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Todos Somos Fantasmas

Corría el año 1943.

El muro se extendía alrededor de todo el distrito, no era muy alto pero sí imponente. Los soldados solo se encargaban de vigilar las entradas, y tenían horarios muy específicos para cruzar. Huir era el sueño de todos los habitantes de aquél distrito, y no era muy difícil a decir verdad, pero todos se abstenían de hacerlo porque el peligro no acababa una vez cruzando hacia el otro lado.

No, el peligro siempre estaba acechándolos. En cada esquina, en cada rincón, a cada momento.

Y solo por ser judíos.

Helen vivía frente al muro, en la planta superior, y cada mañana se asomaba por la ventana para contemplar el mundo más allá de sus límites.

Autos lujosos, atuendos espectaculares y una larga fila de personas entusiasmadas con dinero en la mano esperando comprar un boleto para el cine. Diferentes personas de todas las edades venían a cada función y la calle que quedaba a la vista de Helen se veía interrumpida por ellos.

La vida era más feliz del otro lado. Más sencilla. Más... libre.

La envidia la carcomía cuando veía los rostros sonrientes y relajados, ajenos a la infelicidad y hambruna que acababa con su pueblo cada día.

Era duro ver que solo existían sonrisas para la gente del otro lado. Se miraba al espejo y no podía evitar inundar sus mejillas con lágrimas, tanto por ella como por aquellos a los que no había vuelto a ver nunca más.

Una noche, tras haberse anunciado el toque de queda en su pequeño lado del mundo, Helen se vistió con el pijama para luego cepillarse el cabello antes de ir a dormir. Solo contaba con la iluminación de una lámpara añeja. Al pasar junto a la ventana vio los títulos de las funciones que verían los privilegiados que no estaban marcados con la misma etiqueta que ella.

"El Fantasma de la Ópera".

Creyó que era un título un tanto escalofriante, más recordando la novela de donde provenía dicha adaptación. Aun así se imaginó frente a una audiencia eclipsada por la luminosidad del escenario, bailarinas con trajes de seda flotando en el aire como tiernas palomas blancas danzando detrás de ella. De repente se había convertido en Christine Daaé, la única bailarina a la que el fantasma había convertido en objeto de su mayor amor y obsesión, y sentía el peso de su mirada desde el palco de Honor.

Una mirada que sobrepasaba toda clase de barrera. Toda clase de muro.

Colocó la lámpara en el margen de la ventana, y agarró un pañuelo para danzar tal como se imaginaría que harían las bailarinas en una ópera. Se imaginó tener voz de ángel tal como la protagonista de aquella historia, aunque solo movía la boca sin emitir sonido alguno, incluso con cada paso procuraba que la madera no chirriara bajo sus pies.

La nostalgia la golpeó en el rostro al recordar la última obra que presenció antes de que se le prohibiera su entrada a los de "su clase".

Agarró la lámpara con ambas manos y comenzó a mecerse de un lado a otro, como si bailara un vals. Daba vueltas y giraba adentrándose cada vez más en su ensoñación, en donde no existían clases, ni política, ni religión.

Pasó junto a la ventana y se sintió empequeñecer al encontrarse con la mirada unos ojos que estaban lejos de ser los del fantasma de su imaginación, aquellos ocultos tras una máscara blanca rodeados de oscuridad.

Abrazó el pañuelo contra su pecho sin apartar su vista del joven que la miraba desde el edificio de enfrente, al otro lado del muro.

Aquel rostro no llevaba ninguna máscara blanca, sino una amplia sonrisa.

Era el nieto del dueño del cine, y no era la primera vez que lo veía. Es más, antes de que construyeran el muro solían encontrarse seguido, pero nunca se habían dirigido ni una sola palabra porque siempre había creído que pertenecían a mundos diferentes; una idea que cuando se le cruzó por la cabeza no supo decir específicamente por qué.

Supuso que el muro solo era la materialización de la discriminación que las personas habían estado sembrando desde incluso antes de que ella naciera. Tal vez todos habían construido aquel muro con una parte de ellos, incluyéndose.

Él ladeó la cabeza hacia un lado, con un gesto un tanto burlón, y Helen frunció el ceño. La miraba como si hubiera perdido un tornillo y era lo último que ella quería que pensara, porque a menudo los mismos prejuicios que ponían sobre ella eran los mismos que ponían sobre toda su comunidad. Y estaba cansada de tantas etiquetas.

Sintió que sus mejillas se sonrojaron, y se convenció de que era debido al enojo. Agarró un cuaderno y un grafito y descargó el embrollo de sus sentimientos en una sola palabra.

"Cerdo".

Pero solo sirvió para que él riera con más ánimo y buscara también un cuaderno.

"Chiflada".

Agregó unos signos de interrogación por debajo de la palabra, y Helen se tomó un momento para pensar lo que quería decir con eso. Cuando lo comprendió señaló el cartel que brillaba justo bajo la ventana de donde el joven la observaba.

También le tomó un momento comprender aquello, pero al final volvió a sonreír y escribió en el cuaderno.

"¿Eres el Fantasma?"

Ella negó con violencia antes de responder.

"Tú lo eres".

El muchacho volvió a sonreír y escribió.

"¿Christine?".

Helen hizo una reverencia como la que hacen los actores luego de su acto.
Una oleada de calor le dificultó la respiración, y las manos le temblaron cuando escribió.

"Soy Helen".

Un momento después, el joven dejó el cuaderno a un lado y se asomó a la ventana para señalar el cartel por debajo de él.

Helen se asomó también, para ver el título que estaba por debajo al que ella había estado interpretando, y no pudo evitar una carcajada.

"Romeo y Julieta".

El enfado se disipó sin darse cuenta, y comenzó a reír. Tuvo que taparse la boca para evitar que alguien la oyera. Del otro lado, el joven también se reía mientras escribía algo más.

"¿Bailas?"

Helen escribió en su cuaderno pero antes de poder mostrarlo se sobresaltó al oír una bocina. El terror la invadió de repente y tiró el cuaderno al suelo junto con la carbonilla. Del otro lado, el joven también se alteró y se arrimó más a la ventana.

La bocina era un anuncio. Una advertencia de la que ninguno podía escapar. ¿Cómo había sido tan tonta de haber dejado la lámpara encendida?

No era por eso, y lo sabía bien, pero siempre buscaba alguna explicación hacia las atrocidades que se habían vuelto parte de su día a día.

Y que que sabía que acabarían con ella en cualquier momento.

En su sobresalto había dejado caer la lámpara, y la volvió a agarrar para apagarla lo más rápido que pudo.

Cuando se acercó a la ventana para cerrarla el tiempo pareció detenerse cando sus miradas se cruzaron. Ambos asomados a la ventana, por encima de todo lo que los rodeaba.

De repente el muro había desaparecido, la alarma de la bocina, los pasos de los soldados entrando al edificio, el barullo de las personas despertándose y llenándose de miedo, todo aquello resonaba en alguna otra parte del mundo. En uno que de repente le pareció ajeno.

Fueron solo segundos en las que una mirada había atravesado todas las barreras.

Tal vez similar a como lo había descrito Shakespeare.
Pero tanto Helen como Romeo sabían cómo acababa esa historia.

Cuando se ocultó bajo las sábanas supo que había dejado de ser la cantante principal de la obra y, mientras el ruido de los pasos de los soldados subiendo por las escaleras del edificio retumbaban en sus oídos, pensó que tal vez Romeo había estado en lo cierto.

Ella era el fantasma.
O no tardaría en serlo.

El edificio se llenó de gritos.

Sollozos.

Disparos.

La puerta de su habitación se hizo añicos.

Cerró los ojos con fuerza.

Esperó en silencio hasta que la obra acabó con el bang de una pistola.

Al otro lado del muro, Romeo también fue un fantasma que solo pudo ver el final desde lejos, si es que se le podía llamar final al último acto de una obra que apenas había comenzado. Uno lo bastante pretencioso que murió en el principio.

Tal vez la fábula estaba equivocada, tal vez quien nunca había existido había sido Christine Daaé.

Porque aquella noche, al igual que muchas que le siguieron, todos se convirtieron en fantasmas deseando algo que nunca podrían obtener.

Fin.

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Nota de Autor

El reto consiste en escribir un relato en el que los protagonistas se comuniquen a través de carteles, en ningún momento pueden dirigirse la palabra.

-Dalila Garramuño.


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