XXXII- El futuro incierto.
Ninguna de las dos fue enteramente consciente de lo que siguió a esa escena. Sabían que habían entrado al ascensor, luego había una habitación de cristal y una ráfaga de aire frío. Un grupo de soldados de Osadía gritaban. Cait forzó su mente a salir del embotamiento lo suficiente como para buscar el rostro de Jayce entre la multitud, pero no lo encontró, al menos no hasta que dejaron el edificio de cristal y salieron a la luz del día. Jayce corrió hacia ella cuando cruzaron las puertas, y Cait se dejó caer sobre él, sintiendo como la abrazaba con fuerza.
—¿Vander? —preguntó, y Cait sacudió la cabeza. Jayce depositó un suave beso en su pelo antes de añadir—: Es lo que él habría querido.
Por encima del hombro de Jayce, Cait vio a Vi detenerse a medio paso, todo su cuerpo quedándose rígido y clavando su mirada en Maura. Cait maldijo por lo bajo, con tanta prisa por destruir la simulación y el agotamiento de su cuerpo malherido, se le había olvidado avisarle a Vi que Maura estaba allí. Maura se acercó a Vi y la abrazó. Vi se quedó paralizada, con los varazos caídos y la cara sin expresión ninguna. Cait la vio tragar grueso, perdiendo el color de su rostro, sus ojos mirando hacia el arriba, casi vacíos, excepto por el tormentoso dolor reflejados en ellos.
—Hija —suspiró Maura, casi con cariño. Vi hizo una mueca dolorosa.
—Eh —dijo Cait, apartándose bruscamente de Jayce; recordaba la caricia del cinturón en la muñeca durante su visita al paisaje del miedo de Vi, no iba a permitirle acercarse a ella. Se metió entre Vi y Maura, apartando a la mujer mayor de un empujón—. Eh, aléjate de ella —podía sentir el aliento de Vi en su cuello, su respiración entrecortada. Nadie más le haría daño. Nadie—. Aléjate.
—Caitlyn, ¿qué haces? —preguntó Jayce desconcertado.
—Cait —susurró Vi, apenas con fuerza.
Maura miró a Cait como si estuviera escandalizada, una mirada que parecía falsa para Cait: tenía los ojos y la boca demasiado abiertos. Era una obvia mentira orquestada para fingir debilidad delante de los demás, algo visible para Cait, quien había crecido viendo las artimañas de su madre. Cait sopesó por un segundo golpearle en la cara libre de cicatrices para quitarle la expresión estúpida.
—No todos los artículos de Erudición eran una sarta de mentiras —espetó Cait, entrecerrando los ojos y adoptando una postura defensiva.
—¿De qué hablas? —preguntó Maura en voz baja, un tono demasiado inocente para ella—. No sé qué te habrán contado, Caitlyn, pero…
—La única razón por la que todavía no te he pegado un tiro es porque no soy yo la que debe hacerlo —interrumpió Cait, su voz ronca de forma gutural destacando una amenaza obvia—. Pero mantente alejada de ella. Te le vuelves a acercar y se me va a olvidar que es su deber reventarte la tapa de los sesos, y tomaré las cosas por mi propia mano. Y, a diferencia de Vi, yo no lo haré rápido.
Las manos de Vi rodearon los brazos de Cait, apretándolos, como quien se sujeta a la tabla de madera en medio del mar después de un hundimiento. Maura miró a Caitlyn a los ojos durante unos segundos, y Cait no pudo evitar verlos como los pozos negros que torturaban las memorias de Vi; entonces, apartó la mirada, rindiéndose ante la veracidad de la amenaza de Cait, notando la sed de sangre y venganza en sus ojos.
—Tenemos que irnos —anunció Vi, su voz todavía temblorosa—. El tren estará a punto de llegar.
Cait asintió sin mirarla, y todos empezaron a caminar por el duro suelo hacia las vías del tren. Violeta iba con la mandíbula apretada y la vista fija al frente, y Cait se arrepintió de lo que había hecho, debió de haberla dejado a ella hacerle frente a su madre, pero verla dolida superó su fuerza de contención. Se acercó más a ella, hasta que sus brazos se rozaron, y miró a sus acompañantes, asegurándose de que estuvieran a una distancia tal que no las escucharan.
—Lo siento —masculló, bajando la mirada, avergonzada.
—No tienes nada que sentir —contestó Vi con firmeza, tomando su mano para entrelazar sus dedos; Cait sentía como todavía temblaban. El arrepentimiento desapareció.
—Si subimos al tren en dirección contraria, hacia el exterior de la ciudad en vez del interior, llegaremos a la sede de Cordialidad —dijo Cait, recordando el debate que había surgido entre los abnegados antes de que partieran para Osadía en una misión suicida. Decidió no pensar en el hecho de que había sobrevivido—. Allí fueron los demás —añadió, mirándola de reojo.
—¿Y Verdad? —intervino Jayce, acercándose a ellas y mirando con ojos críticos hacia sus manos juntas—. ¿Qué crees que harán?
Cait no sabía cómo respondería Verdad ante el ataque. No estarían aliados con Erudición, nunca harían algo tan solapado, iba en contra de su propia naturaleza, pero quizás tampoco lucharían contra ellos. A Cait en esos momentos no le importaba, como tampoco le importaba la mirada juzgadora de Jayce. Para ella su vida se resumía a la mujer que sostenía su mano, lo demás podía esperar a más tarde, luego de descansar y aceptar todo lo que había pasado, después de alejarse de Maura, de Marcus, de Osadía y de todos.
Se quedaron junto a las vías unos minutos, hasta que llegó el tren. Aun contra sus protestas, al final Violeta la levantó en brazos, porque Cait no pudo más y apoyó todo su cuerpo en ella, su cabeza sobre su hombro, inhalando con ganas el olor de su piel que tanto la calmaba, que la hacía sentir en casa. Desde que Vi la había salvado del ataque de Marcus, Cait asociaba ese aroma con la seguridad, así que, mientras estuviera concentrada en ella, se sentiría a salvo.
Lo cierto era que no se sentiría a salvo del todo mientras Maura y Marcus estuvieran cerca, a su lado. Ella intentaba no mirarlos, pero notaba su presencia como si fuera una manta sobre la cara. La crueldad del destino es que debía viajar con las personas que odiaba, mientras que la persona que más amaba yacía muerta detrás de ella, en una calle cualquiera de una sede casi exterminada. Y las otras personas a las que quería, si no estaban muertas se habían convertidos en asesinos; como ella.
«¿Dónde estarán Grayson y Diana ahora? ¿Vagando por las calles, abrumadas por la culpa después de lo que se habían vuelto forzadas a hacer? ¿O han vuelto sus armas contra la gente que las obligó a hacerlo? ¿O también han muerto?»
Las preguntas sin respuesta atormentaban su mente, y Cait solo deseaba poder saberlo, pero no lo sabía. Una parte de ella quería desesperadamente una respuesta, pero, otro lado más oscuro suyo prefería no descubrirlo nunca. Si seguían vivas, Diana encontraría el cadáver de Leona y, si volvían a verse, sus entrenados ojos veraces descubrirían que había sido Caitlyn quien la había matado, Cait lo sabía. Lo sabía, y la culpa la ahogaba y aplastaba sin misericordia, así que se convenció a sí misma que tenía que olvidarlo, se obligó a sí misma a olvidarlo.
«No fue real, no fue real. No es real».
El tren finalmente llegó, y Cait sintió como Vi la dejaba en el suelo para poder saltar al interior en este, que no iba a frenar, como nunca lo hacía. Corrieron unos cuantos pasos junto al vagón y Cait se lanzó al interior en un salto perfeccionado con el tiempo. Cayó sobre su brazo izquierdo, y el derecho le envió una corriente aguda de dolor, recordándole que su herida estaba nuevamente abierta cuando unas gotas de sangre corrieron hacia abajo por su espalda. Se retorció por el suelo y se sentó contra la pared, respirando con dificultad e intentando ignorar el dolor.
Jayce se sentó frente a ella, todavía mirando con escrutinio hacia Cait y Vi, quien se sentó a su lado, de modo que se convirtió en una barrera entre el cuerpo de Cait y los ojos de Maura y Marcus. Sus enemigos. Los enemigos de las dos. Si Jayce pudiera comprender lo difícil que era para Cait ese momento, no le estaría torturando con su mirada prejuiciosa, pero claro, él no lo comprendía. El hombre del progreso, como Cassandra lo llamaba, no podía entender ese tipo de cosas cuando siempre había sido tratado como el hijo de oro de Erudición.
El tren tomó una curva y Cait alcanzó a ver la ciudad detrás de ellos, como se hacía cada vez más pequeña, Cait sabía que se seguiría encogiendo ante su mirada hasta que solo quedara el punto en el que acababan las vías y empezaban los bosques y campos, esos que había visto por última vez cuando todavía era demasiado joven para apreciarlo. Ella quisiera dar vuelta atrás en el tiempo y poder embeberse en esos paisajes, pero no podía.
Sabía que la amabilidad innata de los cordiales les consolaría un tiempo, aunque no podían quedarse allí para siempre. Más pronto que tarde, Erudición y los corruptos líderes de Osadía irían a buscarlos y tendrían que moverse, correr por sus vidas, intentar que no murieran más de ellos, ni inocentes cordiales en el proceso.
Vi pasó uno de sus brazos por la espalda de Cait, apretándola contra ella, permitiéndole descansar su peso sobre ella, dándole el confort que necesitaba. Las dos doblaron las rodillas e inclinaron las cabezas para quedar encerradas en su propia habitación. Era apenas una ilusión, pero sería suficiente, por el momento, pues las volvían incapaces de ver a los que las perturbaban, mientras sus alientos se mezclaban al entrar y al salir, estando lo suficientemente cercas como para sentirse.
—Mi padre ha muerto —confesó Cait. Lo había dicho con la esperanza de que se sintiera real, porque, aunque sabía que era cierto, no se sentía de esa manera—. Ha muerto por mí —añadió, porque le parecía importante hacérselo saber, sentía que era la pieza fundamental de aquel suceso.
—Te quería —contestó Vi en un susurro—. Para él era la mejor forma de demostrártelo —Cait asintió, sabiendo que era cierto, pero sin estar lista para aceptar esas palabras de consuelo. Sus ojos siguieron la línea de la mandíbula de Vi con la mirada, y luego ascendieron, apreciando cada cicatriz y peca que adornaba su rostro—. Hoy has estado a punto de morir —dijo Vi, su voz con un marcado lamento llegando hasta Cait—. Casi te disparo. ¿Por qué no me disparaste, Pastelito?
—No podía hacerlo. Habría sido como pegarme un tiro —admitió Cait en voz baja, sintiendo el peso de esa confesión asentarse lentamente, haciéndola entender lo que antes dudaba, lo que había puesto en juicio incluso mientras le daba la pistola a Vi.
Violeta se acercó más a Caitlyn, una expresión afligida apoderándose de su rostro, sus narices rozándose en un gesto apaciguador antes de seguir más cerca, haciendo a sus labios quedar en un fantasmal roce que las hacía sentirse seguras. Ambas cerraron los ojos tres segundos, embebiéndose en la presencia de la otra, únicamente sintiéndose, antes de volver a mirarse, tanto como podían en semejante posición.
—Tengo que decirte una cosa —dijo Vi, tragando grueso y ladeando la cabeza al dirección al toque de Cait, sus ojos fijos en el gesto flojo de la mano de Cait, quien pasó sus dedos por entre los tendones de la mano de Vi—. Puede que esté perdidamente enamorada de ti —declaró, sonriendo un poco—, pero estoy esperando a estar segura para decírtelo.
—Que sensato de tu parte —bromeó Caitlyn sutilmente, sonriendo—. Deberíamos buscar un papel para que hicieras una lista, una gráfica o algo —Cait pudo sentir la sonrisa de Vi sobre sus labios, la risa contra el costado donde ambas se mantenían juntas, y luego todo su ser se centró en la forma en que la nariz de Vi se deslizaba por su mandíbula en una suave caricia fantasmal en dirección ascendente, hasta que sus labios alcanzaron detrás de la oreja de Cait.
—Puede que ya esté segura, pero no quiera asustarte —concluyó Vi, y Cait sintió el temblor anhelante en sus manos.
¿Estaba ella misma segura de lo que sentía por Vi? Hacía unas horas, mientras se enfrentaban en esa sala de control en una batalla de vida o muerte, Cait había dudado de nombrar sus propios sentimientos, aun cuando se halló a sí misma dispuesta a morir y dejar el mundo destruirse solo por no poder dispararle a Vi. Allí, ahora, después de haber dejado que todas las emociones se asentaran y haberse enfrentado a miedos peores, Cait podía superar su aversión a los sentimientos. Cait podía aceptarlo.
—Entonces deberías conocerme mejor —comentó Cait con una risa queda y casi inocente, decidida a provocar a Vi, a estirar ese instante entre ellas tanto como le fuera posible.
—En ese caso, vale… te amo —las palabras de Vi fueron apenas un susurro, pero para Cait parecían gritos ensordecedores que movieron su mundo hasta los cimientos.
Se acercó los centímetros que las separaban, besando a Vi con suavidad, con lentitud; sin pasión, porque no había cabida para eso en ese instante, pero con todo el sentimiento que era capaz de dejar fluir fuera de ella. No podía decirlo, no todavía, no estaba fuerte como para admitir semejante debilidad, aun si era obvio que la tenía, pero Vi no necesitaba que Cait lo pusiera en palabras. Ella podía sentirlo en el suave movimiento que llevó sus dedos a entrelazarse, en la caricia divina de sus labios uniéndose, en el ritmo sincrónicamente acelerado de sus corazones, en sus respiraciones pastosas y profundas. Todo en Cait decía la verdad, las palabras sobraban.
Cait no temió en besarla, en aceptarla, aun con la mirada de Jayce encima de ellas, aun con Maura y Marcus tan cerca, pese al peligro que las asechaba. Cuando se separaron, Cait sintió el aliento caliente de Vi en la humedad de sus labios como una caricia conciliadora. Sonrió hacia ella, aceptando esa calma antes de forzarse hacia la realidad. Había perdido mucho en esa batalla, no perdería más nada. Ahora tenía alguien que la amaba y a quien ella defendería de quien fuera, con todo lo que tenía.
Metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y saco el disco duro que contenía los datos de la simulación. Le dio vueltas entre las manos, dejando que la luz del atardecer se reflejara en este con sus colores vivos, la mezcla del rojo y el naranja decreciendo, preparando el camino para la noche. Sus ojos fueron más allá de Vi, hacia donde Maura estaba sentada en el otro extremo del vagón, pendiente de cada movimiento de Cait, observando el disco entre sus manos con codicia. Cait chocó contra el pensamiento de que tal vez Vi no había aprendido a manejar ordenadores en Osadía, sino desde casa, y de eso ser cierto, Maura sabía lo que ella estaba sosteniendo.
«No estoy a salvo —pensó, sintiendo el nudo en su garganta aumentar mientras sus dedos apretaban con más fuerza la mano de Vi—. No del todo».
Apretó el disco duro contra su pecho y se apoyó en Vi, su cabeza descansando en su hombro, cerrando los ojos en un intento por dormir, por darle a su dolorido y agotado cuerpo algo de lo que necesitaba. Su mente vagó durante algunos minutos, hundida en pensamientos en remolino. Abnegación y Osadía estaban rotas, sus miembros se había dispersado. Ahora ellos eran igual a los abandonados, sin facción. Cait no sabía cómo sería la vida separada de una facción, pero sabía cómo se sentía ella en ese momento: desconectada, como una hija arrancada del árbol que le daba sustento.
Eran hijos de la pérdida, del dolor y la desgracia; habían dejado todo lo que alguna vez fueron atrás. No tenían hogar, ni camino, ni certeza. Ella ya no era Cait, la egoísta; ni tampoco Cait, la valiente. La verdad era que ella entendía que ya no bastaba con ser una o la otra, ahora era ambas, e incluso más. Tenía que serlo, tenía que asegurarse de que ella fuera suficiente para mantener a Vi con vida. Y con ese pensamiento, su mente se dejó llevar por la oscuridad, el cansancio filtrándose y dejándola inconsciente.
La noche hacía mucho que había dominado el cielo para cuando el tren frenó del todo en las afueras de la Piltover, frente a las granjas de Cordialidad; para ese entonces Cait ya había estado despierta, aunque mantuvo sus ojos cerrados, fingiendo dormir. Solo Vi sabía que no era cierto, dejando caricias circulares en el dorso de su mano con los dedos y calmándose cuando Cait las respondía. Se pusieron de pie y bajaron del tren, encontrándose delante de un grupo de cordiales que los esperaban.
—Cuando la simulación paró, supimos que vendrían hacía acá —dijo Mel Medarda, dado un paso al frente entre la oscuridad de la granja, precariamente iluminada por faroles que algunos cordiales sostenían—. Bienvenidos, Cordialidad les ofrece alojamiento y asistencia.
—Gracias por su amabilidad —contestó Maura, con intenciones de dar un paso al frente para representarlos a todos.
—Traemos heridos —intervino Vi, adelantándosele, ignorando la mirada que Maura dio en su dirección—. Necesitamos ayuda.
—Lo entendemos —Mel hizo una seña con el brazo hacia los cordiales que la acompañaban, quienes abrieron la parte trasera del camión y se acercaron a ellos para ayudarlos a subir.
Maura fue la primera en trepar, seguida de Jayce, que había hecho el intento de acercarse a Cait para ayudarla a subir; pero el gesto evasivo de ella, quien rápidamente se acercó más a Vi, le dejó saber que sus intenciones no eran bien recibidas. Los cordiales ayudaron a Marcus a subir, intentando evitar la herida de bala en su brazo, y Vi cargó a Caitlyn en todo su peso para que unos brazos cordiales la recibieran encima del camión. Pronto todos estuvieron arriba y Mel dio orden de dirigirse a la sede de Cordialidad.
—Entiendo vuestra situación, pero, mientras llegamos, me gustaría que me explicaran aquello que los abnegados que refugié intentaron decirme con poca, o ninguna, claridad —pidió Mel, sus cuerpos únicamente iluminados por la luz de la luna, los faroles olvidados en una esquina del camión.
—Erudición planeó dominar Piltover, instaurar un nuevo gobierno. Se alió con Osadía para conseguirlo —dijo Cait, ignorando la mirada alarmada de Jayce. Sabía lo que él pensaba: Mel era una nacida en Osadía, hija de Ambessa Medarda, no había seguridad de que les creyera—. Crearon un suero para poner a toda la facción como sonámbulos en una simulación y usar el ejército para acabar con Abnegación.
—Por tanto, ¿los osados no eran conscientes de lo que pasaba? —cuestionó Mel, una calma en su voz que no revelaba nada de sus pensamientos.
—No todos, los líderes estaban despiertos —afirmó Vi, sintiendo la tensión ante sus palabras por parte de Jayce y los demás presentes. Ella sabía lo que había hecho, le había admitido a Mel directamente que su madre sabía lo que estaba pasando, que ella era quien había aceptado aquello, y ahora solo quedaba esperar su reacción.
—La guerra siempre fue un deseo ferviente de los nuevos líderes de Osadía, uno que yo no comparto —respondió Mel, viendo más allá de las intenciones de Vi—. ¿Cómo es que lo detuvisteis entonces?
—Mi padre me sacó de la simulación —continuó Cait, no dispuesta a admitir su divergencia delante de esas personas, ni la de Vi—. Me reuní con los abnegados en el sótano construido en las tuberías de Zaun, cerca del área de los abandonados, y allí nos movimos hacia Osadía para detener la simulación, excepto aquellos que vinieron hacia aquí.
—Ya veo —murmuró Mel, sus ojos observando atentamente a cada uno de ellos—. ¿Vander? —preguntó, mirando de nuevo a Cait, y Cait pudo sentir como la respiración de Vi se cortaba por un momento.
—Muerto —admitió finalmente, tragando saliva—. Llegamos a Osadía, fuimos enfrentando a los soldados para llegar a la sala de control, yo entré sola, Vander murió para distraer a los soldados y permitirme el paso. Allí encontré a Violeta, la saqué de la simulación y ella detuvo el programa. Ahora estamos aquí.
Todo quedó en silencio, solo se escuchaba el motor de camión, el ruido de las gomas gruesas por encima de las piedras y los baches. Cait se apoyó en Vi, dejando que el frío de la noche aliviara su cuerpo, le permitiera respirar, mientras Mel parecía ir procesando lo que acababan de decirle. Las luces de la sede de Cordialidad iluminó la noche y el camión se detuvo.
Los cordiales bajaron primero, ayudando a Marcus y Cait a bajar sin lastimarse más, y así fue como Cait vio a Maura dirigirse hacia los abnegados que rápidamente habían salido a recibirlos. Mel intercambió palabras con unos cordiales y otros miembros de Abnegación, quienes rápidamente avanzaron hacia ellos, indicándoles que los siguieran.
—Caitlyn —llamó Mel cuando ellas apenas habían dado unos pasos, haciendo que Vi y Cait se detuvieran para mirarla—. Estoy agradecida y sorprendida por tus acciones de hoy, pero has de saber que esto apenas empieza. La guerra ha llegado para quedarse. Conozco a mi madre y conozco a la tuya, no pararán hasta que todo sea como ellas desean. Así que, por hoy, descansa, pero mañana quizás debas pensar en qué harás.
Después de un asentimiento de cabeza como despedida, Mel Medarda se alejó con paso lento y firme, atravesando el camino despejado por la multitud de cordiales. Cait no dijo nada, se dejó rodear por los brazos de Vi y siguieron a los abnegados y cordiales, llegando a una habitación externa donde habían botiquines de primeros auxilios y material médico.
Marcus fue colocado en una camilla y Cait en la otra; temió por un momento la posibilidad de tener que escucharlo lloriquear y quejarse mientras la curaban, pero tuvo a Vi de inmediato delante de ella, tapándole la vista de Marcus, haciéndola sentir segura al centrarse únicamente en esos ojos grises que ahora la miraban con amor. Cait no deseaba volver a ver nunca la oscuridad de antes.
Vi la ayudó lentamente a quitarse la camisa de mangas largas que Jayce le había dado a Cait. Tenía una mancha de sangre en el hombro, prueba de la herida abierta, Cait no le había dicho a Vi qué había pasado y Vi no había preguntado. Le ayudó a retirar también la camiseta cortada y sucia que traía debajo, manteniendo su cuerpo a salvo de las miradas de Marcus, aun si él estaba más concentrado en gruñir de dolor mientras lo cortaban para extraer la bala. Cait no apartó sus ojos de Vi, quien la sostenía mientras una abnegada limpiaba la herida de Cait y volvía a suturar los puntos que se habían saltado. La cicatriz quedaría, y sería irregular, pero eso no importaba. Eran osados, esas marcas mostraban su valentía.
Cait pegó su frente a la de Vi cuando volvieron a vendar su hombro, su herida nuevamente curada, y luego se dejó hacer mientras Vi le colocaba una camiseta roja de manga larga que le quedaba holgada, para no lastimar su hombro, y le agradecía en voz baja al abnegado que se la había pasado. Marcus gritaba al sentir la extracción de la bala cuando Cait y Vi salieron de la enfermería improvisada, avanzando de regreso al área principal.
—¿Qué crees que pase ahora? —preguntó Cait en voz baja, temerosa de las posibilidades.
—Nada bueno —admitió Vi, sosteniendo su mano y dándole una mirada profunda—. Pero no estás sola en esto. Yo estoy contigo, Pastelito.
Una sonrisa se filtró entre la miseria que la acongojaba. El futuro era incierto y la esperanza era poca, se avecinaban días oscuros. Cait no estaba segura de que valiera la pena luchar, de poder siquiera volver a pasar por todo lo que había vivido en ese día, pero sabía que no quería dejar a Vi a su suerte, rodeada de personas inútiles para la batalla y de enemigos. Lo intentaría, se aferraría a la vida tanto como necesitara hacerlo para protegerla, y cuando Vi estuviera bien, entonces todo terminaría para ella.
***********
Y con esto concluidos Divergente, incluyendo aportaciones cortas para dar sentido a la unión hacia Insurgente.
Déjenme saber sus opiniones por favor 🥺.
Antes de más, les recuerdo que los próximos dos capítulos son extras sobre Vi antes de que ocurriera todo esto, de cómo era su vida en Abnegación antes de teñirse el pelo de rosa, tatuarse y llenarse de piercings, y por qué escogió Osadía. Son dos extras largos que, si no tienen interés en esto y solo en la línea original de la historia, los podéis saltar y solo tenéis que esperar a la próxima actualización cuando ya entramos en la línea de Insurgente.
Dicho esto, recuerden que tengo otro fanfic de Vi y Cait, con una trama totalmente original que sigue al canon se la 1ra temporada.
Y tengo otro de Sevika x Jinx adulta, porque claramente me gusta la dinámica de odio entre ellas y la llevé a una tensión sexual absoluta que explota en un short fic de seis capítulos.
Sin más y para quienes quieran disfrutarlo, les dejo con los dos capítulos extras:
Violeta, la trasladada.
Vi, la trasladada.
Mis mejores deseos desde mi cama, tapada con mi colcha y con una almohadilla térmica conectada a la corriente para darle calor a mi abdomen bajo y ayudarme con mis dolores menstruales destructivos que ya me hicieron desmayar hoy.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro