agradado este capítulo y disfrutado. Espero leer sus comentarios y sus votos también me hacen muy feliz!
Caro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro