XXVIII- La posesión de la mente.
Cait podía sentir el aire pesado entrando por sus pulmones, a medida que avanzaba, más fuertes y nítidos eran los disparos, más cerca estaba de donde los osados usaban sus armas contra personas inocentes, de donde jóvenes se volvían asesinos. No podía mirar de dónde venían los tiros o a quién estaban matando, solo podía apretar la mandíbula. Tenía que seguir andando, tenía que seguir mirando al frente, no servía de nada si la mataban en ese momento.
Muy por delante de ellas, Cait vio a una soldado de Osadía obligar a un hombre de gris a ponerse de rodillas. Ella reconocía al hombre, lo había visto un par de veces cuando acompañaba a su madre a reuniones entre los líderes, era un miembro del Concejo. La soldado sacó la pistola y, con los ojos ciegos, le metió una bala en la parte de atrás de la cabeza. La soldado tenía el cabello corto y algo canoso, la soldado se giró hacia ella, la soldado era Grayson. Cait estuvo a punto de perder el paso, no podía creer que Grayson se acabara de convertir en una asesina.
«Sigue andando —se ordenó a sí misma, aunque le ardían los ojos—. Sigue andando».
Ambas dejaron atrás a Grayson y al miembro caído de Abnegación; Cait sintió que lloraría y vomitaría a la vez cuando tuvo que pasar por encima de su mano. Entonces, los soldados que tenían delante se detuvieron, forzándolas a hacer lo mismo. Cait se quedó tan inmóvil como podía, pero lo único que deseaba con todo su ser era correr en busca de Ambessa, Finn y su propia madre, Cassandra, y matarlos a todos, un odio ciego creciendo en su interior. Le temblaban las manos descontroladamente y le ardía respirar, por más que intentara normalizar su respiración errática, no lo conseguía.
Otro disparo. Por el rabillo del ojo Cait alcanzó a ver un borrón gris que se derrumbaba sobre el pavimento; toda Abnegación moriría si eso seguía así. Los soldados de Osadía cumplían unas órdenes silenciosas sin vacilar y sin hacer preguntas, unas que Vi y Cait no escuchaban. Se estaban llevando a algunos miembros adultos de Abnegación a uno de los edificios cercanos, junto con los niños. Un mar de soldados de negro vigilaba las puertas, y la única gente que Cait no veía entre ellos era a los líderes de Abnegación.
«A lo mejor ya están muertos».
El miedo corrió por su cuerpo, mezclado con su sangre, propulsado por ella. Uno a uno, los soldados que Cait tenía delante se dispersaron para realizar una u otra tarea; ella sabía que pronto los líderes osados se darían cuenta que ni Vi ni ella estaban recibiendo las órdenes que los demás, ¿qué harían cuando eso sucediera?
—Esto es una locura —susurró una voz masculina que erizó el vello de Cait, quien vio como un cabello oscuro y láminas metálicas de adorno facial entraron en su campo de visión: Finn. Él le dio en la mejilla con el dedo índice y ella resistió el impulso de apartarlo de un manotazo, tenía que ser más inteligente.
—¿De verdad no pueden vernos? ¿Ni oírnos? —preguntó una voz femenina, más a la izquierda.
—Oh, sí, pueden ver y oír, pero no procesan de la misma forma lo que ven y oyen —explicó Finn—. Reciben órdenes de nuestros ordenadores en los transmisores que les hemos inyectado —a medida que hablaba, sus dedos apretaron el punto de la inyección en el cuello de Cait.
«Se va a dar cuenta de mi pulso. Quédate quiera, quédate quieta, quédate quieta».
—Y las llevan a cabo sin problemas —continuó Finn, dando un paso al lado alejándose de Cait, avanzando hacia Vi con una sonrisa enfermiza—. Vaya, esto sí me alegra la vista. La legendaria Vi. Ya nadie recordará que quedé el segundo, ¿verdad? Nadie me va a preguntar: ¿Cómo fue entrenarse con la tipa que solo tenía seis miedos?
El corazón de Cait se detuvo en el momento en que vio a Finn sacar su pistola y apuntar directamente a la sien izquierda de Vi, y luego su pulso se aceleró tanto que podía sentirlo en su cráneo, viendo el dedo de Finn en el gatillo. Él no podía dispararle, no lo haría.
—¿Crees que alguien se dará cuenta si recibe un disparo accidental? —preguntó Finn, ladeando la cabeza, divirtiéndose.
—Adelante —respondió la mujer, casi aburrida, avanzando hacia el lado de Finn. Cait pudo ver que era Ambessa misma—. Ella pudo haber estado en tu lugar, ser todo lo que quisiera, pero escogió otro camino. Ahora no es nadie.
—Qué pena que no aceptaras la oferta de Medarda, Vi. Bueno, que pena para ti, claro —dijo Finn en voz baja mientras metía la bala en la recámara, su pistola era de un modelo más viejo que las de ellas.
A Cait le ardían los pulmones, llevaba casi un minuto sin respirar. Por el rabillo del ojo pudo ver la temblorosa mano de Vi, no quería morir y Cait no lo permitiría. Antes de que Vi tuviera tiempo de hacer algo, Cait ya había puesto sus manos en su pistola, apretando el calón contra la frente de Finn, quien abrió mucho los ojos, perdiendo toda expresión y, por un instante, se pareció mucho a los demás soldados dormidos de Osadía, hasta que el miedo lo sustituyó. El dedo índice de Cait estaba visiblemente colocado sobre el gatillo, su pistola era de cargadores, semiautomática, y ella era una excelente tiradora, tenía ventaja sobre Finn.
—Aparta la pistola de su cabeza —ordenó Cait.
—No me dispararás —contestó Finn, relajándose.
—Una teoría muy interesante, ¿quieres ponerla en práctica? —respondió Cait, sabiéndose incapaz de asesinarlo, no tenía el valor de tomar una vida.
Apretó los dientes y bajó el arma, disparándole en el pie. Finn gritó, soltando su pistola y agarrándose el pie herido con ambas manos. En cuanto su pistola estuvo fuera de la sien de Vi, la pelirrosa tomó la suya propia y disparó a la pierna de Ambessa. Cait no esperó a ver si la bala le daba, confiaba en el entrenamiento de Vi, así que solo la tomó de un brazo y salió corriendo. Ya sabían que eran divergentes, tenían poco tiempo. Un callejón visible se mostró como la única salida, si lograban entrar en este desaparecerían entre los edificios y no los encontrarían. Tenían que correr doscientos metros.
Cait escuchaba las pisadas detrás de ellas, aunque no miraba hacia atrás, las estaban siguiendo. Vi le dio su mano y la apretó, tirando de ella para que corriera más deprisa que nunca, más deprisa de lo que Cait era capaz en su inexperiencia.
El tropezón puede que fuera inevitable, ella realmente no estaba acostumbrada a esas carreras veloces, pero cuando el sonido del disparo llegó a ella, el dolor agudo y repentino que se extendió desde su hombro hacia el exterior de los dedos le hizo saber que había cometido un error, uno que acababa de sentenciarlas a ambas. Cait ahogó el grito, pero cayó, raspándose la mejilla contra el pavimento cuando sus piernas no la sostuvieron. Levantó la cabeza, viendo a Vi arrodillándose junto a su rostro.
—¡Corre! —gritó Cait. No quería que la atraparan, si al menos una pudiera salvarse, era suficiente para ella.
—No —respondió Vi con voz tranquila y serena. ¿Cómo podía estar tan calmada cuando estaban a punto de morir?
En pocos segundos ambas se vieron rodeadas por soldados osados y Vi ayudó a Cait a levantarse, cargando con la mayor parte del peso de Cait. A ella le costaba concentrarse por culpa del dolor, pero podía ver a los soldados apuntándoles con las armas, y era capaz de entender que todo había acabado, ellas habían perdido.
—Rebeldes divergentes —dijo Finn, apoyándose en un solo pie y con una palidez enfermiza, sudando copiosamente—. Entregad vuestras armas.
Cait se apoyó completamente en Vi mientras el cañón de pistola apretado contra su espalda la urgía a seguir caminando, consciente del dolor proveniente de la herida. Entraron por la puerta principal de Abnegación, un sencillo edificio gris de dos plantas que en cualquier otro momento Cait hubiera pasado por alto. Sangre le corría por el costado, pero Cait no alcanzaba a tener miedo de lo que se avecinaba, el dolor era demasiado como para pensar en ello.
La pistola la empujó hacia la puerta vigilada por dos soldados osados. Vi y ella la atravesaron, entrando en un despacho sencillo en el que se encontraba un escritorio, un ordenador y dos sillas vacías. Su madre estaba allí, prístina como siempre, sentada detrás del escritorio y hablando con alguien en ese tono imperante que la caracterizaba.
—Bueno, pues envía a algunos de vuelta al tren. Tiene que estar bien protegido, es lo más importante…, no estoy dicien… —sus ojos se fijan en Cait y Vi, adoptando una mirada cruel—. Tengo que irme.
—Rebeldes divergentes —dijo uno de los soldados de Osadía; debía ser un líder, o pude que un recluta al que ya habían sacado de la simulación, Cait no sabía y apenas podía pensar en ello.
—Sí, ya lo veo.
Cait vio esos ojos azules fríos como el acero atravesándola con odio, pero no alcanzó a tener miedo. Cassandra se quitó las gafas, doblándolas y dejándolas en el escritorio. Cait sabía que las llevaba por vanidad y no por necesidad, creyendo que la hacían parecer más inteligente; eso le había explicado su padre cuando una Cait infante le preguntó hacía muchos años.
—Lo tuyo —dijo, señalando a Cait—, me lo esperaba. Todo el problema con tu prueba de aptitud me hizo sospechar de ti desde el principio, aunque intenté convencerme de que si hubiera criado una divergente me habría dado cuenta, eso fue lo que me llevó a dejar de insistir. Pero lo tuyo… —continuó, sacudiendo la cabeza mientras volvía la mirada hacia Vi—. Violeta, ¿o debería llamarte Vi?, tú conseguiste eludirme —explicó en voz baja, juntando sus dedos sobre el escritorio con aire analítico—. Todos tus datos encajaban: los resultados de la prueba, las simulaciones de iniciación, todo. Pero aquí estás, a pesar de ello. Quizás puedas explicarme cómo es eso posible
—Tú eres el genio —respondió Vi de forma cortante—. ¿Por qué no me lo explicas tú?
—Mi teoría es que en realidad tendrías que estar en Abnegación —contestó Cassandra, sonriendo petulante—, que tu divergencia es más débil —sonrió con más ganas, como si se estuviera divirtiendo, y Cait apretó los dientes y meditó la posibilidad de lanzarse sobre la mesa y estrangularla, aun siendo su madre. Si no tuviera una bala metida en el hombro, puede que lo hubiera hecho.
—Tu razonamiento deductivo es asombroso —soltó Vi con osada chulería—, estoy adecuadamente impresionada —Cait la miró de reojo, admirando ese lado de ella que casi había olvidado que estaba allí, esa parte que tendía más a estallar que a tumbarse y morir—. Una vez verificada tu inteligencia, a lo mejor te decides a matarnos de una vez —continuó Vi, cerrando los ojos—. Al fin y al cabo, todavía te quedan algunos líderes de Abnegación por asesinar.
Si el comentario de Vi molestó a Cassandra, ella no lo mostró, manteniendo la sonrisa en su rostro en todo momento. Se levantó con la elegancia que la caracterizaba, luciendo un vestido azul que se le pegaba al cuerpo desde los hombros hasta las rodillas, mostrando sus curvas anguladas por los huesos severamente marcados. Cait sintió como la habitación daba vueltas cuando intentó concentrarse en el rostro de su madre, inclinándose sobre Vi para que la sostuviera. Ella le rodeó la cintura con un brazo, evitando que cayera, y haciéndola sentir protegida contra Cassandra.
—No seas tonta, no hay prisa —aseguró Cassandra, como si no estuviera viendo a su hija agonizar de un disparo delante de ella—. Las dos estáis aquí para servir a un propósito de suma importancia. Verás, durante un tiempo me desconcertó bastante que los divergentes fueran inmunes al suero que había desarrollado, así que he estado trabajando para solucionarlo. Creía que lo había hecho con el último lote, pero, como sabéis, me equivocaba. Por suerte, tengo otro lote listo para hacer la prueba.
—¿Por qué molestarte? —gruñó Cait, su voz raspando lentamente su garganta seca. A su madre y los líderes de Osadía nunca les había molestado matar divergentes, ¿por qué era distinto ahora? Cait sabía que nada tenía que ver con el hecho de que ella fuera divergente, y sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando Cassandra le sonrió.
—Hay una pregunta a la que le doy vueltas desde que empecé con el proyecto de Osadía: ¿por qué, entre todas las facciones, la mayoría de los divergentes son don nadies débiles y píos de Abnegación? —dijo mientras salía de detrás de su escritorio, acariciando la superficie con un dedo, su voz adquiriendo ese tono de intriga que Cait conocía bien. Ella no sabía que la mayoría de los divergentes eran de Abnegación, ni por qué sería eso, pero era consciente de que no viviría lo suficiente para averiguarlo.
—Débiles —intervino Vi, burlesca—. Hace falta una gran voluntad para manipular una simulación, al menos la última vez que vi una. Ser débil es controlar mentalmente a un ejército porque es demasiado difícil entrenarlo tú mismo.
—No soy estúpida —respondió Cassandra—. Una facción de intelectuales no es un ejército. Estamos cansados de que nos domine un puñado de idiotas santurrones que rechazan la riqueza y el progreso, pero no podíamos hacer esto solos. Y vuestros líderes osados estuvieron más que contentos de hacerme el favor si, a cambio, les garantizaba un sitio es nuestro nuevo y mejorado gobierno.
—Mejorado —resopló Vi, apretando el puño de la mano que no sujetaba a Cait.
—Sí, mejorado. Mejorado y preparado para trabajar por un mundo en el que la gente disfrute abundancia, confort y prosperidad.
—¿A costa de quién? —preguntó Cait, su voz sonaba espesa y arrastraba las palabras—. Toda esa abundancia… no sale de la nada.
—Sabía que tenías algo de Erudición en ti, aunque solo fuera porque yo te enseñé —comentó Cassandra con arrogancia—. En la actualidad, los abandonados suponen una sangría de recursos. Igual que Abnegación. Estoy segura de que cuando los restos de esta facción sean absorbidos por el ejército de Osadía, Verdad cooperará y por fin seremos capaces de empezar a trabajar.
Cait tembló ante el pensamiento de la palabra absorber; sabía lo que su madre quería decir por eso. Quería dominarlos a todos, volverlos objetos maleables en sus manos, incapaces de refutar sus órdenes. Tendría un imperio solo para ella gobernar.
—Empezar a trabajar —repitió Vi en tono amargo, alzando la voz—. No te equivoques estarás muerta antes de que acabe el día…
—Si fueras capaz de controlar tu genio —interrumpió Cassandra, acercándose más a Vi—, probablemente no te encontrarías en esta situación, Violeta.
—Estoy en esta situación porque tú me pusiste en ella —rebatió Vi, su rostro adoptando una expresión de ira—. En cuanto organizaste el ataque a personas inocentes.
—Personas inocentes —dijo Cassandra entre risas—. Me parece muy divertido viniendo de ti. Suponía que la hija de Maura comprendería que no todas estas personas son inocentes —añadió, sentándose al borde del escritorio; Cait sintió la rabia bullir dentro de ella, ¿cómo se atrevía a usar el dolor de Vi en su contra de esa forma?—. Sinceramente, responde, ¿no te alegrarías si descubrieras que han matado a tu madre?
—Sí —admitió Vi entre dientes, tensando la mandíbula—, pero al menos su maldad no implicaba manipular una facción entra y asesinar sistemáticamente a todos los líderes políticos que tenemos —ambas compartieron una mirada durante unos segundos que pusieron a Cait en tensión, notando el desafío abierto entre ellas.
—Lo que iba a decir era que —dijo Cassandra al fin, aclarándose la garganta—, dentro de poco, docenas de abnegados y sus hijos pequeños estarán bajo mi responsabilidad, y que no me vendría nada bien que muchos de ellos fueran divergentes como vosotros, incapaces de controlar mediante las simulaciones —se levantó, cruzando los brazos delante de su torso; no era algo importante, pero Cait notó que su madre tenía las uñas mordidas hasta la raíz, como ella—. Por tanto, era necesario desarrollar una nueva forma de simulación a la que no sean inmunes. Me he visto obligada a reevaluar mis propias hipótesis, ahí es donde entráis vosotros. Como bien decís, vuestra voluntad es fuerte, no soy capaz de controlarla, pero sí puedo controlar otras cosas.
Cassandra se detuvo delante de ambas, mirándolas con escrutinio. Cait apoyó la sien en el hombro de Vi mientras la sangre caía por su espalda. El dolor había sido tan constante durante los últimos minutos que había llegado a acostumbrarse, como cuando una persona se adapta a una sirena si el ruido es continuo.
Su madre apretó las palmas de las manos, y Cait se sorprendió de no encontrar en su mirada el sadismo que había esperado. El pensamiento de que era más una máquina que una maníaca cruzó por su mente. Veía problemas, aportaba soluciones a partir de datos reunidos. ¿Cómo era que su padre se había casado con alguien así?
Abnegación se interponía en el deseo de Cassandra de gobernar, de tener el poder, así que ella encontró una forma de eliminarlos. No tenía ejército, así que se buscó uno en Osadía. Sabía que necesitaría controlar grandes grupos de personas para estar segura, así que desarrolló una forma de hacerlo mediante sueros y transmisores.
La divergencia no era más que otro problema que debía solucionar, y por eso era una persona tan aterradora: porque era lo suficientemente lista como para resolver cualquier cosa, incluso el problema de la existencia de Cait.
—Puedo controlar lo que veis y oís —continuó explicando con arrogante parsimonia—, así que he creado un suero que adaptará lo que os rodea para manipular vuestra voluntad. Los que se niegan a aceptar nuestro liderazgo deben ser supervisados muy de cerca —Cait pudo leer entre líneas, supervisados solo era un eufemismo para disfrazar que los privaba de su libre albedrío; a su madre siempre se le habían dado bien las palabras—. Tú serás el primer sujeto de prueba, Violeta. Sin embargo, Caitlyn… —añadió, sonriendo; Cait aun no podía notar malicia en su mirada, solo era un paso práctico, por más retorcido que fuera, por lo que a Cait no le extrañó cuando escuchó sus palavras—. Estás demasiado herida para serme de mucha utilidad, así que tu ejecución tendrá lugar cuando concluya esta reunión.
Cait intentó ocultar el estremecimiento que la recorrió ante la idea de su muerte y, con el hombro matándola de dolor, miró a Vi. Le costó reprimir las lágrimas cando vio el terror reflejado en esos ojos grises, como si de repente su mundo colapsara.
—No —dijo Vi, su voz tembló al hablar, pero su expresión fue firme mientras negaba con la cabeza—. Prefiero morir.
—Me temo que no tienes elección —contestó Cassandra en tono alegre.
Vi se giró, sosteniendo el rostro de Cait entre sus manos y besándola, presionando sus labios contra los de ella para abrirlos, degustando de ese momento; por unos instantes Cait se olvidó del dolor y del terror de una muerte inminente y se sintió agradecida de poder tener fresco el recuerdo de ese beso cuando llegara el final.
Vi era, sin lugar a dudas, lo mejor que le había pasado, y si tenía que escoger Osadía cien veces para poder estar a su lado, lo escogería. Vi la soltó muy pronto, haciendo que se apoyara en la pared, y Cait no tuvo más aviso que la tensión familiar en los hombros de Vi antes de verla lanzarse sobre el escritorio y agarrar a Cassandra del cuello, asfixiándola.
Los guardias de Osadía que estaban junto a la pared saltaron sobre ella con las armas preparadas y Cait gritó de terror ante lo que pasaría. Hicieron falta tres soldados para apartarla de Cassandra y tirarla al suelo; uno de ellos la sujetó con las rodillas sobre sus hombros y las manos sobre su cabeza, apretándole la cara contra la alfombra.
Cait no lo pensó, se lanzó hacia adelante para defenderla, pero otro guardia la golpeó en el hombro herido, pegándola contra la pared. El dolor estalló en su cuerpo y Cait se sintió impotente, demasiado débil por la pérdida de sangre.
Cassandra se apoyó en el escritorio, resoplando y jadeando. Se restregó el cuello enrojecido y con obvias marcas de los dedos de Vi, buscando aliviar la sensación de asfixia. Por muy mecánica que pareciera, no dejaba de ser humana: Cait le vio lágrimas en los ojos cuando sacó una caja de cartón del escritorio y la abrió, tomando de dentro la jeringuilla con la aguja.
Todavía con la respiración entrecortada, Cassandra fue hacia Vi, quien apretó los dientes y le dio un codazo a uno de los guardias en la cara, quitándoselo de encima. El soldado que la sostenía en la alfombra le dio con la culata de la pistola y Cassandra aprovechó el momento para clavarle la aguja en el cuello, haciéndola perder la consciencia.
Cait dejó escapar un ruido, nada similar a un sollozo ni un grito, sino algo como un graznido, un gemido chirriante que sonó lejano, como si saliera de otra persona, pero sabía que era de ella, que provenía de su dolor.
—Deja que se levante —dijo Cassandra con voz ronca.
El guardia se levantó, permitiéndole a Vi incorporarse. Cait pudo ver que no tenía el mismo aspecto que los soldados sonámbulos, sus ojos estaban alertas y miraba a su alrededor con el ceño fruncido, como si se encontrara desconcertada por lo que veía.
—Violeta —llamó Cait entrecortadamente—. ¡Violeta!
—No te reconoce —declaró Cassandra con notable diversión en su voz.
Vi giró, sus ojos grises mostrándose vacíos mientras miraba a Cait. Alguna parte de su cerebro tomó la decisión demasiado fácil, avanzando hacia Cait a toda prisa y, antes de que los guardias pudieran detenerla, Vi la agarró por la garganta con una mano y apretó su tráquea con los dedos, ahogándola. Cait luchaba por obtener aire, notando la sangre caliente acumularse en su rostro mientas adquiría un tono purpureo.
—La simulación la manipula —explicó Cassandra, aunque Cait apenas podía oírla, sus oídos llenándose del latido de su corazón acelerado—. Altera lo que ve y hace que tome al amigo por enemigo.
Uno de los guardias quitó a Vi de encima de Cait, dejándola jadeando y respirando hondo con dificultad para llenar sus pulmones de aire. Se había ido; ahora la controlaba la simulación y Vi asesinaría a las personas que hace tres minutos consideraba inocentes. Cait lo pensó con fervor, con decisión, sabiendo que era lo que Vi hubiera preferido también: que Cassandra la hubiera asesinado le habría dolido menos.
—La ventaja de esta versión de la simulación es que puede actuar de manera autómata y, por tanto, es mucho más efectiva que un soldado sin mente —explicó, complacida consigo misma. Cassandra miró a los guardias que retenían a Vi, quien forcejeaba con ellos, tensa, mirando hacia Cait, aunque sin verla, notando solo un enemigo—. Enviadla a la sala de control. Necesitaremos tener allí a un ser humano con sus capacidades intactas para supervisar las cosas y, por lo que tengo entendido, antes trabajaba allí —ordenó, juntando las palmas de las manos y girando hacia Cait, añadiendo—: Y, a ella, llevadla a la sala B13.
Agitó la mano para que los soldados se fueran, viendo su orden dada, y con ese gesto, acababa de ordenar la ejecución de Cait, su propia hija. Para ella no era más que tachar una tarea de su lista, la única evolución lógica el camino que estaba siguiendo.
Cait vio los ojos azules examinarla sin sentir nada, solo vacío, mientras los dos soldados de Osadía la sacaban de la habitación, arrastrándola por el pasillo. Aunque por dentro se sentía entumecida, por fuera Cait era una fuerza que gritaba y se retorcía, mordiendo una mano que pertenecía al soldado de la derecha y sonriendo al notar el sabor de la sangre. Entonces sintió el golpe en su cabeza y todo desapareció.
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Cassandra es una perra en este fic, pero equis.
Vi luchando para no perder su mente me hace temblar.
Cait débil y casi muriendo duele.
Y he resumido el capítulo en 3 oraciones 😆. En fin, disfrutad del siguiente. <3
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