~Capítulo 19~
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El bullicio de la ciudad y las personas moviéndose de un lado a otro, comenzaban a marearlo. Anhelaba tener un momento de tranquilidad, tanto que apresuró el paso hasta Roma Termini, calle en donde se encontraba el local que estaba buscando.
A medida que se alejaba de las principales calles, la cantidad de personas disminuía, mientras que las rondas policiales aumentaban. Y es que ya casi estaba llegando a Roma Termini, lugar en dónde se contrastaba lo bueno de lo "malo" de la vida, aunque Francis preferiría pensar lo moral aceptado por la ciudad, versus el pecado por el cual el hombre es arrastrado.
Al llegar al local nocturno, abrió la puerta y recorrió con la mirada el local. A esa hora del día aún se encontraban limpiando y organizando los detalles para su apertura. El escenario del fondo se encontraba iluminado por una luz blanca, mientras que las mesas que se encontraban organizadas por todo el lugar, aun tenían las sillas apiladas sobre estas. Dio unos pasos y giró su cuerpo observando el Bar que se encontraba observando hacia el escenario. A un extremo de la barra habían copas de distintos tamaños y formas ya limpias y listas para ser guardarlas en su lugar, así como también algunos utensilios de coctelería.
Siguió observando a su alrededor, hasta que fijo su mirada en la gran bola de luz que se encontraba colgada del techo. Poco a poco comenzó a recordar lo que creía haber olvidado o por lo menos escondido en lo más profundo de su subconsciente:
—Adelante cariño... —musitó la voz de Madame Russo mientras lo abrazaba de los hombros y lo encaminaba por el local seguido de su padre.
Francis de catorce años solo observaba con algo de nerviosismo y un dejo de miedo el lugar en donde muchos hombres de la edad de su padre y otros algo más jóvenes, observaban el escenario y dejaban dinero a la mujer que bailaba en el tubo ya semi desnuda. La música inundaba sus oídos, al igual que el olor a tabaco y el aroma a alcohol. Las risas y gritos de algunos presentes inundaban el lugar, al igual que las escenas llenas de sensualidad en algunas mesas.
Siguieron caminando hasta que llegaron a los pies de una escalera de metal negra. Francis giró para observar a su padre quien le devolvió una mirada seria y determinada.
—Estarás bien. Estaré aquí esperándote —respondió de forma seria para luego guiñarle un ojo y sonreír de forma altanera.
El adolescente asintió y observó a Madame Russo arrugando el ceño y cambiar su actitud a una de seriedad para que los nervios no terminaran de invadirlo. Con cada escalón que subía, sentía sus pies pesados y torpes. Al llegar al último peldaño, había un corredor iluminado por luces tenues y dos puertas a ambos lados. Madame Russo caminó hasta la última puerta del fondo del corredor, la abrió y una mujer de cabello castaño se acercó a ellos observando a Francis con una sonrisa provocativa. Llevaba un corsé negro, pequeño y ajustado short rojo y pantis medias sujetadas con ligas oscuras; y tacones a tonos. El maquillaje era recargado, los parpados de color dorado con algo de brillante, largas pestañas que la hacían ver coqueta y muy hermosa, al igual que sus labios pintados con un rojo muy llamativo.
—Así que tú eres el cliente especial... —dijo con voz sensual sonriendo de la misma forma mientras acariciaba la mandíbula de Francis con uno de sus dedos.
Francis sintió el aroma del perfume que llevaba, era algo dulce con notas un poco cítricas. Un aroma algo peculiar para él pero que no le molestaba en absoluto.
—Trátalo bien —espetó Madame Russo observando a la mujer quien le devolvió una mirada altanera -Su padre no es cualquier cliente...
—No se preocupe Madame Russo, está en buenas manos.
Antes esas palabras Madame Russo asintió y le dio un pequeño apretón en uno de los hombros a Francis para luego salir de la habitación, cerrando la puerta y dejando a Francis a solas con aquella mujer.
—No te preocupes cariño, nos divertiremos mucho.
Francis movió su cabeza de lado a lado, volviendo al presente arrugó el ceño al darse cuenta en el lugar en que se encontraba, había perdido la noción del tiempo y de donde se encontraba, para luego recordar el por qué estaba ahí.
—¿Padre Francis? —Madame Russo se acercaba a él un tanto extrañada —¿Qué hace aquí?
—Yo... —musitó para luego observar a su alrededor y volver su atención a la mujer —Vine porque me correspondía visitarlas.
—Oh claro —La mujer bajó las sillas de una de las mesas y le indico que se sentara —Algunas las chicas se encuentran aquí y otras en la casa, pero si gustas puedes comenzar mientras llamo a las además.
—Si estaría bien... —musitó.
—¿Te encuentras bien?
Con aquella pregunta Francis la observó de forma seria. La mujer lo observó por un momento, pero de un momento a otro su mirada cambio a una de nerviosismo y culpa. Las palabras entre los dos sobraban, el sacerdote pudo darse cuenta de que la mayor había descubierto el por qué de su actitud.
—Dígale a las chicas que ya estoy aquí.
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Ese día las confesiones habían sido mucho más largas que la primera vez que las visitó en la casa. Francis suspiró mientras una de ellas seguía contando lo que había cometido, y a pesar de que le estaba prestando atención, lo cierto era que anhelaba terminar. El oír a cada una de las mujeres con confesiones muchas veces casi idénticas. Y era de esperarse, mujeres y hombres que trabajan en ese rubro, tienen muchos pecados que contar, pero los cuales a Francis no le sorprendía. Tal vez otro sacerdote lo hubiese hecho, pero él no era hipócrita como para fingir sorpresa; tampoco era quien para juzgar a las personas y ni siquiera le importaba lo que los demás hicieran con sus vidas, sino más bien, como se portaban con él.
La joven mujer terminó de relatar sus pecados y Francis quien había mantenido su mirada en un punto fijo de su interlocutora; asintió dando a entender que la había oído en todo momento.
—Dios perdona todos nuestros pecados—dijo Francis observándola de forma seria—Pero para ello, debes de realizar una penitencia—agregó mientras guardaba la biblia en su bolso-Diez oraciones y diez rosarios, eso es todo.
—Gracias padre Francis —respondió la mujer con una pequeña sonrisa, a la vez que el sacerdote la persignaba con la señal de la cruz.
La mujer se retiró y dejó a Francis a solas, quien comenzó a guardar sus cosas de forma cuidadosa. Se puso de pie y se quitó la estola doblándola de forma cuidadosa, todo en forma silenciosa, hasta que irrumpen de forma imprevista en la oficina que le había ofrecido como lugar de confesionario Madame Russo.
—Disculpe padre. ¿Le queda tiempo para una confesión más?
Francis quien se encontraba de espaldas a la puerta giró y observó de quién se trataba. No le había extrañado el no verla en ese lugar, sabía que no le gustaba confesarse, pero ¿Por qué hacer algo que no le gustaba?
—Claro—respondió sin apartar su mirada de ella.
Alessandra sonrió y se acercó hasta donde se encontraba. Francis pudo notar como el sudor del cuerpo de ella, hacía que su piel brillará a la luz, cómo también su gran escote que se asomaba sobre el hoddie que llevaba un poco abierto. Ella se sentó junto a él y a pesar de vestir ropa deportiva, para el sacerdote seguía siendo...Atrayente.
—Siento la demora. Cuando supe que usted había llegado, me encontraba haciendo ejercicio y....
—Comprendo—respondió sin dejarla que terminara de hablar-No tienes que explicarme-agregó mientras se volvía a colocar la estola. Se sentó junto a ella.
—En nombre del padre, del hijo y del espíritu santo—dijo persignandose siendo imitado por Alessandra.
—Amen.
—Ave María purísima....
—Sin pecado concebida
—Cuéntame ¿Qué es lo que te aflige?
—Yo...—comenzó a dudar antes de seguir hablando—He pecado de todas las formas posibles, padre. Desde mi última confesión.... Mis pecados aumentaron.
Francis la observó con el ceño levemente fruncido, flecto uno de sus brazos y mordió su pulgar. Una acción que hacía cuando no comprendía las cosas. Observó como ella le mantenía la mirada algo avergonzada por sus palabras, pero aun así, demostraba estar decidida a seguir.
—¿Puedo hacerte una pregunta? -dijo el con su característica voz profunda. Ella asintió —¿Por crees que caes tan rápido en el pecado?
—Porque para alguien como yo, no es fácil alejarse de ello, padre.
—Alguien cómo tú...-repitió elevando ambas cejas—¿Cómo eres Alessandra? ¿Qué tipo de persona?
—Una prostituta que ha aprendido a ser fuerte y sobreponerse ante la adversidad. Ser fuerte y levantarme una y otra vez, hiriendo a los demás por ello....
—¿Te arrepientes de herirlos?
—Por supuesto que sí, padre—exclamó con mirada como si estuviera pidiendo ayuda—Me arrepiento de todo lo malo, más aún después de....
Pero Alessandra se contuvo, no siguió hablando y su mirada se perdió en algún punto de la mesa. Francis trato de que lo observara, pero fue en vano. Suspiró y comenzó a darse cuenta de lo que podría estar sucediendo.
—¿Quieres seguir confesándose?—ella negó y levantó su mirada—Esta bien...Aún no estoy seguro de cuáles fueron cada uno de tus pecados, pero si heriste a alguien... Te daré la siguiente penitencia: 5 oraciones padre nuestro y cinco Rosario. ¿sabes orar con el rosario?
—No padre...—musitó avergonzada.
—No te preocupes, te enseñaré. Pero antes...Te absuelvo de todos los pecados y pido perdón por tus pecados y reconciliación con este sacramento. Amén -dijo mientras hacía la señal de la cruz con una de sus manos en dirección a ella.
—Amen.
Francis se quitó la estola y Alessandra se puso de pie para salir de la oficina, pero Francis la detuvo.
—No puedes irte aun-dijo tomándola del brazo, sintiendo como ella se ponía nerviosa—Debo enseñarte a rezar el rosario—Alessandra iba hablar, pero la detuvo—Sino lo haces, la confesión no habría valido nada. Debes de realizar las penitencias que te impuse.
—Está bien—asintió.
Francis tomó una silla que se encontraba en una esquina de la oficina y la posicionó frente a ella. Se sentó y busco su propio rosario en uno de los bolsillos de su bolso. Era de color negro, y que simple vista se veía sofisticado.
Francis la tomó de las manos y dejo el rosario entre ellas. Se observaron por algunos segundos, hasta que el sacerdote le dedicó una pequeña sonrisa.
—Tranquila, no muerdo—respondió con gracia-Cada una de estas piedras, se debe de rezar la oración —comenzó a buscar en el bolsillo de su chaqueta y luego en su pantalón— es esta-dijo entregándole un pequeño folleto en dónde salía la oración—con cada una de estas piedras es una oración, hasta completarlo....
—Espere, espere...-dijo cayendo en cuenta de lo que decía —Debo rezar cinco veces el rosario, es decir, completo —Francis asintió —para ese entonces, terminaré el 2030-exclamó con asombro.
—¿De verdad te vas a quejar por eso? —preguntó un tanto incrédulo con mirada severa, ella se sonrojo —. Debes hacerlo, Alessandra. Deduzco que tus pecados son...Demasiados —agregó mientras tomaba las manos de ella y trataba de tranquilizarla para que dejase de temblar. —¿Por qué siempre te poner nerviosa en mi presencia?
La pregunta de Francis sorprendió a la joven prostituta. El sacerdote notó como su mirada había cambiado a una de sorpresa y sus mejillas sonrojarse. ¿Por qué alguien como ella se sentía de esa forma? No lo entendía y quería comprenderlo.
Ella le entregó el rosario a Francis y se puso de pie mientras frotaba sus manos entre si. Francis siguió observándola, se acomodó en la silla dejando uno de sus brazos sobre el respaldo, mientras que flectaba una de sus piernas sobre la otra. En esa pose espero la respuesta a su pregunta.
—Por respeto no lo diré, padre —respondió ella algo apenada —. Si tan solo...Si tan solo fuera solo un hombre como los demás...
—Soy un hombre como los demás.
—Es inteligente, sabe a lo que me refiero —musitó observándolo con los brazos cruzados.
Francis asintió y elevó ambas cejas en señal de que su respuesta no le gustaba. Se puso de pie y comenzó a guardar las cosas que le faltaban. Tomo su bolso y chaqueta acomodándola en uno de sus brazos. Paso por al lado de Alessandra y se detuvo en la puerta. Quería decir algo más, pero dudo en hacerlo por un momento, hasta que la observó y decidió hacerlo.
—Te aseguro que el respeto que sientes no es hacia mi, es por esto -dijo indicando el alzacuello blanco que tenía puesto entre los pliegues de la camisa negra —. Ese es el único respeto que tienes. Por que seamos sinceros, las mujeres de tu mundo no les importa el tipo de hombres...
—No me conoce para decir eso —espetó ella un poco enfadada por las duras palabras que escuchaba —. A pesar de ser puta, tambien tengo y siento respeto por los demas.
—Alessandra... —dijo con una sonrisa irónica acercándose a ella -. El respeto es hacia las personas, no a un objeto o vestimenta como esto —agregó indicándose a sí mismo de arriba abajo.
Francis la observó por un momento, pero ninguno de los dos menciono palabra. Él giró y abrio la puerta de la oficina para salir.
—Debería darle igual lo que yo piense -mencionó levantando la voz haciendo que Francis se detuviera, pero siguiera dándole la espalda —. Solo soy una mujer más en este mundo.
—Tal vez... —murmuró para luego girarse a ella —. Pero hasta ahora eres la única prostituta que se pone nerviosa en mi presencia, a tal nivel de las manos le tiemblan. ¿De verdad todas las mujeres como tú se ponen nerviosas en presencia de un sacerdote? Eso es lo curioso —mencionó para luego salir y cerrar la puerta de la oficina dejando a Alessandra sola, sin poder decir nada.
No imaginó tener una pequeña discusión como esa, pero de verdad le llamaba la atención la actitud de ella. Salió de la oficina y camino por el pequeño corredor, hasta llegar detrás del escenario. Observó por un momento el tubo de pole dance y suspiró, se alejó del lugar, pero Madame Russo lo detuvo.
—¿Estas tan apresurado como para no despedirte? —preguntó entre risas, pero al ver el rostro de Francis se tornó seria —¿sucede algo?
—No, para nada —respondió con convicción observandola —. Solo estoy atrasado y tengo cosas que hacer en el Vaticano...
—Comprendo...Cariño si necesitas algo, sabes que puedes contar conmigo ¿no?
—Lo tendré en cuenta —respondió con una pequeña sonrisa —. Nos vemos Madame Russo.
—Cuídate Francis.
Francis salió del club nocturno y caminó de forma apresurada por Roma Termini. La prostitucion en ese lugar se notaba de sobre manera, aunque en el ultimo tiempo, el control policial habia aumentando, volviendola un poco mas segura que antaño.
Caminó por las calles de Roma y se dirigió a un café que se encontraba cerca, recordando que no había desayunado y su cuerpo ya le estaba pidiendo algo de comer. Se dirigió al café y entro al lugar siendo recibido por el tintineo de la campanilla que se encontraba sobre la puerta. Al entrar se sintió observado, a pesar de que ya estaba acostumbrado a ese tipo de miradas, lo cierto era que en ese momento deseaba pasar desapercibido.
Suspiró y entró al local dirigiéndose al mostrador. Pidió su bebida caliente y un panecillo. Pagó su pedido, pero antes de alejarse del mostrador, fijo su mirada en el periódico de ese día en un apartado en específico.
—¿Me lo prestas? —preguntó observando al joven mostrándole el periódico.
—Adelante padre, no hay problema.
—Gracias.
Se apartó un poco del mostrador mientras esperaba su café y panecillo. Observó la parte inferior de la primera plana, en un recuadro mediano, comunicaban de la muerte de una joven de la localidad de Palermo hace algunos meses. El arrugó el ceño y buscó la página para leer más a fondo la noticia.
Al leer cada línea del periódico, sus manos comenzaron a temblar, siéndole imposible sostenerlo entre sus manos. Lo dejó sobre el mostrador y cocontinúo leyendo:
[...]Se cree que la joven se quitó la vida por problemas amorosos, siendo descartado el homicidio a pesar de haber encontrado rastros de droga en su organismo, el cual, aun no se tiene certeza a que tipo de droga o sustancia química, se debe [...]
Francis observó la zona foto de Bianca en el periódico y apretó la mandíbula, sintiendo su cuerpo volverse rígido por la conmoción que trataba de reprimir. En ese momento, un muchacho de no más de veinte años, le entrega su pedido. Lo tomó y salió rápidamente del café, caminando por las calles de Roma de forma apresurada. Guardó su panecillo en uno de los bolsillos de su bolso y se quitó el alzacuello para guardarlo en el bolsillo de su pantalón. Desabotonó los tres primeros botones de su camisa, así sentía que podría respirar mejor.
Y es que la noticia de su muerte no era lo que le estaba afectando, él ya lo sabía, más bien lo que le afectaba era que se comenzará a investigar sobre aquella sustancia. A pesar de que la muerte de Bianca había sido catalogada como suicidio, lo cierto era que el sacerdote sabía que cualquier cambio que pudiese haber en ese suceso, podría cambiarlo todo.
Siguió su camino, hasta una banca que había cercano a una pequeña plazuela. Se sentó aun con sus manos temblorosas, provocando que derramase un poco de café al suelo, pero, aun así, no podía dejar de pensar en lo que acababa de leer. Se mantuvo con su mirada fija en un punto de la ciudad sin poder apartar su mirada que seguía perdida en algún punto.
Luego de un rato bebió de su café ya tibio, momento en el cual su teléfono celular sonó. Observó el número y tragó con nerviosismo para luego hablar.
— Hola —Contestó con voz algo ida.
—Padre Francis es bueno oírlo. ¿Cómo esta? Lo noto algo cansado...
—Lo estoy Sebastián —respondió levantando su mirada y la fijó en los transeúntes que a esa hora de la mañana recorrían la ciudad —¿A qué se debe su llamado?
—Claro...sí. Dentro de unos días visitaré Roma y he pensado en visitarlo ¿Cree que tenga tiempo para un viejo amigo?
—Supongo... -murmuró bebiendo de su café —¿A qué se debe su vista a Roma? ¿Sucedió algo en Palermo?
El mayor rio por un momento.
—Al parecer leyó el periódico de hoy -murmuró un tanto serio —Necesito hablar con usted, pero es mejor hacerlo en persona, así que le vuelvo a preguntar: ¿Tiene tiempo para un amigo?
—Si...Claro. —musitó con el ceño arrugado.
—Excelente. En cuanto esté en Roma, me comunicaré con usted. Cuídese padre, nos estaremos viendo.
—Claro —musitó él y cortó la llamada.
Observó por un momento su teléfono móvil, pensando en lo curioso de la llamada de Sebastián y de la conversación que quería tener con él... Era bastante peculiar por no decir extraño.
Suspiró y pensó en aquel día en que vio por última vez a Bianca. No había nada fuera de lo normal y sus gestos con ella no marcaban diferencia alguna a simple vista. Solo esperaba que aquella conversación con quien fue cercano a él en sus peores momentos no fuera para darle más problemas y mucho menos para escarbar en sus secretos; porque a pesar de ser sacerdote, era un hombre con muchos secretos que solo Dios conocía.
Nota de autora:
Uff bastante tiempo sin actualizar mis historias, pero ya me tienen de vuelta. Aquí les dejo el capítulo 19. ¿que les pareció? Creo que es cosa de tiempo para que se sepan ciertas cositas...
En fin, espero leer sus comentarios.
Caro
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