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~Capítulo 3~

Al día siguiente, las nubes obstruían el paso de los rayos de sol augurando un día de nubosidad, pero no por ello hermoso. Las calles poco a poco comenzaban a cobrar vida, personas saliendo de sus hogares para trabajar y otros recién despertando, excepto uno. Francis ya se encontraba trotando en las calles de Palermo, su buso era completamente negro al igual que sus zapatillas deportivas, el único color que se podía observar, era su sudadera blanca que llevaba bajo su hoodie.

Siguió trotando, pasando por la plaza de la ciudad observando a su alrededor, pero no tomando la debida atención a ello. Su mente aún se encontraba dándole vuelta a lo sucedido el día anterior. Después de realizar su última misa, algunos feligreses se quedaron para desearle lo mejor y agradecerle por las labores realizadas con la comunidad. Francis solo sonreía, sintiéndose algo abrumado por tantas muestras de afectos, de lo cual pudo zafarse por la intervención de la joven Bianca.

Scusa padre, hai un momento? —inquirió acercándose a Francis quien se encontraba escuchando a uno de los feligreses.

Disculpe padre, ¿tiene un momento?

Francis se giró a ella sonriéndole levemente para luego volver su atención al hombre para disculparse y alejarse un par de metros de los demás.

¿Y bien? , usted dirá —dijo observándola detenidamente con una sonrisa.

Necesito confesarme —soltó de forma abrupta observándolo —A lo mejor... —arrugó el ceño antes de seguir hablando, desvió su mirada de él fijándola en un grupo de personas que hablaban entre ellos. —Es la única opción que tengo antes que usted se vaya —agregó observándolo.

¿Sucede algo? —preguntó con extrañeza.

Solo hágalo padre, por favor. —dijo suplicando ante lo cual Ditella la observó por un corto momento y asintió.

Espéreme en el confesionario, iré por mi estola.

Grazie. —musitó.

Francis caminó abriéndose paso entre algunos presentes y disculpándose con ellos. Abrió la puerta de su oficina y sacó su estola, besándola y poniéndola alrededor de su cuello. Salió de allí y caminó hacia el confesionario, en donde Bianca ya se encontraba de rodillas esperándolo. Abrió la puerta, sentándose y cerrándola. Soltó un suspiro y abrió el pequeño compartimiento en donde podría oir la voz de ella.

Ave María purísima —dijo él con su mirada perdida en algún punto de aquel confesionario.

Sin pecado concedida —respondió.

Dime, ¿Qué es lo que te aflige?

Últimamente he estado teniendo pensamientos que no debería de tener —comenzó a decir, su voz detonaba algo de nerviosismo —.Y sentimientos que no debería de sentir.

Ditella arrugó levemente el ceño y apoyó su cabeza a un costado de aquel confesionario. Cerró los ojos deseando que aquella confesión no fuera lo que él presentía.

¿Qué tipo de pensamientos y sentimientos son?

Pecaminosos, impuros...Cosas que no debería sentir por un hombre como él... padre. Tanto así que...Siento que me volveré loca al no poder expresarlo. Y sé que aquella persona debería no existir para mí.

¿Por qué no debería de existir esa persona?,¿acaso lo sabe? —preguntó tratando de vislumbrar la respuesta antes de que ella lo hiciera.

El silencio se hizo presente, Francis solo oía la respiración nerviosa de ella, mientras que él mantenía una mirada severa mientras analizaba la situación, la cual en esos momentos no le era de su agrado.

Es alguien por el cual no puedo ni debo sentir cosas, alguien que es totalmente prohibido —soltó una pequeña risa sin gracia —supongo que usted lo sabe, o se imagina.

Bianca...

Es usted padre —soltó rápidamente sin poder contenerse—usted y solo usted. Perdóneme, pero el confesionario fue la mejor opción que encontré, ya que esto no podía escribirlo ni hablarlo con más nadie; y sé que el secreto de confesión le impide a usted divulgarlo, aunque sea con mis padres. —suspiró —Desde hace un tiempo que no puedo dejar de observarlo como hombre y no como sacerdote, no puedo evitar sentir esto.

Las palabras de Bianca quedaron en la mente de Francis. Si aquello hubiera sucedido en otro momento, tal vez hubiera aceptado, pero él se iría y no la volvería a ver, para su mala suerte.

Francis quien se encontraba en un parque, dejó de correr apoyando uno de sus brazos en un árbol para calmar su respiración agitada. Mantenía su cabeza gacha, observando el césped. Cerró los ojos empuñando su mano libre para golpear la corteza del árbol recordando una y otra vez las palabras de la joven.

—Estúpida Bianca, tontamente estúpida.

(...)

Cerró su equipaje y lo depositó a un costado de la puerta, giró observando la que fue por nueve años su habitación. Las paredes color crema y las persianas del mismo tono daban un contraste con el color caoba del respaldo de su cama, cómoda y ropero. Se cercioro que nada se quedará, al ver que todo estaba en orden, salió de la habitación tomando su mochila y equipaje. Caminó por el corredor, dirigiéndose hasta la sala principal en donde se encontraba Sebastián, el hombre lo observó con una pequeña sonrisa para luego acercarse a él y abrazarlo fuertemente.

—Lo extrañaré —dijo el hombre deshaciendo el abrazó para luego observarlo. —Usted a sido un gran amigo para mí.

—Yo también lo extrañaré —respondió con fingida pena —Me acostumbre a su presencia y consejos.

Sebastián la devolvía una mirada llena de sentimientos gratificantes, los cuales poco a poco, aparecían en forma de lágrimas. Aquel momento emotivo fue interrumpido por la bocina de un taxi.

—No habría tenido problema en ir a dejarlo al aeropuerto. -habló el hombre mientras tomaba el equipaje de Ditella y salía junto a él del departamento.

—No se preocupe, además. —dejó su mochila en el pick up del automóvil junto a su equipaje. -no me gustan las despedidas. Así está bien para mí.

—Comprendo. —asintió. —Bueno padre, fue un placer trabajar junto a usted estos nueve años -agregó estrechándole la mano.

—Lo mismo digo. —sonrió débilmente.

Los dos hombres se volvieron abrazar, pero esta vez fue mucho más corto. Tan solo unos segundos bastaron para que luego Francis subiera a la parte trasera del taxi, comenzando la marcha y frenando de forma brusca. Ditella arrugó el ceño y observó como Bianca se había interpuesto para impedirle la marcha.

Francis salió del taxi con el ceño fruncido y se acercó a ella de forma amenazante. Su rostro transmitía enfado reprimido, que la joven poco pudo descifrar.

-—Sei pazzo?! Avresti potuto morire —exclamó observándola.

¿Estas loca?, podrías haber muerto

—Solo quería despedirme. —dijo ella observándolo con una pequeña sonrisa. Lo observó mordiéndose el labio inferior para luego abrazarlo.

Ditella permaneció inmóvil con sus brazos a sus costados, los cuales poco a poco correspondieron aquel abrazo. Sintió como ella enterraba el rostro en su cuello y respiraba hondamente. Los brazos de Ditella comenzaron a bajar por la espalda de la joven de forma lenta, hasta que se distanciaron un poco y una de sus manos, dio de forma discreta en el bolsillo de la chaqueta de mezclilla de ella.

—Que tenga buen viaje. —sonrió con sinceridad.

—Grazie Bianca, cuídate mucho. —dijo con una pequeña sonrisa de satisfacción.

Volvió al taxi, el cual partió de forma rápida. Ditella observó por la ventana como los ojos de la joven derramaban algunas lágrimas y movía su mano en señal de despedida. A medida que se alejaba, una sensación de relajo de apoderaba de él.

(...)

Al llegar al aeropuerto pagó al chofer quien le había dejado su equipaje a su lado y con un pequeño asentimiento de despedida se fue. Ditella observó la entrada del aeropuerto, tomó su mochila colgándola de uno de sus hombros y con su mano derecha, tomo su equipaje, arrastrándolo junto a él.

Mucha gente caminaba de un lado a otro, y muchas pequeñas escenas se presenciaban; tales como reencuentros con familiares, parejas o amigos que se abrazaban después de mucho tiempo. Caminó un poco más hasta llegar a la fila correspondiente de la empresa de su vuelo, mostró su boleto de avión por medio de la pantalla de su celular y luego dejo su equipaje para que fuera pesado y llevado junto a los demás equipajes de ese vuelo. La asistente asintió no sin antes desearle un buen viaje. Francis tomó su mochila y se dirigió a una pantalla cercana en donde anunciaban un atraso de veinte minutos de su vuelo, por lo cual hizo una pequeña mueca, pero de igual forma se dirigió a la zona de seguridad, en donde debió de pasar por una banda y quitarse todo lo que contenía metales dejándolo en una pequeña bandeja junto a su mochila. Luego de aquel proceso, pasó sin problemas por el detector de metales, para luego guardar sus pertenencias y dirigirse al lugar de embarque.

Se sentó dejando su mochila a su lado, para luego sacar su teléfono móvil del bolsillo de su pantalón. Tenía algunos mensajes del obispo Pablo Fernández, un hombre de sesenta años, prelado que conoce a la familia Ditella desde hace ya muchos años, teniéndole un especial afecto a Francis en cuanto supo que su vida tomaría el camino del sacerdocio.

Francis leyó los mensajes, los cuales básicamente le decía que tuviera un buen viaje y que lo estarían esperando en el aeropuerto para llevarlo al Vaticano. Suspiró y revisó su correo electrónico, el cual solo tenía mensajes formales de la iglesia y de su nuevo destino. Siguió observando su correo, y pudo darse cuenta que tenía un mensaje en WhatsApp de esa persona con la cual comparte muchas cosas en común.

¿Qué tal todo?

Bien, gracias a Dios.

Ditella deja de hablar así...

¿Así como, según tu?

Poniendo a Dios en las conversaciones.

Soy sacerdote, idiota.

Ahí está el Ditella que conozco. Oye, supe que vuelves al Vaticano.

¿Quién te lo dijo?

Las paredes tienen oídos. ¿Cuándo viajas?

Dile a las paredes que escuchen la información completa. Jajaja.

En ese momento Ditella le prestó atención a los alto parlantes que anunciaban la llegada de su vuelo. Guardó su teléfono móvil en el bolsillo de su pantalón, tomó su mochila y se dirigió a la fila de su embarque. Se sentía extasiado, hacían nueve años que no viajaba, que no salía de un lugar para siempre.

La fila de embarque avanzó y Ditella caminó por aquel pasillo hacia su vuelo. Saludó a la azafata quien daba la bienvenida a los pasajeros y buscó su asiento. Al encontrarlo, guardó su mochila en el portaequipaje y se sentó junto a la ventana. Cuando viajaba, sobre todo en avión, le gustaba observar el cielo ya que se sentía «libre».

Sacó su teléfono móvil de su bolsillo y antes de que el avión inicie el despegue, envió último mensaje de WhatsApp a esa persona.

Nos vemos pronto, amicus Helvética.

Enviado el mensaje, dejó su teléfono móvil en «modo avión» y lo guardó en su bolsillo. Fijó su mirada en la ventana, cerró los ojos tratando de relajarse y disfrutar del viaje, pero en ese momento una voz femenina hizo que abriera sus ojos y fijara su mirada en ella.

—Señor ¿Podría abrochar su cinturón?, estamos por despegar.

—Claro—respondió con voz profunda sin quitar su mirada de la mujer, provocando un leve sonrojo en ella y una sonrisa ladina en él.

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