~Capítulo 17~
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Dos días en Viterbo para ser exactos y las cosas seguían prácticamente igual a como cuando había llegado. No había avances en lo que le había pedido a su abogado, y solo tenía una semana para permanecer en allí y volver al Vaticano.
Suspiró manteniendo su mirada en su plato, mientras que jugaba con su comida. Solo había probado un bocado y no pudo seguir ingiriendo más. Los pensamientos y sobre todo la incertidumbre de no saber lo que sucedería, lo agobiaban.
—Come algo cariño—dijo su madre observándolo con preocupación.
—Déjalo Camille. Ya es un adulto no un niño—espetó su padre para luego beber de su vino.
—Es mi hijo y siempre me preocuparé por él—respondió de forma severa la señora Ditella.
—Y aquí vamos de nuevo...—musitó Giovanni despreocupado.
—¿Preocuparte por él? O ¿Te preocupa él?
Francis quien se había mantenido en completo silencio aún con su mirada en su plato, observó a sus padres sin entender.
—Por si no se han percatado de mi presencia, sigo aquí.—dijo de forma sería. Volvió su atención a su madre—Se defenderme y cuidarme. No tienes por qué hacerlo por mí, madre.
—Francis...
—Y para su información, señor Ditella. Si tanto le molesta mi presencia, solo me concedieron una semana de permiso. Tampoco es que pretendiera quedarme en esta casa para siempre.
Lucas Ditella lo observó de forma desafiante, para luego tirar la servilleta a un costado de la mesa y levantarse, dirigiéndose al segundo piso.
Francis observó el recorrido de su padre hasta perderlo de vista y volver su mirada a su madre quien lo miró preocupada.
—No debiste venir a Viterbo, Francis—Dijo Giovanni mientras jugaba con el borde de su copa.
—Lo sé—espetó frunciendo el ceño en su dirección—Pero las cosas se estaban complicando....
—Pero no mucho más de lo que están ahora—Lo interrumpió observándolo.
—Niños...por favor. No quiero otra discusión en la mesa—habló la señora Ditella.
—¿Y si fueras tú el que estuviera en esta situación? —exclamó sin obedecer a la advertencia de su madre—¿Qué hubieras hecho?
—Obedecer al pie de la letra a nuestro padre—dijo observándolo—. Él sabe lo que es mejor para nosotros.
Francis lo observó incrédulo por varios segundos, para luego soltar una carcajada fría, sin gracia. ¿De verdad el enano pensaba eso? ¿Era tan tonto como para creer en las cosas que Lucas Ditella hacía y decía? Siempre pensó que su hermano era tonto, pero a esas alturas, pasó al nivel de estúpido.
—De verdad eres un estúpido Giovanni. Siempre queriendo complacer a papá, los has hecho durante veintisiete años y no has logrado nada.
—¡Francis! —exclamó su madre con tono autoritario.
—Tal vez no lo haya logrado, pero nunca hubiera hecho lo que tú con la familia. Llevarnos a tener una fama que no nos corresponde y que si no fuera por papá, seríamos apuntados con el dedo y los negocios se hubieran ido a la mierda.
Francis a esas alturas sintió como la sangre subía por su rostro y apretaba la mandíbula. Giovanni había herido su ego, le había dicho cosas que, sabía pero no quería oír.
Tomó el cuchillo que seguía intacto sobre la mesa y lo posicionó a un costado del cuello de su hermano. En ese momento vió el horror y pánico en los ojos verdes del menor de la familia, mientras que él sonreía con satisfacción.
—Lo que no sabes, es que la familia ya contaba con cierta «fama»—aclaró mientras presionaba un poco más el cuchillo en el cuello de Giovanni—. Y yo no tengo la culpa de eso.
—Tal vez...Tal vez no—musitó Giovanni sin quitar la mirada de su hermano—.Pero eres el responsable de que ahora estemos tapando tus errores, Francis.
—Yo no lo pedí...—espetó enterrando la punta del arma blanca en el cuello del menor.
—¿De verdad deseas matarme? —preguntó con temor.
—¿Porqué tan preocupado? ¿Acaso quieres que te de la extremaunción antes de hacerlo? —inquirió con una sonrisa perversa.
En ese momento, Francis sintió la mano de su madre sobre la suya, aún manteniendo el agarre del arma blanca entre sus manos. La señora Ditella se acercó al oído de Francis y le susurró:
—Cálmate. Él es tu hermano, no tu enemigo. No dejes que tus sentidos se nublen.
Francis observó a su madre aún con semblante serio. Ella solo asintió indicándole que todo está bien.
Bajó el arma y un pequeño hilo de sangre comenzó a recorrer el cuello de Giovanni, bajando hasta su pecho y perderse entre la camisa.
—Permiso—dijo Francis levantándose de la mesa y saliendo del comedor.
Se dirigió a las escaleras, aún con su pulso acelerado. Subió cada peldaño de forma rápida, pero una conversación lo hizo detenerse frente a la puerta del despacho de su padre.
—¿Por qué le permitiste que viajara?—espetó Lucas Ditella con tono duro.
—Ya te lo dije, no fui yo, fueron mis superiores. No pude hacer nada.
La voz del prelado se escuchaba fuerte y clara. Estaban conversando por video llamada, de eso estaba seguro.
—Podrías haberlo detenido, Fernández...—suspiró— ahora las cosas se están complicando más de lo que estaban. Sabes muy bien que eso no nos conviene a ninguno de los dos, ni a nadie.
Por un momento el silencio había hecho su presencia, hasta que el sonido de una copa chocando con lo que debiese ser una botella, inundó el lugar.
—No es bueno que bebas de esa forma—indicó el prelado y Lucas soltó una risa llena de ironía.
—No eres nadie para indicarme lo que debo o no hacer. No tienes moral para ello —Por unos segundos Francis no escuchó nada, hasta que la conversación siguió —Si Francis hubiera permanecido en el Vaticano, nada de esto estaría sucediendo...
—¿A qué te refieres? —inquirió con preocupación.
—¿Sabes con que dinero es el que extorsionó a los involucrados para que el incompetente de mi hijo mayor siga viviendo como un inocente? ¿no? —rio con ironía —Con el suyo propio y con el cual, yo he sabido administrar tan bien, que el monto supera mi fortuna, Fernández.
—Entonces...Lo que sucedió con la chica y el que hubieras sugerido que entrara al sacerdocio...
—No te confundas —dijo interrumpiéndolo —Conozco muy bien a mi hijo, el solo actuó cegado por sus instintos, lo que sin esperarlo, me beneficio en cierta manera. Como sacerdote tiene que vivir de forma austera ¿no? Bien, entonces el dinero no le hace mucha falta. —se escuchó como su padre abria uno de los cajones para luego cerrarlo —. Ahora escúchame bien Fernández. Cumple tu promesa de mantener a Francis alejado de Viterbo, si no, me veré en la obligación de hablar.
—¿Qué insinúas con esos papeles?
—No estoy insinuando nada. Solo te estoy mostrando los delitos que has cometido versus lo que he tenido que pagar para que sigas tranquilo. Solo te advierto que si no cumples lo pactado hace dieciséis años atrás, te unirás a la lista de sacerdotes investigados por abusos sexuales. ¿De verdad quieres eso para tu carrera eclesiástica?
—No lo harías...
—Tantos años de amistad y aun no me conoces. Ya te dije, sino lo mantienes alejado de nosotros, yo hablaré y sabes muy bien que en cuanto comiencen a investigarte, solo escarbaran un poco en tu pasado y encontraran no solo abusos, sino que también embarazos interrumpidos ¿me explico?
Francis solo oía los pasos de su padre recorriendo la sala, mientras que su mente trataba de encontrar una razón para no irrumpir en el despacho y olvidar que era sacerdote.
Sus puños cerrados comenzaron a temblar por la presión ejercida en ellos, mientras que sentía que la sangre le hervía y subía por su rostro. Su respiración comenzaba a ser irregular y con ello, cerró los ojos por un momento para luego volver abrirlos y dirigirse a su habitación.
Cerró la puerta de un golpe y se quitó la camisa que llevaba puesta, quedando con sus jeans negros y torso desnudo. Dio unos pasos hasta la mesita de luz y se arrodilló persignándose para luego juntar sus manos y comenzar a orar.
—Se nuestra relación nunca ha sido de las mejores, pero te pido que me dejes realizar mis actos en su contra—suspiró—Permítemelo sin consecuencias de por medio, así lo permites con los demás quienes siguen a tus servicios—puntualizó alzando la vista a la imagen santificada—Te he demostrado que puedo seguir siendo sacerdote a pesar de no tener la vocación. Pero en estos tiempos ¿Quién tiene verdadera vocación? Al final, lo importante es guiarlos por el buen camino, ¿No es ese el punto? Sin mencionar que mis acciones son de peso y no sólo por placer como lo hacen los demás, y que, a pesar de ello, siguen bajo tu alero y protección. —suspiró y se mantuvo en silencio por un momento para luego proseguir—Solo dame una señal y cumpliré con lo que desees de mí.
En cuanto terminó de orar, se persigno pero permaneció de rodillas con ambas manos en el suelo y su cabeza gacha. La conversación de su padre y el prelado no lo esperaba, sabía cómo era Lucas Ditella, como le gustaba manipular a los demás pero sobre todo extorsionarlos.
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A la mañana siguiente, Viterbo amaneció con lluvia y viento de fuerte intensidad. A pesar de aquello, la ciudad seguía mostrando lo mejor de sí misma a los turistas que, a pesar de que la temporada de verano había llegado a término, seguían visitando Italia.
La lluvia golpeaba su ventana acompañándolo en los últimos detalles de su persona. Se terminó de peinar de forma pulcra para luego, tomar el alzacuello y acomodarlo entre los pliegues de su camisa. Se giró y tomó el perfume que había dejado sobre la cama para rociarse de la fragancia. Se dirigió a su mochila y lo guardó.
Tomó sus cosas y salió de su habitación bajando con cuidado las escaleras. Al llegar al último peldaño, las dejó a un costado y se dirigió al comedor en donde su familia debía de estar desayunando.
—Buenos días —saludó quedándose de pie tras una de las sillas vacías.
—Buenos días, cariño —saludó su madre con una sonrisa, para luego arrugar el ceño —¿Porqué estas vestido como sacerdote?
—Regreso al Vaticano —anunció observando a su familia y deteniéndose un tiempo prolongado en su padre quien solo bebía de su café y observaba su teléfono móvil ignorándolo por completo —Supongo que no tengo nada más que hacer...Por ahora.
El señor Ditella levantó su mirada y observó a Francis. Ninguno de los dos hombres pronunció alguna palabra, llegando a tornar el ambiente "familiar" en demasiado tenso para todos los presentes.
Francis sabía que con su regreso al Vaticano dejaba a su padre libre de hacer lo que quisiese con lo que le pertenecía, pero había prometido que cual fuera la decisión, la aceptaría. Esa misma noche, su abogado le había enviado un mensaje, indicándole que habían realizado un cambio del juez local, quien provocó desestimar la reapertura del caso por no haber pruebas de peso como para volver a investigar.
Así es que Francis tomó aquello como una respuesta a su petición y decidió que debía volver, al fin y al cabo, su propósito por el cual había vuelto a Viterbo, había terminado.
—Siéntate y desayuna con nosotros, cariño —habló su madre tratando de tranquilizar el ambiente entre padre e hijo.
Francis mantenía su mirada en su padre, hasta que el mayor enarcó una ceja y el sacerdote solo elevó su mentón.
—No te preocupes madre —respondió sin quitarle la mirada al señor Ditella —. Compraré un café en la estación.
—¿Estación? —preguntó Giovanni quien había permanecido en silencio hasta ese momento.
—Si, preferí tomar el tren esta vez —respondió observando a su hermano —. En fin —suspiró —. Espero no haberlos incomodado con mi estadía.
—Pero Francis....Come algo por lo menos —continuo la señora Ditella observándolo con algo de preocupación.
—Déjalo Camille —habló con seriedad su padre —Él ya es un adulto que sabe tomar decisiones.
—Lo soy —continuó Francis —¿Y sabes que es lo mejor, padre? Que no me arrepiento de ello y mucho menos de mis actos — acotó con una sonrisa fría.
Francis observó la mirada seria de su padre, pero detrás de esa mascara de hombre frio e impenetrable, había un hombre que tenía temor de su propio hijo. El sacerdote sabía de ese miedo y se aprovecharía de eso. Tal vez no tenía un plan en concreto de como hacerlo, la planificación de las cosas no estaba incorporado en su persona; y a pesar de que el deseo de verlo muerto aumentaba, no dejaría que eso suceda aún.
Francis se dirigió al lugar donde había dejado sus pertenencias y salió de su hogar sin decir nada más. Al abrir la puerta, el viento rozó sus mejillas, enfriándolas en el acto mientras la lluvia caía de forma torrencial por toda la ciudad de Viterbo. Por un momento recordó cuando dejó su casa la primera vez: había sido un día lluvioso al igual que ese, salía de su casa para ir al seminario y comenzar su nueva vida planificada por adultos que, según sus palabras, querían protegerlo para que tuviera un mejor futuro, pero ¿Qué futuro? ¿uno en donde podían mantenerlo alejado de todo y todos por el simple hecho de ser quién era?
Suspiró y sacó su chaqueta negra de su mochila, para luego acomodar sus cosas y caminar hacia la salida, sin importarle el quedar completamente empapado en el trayecto hasta las rejas que resguardaban su hogar.
Caminó por las calles de Viterbo esperando poder tomar algún taxi o autobús que lo llevasen hasta la estación, pero ningún transporte se divisaba. Pasó una de sus manos por su rostro, quitando las gotas que le impedían observar con claridad, hasta que aun automóvil se acercó a él.
—Cariño sube —La voz de su madre sonó como si se lo estuviera suplicando —Si sigues caminando bajo la lluvia...
—Estaré bien —respondió sin dejar de caminar y observarla—. Será mejor que vuelvas a casa, madre. No quiero que tengas problemas por mi culpa.
—Me puedo encargar perfectamente de tu padre, Francis —respondió con suma seguridad en sus palabras.
El tono de voz con el que había hablado la señora Ditella, a Francis le causó una sensación de intriga. La mujer tenía carácter, pero muchas veces dejaba que Lucas Ditella hiciera las cosas a su modo, lo que muy pocas veces la llevaron hacerle frente.
—¿Todo bien? —inquirió deteniéndose a la vez que su madre detenía el automóvil.
—Estaría mejor si me obedecieras —espetó.
Francis obedeció. Subió su equipaje a la parte trasera y rodeo el automóvil para subirse al asiento de copiloto. Su madre sonrió y reanudó la marcha, camino a la estación.
En el trayecto, puso algo de música, sorprendiendo a Francis con las melodías del pianista Ludovico Enaudi, uno de los favoritos del joven sacerdote en la actualidad.
Francis sonrió débilmente y cerró los ojos por un momento dejándose llevar por la música y la agradable temperatura que había dentro del vehículo. Sintió como su cuerpo se relajaba ante tan exquisitas sensaciones de total relajo, mientras el sonido de la lluvia golpeando el parabrisas lo acompañaba en el momento.
Sintió como una de las manos de su madre le acariciaban su mejilla en el momento en que se detenía. Francis abrió los ojos y su madre le sonrió con alegría, aunque sus ojos transmitían todo lo contrario.
—Te voy a extrañar...¿De verdad tienes que volver al Vaticano? —inquirió en tono ansioso reanudando el camino.
—Si, debo hacerlo —La observó mientras ella arrugaba el ceño.
—Si es por tu padre.... —Lo observó con seriedad y volvió su mirada al camino —Puedo dejarle en claro que...
—No mamá —espetó —. Lo mejor es que todo siga a como se acordó aquel día.
—Tu padre siempre hace lo que se le venga en gana —rio con ironía observando el camino, pero con una mirada como si estuviera buscando algún recuerdo en concreto —. Cuando lo conocí, era un hombre encantador y romántico, pero pasado el tiempo supe que su único amor verdadero era el dinero. Todo lo hace con ese único fin.
—Y a pesar de todo, lo sigues queriendo.
—Mas bien es costumbre —respondió observándolo a lo que Francis enarcó una ceja —. A ninguno de los dos nos conviene separarnos —aclaró acelerando un poco mas —. Para tu padre y su familia, el matrimonio es un mero negocio, una de las tantas formas para conseguir dinero y poder.
Francis oía cada palabra de su madre con total atención y con ello, daba crédito a cada una de ellas. Lucas Ditella era de esos hombres que justificaban sus actos solo con una sola cosa en mente, el dinero.
Y es que desde mucho antes que él naciera o siquiera sus propios padres, el apellido Ditella era conocido en Roma por obra de su abuelo, pero no precisamente por ser buena persona. Aquel hombre fue quien le inculcó a Lucas Ditella el objetivo más importante en la vida, para luego hacerlo con él.
Un adolescente Francis de no mas de quince años se encontraba en el despacho de su padre, observándolo en cada movimiento que hacía con sus manos al momento de hablar y enfatizar las palabras, mientras caminaba de un lado a otro dándole un pequeño sermón.
—Las cosas importantes no se consiguen a golpes, Francis —habló su padre mientras caminaba por el despacho —. Lo único que conseguiste es que te suspendieran.
—Se lo merecía —espetó —Estaba hablando demás...
—Me da igual el motivo que te impulsó hacerlo —respondió deteniéndose para observarlo —. Los Ditella somos mucho más inteligentes para actuar.
—Entonces... ¿Que se supone que debiera haber hecho? ¿ignorarlo?
—No —dijo de forma tajante —. Lo que tienes que hacer es esperar el momento perfecto para actuar. Como dice el dicho: «La venganza se sirve en un plato frio». Lo que quiere decir, que la llevas a cabo en el momento más inesperado posible.
—¿Y si quiero conseguir algo de una forma más...rápida?
—Va a depender mucho de quien quieras conseguirlo. Pero para serte franco, las palabras y una buena impresión, es suficiente para apresurar las cosas. Y ya con ello, el dinero es el último eslabón para obtenerlo todo.
—¿El dinero?
—Si —asintió mientras se acercaba hasta el mueble en donde guardaba su bourbon favorito y se servía en una copa —. El dinero es el medio más importante para conseguir el poder sobre tus víctimas. —agregó para luego saborear del alcohol.
Francis suspiró provocando que parte de la ventana del automóvil se empañara. Observó el camino y visualizó el letrero de la estación: «Viterbo Porta Romana». El vehículo amenizó su marcha, hasta que su madre pudo estacionarlo. Apagó el motor, bajó sus manos del volante dejándolas sobre sus piernas y observar al joven sacerdote.
—Si quieres puedo acompañarte hasta que arribe tu tren —dijo, a la vez que dejaba de llover.
—Sabes que no me gustan las despedidas, madre —respondió con tranquilidad, mientras que, con su mano izquierda abría la puerta.
—Como quieras, pero prométeme una cosa —habló mientras los dos bajaban del automóvil y Francis asentía —. Prométeme que pasaras las fiestas de fin de año con nosotros.
—Madre, faltan tres meses. En ese transcurso de tiempo pueden suceder muchas cosas —mencionó mientras bajaba su equipaje y volver a observar a Camille —. No prometo nada, pero haré un esfuerzo.
—Bien... —Se acercó a él y lo abrazó —Cuídate mucho ¿sí?
—Claro —musitó alejándose y entrando a la estación.
Se dirigió a la boletería y compró un ticket, para luego dirigirse hasta los andenes no sin antes, comprar un café.
Mientras esperaba el tren que lo llevaría de vuelta a Roma, se sentó en una de las bancas dejando su equipaje a su lado, para luego buscar en el bolsillo de su pantalón su teléfono móvil. Bebió de su café, y lo dejó a su lado para comenzar a escribir:
Hoy llego a Roma, estoy esperando el tren. Pero necesito de tu ayuda ¿cuento contigo?
El mensaje fue recibido de forma inmediata, y tan solo transcurrieron unos segundos para ser respondido.
Siempre puedes contar conmigo, Francis.
Al leer el mensaje, Francis sonrió y acarició la mochila que mantenía sobre sus piernas, no volvería a dejarla como la última vez.
Nota de Autora:
Pensé que este capítulo lo tendría listo para subirlo después de semana santa, pero... No fue así...Pero creo que valió la pena.
¿Que opinan de este capítulo? ¿Se esperaban a este Francis? Los leo en comentarios 👇.
Caro.
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