~Capítulo 4~
A la llegada al aeropuerto, Ditella se dirigió camino a la salida, observando atentamente a su alrededor ya que, le habían informado que habría una persona esperándolo con un cartel con su nombre. Solo le tomó algunos minutos el visualizar a un hombre más o menos de su estatura, corpulento y con traje negro. Aquello le llamó la atención a Francis, recordaba que cuando él llegó a Roma por primera vez tuvo que tomar un transfer desde el aeropuerto hasta la Santa sede y, ahora, pareciera que el Vaticano quisiera asegurarse de que él llegase a salvo.
Francis se acercó al hombre quien, al verlo cerca, bajó el cartel sin dejar de observarlo o más bien, analizarlo.
—Sei padre Francis? —preguntó con extrañeza sin quitar su mirada de él.
¿Es usted el padre Francis?
—Si, sono io —respondió de forma sería.
Si soy yo.
—Scusa, per un attimo ho pensato... —Movió su cabeza como si estuviera espantando algún pensamiento equivocado. — Lasciami
Discúlpeme, por un momento creí...Permítame.
El hombre tomó el equipaje de Ditella mientras que, con su otra mano, llevaba el cartel. Caminaron hasta la salida del aeropuerto, siendo recibido por los rayos de sol. Él buscó entre su mochila sus lentes de sol y los puso. Caminaron algunos metros y en ese transcurso, se sintió observado. Giró su cabeza hacia la derecha y percibió a dos mujeres de más o menos su edad que mantenían su mirada en él. Francis les sonrió con una ceja arqueada y siguió su camino junto al hombre quien hablaba acerca de Roma y los cambios que tuvo la ciudad en el último tiempo.
— E questo è stato nell'ultimo anno...
Y eso ha sido en el último año...
Ditella asintió ante las últimas palabras que había oído, pero que no tenían ningún sentido para él. Su mente se encontraba viajando entre los recuerdos, mientras observaba las calles de Roma que seguían siendo igual de congestionadas a como las recordaba. Roma era de esos lugares que hacían dudar si te encontrabas en el siglo XXI o en el pasado, y es que el tener el coliseo Romano en medio de una ciudad moderna, podría engañar por un momento a la mente. El hombre, siguió conduciendo, hasta que Francis pudo divisar la Santa Sede, lo que quería decir que ya se encontraba en un área llamada «Ciudad del Vaticano», lo que la convierte en una ciudad estado dentro de Roma. Aquello conlleva a que, dentro de esa área, la autoridad máxima es el Santo padre. Además, los guardias suizos en conjunto con la policía italiana y los servicios del Vaticano de seguridad, son quienes custodian la plaza de San Pedro.
El automóvil siguió su trayecto hasta que pudo detenerse y estacionarse. Ditella descendió del automóvil y se mantuvo observando la Basílica de San Pedro. La mirada de él era imponente y desafiante conteniendo miles de pensamientos que querían salir a la luz. Francis apartó su mirada del lugar en cuanto el chofer dejó su equipaje a su lado.
—Grazie —musitó observándolo.
El hombre se despidió con una sonrisa, subiendo al automóvil y partir. Francis tomó su equipaje y acomodo su mochila en uno de sus hombros. Caminó hasta la entrada en donde dos guardias suizos se mantenían en sus lugares custodiándola. En ese momento, pensó en cómo se vería su mejor amigo de esa forma. Y es que cuando terminó el seminario, nunca más se volvieron a ver, salvo después por video llamadas, pero no era lo mismo. Entró al lugar, siendo detenido por un guardia de seguridad, que al igual que el chofer, vestía de negro, pero este, además contaba con un auricular, por el cual se comunicaba con los demás.
—¿Puedo saber su nombre?
—Francis Ditella—respondió con extrañeza—Sacerdote.
El hombre, lo observó a la vez que asentía y después de algunos segundos, le permitía el paso. Francis siguió su recorrido, dirigiéndose a una de las oficinas en donde debía de encontrarse con el prelado Pablo Fernández, pero su camino no duró mucho, siendo detenido por esa persona.
—Bienvenute Francis!—exclamó con los brazos extendidos.
El Prelado abrazó a Francis de forma cariñosa, para luego besar ambas mejillas del joven. Ditella por su parte, se sintió sorprendido por aquel recibimiento, además no era de demostrar cariño hacia las personas, le incomodaba.
—Grazie—respondió con una débil sonrisa—Pensé que nos veríamos en su oficina.
—Si, pero creí que podrías tener problemas a la entrada. Aunque me equivoque—respondió observándolo.
—Sobre eso...
—No es momento—dijo caminando seguido de Francis—Ya te lo explicaré. Por ahora, te llevaré a tu habitación, debes de estar agotado por el viaje.
—¿En verdad?, para nada. Me gustaría que me diera las indicaciones de mi nuevo destino sacerdotal.
El hombre rió ante las palabras de Francis, lo observó de forma divertida para luego seguir con su mirada al frente saludando de vez en cuando a algunos guardias de forma distinta. Caminaron por un largo pasillo, hasta detenerse frente a una puerta. El mayor, sacó una llave de su bolsillo introduciéndola en la cerradura y abrir la puerta.
—Esta será tu habitación.
Francis la observó dejando su equipaje a un costado. Era una habitación lo suficientemente amplía, contaba con lo indispensable, además de su propio baño. Las paredes eran de un tono cálido que la hacían ver un poco más acogedora; y al fondo de la habitación, la imagen de un ángel, lo suficientemente grande como para verlo con tan solo entrar al lugar.
—¿Y la televisión por cable?—preguntó en tono de burla, consiguiendo una mirada reprobatoria de su superior. —Lo siento—musitó.
—Con el internet bastará—respondió dejando la llave de la puerta sobre la mesa de noche. —te dejare para que te acomodes. Si quieres ver los detalles de tu «destino sacerdotal» te espero en la oficina principal.
Francis asintió a la vez que observaba como el mayor salía de la habitación y lo dejaba con total privacidad. Él soltó un suspiro y fijó su mirada en la maleta, ya tendría tiempo para desempacar luego. Salió de la habitación camino a los jardines exteriores. Algunos sacerdotes lo observaban con miradas inquietas, al igual que algunos de los guardias suizos. Sabía que en ese lugar había homosexuales, pero no recordaba que fueran tan evidentes, siempre creyó que serían mucho más disimulados, ya que, tenían una «imagen» que cuidar. El Vaticano era en donde más gay había, lo cual evidentemente, era un secreto a voces. No estaba en contra de aquella orientación, le daba igual, aun así, no perdería ese dato de vista.
Siguió su camino hasta llegar a una banca y observar como algunos hombres trotaban alrededor. Observó detenidamente buscando a alguien en particular, pero no lo encontró.
—Así es que el Padre Francis está de vuelta en Roma—dijo una voz a sus espaldas, provocando que el sacerdote sonriera para sus adentros—Justo necesito confesarme.
—En mis años sacerdotales, nunca he visto a una persona tan pecadora—dijo para luego ponerse de pie y voltearse—Te irás al infierno, Bergström—agregó con una sonrisa.
—Lo mismo digo, Ditella.
Con aquellas palabras, Francis sonrió a la vez que su mejor amigo Svein Bergström lo abrazaba fuertemente. Años solo comunicándose a través de internet o llamadas y ahora, estaban ahí abrazándose. Ditella se alejó de él y sonrió con suficiencia, mientras ocultaba sus manos en los bolsillos de su pantalón.
—Al parecer el ejercicio ha hecho de las suyas. —dijo Francis observando el cambio físico de su amigo.
Cuando lo había dejado de ver, Svein solo era un chico alto, delgado, sin demasiada musculatura. Pero lo que observaba Francis en ese momento, era un hombre de 1,90 complexión gruesa y músculos marcados, piel blanca con algunas ¿marcas? Francis al percatarse de ello, arrugó el ceño.
—Si, últimamente he estado haciendo pesas —sonrió —mi nuevo pasatiempo. Me ayuda a despejar la mente. Y tú... — lo analizo de pies a cabeza — Sigues igual, el tiempo no pasa por ti. —respondió sentándose en la banca en donde Francis había estado hace un momento. —¿Qué haces para ello?, ¿Beber el vino de la liturgia? —rió.
—Que gracioso —ironizó sentándose junto a él —No, sigo realizando actividad física pero no tanto como tú. Podrías ser guardaespaldas. —acotó observándolo.
—¿Del santo padre? —inquirió con ironía para luego soltar una risa forzada —No gracias. —suspiró — Creí que llegarías la próxima semana—Dijo Svein cambiando de tema, sin dejar de observar a sus compañeros que seguían ejercitándose.
—¿Sorpresa? —inquirió con ironía para luego reír.
Francis volvió a observar los brazos de su amigo dándose cuenta que detrás de las marcas recientes, había muchas más de antaño, las cuales desde lejos pasaban desapercibidas, pero de cerca, se observaban de forma clara. Él desvió su mirada observando el lugar para luego ver la hora en su reloj de pulsera.
—¿Cómo haz estado? —preguntó Svein observándolo.
Francis le devolvió la mirada de forma seria, mientras que su mente analizaba y buscaba las palabras exactas para expresarse.
—Todo bien, Svein. Como siempre—le sonrió—¿Qué hay de ti? ¿Novedades?
Bergström lo observó algo confundido, para luego caer en cuenta a lo que se refería su amigo. Francis por su parte mantuvo una pequeña sonrisa en sus labios sin apartar su mirada de él.
—Todo sigue igual—respondió—Bueno, a excepción del día de ayer.
—¿Qué sucedió? —Preguntó ansioso.
Su amigo se encontraba algo nervioso, lo sabía por qué cada vez que se encontraba en ese estado, pasaba su mano por su cabello para luego bajarla al bolsillo de su pantalón y frustrarse por no encontrar lo que buscaba. Francis siguió observándolo, pero esta vez con el ceño fruncido, impaciente por una respuesta de su amigo. Cada minuto que transcurría, su mirada se endurecía más.
—Los guardias son por una razón...—comenzó a decir el rubio observando sus pies que los movía de forma frenética. —Por una razón...—repitió para luego observarlo.
—Habla de una vez—dijo con los dientes apretados—debes decirme todo.
—Ayer trataron de atentar contra el santo padre—espetó—Además de reforzar la seguridad, también iniciaran una investigación. —tragó con dificultad y arrugo levemente el ceño. — Ditella, y si...
—No, no sucederá. —dijo observándolo con mirada firme. Apoyó sus dos manos sobre los hombros de su amigo y siguió observándolo—Escúchame bien, Svein. Este es el mejor lugar para los dos ¿Comprendes? Aquí tenemos un futuro tranquilo, sin preocupaciones. Además, somos tan inocentes como los ángeles.—agregó con una pequeña sonrisa que trataba de tranquilizar a su amigo.
—Sabes que no es así...—negó moviendo su cabeza—Somos...
—Inocentes Svein—lo interrumpió—, inocentes. Que eso te quede claro ¿Oíste?—agregó con seriedad.
Svein lo observó con algo de miedo e inseguridad. Francis debía de asegurarse de que su amigo siguiera confiando en él. Asegurarse que aquello siguiera enterrado en lo más profundo de su inconsciente, hasta olvidar todo.
—Pero que sucedería...
—¿Te he decepcionado alguna vez?—espetó con semblante frío, ante lo cual Bergström negó rápidamente—entonces no sigas presionando esa tecla. —suspiró y observó como algunos prelados observaban a los jóvenes guardias— Aun recuerdo lo injustos que fueron.
Svein lo observó sin comprender en parte de lo que estaba hablando, pero, aun así, asintió y dejó escapar un suspiró sintiéndose un poco más tranquilo. Francis por su parte seguía con su mente perdida en los recuerdos de aquel tiempo. No podía olvidar como había sido tratado, sobre todo por su familia. Y con aquellos pensamientos, su rostro se endureció a la vez que apretaba sus puños.
—Tienes razón Francis. Creo que todo lo que sucedió ayer, me puso algo nervioso. —lo observó—lo siento.
—Comprendo, solo no pienses en aquello.—Svein asintió mucho más tranquilo.
Ese día a pesar de ser soleado, no era del todo caluroso, y es que en ese momento varias nubes surcaban el cielo de roma, impidiendo que los rayos del sol llegaran con todas sus fuerzas a la ciudad. Francis levantó su mirada al cielo y sonrió para sí mismo. A pesar de todo, se sentía protegido.
—Aún me cuesta creer que seas sacerdote—dijo algo sorprendido, para luego desviar su mirada de los prelados que seguían observando a sus compañeros y volverla a su amigo.
—Dios elije nuestros caminos—respondió observándolo.
—Y suenas como uno—rió para luego recibir un golpe de Francis en el brazo.
—Soy uno, idiota. —respondió aún cuando su amigo no dejaba de reír.
—Dime una cosa Ditella—agregó cuando la risa ya había calmado, pero en sus labios seguía aquella sonrisa—¿Es verdad lo del celibato?
Francis enarcó una ceja, pero el rubio no se inmuto siguió observándolo de forma sonriente. Sinceramente su amigo no había cambiado en el aspecto psicológico. Ya había extrañado ese tipo de preguntas de su parte.
—Si Svein, es cierto—Bergström soltó una carcajada incrédula, y él lo observó de forma seria. —No encuentro la gracia.
—Lo siento, pero, ¿Francis Ditella respetando el celibato? —inquirió incrédulo. —¿Qué sucede con la castidad?
—¿Por qué no preguntas de una vez si tengo deseos sexuales?—Svein hizo un ademán con su mano para que prosiguiera. —a pesar de ser sacerdote, sigo siendo hombre. ¿Eso aclara tus dudas?
—Totalmente—respondió reprimiendo las risas.
Francis suspiró y volvió a observar a su alrededor. El jardín del Vaticano era un lugar tranquilo y espacioso. Había varias fuentes de agua y estatuas de diferentes figuras católicas, además contaba con una muralla defensiva construida por Bramante. El lugar era uno de los más visitados de Roma por los turistas, aunque no tanto como la basílica de San Pedro o la Capilla Sixtina. Era perfecto para reflexionar u olvidar tal como lo estaba haciendo él.
—Debó ir donde el prelado Fernández —dijo levantándose, ante lo cual su amigo lo observó con el ceño fruncido. —Si quieres puedes venir.
—No, debo seguir entrenando. —respondió con voz apagada. —Pero nos seguiremos viendo en los pasillos o en la entrada del Vaticano.
—Claro. Ciao.
Francis comenzó a caminar bajo la mirada de algunos hombres que lo observaban sin nada de vergüenza. Él solo se limitó a seguir su camino con sus manos en los bolsillos y mirada seria sin que nada le importara. Hasta que Svein, quien corría hacia él, lo llamó para que se detuviera.
—¡Ditella, espera! —exclamó acercándose a él. Francis lo observó confundido. —Una cosa. Nunca te conectes a la red wifi del Vaticano.
—¿ok? —respondió confundido —¿Por qué no debería hacerlo?
Svein se acercó un poco más a él cerciorándose de que las personas que estuvieran a su alrededor no lo oyeran.
—Vigilan todo, Ditella. Todo. —respondió observándolo con las cejas alzadas mientras se alejaba de él sin dejar de observarlo. —Nos vemos luego.
Aquello dejó mucho más confundido al sacerdote, ¿Vigilar?, ¿Acaso ese lugar era una maldita cárcel?, si lo que decía Svein era cierto, Francis debía de ser extremadamente cuidadoso al momento de navegar por internet, más aún cuando la Policía especial del Vaticano aumentó la seguridad. Solo esperaba que aquel acontecimiento, no fuera el principio de su pesadilla.
Nota de autora:
Perdón por la demora, ya casí un mes sin actualizar. Pero creo que la espera vale la pena. Espero que este capítulo haya sido de su agrado, porfa, haganmelo saber en los comentarios.
Caro.
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