Solo un Ensayo
Levanté la mano para llamar la atención del profesor. Habíamos acabado de interpretar una pieza y todos los violines reposaban en los regazos de sus portadores. Los arcos permanecían abajo.
Él asintió con la cabeza, apenas un leve movimiento que hizo que sus cabellos blancos y desalineados rebotaran sobre sus hombros. Le comuniqué que era momento de irme. Tan solo quedaba media hora más de clase, pero siempre debía abandonarla para llegar a tiempo a la escuela.
Se acercó a donde estaba yo y me ordenó tocar la pieza completa antes de irme. Mi asombro se dejó ver en mis ojos abiertos, y mis piernas no tardaron en temblar. Sin esperar una segunda orden, me puse de pie, ignorando el caos que se apoderaba de mis extremidades, y acomodé el instrumento sobre mi hombro. Los latidos de mi corazón parecían hacer eco en la caja del violín. Apoyé el arco sobre las cuerdas y mis ojos se posaron en las manos levantadas de mi profesor. Un instante en el que el tiempo pareció desmayarse.
Un solo movimiento de sus manos y la música comenzó a fluir de mi interior.
Mis compañeros se desdibujaron y se fundieron con el tiempo, desapareciendo de mi campo de visión. Solo éramos las partituras y el instrumento. La guía y el caminante. Y mis manos se deslizaron por las cuerdas como si hubieran sido creadas una para la otra.
El silencio enmudeció cuando la música se desvaneció tras la última nota.
Atónita y algo mareada, bajé el instrumento y esperé a que el tiempo despertara de su sueño.
Mi profesor asintió con una media sonrisa. Mis compañeros volvieron a mi mundo a través del sonido de sus aplausos. El mundo volvió a girar, y yo volvería a girar con el mundo al cual, por primera vez, sentí pertenecer.
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