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~Capítulo 1~


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Sicilia un lugar maravilloso y sorprendente para miles de turistas que cada año la visitan. Es un archipiélago ubicado en la Italia Insular. Su capital es Palermo y es la isla más poblada del Mediterráneo.

Las calles de Palermo y sus construcciones datan de la época medieval, por lo cual, al observarlas y caminar es como si vivieras en dicho periodo. Además de sus fascinantes construcciones, Sicilia es famosa por sus playas; lugares en donde su mar es tan celeste como el cielo y tan tranquilo como las nubes al deslizarse.

Toda esa combinación de antecedentes, hace que Palermo sea un lugar especial y apto para olvidar los problemas y comenzar una nueva vida. En ese lugar, las personas no juzgan, solo reciben al forastero con los brazos abiertos sin mas que preguntar su nombre, pero nunca el pasado.

Así es que, al saber que aquel lugar sería su nuevo hogar, Francis lo aceptó sin reclamos. Ya de eso nueve años, el tiempo suficiente para conocer a gran parte de la comunidad devota, además de sus playas y lugares turísticos.

La vida en Palermo era tranquila, tanto así que Francis se encontraba en la playa de Montello disfrutando del sol y del paisaje. Las personas que lo conocían le encantaba que fuera así de relajado, pero quienes no, encontraban que era extraño que alguien como él, hiciera esas cosas. Pero a Ditella poco le importaba y solo disfrutaba de su vida al máximo.

Quitó sus lentes de sol y se dirigió al mar bajo la atenta mirada de algunos lugareños especialmente las mujeres. A pesar de que su trabajo no tenia nada de frívolo, él era de las personas que cuidaban de su aspecto y salud, lo cual incluía el ejercicio diario dejando como resultado un cuerpo tonificado del cual no podías dejar de observar.

Nadó mar adentro hasta cierto limite, aquello lo ayudaba a olvidar sus problemas y a relajar la mente. Se mantuvo en el agua durante varios minutos, no quería que ese momento terminase, no quería que ese día particularmente terminara. Era su último día en la isla de Sicilia y aquello no le agradaba. Sicilia le había brindado un hogar y la esperanza que todo fuera olvidado y lo fue por nueve años, pero desde hace una semana había llegado un informe, en el cual se le pedía que debía volver al Vaticano, lugar que necesitaba de él especialmente en los suburbios.

Siguió en el agua flotando de espaldas. Los rayos de sol le dieron por completo en el rostro, pero él solo se dejo llevar. La corriente era calma y con ello las olas lo que lo ayudaba a dejar de lado por un momento toda preocupación. Era irónico si pensaba que el flotar necesitabas estar completamente relajado para hacerlo de espaldas, como si debieses estar limpio de todo acto. Arrugó el ceño ante tales pensamientos y comenzó a nadar para luego zambullirse y abrir los ojos para ver la profundidad del océano y algunas especies de ella. El bucear lo ayudaba a pensar en cosas agradables.

Luego de algunos segundos, su cuerpo comenzó a pedir oxigeno por lo cual, nadó hasta la superficie a la vez que tomaba una bocanada de aire. Visualizó la orilla de la playa y comenzó a nadar hasta ella, hasta que sus pies tocaron suelo y comenzó a caminar mucho mas relajado de lo que estaba hasta hace un momento atrás, para luego percatarse de una mirada femenina sobre él. Al verla le sonrió y la joven lo observó asombrada bajando rápidamente su mirada y ruborizándose en el acto.

— Cosa ci fai qui signorina Bianca? —preguntó a la vez que tomaba su toalla y secaba su rostro, pecho y abdomen.

—Io... -se mordió el labio aun sin poder observarlo a los ojos— mi mancherà, padre Francis. Non voglio che se ne vada

Al oírla, le sonrió ampliamente, sabía de los sentimientos de la joven hacia él pero solo se limitaba a observarla y a hacerle creer que no tenía idea de aquel sentimiento. Acomodó su toalla junto a la joven y se sentó cruzando la piernas, percatándose del nerviosismo de ella por su cercanía.

—Aunque quisiera quedarme, no puedo Bianca.—ella lo observó extrañada, pero asintió después de unos segundos—Deberías practicar tu español. Tu madre me dijo que llevas malas calificaciones en esa clase.—agregó enarcando una ceja—Deberías esforzarte mas.

—Non mi piace lo spagnolo-se encogió de hombros—Inoltre, perché mia madre gliene ha parlato?—inquirió intrigada.

—Tu madre solo se preocupa por ti.-le sonrió—Yo también lo hago.—agregó observándola y volviendo a ver el rubor en sus mejillas—Me preocupo por ti como por todos los feligreses -aclaró a la vez que se acostaba de espaldas y tomaba sus lentes de sol dejando que los rayos acaricien su piel.—Las pocas veces que te he oído hablar en español, lo haces muy bien. Tienes un lindo acento.

—¿En serio?—preguntó con entusiasmo la joven de cabello castaño.

Siempre habló en serio. Además, recuerda que no mentir es uno de los mandamientos y pecado también.

—Lo sé. "No mentiras ni darás falso testimonio...." —dijo a la vez que fijaba su mirada hacia el mar tratando de recordar aquel mandamiento. —¿Lo dije bien?

Ditella giró su rostro hacia ella y sonrió de lado. Ante sus ojos, tenía a una joven de veinte años, tez pálida y cabello castaño. Sus ojos denotaban un destello que solo encuentras en personas de aquella edad, vida. Aquella etapa en donde solo quieres divertirte, disfrutar y olvidar todo.

Francis volvió su mirada al mar y respondió:

—Casi -respondió en tono divertido — mas bien es "No levantarás falso testimonio"—suspiró y mantuvo observando como algunos niños jugaban con sus hermanos y otros con sus padres. Era un cuadro dulce, pero para él una escena que no le causaba mayor interés. — Potresti dirmi l'ora? per favore.

—Sono le undici la mattina, padre. —respondió observándolo.

—Grazie, Bianca.

El joven sacerdote se sentó y buscó su playera en su mochila que había llevado, se la puso al tiempo que se ponía de pie y guardaba su toalla. La joven lo observaba atenta con una pequeña sonrisa, para luego volver a observar el mar.

—¿No viene conmigo?, puedo pasar a dejarla a su casa.

Bianca negó y lo observó.

—No, gracias padre. Me quedaré un rato más aquí. -sonrió agradecida .

-Bien —tomó su mochila y puso sus mocasines. Se despidió de la joven besando sus dos mejillas y caminar hacia la parada del auto bus.

Las calles del balneario de Mondello se encontraban con mucha gente a pesar de que la temporada de vacaciones había terminado, los turistas seguían llegando.

Caminó por los adoquines de Mondello, nombre de aquella playa que le encantaba visitar, pero que ese día fue su ultima visita. Siguió su caminando con su mirada escondida detrás de sus lentes de sol, observando cada detalle de ese lugar. Las calles a pesar de ser estrechas como en toda Italia, las del balneario eran mas acogedoras, ya que prácticamente todas las edificaciones contaban con un pequeño balcón en donde casi todas estaban adornadas con lindas flores. Pero a Ditella mas que las flores, le gustaba las edificaciones y por sobre todo, la tranquilidad.

Siguió su camino hasta llegar al centro de la ciudad en donde varios vehículos y circulaban. Se dirigió a una banca de cemento, abrió su mochila y saco su teléfono móvil. Si, a pesar de ser un sirviente de Dios, necesitaba de la tecnología como todo hombre.

Visualizó la pantalla y observó algunos mensajes. Todos eran referentes a su regreso al Vaticano, a pesar de que estaba en deuda con la Santa sede, no quería volver, ya que le recordaba el por qué había tomado ese camino para su vida. Guardó su teléfono móvil justo en el momento en que el autobús hacia Palermo se detenía. Caminó rápidamente hasta alcanzarlo en el preciso momento en que las puertas se cerraban, pagó su pasaje y se sento junto a la ventana.

Suspiró a la vez que sus parpados poco a poco comenzaban a cerrarse y su mente se desconectaba de la realidad. Su mente comenzó a vagar por lo sueños, por aquellos temas que el inconsciente tiene reprimidos pero que el cerebro al sentirse relajado y tranquilo, los sube a la conciencia de aquella forma. Se encontraba en la playa, todo estaba tranquilo hasta que las nubes poco a poco tapaban al sol, provocando que todo se oscureciera y la mar, comenzará a inquietarse junto al fuerte viento. Francis quería correr pero estaba paralizado, como si la blanca arena no lo dejase ir, hasta que una gran ola avanzaba hacia él, atrapándolo.

Francis abrió los ojos de golpe sobresaltado. Pasó sus manos por su rostro y observó que habían salido de Montello. Se enderezó en su asiento y sacó sus teléfono móvil junto a unos audífonos. Buscó su lista de reproducción para relajarse, seleccionando una lista por nombre «Mi rilasso» y la primera interpretación en ser oída fue Allegro (en C mayor) de Mozart. Él moría por la música clásica, le encantaba Mozart, Beethoven, Chopin, Paganini, entre otros. Aunque mas admiraba a Mozart, sus sonatas lo hacían viajar en el tiempo como lo hacia en ese preciso momento. Con cada melodía, Francis viajaba recordando cuando era solo un niño y sus padres lo obligaban a asistir a clases particulares de piano. Al principio odiaba las clases, pero con el transcurso del tiempo terminó gustándole aquel instrumento y ese género de la música; tanto así que llegó a tomar clases de violín, aunque siguió prefiriendo el piano. Por un momento en su vida llegó a pensar en estudiar en Julliard, pero el destino le tenía preparado otra cosa.

La familia Ditella era una de las familias mas ricas y por que no decirlo, poderosa de Viterbo ubicada en la región de Lacio. Sus padres solo tenían amigos influyentes tanto de la región como de otras partes de Italia, quienes se desenvolvían en los ámbitos político, económico y eclesiástico.

La melodía de Mozart seguía reproduciéndose mientras que su mirada se encontraba perdida en la ventana del autobús. El pasado de una infancia feliz pero estricta seguía en su consciencia acompañándolo en ese pequeño viaje de solo 13 km de distancia. A medida que seguía oyendo a Mozart, sus dedos de sus manos se movían sobre sus rodillas al compas de la música como si estuviera tocando piano. Era un hábito que tenía cada vez que escuchaba ese generó, como si su cuerpo le pidiera que vuelva a tocar aquel instrumento para sentirse relajado. La música clásica tenía un efecto tranquilizador en él, tanto así, que sentía que todo lo malo se disipaba, y que nada podía perjudicarlo.

El trayecto desde Mondello a Palermo siguió tranquilo y rápido para Ditella, tanto así que no se percató que había llegado hasta que los demás pasajeros comenzaban a bajar del autobús. Ditella puso sus lentes de sol sobre su cabeza y caminó por el centro de Palermo el cual, al igual que el balneario, seguía con muchos turistas. Caminó observando a su alrededor y visualizó la «capilla Palatina», sonrió al recordar algunas anécdotas cuando recién había arribado a Palermo. Siguió su camino por una estrecha calle que tan bien conocía, saludando a una que a otra persona que caminaba por el lugar., observando los balcones de los edificios, los cuales, estaban repletos de flores y algunos de plantas que seguían creciendo por las paredes de estos. Siguió su camino sin detenerse, hasta que dobló en una de las calles en donde se encontraba su residencia. Siguió camino hasta visualizar su edificio. Era completamente de piedra como toda la arquitectura clásica de Italia, tenía una pequeña escalera de piedra, y la puerta era de madera barnizada en tono oscuro y en el segundo piso, un pequeño balcón con dos maceteros pequeños. Al llegar a la entrada buscó sus llaves en su mochila, pero antes de poder encontrarlas, la puerta se abrió.

—Buongiorno padre Francis.

—Don Sebastián,¿Qué hace aquí?—dijo entrando a su hogar—Pensé que estaría en la iglesia.

Sebastián era un hombre de cincuenta y cinco años. Quién trabajaba en la iglesia de San Cataldo como campanario y cuidador de esta; en donde Francis era el capellán. Era de Nacionalidad Española pero llevaba treinta y dos años en Italia, buscando un mejor futuro, encontrándolo en Palermo.

Francis dejó sus cosas en la sala principal la cual era algo pequeña de paredes blancas y decoración con tonos beige y junto a esta, un pequeño comedor de madera color caoba, para luego seguir a «Don Sebastián» hasta la cocina. Al momento de entrar, el aroma que había percibido desde la entrada, se había hecho mucho mas notorio. El hombre mayor estaba preparando su plato favorito: pastas frescas con salsa bolognesa.

—Y estuve... —dijo a la vez que revolvía la salsa — pero terminé antes los que haceres y decidí venir. Como hoy es su ultimo día en Palermo, creí que le gustaría comer algo especial.

Francis que había tomado una manzana de la frutera de la mesa le sonrió para luego darle un mordisco a la fruta. Sebastián era un hombre muy cercano y cariñoso. Desde que Ditella lo conoció, siempre fue un hombre muy agradable con él.

—Las pastas aún no están listas, ¿quiere que le prepare...

—No, con la manzana estoy bien por ahora. Grazie. -respondió a la vez que observaba la hora en el reloj de pared de la cocina. —Me iré a dar una ducha, hoy es mi ultima misa de la tarde.

El hombre asintió mientras comenzaba a cortar la masa de las pastas.

Ditella salio de la cocina dirigiéndose al baño, sacó su ropa para luego entrar en la ducha, abrir el grifo y dejar que el agua cayera por su rostro y cuerpo. Sintió como se relajaba, sintiendo toda pesadez desaparecer de sus hombros. Mantuvo sus ojos cerrados solo concentrándose en las caricias del agua recorriendo su bronceada espalda. Se mantuvo por un buen tiempo en esa posición, hasta que decidió que había estado lo suficiente en la ducha. Cerró el grifo y tomó la toalla que había dejado colgada en un costado, tomó su ropa y se dirigió a su cuarto. Al llegar cerró la puerta y comenzó a buscar algo cómodo, tomó un pantalón y hoddie gris, además de una playera blanca. Se secó el cuerpo y perfumó, para comenzar a vestirse en el preciso momento en que tocaban a la puerta de entrada. Ditella no se inmuto, muchas veces venían en busca de Sebastián o a preguntar sobre su horario para confesiones o algún trámite eclesiástico. Mientras terminaba de vestirse, escuchó como el hombre le daba la bienvenida a la persona.

Francis se dirigió al espejo de cuerpo completo que tenía a un costado de su armario, peino su cabello a un lado para luego sonreír débilmente. En ese momento tocaron a su puerta.

—Lo buscan padre—dijo Sebastián cuando Ditella abrió.

—¿Quién?—inquirió mientras se dirigía a la sala con el ceño fruncido, pero Sebastián había entrado a la cocina, dejándolo solo.

Sono io.—respondieron a sus espaldas.

Ditella sintió como si el mundo se derrumbara frente a él a la vez que palidecía de forma abrupta. Después de años, volvía a oírla, sintiendo como sus más grandes temores comenzaban apoderarse de él. Aquella voz no podía ser de ella, era imposible que fuera así.

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