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~Capítulo 6~


El silencio siguió prolongándose, hasta que Ditella reacciono y sonrió asintiendo, dando a entender que la recordaba. Madame Russo sonrió ampliamente, para luego indicarle que se sentará en un sofá de cuero negro con algunos bordes descocidos producto del tiempo.

—Aun no puedo creer que seas tu. La última vez que te vi…

—Tenía catorce años—interrumpió observándola, por lo cual la mujer sonrió de forma débil—Fue un buen cumpleaños—aclaró.

—Me alegro—murmuró—Y…¿Quieres estar con alguien en especial?, puedo hacerte un precio—agrego guiñándole un ojo.

—Ya estaba conmigo..—respondió la mujer que lo había recibido. —Nos estábamos conociendo,¿ No es así?—agregó sentándose en las piernas de Ditella mientras pasaba uno de sus brazos por el cuello varonil mientras que con su otra mano acariciaba el rostro.

Francis no sentía ninguna sensación favorable con las caricias de la mujer. Solo se limitó a observarla de forma seria, para luego indicarle que tomara asiento en otro lugar. Francis buscó en el bolsillo de su traje negro, el documento y les mostró el sello.

—Me envía el Vaticano. Una de mis nuevas obligaciones es venir a visitarlas.

—¿Nuevas obligaciones?—inquirió madame Russo—¿Por qué trabajas en el Vaticano? ¿Acaso…

La mujer abrió los ojos sorprendida por segunda vez en ese día. Francis la observó con una pequeña sonrisa de complicidad a la vez que abotonaba el cuello de su camisa y luego sacaba del bolsillo de su pantalón el alza cuello, colocándolo entre los pliegues.

La señora Russo pasó de la sorpresa a la comprensión, pero la mujer mas joven seguía observándolo sin poder salir de su asombro. Cuando ya pudo reaccionar, bajo su mirada a la vez que cerraba los ojos y sus mejillas se sonrojaban.

—Me presentaré como es debido. Soy Francis Ditella, sacerdote.—dijo con su característica voz profunda observando a la joven mujer, la cual, no sabía en donde esconder toda la vergüenza que sentía, mientras que la mayor, lo observaba con cariño.

—Me parece notable que hayas querido tomar ese camino, cariño. —dijo Madame Russo en tono maternal.

—Grazie —musitó él con una sonrisa cálida que provocó que la joven suspirara y lo observará con resignación. —El Vaticano me envió por que quiere que las acerque más a la iglesia. Pero si no quieren, lo comprendería y...

—Nada de eso. —la interrumpió la mayor y él la observó expectante —antes de que llegaras había pensado en aquello, creo que a muchas de aquí le hace falta pensar mas en lo buen y no tanto en lo frívolo, ¿no es así Cassandra? —dijo observando a la joven.

—Claro —musitó asintiendo .

—Perfecto. —respondió con una gran sonrisa que hizo suspirar nuevamente a Cassandra. —¿necesitan algo en que las pueda ayudar? —ofreció él de forma desinteresada.

—Sí. ¿Podrías confesar a mis chicas? —inquirió Madame Russo con una pequeña sonrisa.

Aquello era lo que mas le gustaba a Francis. El confesar a las personas era un rito tan intimo que él se regocijaba ante los secretos que el ser humano podía guardar en su interior, secretos que algunas veces solo serían cosas sin importancia pero que por alguna extraña razón, a las personas le daba miedo que los demás lo supieran; y es por ello que una parte de la población recurría a ese rito. Confiaban en alguien extraño, pero que con solo vestir con los ropajes adecuados del sacerdocio, se abrían a contar los secretos que mas lo atormentaban. Al fin de cuentas, los sacerdotes debían regirse al “secreto de confesión”, la cual los obligaba a permanecer callados, aún si ello dependía de la felicidad de la persona. Para Francis no le era difícil guardar los secretos, era una gran fortaleza en él, el ser una persona de confianza, lo cual le ayudaba de sobremanera...

—Claro —asintió feliz —¿tienes algún lugar privado?

—Varios... —respondió la joven con una sonrisa coqueta y Francis levanto una ceja.

Madame Russo le pegó en el hombro observándola de forma seria.

—Ve a buscar a las demás. Diles que nos visita un sacerdote y que tienen cinco minutos para bajar vestidas de forma apropiada. ¿esta claro?

La joven asintió y subió las escaleras de forma apresurada, momento en el cual el silencio del lugar se apodero de ambos adultos. Francis mantuvo una pequeña sonrisa hacia Madame Russo, para luego suspirar y observar el lugar. La sala principal no era del todo amplia, pero aún así, contaba con el espacio suficiente para tener un piano. Al observarlo, su mirada fue de grata sorpresa, se levantó de su lugar y caminó hasta el instrumento que tanto amaba. Deslizó sus dedos de forma cuidadosa sobre el piano, como si este se fuera a desmoronar sobre sus pies, sintió un pequeño escalofrío viajar desde sus dedos hacia su columna, hasta que una sensación repentinamente familiar, lo embargó. Observó a la mujer que no le había quitado la mirada en ningún momento y le sonrió complacida.

—¿Creé que...

Pero las palabras de Francis quedaron suspendidas en el aire al oír varias voces femeninas que bajaban por las escaleras. Madame Russo, arrugó el ceño y su semblante cambió a uno mucho mas autoritario. Se levantó de su lugar y se dirigió al pie de las escaleras, esperando a las jóvenes mujeres para que se reunieran en la sala. Ditella  se mantuvo de pie junto al piano con sus manos entrelazadas detrás de su espalda, a la vez que las mujeres que iban entrando, quedaban estáticas al verlo. Algunas de ellas, lo observaban sorprendidas, otras, con extrañeza y otras, sin darle demasiada importancia al asunto.

—Creo que deberá visitarnos mas seguido, padre —comenzó hablar Madame Russo —Primera vez que estas chicas quedan mudas al ver a un hombre. —agregó observándolo con suspicacia.

—Tal vez no soy de su agrado...

—¡No para nada! —soltó de forma rápida Cassandra. Al darse cuenta de su arrebato, se tapó la boca con ambas manos observando asustada a Madame Russo —Lo siento...

La mujer se cruzó de brazos y arrugó el ceño de forma pronunciada. Soltó un largo suspiro, para luego acercarse a Francis y comenzar hablar.

—Queridas... —dijo observando a cada una de las mujeres —les presento al padre Francis, él será quien las guíe de forma espiritual.

—Lastima, me hubiera encantado que fuera de muchas mas formas... —dijo una de las jóvenes de cabello rojizo.

—Solo conozco una y es esta —respondió él de forma altanera.

Ante su respuesta, las demás jóvenes rieron de forma estrepitosa, y dos de ellas chocaron los cinco sin parar de reír. A esas alturas Madame Russo, solo movió su cabeza con resignación para luego observar al joven sacerdote y murmurar: disculpa, ante lo cual él solo rió.

—Bien, creo que será mejor que comiences, puedes ocupar la cocina —dijo Madame Russo.

—Claro —asintió él tomando su bolso.

—¿Qué haremos? —pregunto una de las jóvenes que había permanecido en silencio, pero atenta a todo lo que sucedía.

Francis la observó y su mente comenzó a jugar con él. Le traía recuerdos de su adolescencia, junto al de una persona. Los cabellos de la joven eran del mismo tono que los de aquel fantasma, salvo sus ojos. La joven que vestía de jeans rotos en la rodilla y un hoodie por lo menos dos tallas mas grandes, lo observaba fijamente. Tenía una mirada fuerte, además la forma de sus ojos de tipo felino, lo acentuaba aún más.

—Las confesaré —respondió de forma seria. —solo si ustedes quieren... —agregó al ver el rostro de algunas de las jóvenes que arrugaban el ceño y daban algunos pasos atrás.

—¿Confesar? —preguntó ella —¿De que nos serviría eso a nosotras, madame Russo?

—Ayuda y mucho. —dijo sin dar pie a mas preguntas —ahora...¿porque no comienzas tu, Alessandra?

La joven la observó ofendida. Francis claramente se percató que no quería confesarse y en parte la comprendía. Pero por otro lado, sería de su agrado poder hacerlo, ella una joven prostituta debía de tener muchos secretos, al igual que las demás, pero en ella, debían de estar mucho mas ocultos en comparación con sus...”colegas”.

—Si no quieres, esta bien —dijo él con tono apacible y una pequeña sonrisa.

—No, esta bien padre —dijo apartando su mirada de Madame Russo resignada y fijándola en él.

—Bien, guíame a la cocina por favor.

La joven asintió y caminó hasta la cocina, seguida de Francis y bajo la atenta mirada de sus compañeras y jefa. Aquel lugar, era un poco menos espacioso que la sala, pero aun así, cumplía con ser algo mas «privado». Cerró la puerta tras de sí y se dirigió la mesa que había en medio de la cocina. Dejó su bolso sobre la mesa y sacó su característica estola purpura que, se encontraba muy bien doblada. Se persino y la llevo a sus labios para depositar un pequeño beso sobre aquello para finalmente, ponerla sobre su cuello. Se sentó una silla, alejando un poco su bolso, y observó a la joven quien se había mantenido de pie observando cada movimiento de él.

—Por favor—le indicó la silla que se encontraba frente a el.

La joven se acercó y se sentó, posicionando sus manos sobre la mesa y observarlo de forma aburrida.

—Es necesario mencionar todo?—preguntó algo abrumada—No me mal interprete, es solo que…No me trago eso del «secreto de confesión»—se encogió de hombros.—¿Qué me asegura que usted no dirá nada?

—Comprendo tu punto—dijo él asintiendo—y si de verdad no confías en mí y sobre todo en la confesión, lo bueno sería que te retiraras.

Las palabras de Francis habían sonado frías pero con convicción. Mantuvo su mirada en la verde de ella. Su rostro pálido, y labios rosados ligeramente entreabiertos, lo observaban sorprendidos. El sacerdote sólo le sostuvo la mirada, dándole a entender que no perdería su tiempo tratando de convencerla de lo contrario. Y como si ella hubiera leído su mente, soltó un suspiro y habló.

—Nunca me he confesado—dijo con semblante avergonzado—como…

—Cuando yo diga «Ave María purísima» tu solo debes responder «sin pecado consedida». Eso es todo—respondió— sólo me dirás lo que tu deseas que yo sepa. No estas obligada a nada.

—Claro—respondió con ironía—sin contar a Madame Russo.

—Aun así, estas aquí —argumento él —Entonces...¿Quieres confesarte o no? —agregó entrelazando sus manos, esperando una respuesta.

Francis nunca había sido una persona que se caracterizara por tener paciencia, es mas, no la tenia y eso, lo había llevado a actuar de forma irracional mas de una vez. Algo extraño para alguien que fuera sacerdote y que demostraba lo contrario, pero aquello era su característica mas preciada.

La joven Alessandra lo observó y asintió de forma rápida. Francis con aquello le sonrió, lo cual ayudó a que la tensión que había en el lugar, se disipara de forma rápida.

—Comencemos... —dijo ella acomodándose en su asiento.

—Ave María purísima.

—Sin pecado concedida.

—¿Qué te aflige? —preguntó observándola.

—Pues... —se rascó una ceja —supongo que...muchas cosas —arrugó el ceño —yo...bueno, el trabajo que tengo no es lo que una mujer buscaría como primera opción y... —suspiró —padre de verdad...No puedo confesarme

—¿Por qué no? —preguntó con interés —creo que tu mente quiere decir muchas cosas pero tu no la estas dejando.

—¿Qué? ¡no! —exclamó sorprendida —Si supiera hasta lo más mínimo de mí, pensaría que soy una persona que no merece nada bueno de la vida. En serio.

Francis tomó las manos de ella y las acaricio de forma lenta, provocando que déjese de jugar con sus dedos. Aquellas manías el sacerdote las conocía, las había estudiado cuando estaba en el seminario, por lo cual, sabía que era una expresión de inquietud en donde temía que algo de ella supieran los demás.

Aquel contacto provocó que Alessandra enfocara su mirada en las manos de Francis y luego la volviera a él, quien le sonreía de forma débil. El sacerdote permaneció acariciando las suaves y delicados manos de la joven. El contacto con ella provocó que se sintiera atraído por su pasado, mientras miles de preguntas comenzaban a formularse en su interior.

—No tienes por que avergonzarte por tu pasado. —comenzó a decir él —todos hemos cometidos errores, pero no por ello no merecemos lo bueno de la vida. —agregó sonriendo.

—Yo... —bajó su mirada ruborizada y de forma lenta apartó sus manos de él —si...supongo que tiene razón.

—Se que no te es fácil confiar en las personas, pero conmigo puedes hacerlo —dijo con voz suave y profunda. —Aquí tienes a un amigo.

Francis observó que Alessandra se le dificultaba mantenerle la mirada por mucho tiempo, a lo mejor los nervios habían vuelto a ella, o simplemente la cercanía le producía aquello. ¡Pero que ironía! Pensó él mientras la observaba. ¿Una prostituta nerviosa con un sacerdote? Aquello le pareció lo mas...extraño y hasta un poco bizarro.

—Entonces...¿quieres seguir con la confesión o...

—No, lo siento padre —dijo levantándose de su puesto y volver su mirada él —No merece que pase un mal rato conmigo.

—¿Un mal rato? —ella asintió —Si es por algo de tu pasado...Ya te lo dije, todos cometemos errores.

Francis no dejaba de observarla y analizarla. Había algo en ella que le gustaba, le atraía y no, no era el físico, aunque de igual forma era hermosa. Lo que le llamaba la atención era la negativa de ella de hablar de su pasado, ¿Por qué? Si hasta los delincuentes algunas veces necesitaban de la fé, y sobre todo, hablar de lo que mas los atormentaban.

El sacerdote se acercó un poco mas ella, provocando que la joven lo observará con extrañeza. Sonrió de una forma que Alessandra solo observaba los labios masculinos, para luego arrugar el ceño y apartarse de él de forma rápida. Francis apartó su mirada y sonrió de forma satisfactoria. Volvió a observar a la joven de forma desinteresada.

—Ya que no hay confesión…¿Podrías llamar a alguien mas?

—Claro…—respondió un tanto confundida observándolo—Disculpe.

Ditella siguió con su mirada a Alessandra hasta que desapareció tras la puerta de la cocina. Sintió los pasos de la joven alejarse, mientras que él sonreía con satisfacción y pensaba en lo sucedido. A pesar de ser sacerdote, era un hombre que analizaba sus pasos. Cada cosa que hacía era por algo, y aquello no fue fortuito.

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