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~Capítulo 8~



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Ese día se quedó un poco más en la capilla, el silencio del lugar le ayudaba a pensar y a tomar buenas decisiones para no equivocarse en sus pasos. Y es que la noticia de la muerte de Bianca debía de tomarla de la mejor manera. Siguió observando la imagen de cristo, como si estuviera esperando que le respondiera, permaneció con su mirada fija, para luego bajarla y posarla en sus grandes manos, llevándolo a un momento de su pasado que creía haber olvidado.

Varias imágenes de unas manos entrelazadas llegaron su mente. La pequeña mano femenina acariciaba la suya para luego tirar de él y reír con gracia e inocencia. Una risa que no podía oír, ya que por el tiempo había olvidado el tono de su voz; y tampoco es que quisiera mantenerlo en su mente, al fin y al cabo, lo mejor para él era olvidar su voz y de lo posible a la persona misma. Aunque lo último nunca había sucedido del todo, por más que quisiera fingir lo contrario.

Se persignó y se puso de pie tomando sus cosas y salir de la capilla. El aire fresco de ese día provoco que relajara sus músculos y su caminar fuera mucho más relajado a como había llegado. Se encaminó a la residencia en donde pernoctaba, observando como el lugar se encontraba en completo silencio y tranquilidad, lo que agradeció. Aunque, aun así, encontraba extraño que no se viera alguna otra persona por el jardín del Vaticano.

Siguió camino hasta su cuarto, pasando por el habitual pasillo, el cual contaba con pinturas católicas, las cuales ya había observado con anterioridad. Al llegar a su cuarto, abrió la puerta, pero antes de que pudiera cerrarla, el pie de una persona se lo impidió.

—Ditella espera. —la voz de Svein tenía un tono de nerviosismo. —¿puedo pasar?

—Si, claro... —respondió con extrañeza. —¿Cómo es que no te vi?

—Te esperaba detrás de una de las esculturas —respondió como si fuera lo más obvio —Nadie puede saber que estoy aquí, sino creerán que...

—Que tenemos una aventura amorosa —respondió Francis mientras dejaba su bolso sobre la cama y guardaba su chaqueta. —Como si ellos no tuvieran una con tus compañeros —agregó con ironía. Girándose a su amigo e indicándole que se sentara.

—Si...Bueno no venía a eso. ¿Recuerdas que te conté que habían tratado de atentar contra el santo padre? —Francis asintió mientras dejaba sus manos en el bolsillo de su pantalón y se posicionaba frente a su amigo. —Como era de esperarse, aumentaron la seguridad y con ello, los refuerzos de la policía especial del Vaticano.

Francis arrugó el ceño. No comprendía a donde quería llegar su amigo, ni mucho menos el por qué tanto alboroto por el aumento de la policía.

—¿A dónde quieres llegar Svein?

—Dentro de la policía especial, se encuentra Zinerva Lombardi. —aclaró con mirada nerviosa, pero al momento de decir el nombre de la persona y no ver ningún tipo de reacción en su amigo, se exaspero. —¡Vamos Ditella, como la vas a olvidar! Fue mi pareja cuando vivíamos en Viterbo ¿no lo recuerdas? Era la mejor amiga de...

Y fue en ese momento en que Ditella cayó en cuenta de lo que decía su amigo. Sintió como la sangre bajaba por su rostro, pero mantuvo su mirada seria e imponente. Lombardi, claro, había sido pareja de Svein cuando eran unos adolescentes, hasta lo sucedido. Francis se sentó junto a su amigo con la mirada fija en algún punto de la habitación, permaneciendo así, por varios segundos.

— Alessia. —murmuró con voz casi inaudible.

Aquella llegada al Vaticano era una de sus pesadillas. Desde ese día en que su destino cambió de forma drástica, nadie de Viterbo sabía de él, a excepción de su familia. ¿Cómo era posible que Dios le estuviera enviando a gente indeseada hasta él? ¿es que acaso ya no era merecedor de su protección? Sintió como poco a poco todo lo que había logrado, se esfumaba; hasta que recordó un detalle importante.

—Pero... ¿Por qué preocuparse? Ella no sabe nada Svein, ¿acaso no lo recuerdas? —inquirió con una sonrisa satisfactoria, mientras que su amigo lo observaba confundido — Lombardi solo supo lo que todos en Viterbo supieron, ni más ni menos.

—¿Qué hay de la seguridad? Había cámaras —le recordó.

—Te lo dije ese día y te lo volveré a decir. El señor Ditella se encargó de todo, ¿Qué creías? ¿Qué dejaría que todos supieran la verdad? Ya deberías saber cómo actúa mi familia, Svein. —mencionó poniéndose de pie y caminando por su habitación. —Mejor disfruta la vida que tienes. —agregó cruzándose de brazos y ladeando ligeramente la cabeza sin dejar de observarlo.

Svein le devolvió la mirada y Francis pudo ver la incertidumbre que transmitían los ojos celestes de su amigo. Aun no confiaba del todo en su palabra, y no lo culpaba; Svein siempre fue algo desconfiado, aunque de verdad hubiera preferido que confiara aún más en él.

—¿Disfrutar? —arrugó el ceño —¿Cómo se disfruta algo que no busque?

—Entiendo. Nadie quería todo esto, pero fue nuestra única alternativa. A menos que tuvieras otra idea mejor —levantó ambas cejas —Y por lo que veo, nunca la tuviste, ¿o sí?

—No. —musito bajando la mirada para luego ponerse de pie y quedar frente a Francis, quien tuvo que levantar un poco más la mirada, por la altura de su amigo quien, a pesar de ser mucho más alto, se sentía inferior, casi vulnerable —Supongo que por más que siga deseando lo contrario, nunca podré obtenerlo.

—Me alegro que lo entiendas.

—Aun así...

Francis a esas alturas ya estaba perdiendo los estribos. Cuando se tocaba aquel tema del pasado, solo deseaba hablar claro y fuerte, sin dejar objeciones en Svein; pero el seguía buscando algo que le demostrara lo contrario y así volver a debatir todo nuevamente, cuando de verdad, todo estaba claro y solo había que seguir con lo acordado hace ya muchos años atrás.

Francis tomó del cuello a su amigo y lo acorraló contra la pared. Aquella actitud tomó desprevenido a Svein quien solo reaccionó a tomarlo de las muñecas para apartarlo, pero la mirada del sacerdote era tan intimidante que no pudo hacerlo, lo había paralizado si eso fuera posible.

—¡Escúchame bien de una puta vez, Svein! Todo seguirá igual, no hay por qué cambiar las cosas cuando todo ha resultado a lo largo de estos años...

—Pero ahora es distinto, Ditella. ¡Estamos hablando de Lombardi y de la policía especial del Vaticano!

—Entiéndelo —Tomó el rostro de Bergström entre sus manos y lo observó de forma seria e imponente —. ¡nada va a suceder! Metete eso en la cabeza, ¿está claro?

—Si... —murmuró con nerviosismo y sus mejillas algo sonrojadas. —Comprendo.

Francis apretó la mandíbula apartando sus manos del rostro de su amigo mientras daba algunos pasos atrás alejándose de él.

—Ahora vete. Tengo cosas que hacer y pensar.

Svein caminó hacia la puerta, pero antes de abrirla se detuvo. Giró y observó a su amigo, vacilando por algunos segundos si seguir hablando o no. Francis arrugó de forma pronunciada la frente y bufó al ver su actitud.

—¿Algo más que decir? —preguntó con ironía y enfado contenido.

—Supongo que hoy durante la tarde, darán la noticia del nuevo capellán.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó con un dejo de ansiedad.

—Las paredes tienen oídos, Ditella.

Svein sonrió de lado y salió de la habitación no sin antes cerciorarse de que no hubiera nadie merodeando por los pasillos. Cerró la puerta y Francis se dejó caer de espaldas en su cama. Pasó sus manos por su rostro y mantuvo los ojos cerrados pensando en todo lo acontecido durante tan poco tiempo. ¿Es que nunca podría desarrollarse con libertad como la persona que realmente era, sin esconderse? Porque a pesar de no poder llevarlo a cabo como le gustaría, de igual forma, se expresaba como realmente era en el interior, aunque claro, con las precauciones necesarias para que su familia pudiese estar tranquila y así, le siguieran enviando el dinero que le correspondía por haber aceptado la decisión que ellos habían tomado por él.

Siempre lo habían protegido de todo y es que en un principio ser hijo único de las familias con más poder de la ciudad, no era algo menor, mucho menos para su padre. A pesar de vivir en pleno siglo XXI, el señor Lucas Ditella le gustaba la crianza de antaño, lo que llevaba a cumplir ciertos deberes con el mayor de sus hijos; pero como existían los deberes, también existían los derechos. En ese sentido, el derecho de Francis era tener un gran porcentaje de la riqueza de su familia, la que iba aumentando según los negocios que el señor Ditella hiciera. Pero a la vez, sus deberes eran: Llevar con respeto y orgullo el apellido Ditella, tener amistades que le permitan en un futuro obtener mayores conexiones, pero por, sobre todo, actuar como un verdadero hombre de honor.

Honor.

Para muchos el honor era una palabra que implicaba respeto hacia una persona que lo merecía por su actuar valiente o excelente moral. Pero para los Ditella, esa palabra además de tener esa connotación, también significaba ocultar bajo una gran pared de concreto los acontecimientos más perturbadores de sus integrantes, demostrando ante los demás, que sus vidas eran normales.

Normalidad.

Otra palabra que, a esas alturas, Francis las llevaba como un gran crucifico sobre sus hombros. Pero ¿Qué era la normalidad para su familia? Ocultar todo lo que conlleve a manchar la reputación de la familia Ditella, pero para él era algo un poco más profundo que eso. El ser normal conllevaba a que sus pasatiempo y gustos, debiesen ser ocultados ante los ojos de los demás porque no lo comprenderían. Y bajo esas dos palabras su vida se había regido desde siempre.

Era una tarde de otoño, las hojas caían de forma lenta y cuidadosa, siendo acariciadas por el viento. Se deslizaban en silenció, solo provocando un sonido casi inaudible al momento de rozar el césped y la tierra. Aquella calma de esa tarde, fue interrumpida por el sonido de unos disparos, provocando que varias aves emprendieran vuelo en dirección opuesta al sonido. En el lugar y en medio de la soledad, se encontraba un hombre de unos treinta y cinco años, junto a un pequeño de no más de diez años. El mayor, apuntaba hacia su objetivo que se encontraba a varios metros de ellos, mientras que su hijo lo observaba con una gran sonrisa de admiración. De nuevo, un disparo irrumpía en aquella tranquilidad.

—Recuerda siempre esto, Francis. Estar aquí no es solo un pasatiempo, también es un estilo de vida que en un futuro puede ayudarte. ¿comprendes?

—Si padre. —respondió observándolo con complicidad —¿Cuándo podré disparar como tú? —preguntó ansioso.

—Aún eres muy pequeño para hacerlo, la fuerza del disparo podría... —observó a su hijo que le devolvía una mirada seria. Observó a su alrededor cerciorándose de que no hubiera nadie y volvió a observar al pequeño. —Ven aquí... —dijo posicionándolo delante suyo —Toma el arma de esta forma... —mencionó a la vez que ponía el arma entre las manos del pequeño y acomodaba sus dedos. —No hagas nada aun... —agregó mientras las manos del adulto se aferraban alrededor de las de su hijo —. Ahora, fija la mirada en el blanco. Mantén tus brazos estirados y firmes. ¿listo?

—Sí.

El sonido del disparo no se hizo esperar, inundando por tercera vez aquel campo. Por su parte, el pequeño Francis sintió como una extraña sensación nunca antes experimentada lo inundaba por todo el cuerpo. Era algo satisfactorio, que lo dejó algo aturdido, pero al cabo de unos poco segundos, una sonrisa comenzaba a aparecer en sus labios. Sea lo que sea que había experimentado, lo había dejado con ansias de volver hacerlo.

—No le menciones a nadie lo que acabas de experimentar, no lo comprenderían, ¿está claro?

—Si papá.

Abrió los ojos y mantuvo su mirada en el techo de su habitación, disipando el recuerdo que había llegado a su mente. Una de las cosas que rescataba de su progenitor era todo lo que le había enseñado para alcanzar sus objetivos, aunque con los años, la relación entre ellos no fuera del todo cercana, sino todo lo contrario.

Nunca entendió por completo el cambio entre ellos. Algunas veces creía que solo había sucedido por que él había crecido y con ello, su forma de ver las cosas. Tal vez, tenían filosofía de vida demasiada distinta como para poder comprenderse de forma mutua, aunque esto último lo descartó de forma inmediata; eran demasiado parecidos. No sabía por qué todo aquello se remolinaba en su mente, no tenía sentido darle vuelta a un asunto que seguiría siempre igual.

Tomó su teléfono móvil y observó la hora. Ya casi era la hora de comer y aunque no quisiera moverse de ese lugar, su cuerpo le exigía algo de alimento. Se levantó de la cama, arreglo un poco la camisa y cabello; tomó su teléfono móvil y salió de la habitación.

El pasillo seguía igual de silencioso, lo que causaba una extraña pero agradable sensación. La soledad era una compañera viciosa que no podía dejar. Las mejores planificaciones, eran las que habían surgido estando en completa soledad. Cuanto habría anhelado que el hecho que lo había llevado a lo que era en ese momento, hubiera sido planificado en esa exquisita soledad; de seguro no sería sacerdote.

Siguió su caminó por el largo corredor, se encontraba cerca de uno de los baños y desde el lugar, se oía como alguien gemía, pero de una forma como si estuviera reprimiendo un dolor demasiado fuerte. Francis se acercó al lugar. El baño completamente de mármol blanco, y grifos sofisticados le daban la bienvenida junto a un gran espejo que cubría toda la extensión de la pared. Observó a su alrededor, pero el sonido había cesado por algunos instantes. Para luego ser reanudados. Se acercó a los sanitarios visualizando que, desde el piso de uno de ellos, algunas gotas de sangre contrastaban con el blanco. La puerta del sanitario se encontraba entre abierta, y visualizó algo que no se esperaba pero que tenía indicios. Svein se autoflagelaba el vientre con una navaja.

—¿Qué mierda haces, Bergström? —espetó abriendo de par en par la puerta.

—¿Q-que... haces aquí? —

—Responde a mi pregunta, Svein. ¿Qué crees que haces?

Pero el rubio no respondió y solo bajó la mirada observando como su sangre seguía corriendo por parte de su abdomen y seguir cayendo al blanco suelo del baño. Levantó la mano en donde aún mantenía la navaja y hubiera seguido haciendo lo mismo, de no ser que Francis apretó fuertemente su muñeca, obligándolo a observarlo y con solo la mirada, volviendo a formularle la pregunta que le había hecho.

—Solo...Necesito olvidarme de los problemas...

—¿Problemas? Si te refieres a Lombardi...

—¿Es que crees que solo tú tienes problemas, Ditella? —espetó observándolo de forma seria. Guardó la navaja aun con rastros de su propia sangre, tomó un poco de papel higiénico y limpio sus heridas hasta que dejaron de sangrar, para luego seguir con el suelo. —Olvida lo que viste. —mencionó poniéndose de pie y tirando a la basura el papel.

—¿Podrías siquiera explicarme? —preguntó Francis mientras lo seguía con la mirada hasta los lavabos. Su amigo lavaba sus manos y refregaba sus uñas hasta que no quedase ningún rastro de lo que acababa de suceder. —Necesito saber si...

—Saber si...¿Qué? —inquirió observándolo desde el espejo —. ¿Si puedes controlar lo sucedido? O ¿Si puedes seguir confiando en que esto no influirá en lo que te prometí?

—Solo necesito asegurarme, Bergström. —respondió con su mano en los bolsillos, y observarlo de manera desafiante. —. Esto no es un juego.

Svein soltó una risa fría, que le recordó a la suya propia cuando el tema lo exasperaba y comenzaba a ser odioso. Aunque viniendo de su amigo, aquello no iba con su forma de ser, él nunca actuaba de esa manera y el que lo hiciera en esos momentos, no le gustaba en absoluto. Necesitaba tener el control de todo y de todos.

—¿Crees que para mí lo ha sido? —preguntó mientras secaba sus manos —Que poco me conoces Ditella. —dijo lanzando el papel absorbente y girarse a él —Se guardar secretos.

—Eso espero. Porque muy bien sabes que Dios sería el primer afectado.

—Que extraño que alguien que dice ser "inocente como los ángeles", tenga miedo de algo que no tuvo nada que ver. —argumentó Svein con una ceja alzada. —¿Porqué?

—Porque nadie lo comprendería. —respondió sosteniéndole la mirada seria y desafiante, para luego salir del baño dejando a Svein sin nada que decir.


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Ese día no dejaba de ser sorpresivo para Francis, muchos acontecimientos habían sucedido sin siquiera buscarlos y por primera vez, deseo que todo fuera una simple pesadilla. Tan solo una persona podía ayudarlo en esos momentos, una que sabía su historia y en quien su familia, habían confiado de forma plena.

Soltó un suspiro a la vez que jugaba con su cubierto sobre la comida. Los ravioles con pesto era una exquisitez, pero a pesar de eso, no pudo inferior más de tres bocados. Alejó el plato de él y observó como el día transcurría a través de sus ojos. El viento soplaba despacio, lo sabía ya que, veía como algunos arbustos cercanos se movían de forma tranquila. Posó una de sus mejillas sobre su puño y permaneció observando el lugar y algunas aves que caminaban por el césped en busca de alimento. Aquella pequeña tranquilidad que hubiera deseado durara aún más, fue interrumpida por el vibrar de su teléfono móvil.

Necesito que vengas a mi oficina en este momento.

Prelado Pablo Fernández.

Aquel mensaje había llegado como si lo hubiera invocado. Dios de alguna u otra forma lo estaba ayudando a que todo siguiera guardado bajo llave. En cuanto terminó de leer, se puso de pie y se dirigió a la oficina del prelado sin percatarse que una mujer de cabello castaño lo había estado observando hasta que lo perdió de vista. 










Nota de autora:

¿Que les pareció? Solo decir que...Comienza a ponerse mejor.

Espero que haya sido de su agrado.

Caro.

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