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4 - La Guerra

Número de Palabras: 3167

Sinopsis: "El Supremo Arte de la Guerra es someter al enemigo sin luchar" - El Arte de la Guerra

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Hay un proverbio chino que dice que el aleteo de las mariposas puede sentirse al otro lado del mundo. Es decir, pequeños sucesos que parecen insignificantes tienen el suficiente potencial para cambiarlo todo. Si eso no te convence piensa que al lanzar piedras diminutas en la superficie de un lago las ondas concéntricas crecen en magnitud, y si mantienes el ritmo y la constancia llegara un momento en que choquen entre sí y salpiquen.

Así, la guerra entre el grupo "el-di-vi" y los Ocho Preceptos no inició con el incendio en la fábrica abandonada pese a que los periódicos y las noticias llenaron los titulares especulando sobre ajustes de cuentas y viejas rencillas –los periódicos amarillistas se enfocaron principalmente en el macabro descubrimiento del cuerpo degollado parcialmente calcinado con las manos atadas–. La guerra tampoco inició tres días después cuando, en venganza por la muerte de uno de los suyos, los hombres de Shigaraki apresaron y torturaron a Soromitsu Tabe, el tercer precepto a las ordenes de la familia Chisaki –quien administraba todos sus casinos–. Y ciertamente no inició un mes después cuando en represalia una redada en los cuarteles principales del "LDV" causó la muerte de Jin Bubaigawara, otro de los miembros fundadores. No, todos esos eventos fueron consecuencias inevitables de una hostilidad que había ido acumulándose a lo largo de los años y que el incendio tan solo había hecho estallar.

La famosa chispa en el barril de pólvora.

La guerra inició cuando Toya Setsuno envió a sus hombres a sacar a Denki de la lavandería aunque ni él ni nadie se imaginó lo que eso desencadenaría. Seis meses después las represalias habían escalado en magnitud mientras el tiempo entre una y otra se acortaba; los periódicos no se daban abasto con la cantidad de asesinatos y noticias negras que sucedían diariamente. Y es que al grupo "LDV" le gustaba exhibirse, eran rústicos y violentos, fanáticos de moverse por las noches con los cuchillos al aire.

Su sed de venganza tras la pérdida de tres miembros –Iguchi, Bubaigawara y Hikiishi– no remitía. Los miembros restantes que conformaban la cabeza –Tomura Shigaraki, Himiko Toga y Touya Todoroki–, juraron destruir cada propiedad que perteneciera a la familia Chisaki o tuviera una mínima asociación con ellos. También prometieron acabar con las ocho cabezas sobre las que se erigía el Imperio Chisaki y para ello levantaron una pared con las caras de sus enemigos. A lo largo de esos seis meses fueron cruzando un rostro tras otro como días en un calendario:

Shin Namiya, asesinado mientras desayunaba en su penthouse del centro –la encargada de la limpieza lo encontró con el rostro metido en su tazón de cereal mientras la sangre desbordaba el plato. La pobre mujer sufrió un ataque de histeria y conservaría para siempre la aversión hacia el cereal en todas sus clases–.

Rikiya Katsukame, abatido por un tiro al corazón en su casa de campo –algo que podría haber sido un accidente de caza sino lo hubieran encontrado en su patio con las esponjosas pantuflas de tela de leopardo que anunciaban en la tele. La imagen perfecta de alguien que sale a tomar el sol y termina de la forma más inesperada–.

Yu Hojo, muerto en su casa –algo sorprendente dado el sistema de seguridad que poseía. El asesino parecía haberse tomado el asunto como una broma porque tuvo la idea de cortarle la cabeza y apoyarla en la mesita de junto–.

Todos ellos eran hombres feroces, entrenados en el arte del asesinato, pero su experiencia no los había salvado de la muerte ni del inevitable escándalo que la siguió: Artículos interminables exponiendo casos de corrupción, prostitución y drogas –diluyendo la impecable imagen de la familia Chisaki mientras sus miembros seguían siendo cazados y asesinados–. De haber creído que el grupo "LDV" poseía la inteligencia de un ataque así, Chisaki los habría señalado como sospechosos pero todos sabían que el grupo de Tomura Shigaraki carecía del refinamiento para atacar de esa forma.

Parecía tan solo una muy terrible coincidencia.

Para cuando el grupo "LDV" logró orquestar el accidente de coche que acabaría con Hekiji Tengai, la ciudad entera exigía que el caos que corría libre por la ciudad se detuviera. La atención de algunos periódicos –que escribían artículos incendiarios y condenas públicas– obligó a que el grupo "LDV" cejara con los ataques abiertos, y la presión de la policía –quienes incrementaron el número de redadas y arrestos en su zona– ocasionó el desmantelamiento de varias redes de distribución que operaban en secreto.

Pese a la repentina reducción en sus negocios, Shigaraki se negó a retirarse. Era un hombre que no conocía la derrota y que no estaba dispuesto a huir con la cola entre las piernas, había jurado acabar con el grupo de los Ocho Preceptos e iba a la mitad. Había hecho correr el rumor de que pagaría por cada cabeza y hasta el momento seguían acumulándose. Himiko Toga –la mejor de sus asesinos– se dio a la tarea de cazar a los que faltaban: Kendo Rappa –destrozado por una bomba en el inodoro–, y finalmente Deidoro Sakkai –desangrado con los cuerpos de sus enemigos a sus pies–.

Fue este último quien logró lo que nadie había logrado antes: Acabar con la muñeca de los "el-di-vi". La caída de Himiko Toga ocurrió un año después de que la policía encontrara el cuerpo degollado y calcinado en la fábrica abandonada en las afueras de la ciudad. Un año en el que el grupo había cobrado con sangre la pérdida de su gente a fin de tambalear los cimientos de sus enemigos.

Y mientras ellos seguían escondiéndose, lanzando estocadas mortales con el mundo susurrando condenas en su nombre, Kai Chisaki balanceaba su imperio en los precarios pilares que había conseguido erigir apresuradamente para reemplazar lo que sus enemigos habían destruido. Había perdido ocho guerreros leales y en su lugar ahora se encontraban frente a ocho novatos, feroces sí, pero que carecían de la experiencia necesaria para ofrecer soluciones inventivas durante los difíciles tiempos por los que atravesaba la ciudad.

El líder de los Chisaki entendía que sus reemplazos no eran perfectos ni eficientes, pero servían para mantener sus negocios en marcha durante la guerra que prometía vaciar sus arcas. Si bien parecía encontrarse en desventaja pues todos sus negocios se encontraban al aire –blancos fáciles para ser destruidos–, pocos sabían que contaban con un recurso invaluable: Eran dueños de los sindicatos policiales y un gran número de comisionados se encontraban en su nómina. Por eso la familia Chisaki no envió a sus hombres por las noches a incendiar las propiedades de sus enemigos, en primera porque no había propiedades a nombre del grupo "LDV" –su negocio era una red de conexiones en las que se movía toda clase de drogas–, y en segunda porque sus hombres poseían placas y uniformes que les permitía moverse a la luz del día.

La familia Chisaki utilizó su poder sobre la ciudad para mover a todas las fuerzas de la ley contra sus enemigos al tiempo que compraba editoriales condenando el saqueo de la ciudad, pintando a Shigaraki y los suyos como perros rabiosos que debían ser sacrificados. Así, La guerra entre "el-di-vi" y los Ocho Preceptos se vendió como la guerra contra las drogas, donde el grupo de arriba controlaba los blancos, las redadas y las noticias, mientras sus enemigos le demostraban al mundo lo que sus tres miembros restantes eran capaces de conseguir.

Durante dieciocho meses la ciudad que los albergaba se sumió en el caos y la sangre, una lucha entre dos entes tan dispares y poderosos como no había comparación. Tomura Shigaraki y Kai Chisaki eran hombres distintos, con gusto excéntricos que no congeniaban, pero ambos eran jóvenes, líderes nuevos y orgullosos incapaces de reconocer límites. Y por esa razón ambos imperios continuaron tambaleándose sobre las cenizas de lo que había sido alguna vez.

Shigaraki hizo caso omiso cuando sus allegados intentaron informarle que la vasta y fructífera red de venta que sus antecesores había construido a lo largo de los años se fragmentaba, que sus ingresos se esfumaban mientras más y más de sus hombres eran apresados por la policía. Chisaki tampoco parecía prestar atención a los murmullos cada vez más altos sobre la legalidad de sus negocios y las notas de corrupción de todos sus antiguos camaradas.

Solo fue cuando se descubrieron vínculos con el comisionado del distrito tres –lo cual provoco su renuncia pública– que Chisaki comprendió la magnitud del desastre que se acercaba, entonces reunió a sus hombres –los pobres sustitutos cuya única habilidad había sido sobrevivir a esa guerra que con dieciocho meses encima se antojaba interminable–. Los miró uno a uno con la misma expresión seca que el mundo había aprendido a temer antes de decir:

—Pagaré cinco millones a quien termine con esto.

Todos se miraron, solo había una forma de conseguirlo y lo sabían, pero ninguno de ellos estaba listo para ofrecer la solución. En el pasado Rappa –un hombre inmenso que disfrutaba de la sangre y los gritos ajenos– habría sido el primero en ofrecerse para el trabajo. O incluso Katsukame habría puesto la idea en la mesa a la vez que se ofrecía. Los ocho preceptos anteriores habían sido hombres sin escrúpulos tan listos para asistir a las cenas de beneficencia como para reunirse en torno a la mesa de interrogaciones del doctor Nemoto –quien disfrutaba desmembrando a sus víctimas vivas–, y era ciertamente decepcionante comprobar que los nuevos preceptos eran simples hombres cuyo miedo se leía en sus rostros como una marca de tinta.

Corderos, pensó Chisaki con desprecio.

—Yo puedo hacerlo —dijo una voz, no del grupo que tenía en torno a la mesa sino de alguien que se encontraba detrás de uno de ellos. Todos se apartaron de él como si temieran cualquier asociación con el tema dejando a Katsuki Bakugou a la vista.

Kai Chisaki lo examinó con calma; desde el traje sastre –un requisito indispensable para todos sus hombres–, hasta la expresión concentrada –con sus ojos relucientes e indescifrables–, todo en él resultaba pulcro y casi perfecto.

—Continuemos con los resultados del trimestre en curso —dijo Chisaki devolviendo la atención al resto y obligándolos a reunirse en torno a la mesa como si el ofrecimiento anterior nunca se hubiera hecho.

Al terminar con su reunión el grupo se despidió de su líder para marcharse de fiesta. Todos eran jóvenes, aún más que Kai, y habían descubierto el placer de utilizar el nombre de su organización para acceder a los mejores espectáculos, bares y conciertos que la ciudad ofrecía, indiferentes a la sangre que corría en las calles. Esa noche habían planeado una reunión privada en uno de los lujosos apartamentos de la familia con invitados reconocidos –incluidas modelos y actrices– y varios de ellos sentían la urgencia de empezar con la fiesta.

—Fuera —ordena Chisaki dirigiéndose a los guardaespaldas que esperan pacientemente junto a la puerta de entrada—. Tú no, Bakugou.

El muchacho obedece mientras Chisaki se desploma en la silla acolchonada de su escritorio. Tras servirse un trago y apurar el fondo, solo había una pregunta por hacer.

—¿Tu oferta es real?

—Por supuesto.

—¿Entiendes lo que quiero?

—Acabar con la guerra —responde Bakugou de inmediato. Ojos al frente y rostro impasible, la imagen perfecta de un soldado entrenado—, y solo hay una forma de hacerlo.

—Por cinco millones necesitaré una prueba.

—Puedo traerte un recuerdo.

Recordando la hielera que el muchacho había traído la última vez, Chisaki no puede evitar sonreír.

—Empiezo a creer que es tu sello personal —al no conseguir respuesta se encoge de hombros y suspira—. Habrá una redada en tres días, posiblemente la última dada nuestra relación con la policía últimamente, necesita hacerse antes o de lo contrario Shigaraki terminará escondiéndose en otro de sus escondrijos secretos.

—Puede hacerse.

—Entiendes que no acepto fallos, ¿verdad?

—No fallaré —dice Katsuki sin alterar su expresión—, dejaré tu recuerdo en el mostrador de la entrada.

—No aquí —dice Kai sirviéndose otro vaso justo antes de lanzar sobre el escritorio una tarjeta magnética de color negro—, llévalo a mi edificio personal. Le diré a seguridad que te deje entrar y con esa podrás usar el ascensor hasta el último piso.

Por primera vez una emoción destella en los ojos color escarlata, es fugaz –tanto que Kai duda haberla visto– antes de que el joven abandone su rígida postura para acercarse al escritorio. El color de la tarjeta reluce entre sus dedos largos mientras sonríe –por primera vez desde que lo conoce–:

—Esto se acabará en tres días —dice y Kai ahoga el escalofrío que lo recorre.

Lo ve irse moviéndose con la agilidad de un tigre listo para atacar; no puede evitar abandonar su bebida para acercarse a los ventanales de su oficina desde donde puede ver a Bakugou subirse al auto que lo espera en la acera. Sabe que irá de fiesta con el resto –como lo ha hecho durante los últimos meses aun cuando siempre termina por marcharse temprano–, lo sabe porque se ha tomado la molestia en vigilar al muchacho. Una consecuencia inevitable tras la traición de su "jefe".

Katsuki Bakugou había formado parte del grupo de Toya Setsuno, el bastardo que se había escapado llevándose su dinero –una estafa que aparentemente le había costado cerca de cincuenta millones y que había puesto en riesgo muchos de sus negocios privados–. La única razón por la cual Bakugou había logrado salvarse de morir por una traición ajena era porque se había ofrecido inmediatamente para llevarle la cabeza del culpable.

Y lo había hecho, sorprendentemente. Mientras la ciudad entera iba sumiéndose en el caos, Bakugou había rastreado, capturado y asesinado a Setsuno, incluso había llevado la prueba hasta su oficina. El recuerdo –la cabeza congelada en la hielera sobre su escritorio– aún lo divertía. Su lealtad le había conseguido un puesto de honor entre los guardaespaldas de su grupo en lugar de terminar tres metros bajo tierra.

Durante todos esos meses Bakugou había demostrado ser un trabajador discreto con una mente rápida para entender instrucciones independientemente de su vaguedad, poseía también la ferocidad necesaria para esos tiempos de guerra y, especialmente, mostraba la actitud respetuosa de alguien que entiende su posición.

Kai había estado feliz de mantenerlo dentro del grupo.

Si Bakugou conseguía matar a Shigaraki, él estaba dispuesto a ofrecerle un lugar como uno de sus terratenientes, y si no, sería otra víctima inevitable de la guerra que mecía su mundo.

"Esto se acabará en tres días", es recordar sus palabras y estremecerse. Destilaban autoridad, la seguridad no de alguien que espera lo mejor sino de alguien que sabe cómo acabará la historia.

—Ingenuo —se dice, volviendo a su escritorio para acabarse su trago. Y cuando termina se retira a su edificio privado, del que no pretende salir hasta después de la última redada a fin de evitar que Shigaraki intente un último ataque desesperado.

El edificio se encuentra en el corazón mismo del centro financiero: Treinta y dos pisos, porteros armados, y una red de seguridad impenetrable. Nadie sin registro o cita puede pasar hacia los elevadores, y aún entonces sin la tarjeta adecuada es imposible subir más allá del piso veintinueve. Los últimos tres niveles son el refugio secreto de la familia Chisaki, un apartamento blindado y protegido que ha servido como casa de seguridad durante tres generaciones. Además de las habitaciones tradicionales de una casa, el piso treinta incluye una sala de reuniones, un bar privado, una mesa de billar, y una piscina.

Ese jueves, mientras la ciudad dormita en lo que parece ser el primer día sin alborotos en sus calles, Chisaki disfruta de una tarde tranquila haciendo largos en la piscina. Quedan menos de dieciocho horas para la redada contra el cuartel del "LDV" y Katsuki no ha dado señales de vida; ni una llamada o mensaje. Nada.

Kai ha dejado instrucciones con los porteros del edificio para que lo dejen pasar, y si bien no lo conocen, tienen el nombre y la descripción del susodicho –alto, guapo y rubio, una descripción absolutamente general y ciertamente inútil que Chisaki ni siquiera se ha tomado la molestia en corroborar–.

—Señor —dice uno de los guardaespaldas que custodia la entrada del elevador—, el portero acaba de llamar. Bakugou está subiendo.

—En cuanto llegue llévalo al despacho.

La emoción lo recorre mientras sale de la piscina, necesita cambiarse pues quiere tener un aspecto impecable para saborear su victoria. Pese a la emoción se toma su tiempo en la recamara, sabe que uno de los guardaespaldas se asegurará de que su invitado no deambule por su casa, y su intención es ofrecer una imagen calmada. Al bajar de vuelta al piso treinta –cuarenta y cinco minutos después–, su ansia le impide notar la ausencia del guardaespaldas que debería encontrarse junto a la puerta abierta de su despacho.

Lo que sí nota de inmediato es la hielera en la mesa y lo que hace es enfilar directamente hacia ella con el corazón latiendo deprisa; al quitar la tapa lo recibe un rostro deformado con el pelo azul deslavado y los ojos blancos.

¿Es-? La pregunta muere cuando la advertencia enviada por su cerebro lo paraliza de inmediato, se gira hacia la entrada –hacia donde ha captado el crujido del piso–, entonces lo ve. La persona que espera en su oficina es alto, guapo y ciertamente rubio, pero no es Bakugou y ni siquiera tiene su complexión. Sus ojos son de un rico dorado brillante.

—¿Quién eres tú?

El muchacho sonríe, un gesto espontaneo y absoluto que desentona con el arma que sostiene en la mano.

—¡He dicho-!

El resto de la frase se transforma en un grito alto apenas la bala le cruza la pierna, sin advertencias ni amenazas. Una acción fría y desapasionada. Chisaki grita y el sonido se eleva hacia el cielo estrellándose contra los muros insonorizados.

Y la ciudad no lo oye.

Tampoco sabrá que en esa noche la guerra termina, para sus habitantes es otra noche violenta exactamente igual a las anteriores: La explosión en el apartamento de la familia Chisaki y el asesinato de Tomura Shigaraki ocupan las páginas de los diarios durante días, la especulación de un ataque mutuo se convierte en una verdad universal, la única verdad que importa. La redada que ocurre al día siguiente acaba con los últimos rastros del grupo "LDV", con eso la Ciudad entera suspira de alivio aunque las heridas laten y el dolor de la pérdida no remite.

Ellos nunca comprenderán la verdad, pero sé que tú lo harás.

Sé que entenderás que la guerra inició cuando sacaron a Denki de la lavandería, pero la desgracia y la ruina que acabaría con los dos grupos criminales más importantes de la ciudad no fue resultado del incendio en la fábrica abandonada. No. La desgracia se puso en marcha desde el mismo momento en que Denki y Katsuki cruzaron miradas en un bar cualquiera y estuvieron a punto de follar en el baño. Quien lo hubiera imaginado.



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