~Capítulo 2~
Se giró de forma rápida y exaltado, pero al ver a la mujer respiró más tranquilamente. El tono de voz de ella por un momento se escuchó muy parecido al de otra persona. Francis al verla, arrugó levemente el ceño mientras que la mujer se acercaba a él un poco avergonzada.
-¿Sucede algo, signorina Bianca? -preguntó con voz profunda y calmada.
Ella negó aun con su mirada baja.
-Vine a traerle esto-dijo tendiéndole una cadena con un crucifijo de plata-debió habérsele caído en algún momento cuando estaba en la playa.
-Grazie-musitó él tomando la cadena y rosando sus manos con la de la joven, lo cual provocó un sonrojo en ella-Gracias a Dios usted lo encontró-respondió mientras se la volvía a colgar.
-Solo venía a entregársela-sonrió de forma nerviosa observándolo y Francis ensancho aun mas la de él.-Debo irme, nos vemos en la misa.
-Claro.-respondió guiándola hasta la salida-Arrivederci.
-Arrivederci.
Francis cerró la puerta permaneciendo estático, con sus manos en sus bolsillos y analizando las reacciones de la joven, reacciones que en ese momento, habían sido mucho mas evidentes que las anteriores.
-¿Todo bien, padre? -preguntó Sebastián acercándose a él.
-Si-asintió en dirección al hombre-Tutto bene..
-Me alegró. La comida esta lista.-anunció.
Él asintió y caminó junto al hombre rumbo a la cocina, se sirvieron y sentaron en sus respectivos puestos, pero antes de comenzar a comer, Ditella juntó sus manos y oró en silencio siendo imitado por Sebastián.
-Bonno appetit.
-Grazie-respondió el mayor.
La comida transcurrió de forma plena y en completo silencio. Francis observó la cocina y recordó su primer día allí. Ese día estaba ansioso por conocer el lugar en donde viviría y al verlo, lo primero que quiso observar de su departamento, fue la cocina. El lugar seguía igual a aquel día: las paredes blancas de concreto, los muebles clásicos de madera, algunas cacerolas colgadas justo encima en donde se encontraba la cocinilla, la pequeña repisa de pared en donde guardaba todos los aderezos y condimentos. Y detrás de esos muebles, una ventana que mostraba una pequeña terraza con algunas flores que Sebastián se encargaba de cuidar. Luego, había un estante también de madera, de dos puertas las cuales tenían vidrio en donde se podía observar la vajilla blanca, al lado de esta el refrigerador y en medio de la cocina, una mesa de madera estilo antiguo de seis sillas. Francis sonrió, pensando en que extrañaría ese lugar a pesar de ser simple, era su favorito como todo buen italiano.
-¿En que piensa? -preguntó al ver que Francis se encontraba ensimismado en un punto fijo de la cocina. -ha estado muy callado.
-Nada, solo... Me gusta este lugar-dijo observándolo- creo que es una de las cosas que mas extrañaré.
-Y la otra seria...-inquirió de forma suspicaz para luego beber de su copa de vino.
-Palermo, definitivamente-sonrió ampliamente para luego beber de su copa-Estaba delicioso-Dijo con sinceridad-Su comida también la extrañare, Sebastián.
-Y yo a usted, Padre. Siempre lo he estimado como si fuera uno de mis hijos.
Francis solo sonrió y observó la hora en el reloj de pared que tenía frente a él, ya eran las una y media de la tarde y debía de preparar sus cosas para la última misa que tendría en aquel lugar. Se levantó de la mesa y dejó su plato en el fregadero.
-Iré a prepararme, cualquier cosa estaré en mi habitación. -dijo en dirección a Sebastián.
-Vaya tranquilo, termino de ordenar y luego iré a la iglesia -respondió a la vez que Francis asentía.
Ditella salió de la cocina caminó a su habitación por el pequeño corredor el cual tenía algunos cuadros de paisajes que le recordaban cuando él era pequeño, especialmente uno, era el paisaje de un bosque.
Abrió la puerta de su habitación cerrándola tras de si. Se dirigió a su armario y buscó una camisa gris oscura, pantalones y traje negro. Comenzó a cambiarse de ropa observándose en todo momento en el espejo, observando su rostro y mirada de cansancio.
Terminó de abotonar su camisa y se dirigió a la mesita de luz junto a su cama, tomando el alza cuello blanco tan característico entre sus pares, lo puso entre los pliegues del cuello de su camisa a la vez que hacía una pequeña mueca para finalmente, poner sus zapatos y atar sus agujetas. Se observó por ultima vez al espejo arreglando su camisa, peino su cabello hacia un costado y salió de la habitación. Se dirigió al baño, cepilló sus dientes y perfumó para luego volver a su habitación y observar su reflejo por ultima vez, el cual le demostró que su aspecto era pulcro y muy bien cuidado, tanto que si no fuera por el alza cuello, pasaría por algún hombre de negocios. Ditella suspiró y giró su cabeza hacia un lado fijando su mirada a la mesita de noche en donde además de la lámpara, tenía la imagen de un cristo crucificado.
-Sigo estando a tus ordenes. -dijo con una sonrisa ladina y salió de su habitación.
Caminó por el pasillo no sin antes observar hacia la cocina y percatarse que Sebastián ya se había marchado. Se dirigió a la entrada y tomó las llaves que había dejado sobre un mueble, abrió la puerta y salió de su hogar.
El cielo seguía despejado y sus rayos tan intensos como cada verano. Camino con las manos en sus bolsillos y su mirada al frente, visualizando a un pequeño grupo de niños jugando a la pelota y riendo por que uno de ellos no alcanzó a tajarla, provocando que el balón rodara a los pies de Francis. Se detuvo y los observó a la vez que una pequeña sonrisa aparecía en su rostro. Los niños lo observaban expectante, hasta que él les devolvió el balón con un pequeño pase.
-La messa inizierà tra quindici minuti. Andiamo-les dijo observándolos de forma divertida, sabía la reacción que tendrían.
La misa comenzará en quince minutos. Vamos.
-Ma padre! -exclamaron quejándose.
¡Pero padre!
- I tuoi genitori parteciperanno anche -dijo acercandose a los niños, quienes mantenían una mirada desmotivada. -Tu più di chiunque altro dovresti andare. Quest'anno finiscono la loro prima comunione.
Sus padres también asistirán. Ustedes más que nadie deberían de ir. Este año terminan su primera comunión.
Francis los observó algo confundido, los semblantes de los pequeños demostraban pena ante lo dicho por él, comprendiendo unos segundos mas tardes lo que ellos estaban sintiendo.
- Non sarà lo stesso senza di te, padre. -dijo uno de los niños acercandose a Ditella observandolo con pesar. Era de cabello castaño y ojos verdes. - Lo conosciamo da tutte le nostre vite...
No será igual sin usted, padre. Lo conocemos de toda la vida...
- Letteralmente -agregó un pequeño de cabello rojizo que se encontraba junto a su amigo. - Lo conosciamo da quando avevamo un anno, e ora...Te ne vai. -dijo arrugando el ceño.
Literalmente. Lo conocemos desde que teníamos un año de vida, y ahora...Usted se va
- Non è giusto! -exclamó un morocho que se encontraba entre el niño de cabello rojizo y castaño - Non ci sono altre sacedotes disponibili? -se cruzó de brazos haciendo un puchero.
¡No es justo! ¿Acaso no hay más sacerdotes disponibles?
Francis sonrió de lado observándolos por unos segundos y luego desviar su mirada hacia el camino que aun le faltaba por recorrer para llegar a la iglesia. En completo silencio, les indicó con una de sus manos que comenzaran a caminar junto a él, por lo cual obedecieron esperando alguna reacción por su parte.
- Ce ne sono molti altri come me... -comenzó a decir observando al pequeño morocho - Ma a quanto pare Dio ha bisogno di me a Roma.
Hay muchos más como yo... Pero al parecer Dios me necesita en Roma.
- Ma perché tu? Non capisco.
Pero ¿por qué usted? No lo entiendo.
- La mamma dice che ci sono alcune cose che solo la persona coinvolta dovrebbe fare. -Habló un niño que hasta ese momento permanecía en completo silencio. - Dev'essere il caso di tuo padre, giusto?
Mamá dice que hay cosas en que solo la persona involucrada debe hacer. Ese debe ser su caso padre, ¿no?
- Molto saggia tua madre -respondio Ditella con una pequeña sonrisa. - Mettiamola così: Se i tuoi genitori ti chiedono di fare qualcosa, tu obbedisci, vero? -los cuatro niños asintieron - Questo è il mio caso. Se Dio vuole che me ne vada, allora devo obbedire.. -se encogio de hombros.
Muy sabia tu madre . Se los explicaré de esta forma: Si sus padres o madres les piden que hagan algo, ustedes obedecen ¿no? Ese es mi caso. Si Dios quiere que me vaya, pues debo obedecer.
Siguieron su camino en donde Ditella guardo silencio, mientras que los cuatro niños reían entre ellos y caminaban junto a él. Mientras avanzaban, algunos feligreses que se encontraban en el camino, saludaban a Francis con un movimiento de muñeca mientras él solo les sonreía. Caminaron por las estrechas calles, hasta llegar a la iglesia, Francis la observó por un momento y soltó un suspiro, tratando de desahogarse y sentir su mente mucho mas liviana de los recuerdos que aquella iglesia le traía. Tan solo deseaba quedarse en ese lugar, aun sabiendo que debía de volver a Roma.
Tanto Francis como los niños, entraron a la iglesia haciendo una pequeña reverencia y personándose ante la imagen de un cristo que había en lo alto del altar. El lugar era inmenso, tenía grandes ventanales que estaban pintados con alguna figura de algún santo. El cielo de la iglesia, era blanco con terminaciones doradas, y al centro de esta, la figura de varias imágenes santas; y a los costados, grandes pilares blancos en toda la extensión de la iglesia. Ditella se despidió de los niños y se dirigió a la oficina que había a un costado del altar, mientras que los pequeños tomaban lugar en una de las bancas. Cerró la puerta y se dejó caer en un sofá individual apoyando sus codos sobre sus rodillas y su cabeza entre sus manos. Se mantuvo en esa posición por varios minutos, se sentía cansado de todo. Aún no entendía por qué debía permanecer en esa situación, tan solo obedecía para no seguir teniendo problemas con su familia.
Levantó su rostro y apoyó su espalda en el respaldo, manteniendo su mirada en una imagen de la virgen, pero desviándola rápidamente hacia la tan conocida vestidura sagrada. Sus ojos se entrecerraron aun observándola, y preguntándose ¿cómo es que su vida pudo haber seguido de esa manera por nueve años? La pregunta tenía variadas respuestas, todas y cada una de ellas las odiaba.
-Padre esta... -Sebastián entro a la pequeña oficina cerrando tras de si y dejando su oración inconclusa al verlo aun sin vestir para la realización de la misa -¿Por qué no esta listo?, solo faltan cinco minutos...
-Me duele un poco la cabeza, es todo -respondió con una sonrisa que demostraba cansancio.
-¿Quiere que le traiga algún analgésico? -Ditella negó.
Sebastián se acercó a él y se apoyó en el escritorio que se encontraba frente a Francis. El joven sacerdote lo observó esperando que dijese algo, pero el hombre solo permaneció en silencio observándolo.
-Creo conocerlo bien -comenzó a decir el hombre con ambas cejas alzadas, mientras que el sacerdote solo sonreía divertido y negaba con la cabeza -En nueve años uno aprende a observar a las personas, padre.
-Y...¿Que ha observado de mí? -preguntó a la vez que se dirigía al perchero en donde estaba colgada su ropa que usaría para la ceremonia.
-Que cuando algo no le gusta, trata de evitarlo provocando un estrés innecesario.
Francis quién se encontraba quitando la chaqueta que llevaba puesta, quedo paralizado por un momento y volvió a observar al hombre. Sebastián le sostenía la mirada como si lo estuviese analizando, lo cual, no le gustaba para nada al joven sacerdote. Desvió su mirada del hombre y siguió quitándose la chaqueta para dejarla colgada y comenzar a vestir con el amito.
-Cualquier persona que no le gusta algo, trata de evitarlo estresándose en el proceso -argumentó con una sonrisa de satisfacción mientras acomodaba la prenda y tomaba la siguiente, el alba.
-Tal vez -dijo acercándose a él ayudándolo con el proceso de vestimenta -Pero en usted es...Extraño. -respondió mientras alisaba con sus manos la prenda en los hombros de Francis.
-¿Qué quiere decir? -inquirió con tono despreocupado pero que, aun así, tenía un dejo de incertidumbre por querer saber la respuesta; mientras tomaba el cíngulo y lo ceñía a su cintura.
-Lo que quiero decir es que...Sus actitudes son las de una persona que no le gusta lo que hace.
Francis lo observó arrugando el ceño. ¿Por qué decía aquello?, a él de alguna u otra manera le gustaba lo que hacia, a lo mejor no desde el principio pero con los años fue acostumbrándose y viéndole el lado bueno de todo, llegando a gustarle su profesión pero de una manera diferente.
-Me gusta lo que hago -aclaró tomando la estola entre sus manos y depositando un pequeño beso antes de ponerla alrededor de su cuello. -Si no fuera así, no habría besado la estola, Don Sebastian.
El mayor solo asintió y murmuró tiene razón, devolviéndole una pequeña sonrisa de disculpa; tomó la casulla y ayudó a Francis a ponerla. Ditella lo observó por un momento de forma seria, para luego volver su atención a la vestimenta, pasando sus manos sobre su torso para alisarla y luego peinar su cabello con las manos. Volvió a observar a Sebastián con las cejas alzadas y él asintió en forma de aprobación. Ditella le dedico una sonrisa ladina, mientras se oía como el coro de la iglesia comenzaba a cantar y él salía de aquella oficina para comenzar con la liturgia, su última liturgia en la ciudad de Palermo y regresar a la ciudad del Vaticano.
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