XXVII- La dominación sonámbula.
De camino al comedor, Cait observó con atención el rostro de Vi en busca de cualquier signo de decepción. Habían pasado las últimas dos horas tumbadas en la cama, hablando, besándose y finalmente durmiendo, hasta que los gritos de algarabía de los osados en el pasillo dirigiéndose al banquete las despertaron.
Lo único que Cait pudo encontrar era que Vi se veía más contenta que antes, al menos, sonreía más. Cuando llegaron a la entrada, se separaron, Cait entrando primero y corriendo hacia la mesa que compartía con Diana y Leona, Vi siguiéndola unos minutos después, reuniéndose con Mylo, que le pasó una botella oscura que Vi rechazó.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó Diana—. Todos los demás volvieron al dormitorio.
—He estado dando vueltas por ahí. Estaba demasiado nerviosa como para hablar del tema con los otros —respondió Cait, tomando un panecillo y embutiéndose rápidamente con él.
—No tienes por qué estarlo —aseguró Diana, sacudiendo la cabeza con una expresión extraña—. Me volví un momento para hablar con Leona y ya no estabas, fuiste la que hizo menor tiempo de todos nosotros —Cait deseó no ser capaz de detectar el tono marcado de celos en las palabras de Diana, pero lo notaba y le dolía.
—¿Qué trabajo piensas elegir? —preguntó, desviando la atención de la prueba final.
—Estaba pensando en algo como lo de Vi, entrenar a los iniciados. Matarlos del susto, ya sabes, algo divertido —respondió Diana, inflando un chicle un instante hasta que el globo reventó, volviendo a meterlo en su boca—. ¿Y tú?
—Supongo… que podría ser embajadora ante las otras facciones. Creo que ser trasladada me ayudaría —comentó Cait, apenas pensando en ello por primera vez, había estado tan enfocada en la prueba que no había pensado en qué haría después de esta.
—Esperaba que dijeras que te gustaría formarte como líder —protestó Diana con un suspiro—. Es lo que quiere Marcus, no dejaba de hablar del tema en el dormitorio.
—Y es lo que yo quiero —añadió Leona, dando un trago a una cerveza—. Con suerte quedaré por encima de él…, oh, y de los iniciados de Osadía, me había olvidado de ellos —dijo, gruñendo—. Ay, Dioses, es misión imposible.
—Que va —rebatió Diana, dándole la mano como si fuera la cosa más natural del mundo, Leona se la apretó con cariño.
—Pregunta —dijo Leona repentinamente—: los líderes que examinaban tu paisaje del miedo estaban riéndose de algo.
—¿Ah, sí? —preguntó Cait, mordiéndose el interior de la mejilla—. Me alegra que mi terror les divirtiera tanto.
—¿Alguna idea de qué obstáculo era? —inquirió la pelirroja.
—No.
—Estás mintiendo, siempre te muerdes el interior de la mejilla cuando mientes, y el labio cuando estás nerviosa o frustrada —acusó Diana, mirándola con diversión—. Leona aprieta los labios para mentir y chasquea la lengua cuando está nerviosa, si eso te hace sentir mejor.
—Vale, de acuerdo —accedió Cait, rindiéndose a lo inevitable—: me daba miedo la intimidad.
—Intimidad —repitió Diana, analizando el significado—. ¿El sexo? —Cait se puso tensa y asintió con la cabeza, sintiéndose incómoda aun cuando eran amigas; la sonrisita de Leona que no pudo ocultar no mejoraba la situación—. ¿Y cómo fue? Quiero decir, ¿Alguien intentó hacerlo contigo? ¿Quién?
—Bueno, ya sabes, alguien sin rostro —contestó Cait, sonriendo con malicia cuando el recuerdo de Diana corriendo por el dormitorio despavorida una mañana en que solo estaban ellas dos llegó a su mente, ya tenía cómo vengarse por ponerla incómoda con sus preguntas—. ¿Qué tal tus polillas?
—¡Me prometiste que no lo dirías! —gritó Diana, dándole un manotazo a Cait en el brazo mientras la peliazul se carcajeaba.
—Polillas —repitió Leona, atónita y divertida—. ¿Te dan miedo las polillas?
—No una simple nube de polillas —respondió Diana en su defensa—, sino como… un enjambre entero de polillas. Por todas partes. Todas esas alas, patas y… —Diana se estremeció, sacudiendo la cabeza.
—¿Por eso gritaste y corriste en el dormitorio cuando una sola de ellas salió del armario? —se burló Cait, haciendo a Leona carcajearse mientras Diana le lanzaba llamas con los ojos.
—Aterrador —bromeó Leona, fingiendo ponerse seria de nuevo—. Esa es mi chica, dura como una bola de algodón.
—Oh, cállate —espetó Diana, riendo finalmente.
El sonido de un micrófono que chirrió con fuerza hizo que Cait se tapara los oídos, el bullicio que había dominado el comedor quedó silenciado de inmediato. Todos miraron hacia el otro lado de la sala, encontrando a Finn trepado encima de una de las mesas, micrófono en mano, dándole golpecitos con la punta de los dedos; cuando terminó, la multitud de Osadía guardó silencio, esperando, viéndolo aclarar su garganta antes de empezar a hablar.
—Aquí no se nos dan demasiado bien los discursitos, la elocuencia es para los eruditos —dijo, haciendo a los osados reír de su broma; Cait se preguntó si se reirían igual si supieran que, debajo de toda su falsa temeridad e incluso brutalidad osada, es más un erudito que otra cosa. Si lo supieran, si supieran que venía de Erudición, que era un trasladado, un infiltrado, ella dudaba que les hiciera gracia la broma—. Así que voy a ser breve. Es un nuevo año y tenemos un nuevo grupo de iniciados y un grupo ligeramente más pequeño de nuevos miembros. Les damos nuestra enhorabuena.
Ante las palabras de Finn, todos los presentes rompieron el silencio, en lugar de los aplausos que Cait estaba acostumbrada a oír en Erudición, un estruendo de puños contra las mesas llenó el aire. El ruido vibró dentro de ella, rebotando en su pecho, haciéndola sonreír.
—Creemos en la valentía, creemos en la acción, creemos en liberarnos del miedo y en adquirir las habilidades necesarias para eliminar el mal de nuestro mundo, de modo que el bien pueda prosperar y florecer —continuó Finn, con una sonrisa torcida extendiéndose por su rostro—. Si vosotros también creéis en estas cosas, os damos la bienvenida.
Cait sabía que era poco probable que Finn o cualquiera de los otros líderes creyera en esas cosas, pero, aun así, ella sonrió, porque ella sí creía en eso. Por mucho que los líderes de Osadía hubieran retorcido los ideales de la facción, esos ideales seguían siendo los de ella, los de Vi. Más puñetazos acompañados de gritos de júbilo recorrieron la sala.
—Mañana, en su primer acto como miebros, nuestros diez mejores iniciados elegirán su profesión en el orden en que hayan quedado clasificados —dijo Finn—. Sé que lo que todos esperáis es la clasificación. Se determina a partir de una combinación de tres puntuaciones: la primera, de la etapa de entrenamiento en combate; la segunda, de la etapa de simulaciones; y la tercera, del examen final, el paisaje del miedo. La clasificación aparecerá en la pantalla que tengo detrás.
En cuanto la palabra detrás salió de su boca, los nombres de los iniciados aparecieron en la pantalla, que era casi tan grande como la pared. Estaban en orden, colocados al lado del número que marcaba sus posiciones en la clasificación; al lado del número uno estaba la foto de la chica peliazul, delgada y sin expresión, que había llegado hacía meses en aquel tren proveniente del centro, y seguido el nombre de Cait. Ella lo había logrado, ella era una osada, ella era la primera.
Ver aquello fue como si alguien le quitara un peso del pecho a Cait. No se había dado cuenta de que ese peso estaba allí hasta que desapareció y dejó de sentirlo. Sonrió, notando un cosquilleo por todo el cuerpo: era la primera. Divergente o no, esa facción era la suya.
Los pensamientos sobre la guerra se esfumaron de su cabeza, se olvidó de todo, incluso de la inminente muerte. Sintió los brazos de Leona envolverla en un abrazo de oso. Los vítores se elevaron nuevamente, las risas y los gritos acompañándolos. Diana señaló a la pantalla con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas, la felicidad expresada en su rostro.
1. Cait
2. Ekko
3.Lux
4.Riven
5.Marcus
6.Leona
7.Diana
Cait suprimió un suspiro al leer que Marcus se quedaba, pero la felicidad que sentía al saber que sus amigos se quedaban era superior. Sonrió, viendo a Diana inclinarse sobre la mesa para abrazarla, sintiéndola reírse en su oído, alegre de forma genuina, ella también se había quitado un peso de encima.
Apenas Diana la soltó, alguien agarró a Cait por detrás, gritándole al oído, ella tardó unos segundos en notar los brazos oscuros y familiares de Ekko. No podía girarse entre su abrazo, así que solo tiró un brazo hacia atrás y le apretó el hombro, riendo con él.
—¡Enhorabuena! —gritó Cait.
—¡Les has vencido! —respondió Ekko entre gritos, soltándola y riéndose, corriendo hacia el grupo de iniciados nacidos en Osadía.
Cait no entendió del todo lo que Ekko le quería decir, así que volvió a mirar la pantalla, bajando más allá en la lista. El octavo, noveno y décimo puesto eran de unos iniciados nacidos en Osadía cuyos nombres no les eran familiares; el once y el doce eran Illaoi y Gangplank, ellos estaban fuera. Gangplank, el que intentó huir mientras Marcus la tenía agarrada por el cuello sobre el Abismo, e Illaoi, que contó mentiras sobre ella y la facción de Abnegación, se habían quedado sin facción. No era la victoria que Cait quería, pero no dejaba de ser una victoria.
Leona y Diana se besaron, con demasiado baboseo para lo que Cait estaba acostumbrada a ver, sobre todo considerando que siempre las veía coquetear ligeramente, eso hacía que semejante muestra de afecto fuera demasiado repentina. A su alrededor se oían los gritos osados y los puñetazos contra las mesas, su forma de mostrar alegría y felicitaciones.
Entonces Cait notó que alguien le tocaba el hombro y, al voltearse, vio a Violeta detrás de ella, con una sonrisa suave y los ojos brillantes de orgullo. Cait se levantó, esbozando una sonrisa de oreja a oreja, mostrando confiadamente la separación de sus dientes y enfrentando cara a cara a Vi.
—¿Crees que abrazarte sería arriesgarse demasiado? —preguntó Vi, ladeando la sonrisa con una mirada pícara.
—La verdad es que me da lo mismo —afirmó Cait.
Sus brazos rodearon el cuello de Vi, sus manos encontrando la parte corta de su cabello en su nuca, enredándose allí mientras tiraba de ella hacia adelante, encontrando sus labios a medio camino, besándola. De repente, entendía por qué Leona y Diana habían sido tan efusivas en mostrar su afecto, besar a Vi en ese momento, el más feliz de su vida, era la gloria, sintiendo sus suaves labios devorándola, todo cobraba sentido y el mundo desaparecía.
Vi llevó sus manos hacia el cuello de Cait, su pulgar rozando el lugar exacto donde Finn le había colocado la inyección, y algo hizo clic en la cabeza de Cait, todo cobrando sentido repentinamente. Se apartó de Vi como si esta tuviera corriente, su mente haciendo una fuerte protesta ante su ingenuidad al no percatarse de ello más temprano.
Uno: el suero teñido contenía transmisores. Dos: los transmisores conectaban la mente a un programa de simulación. Tres: Erudición desarrolló el suero. Cuatro: Finn y Ambessa trabajaban con Erudición. Cait miró a Vi con los ojos como platos, la sorpresa y el miedo mezclándose en el azul que antes brillaba de alegría.
—¿Cait? —preguntó Vi, desconcertada, notando que algo iba mal.
—Ahora no —respondió, sacudiendo la cabeza por su estupidez.
Había querido decir “aquí no”. No con Leona y Diana a medio metro de ellas, mirándolas con las bocas abiertas y los ojos a punto de saltar de sus órbitas después de haberlas visto besarse, y el estruendo de Osadía rodeándolas, no cuando habían tantas personas a su alrededor, no estando tan expuestas. Pero tenía que saber lo importante que era, Cait tenía que explicárselo.
—Después, ¿vale? —dijo, mirándola fijamente con una petición muda de alarma.
Vi asintió con la cabeza, la seriedad en sus ojos dejando claro que había entendido a Cait, pero Cait no sabía cuándo sería ese después, ni cómo iba a explicarle todo lo que acaba de descubrir con claridad. Lo único que Cait sí sabía era cómo Erudición planeaba hacerles luchar, y el miedo se extendió por su cuerpo como lava, quemando toda gota de felicidad y dejando solo destrucción e incertidumbre.
La celebración continuó, aunque Cait ya no tenía ningún espíritu festivo. Intentó en varias ocasiones alcanzar sola a Vi, para apartarla y explicarle todo, pero habían demasiados miembros e iniciados, y la energía de sus felicitaciones la apartaron de Cait, sumado a las constantes preguntas de Diana sobre Cait y Vi que ella no podía contestar en ese momento, por lo que terminó huyendo hacia Ekko y sus amigos, sintiéndose segura rodeada de los nacidos en Osadía, como siempre.
Se fue con ellos, apartándose para ir al dormitorio que compartiría por última vez con los demás esa noche; su plan era esperar a que todos durmieran para ir a buscar a Vi, pero no contó con lo agotada física y mentalmente que el paisaje del miedo la había dejado, quedándose dormida incluso antes de que los demás se unieran a ella en la habitación.
No era consciente de qué horas eran cuando el chirrido de muelles y pies arrastrándose la despertaron. Estaba demasiado oscuro para ver con claridad, pero, una vez que sus ojos se acostumbraron a la penumbra, vio a Diana atándose los cordones de los zapatos. Cait se incorporó en la cama, dispuesta a preguntarle a Diana qué hacía, hasta que sus ojos captaron a Leona a la derecha, poniéndose la camiseta. Miró en derredor, todos estaban despiertos, pero nadie hablaba.
—Diana —murmuró, notando la ausencia de vida en la mirada de la peliblanca; el miedo se desató en Cait, parándose y sosteniendo a Diana de los brazos, sacudiéndola—. ¡Diana! —ella siguió atándose los cordones, incapaz de oírla.
Cait sintió su corazón acelerarse, observando como Diana tenía los ojos abiertos, aunque en blanco, y los músculos de la cara estaban flácidos. Se movía sin mirar lo que hacía, con la boca medio abierta; no estaba despierta, pero lo parecía, y todos estaban en iguales condiciones.
Cait miró hacia Leona, corriendo a donde ella estaba, aferrándose a su brazo cuando notó como todos los iniciados, ya vestidos, empezaban a salir formados en una fila. Quiso detenerla, usó todas sus fuerzas para tirar de Leona, pero era imposible, Leona seguía moviéndose, arrastrándola consigo.
Sabía que tenía que hacer algo, si se quedaba allí, estaría muerta. Cait se apuró en atarse los zapatos, poniéndose la chaqueta y corriendo detrás de los demás, alcanzando el final de la fila, observándolos, adaptándose a su ritmo. Tardó unos segundos en moverse al unísono con ellos, mismo pie adelante y brazo atrás, los imitaba lo mejor que podía, aunque el ritmo le resultaba extraño. Marcharon hacia el Pozo, pero, al llegar a la entrada, los primeros en la fila torcieron a la izquierda.
Ambessa estaba en el pasillo, observándolos. El corazón de Cait latía con fuerza, su mirada mantenida al frente con toda la inexpresividad posible, concentrándose en el ritmo de sus pies. Se puso tensa cuando pasó al lado de Medarda, su único pensamiento constante era que la mujer se daría cuenta, notaría que Cait no tenía el cerebro frito, como los demás, y entonces le pegaría un tiro. Los ojos de Ambessa pasaron por encima de Cait, no la notó.
Los iniciados subieron un tramo de escaleras y avanzaron al mismo ritmo por cuatro pasillos. Entonces, el pasillo se abrió a una caverna enorme y dentro Cait vio la multitud de osados. Habían filas de mesas con montañas negras encima, y Cait no pudo ver lo que eran sino hasta que estuvo demasiado cerca: armas de fuego.
Finn le había dicho antes de inyectarla que les habían puesto los mismos transmisores a toda la facción la noche anterior, por lo que Cait sabía que en esos momentos todos los miembros de Osadía estaban con el cerebro en punto muerto, obedientes y entrenados para matar. Los soldados perfectos.
Cait recogió una pistola, una pistolera y un cinturón, imitando a Leona, que estaba justo delante de ella. Intentaba copiar sus movimientos, pero no podía predecir lo que harían, por lo que acaba siendo menos precisa de lo que le ella deseaba. Apretó los dientes, tenía que mantenerse serena y confiar en que nadie la estaba observando. Una vez estuvo armada, siguió a Leona y a los otros a la salida.
No podía luchar contra Abnegación, contra las personas que la habían ayudado. Prefería morir antes que matar a personas inocentes, su paisaje del miedo demostraba que no estaba en su ser el ceder ante el miedo por su propia vida. Sin embargo, su lista de opciones se reducía y cada vez era más claro el camino que debía seguir.
Fingiría lo suficiente como para llegar al sector de Abnegación, salvaría a aquellas buenas personas que la habían ayudado, a aquel buen hombre que ella recordaba, y lo que pasase después no tenía importancia, aunque supieran que era divergente, el mundo ya estaría perdido. Con el plan trazado en su mente, ella logró calmarse.
La fila de iniciados entró a un pasillo oscuro, haciendo imposible para Cait ver a Leona ni a nada de lo que tenía delante. Su pie dio contra algo duro, haciéndola tropezar, extendiendo sus brazos para evitar la caída. Su rodilla golpeo algo: un escalón. No la había visto nadie, estaba demasiado oscuro, o eso se repitió ella en una súplica constante, hasta que la escalera giró en una esquina, permitiendo que la luz entrara en la caverna, nuevamente podía ver los hombros de Leona. Cait se concentró en ir a su ritmo hasta llegar a lo alto de las escaleras, donde había otro líder de Osadía. Cait ya sabía identificarlos, eran los únicos que estaban despiertos.
«Los únicos no», le reprochó su consciencia. Era cierto, ella estaba despierta porque era divergente, y si eso era así, Vi debía de estar despierta también, a no ser que se equivocara con ella. Tenía que encontrarla.
Se puso de pie al lado de las vías del tren, en medio de un grupo que se extendía hasta donde alcanzaba su visión periférica. El tren se detuvo delante de ellos con todos los vagones abierto y, uno a uno, sus compañeros subieron al vagón que les correspondía.
Cait sabía que no podía volver la cabeza para buscar a Violeta entre la multitud, así que se limitó a mirar por el rabillo del ojo.
Las caras a su izquierda no les eran familiares, pero a su derecha logró captar un cabello rosado que le era muy familiar. Quizás no fuera ella, habían decenas de chicas con cabellos de colores en Osadía, no podía estar segura, pero era su mejor oportunidad. No sabía cómo llegar hasta ella sin llamar la atención, pero tenía que conseguirlo, de alguna forma.
El vagón delante de Cait se llenó, y Leona giró hacia el siguiente, con Cait imitándola, pero, en lugar de detenerse donde la pelirroja lo hizo, Cait continuó caminando unos pasos más a la derecha. Las personas a su alrededor eran más altas que ella, seguro la taparían. Volvió a moverse hacia la derecha, apretando los dientes, su mente gritando que era demasiado movimiento, que se darían cuenta y la matarían.
«Por favor, que no se den cuenta».
Un osado inexpresivo del vagón de al lado de Cait le ofreció la mano a un chico que ella tenía delante. Cait respiró profundo, tomando la siguiente mano sin fijarse en quién era y entrando al vagón tan elegantemente como pudo, quedándose allí, de pie un momento, mirando a la persona que la había ayudado.
Su corazón dio un vuelco cuando notó esos ojos grises, tan inexpresivos como los demás. ¿Se había equivocado con Vi? ¿Sí era una abnegada valiente y nada más? Las lágrimas llenaron sus ojos y Cait tuvo que mantenerse firme para reprimirlas sin hacer gestos, dándole la espalda a Vi y adentrándose en el vagón. Habían muchas personas dentro del vagón, así que Cait los imitó cuando los vio formando cuatro filas, hombro con hombro, manteniéndose de piedra mientras sentía el calor de Vi envolver su cuerpo, su brazo tocando el suyo.
De repente, fue como si el aire se volviera ligero y Cait pudiera respirar de nuevo, unos dedos se entrelazaron con los suyos, una palma se pegó a su palma, una mano que ella conocía muy bien le hacía saber que estaba allí con ella: Violeta la tomaba de la mano. Todo su cuerpo se llenó de energía. Cait le apretó la mano y Vi le devolvió el apretón, era todo lo que podían hacer, pero Cait estaba pletórica: Vi estaba despierta, ella tenía razón.
Quería mirarla, quería decirle tantas cosas, explicar qué estaba pasando y, tal vez, hacer un plan que evitara el desastre al que se acercaban, pero no podía. Sentía el pulgar de Vi dando vueltas sobre el dorso de su mano, haciendo círculos lentos que buscaban tranquilizarla, pero solo lograban frustrarla. ¿Cómo era posible que hacía apenas unas horas estuviera viviendo el momento más feliz de su vida, y ahora estuviera en un tren rumbo a Abnegación para realizar una matanza?
Las vías chirriaban a medida que el tren avanzaba, y Cait no podía ver más allá de la nuca de la mujer que estaba delante suyo, demasiado alta incluso entre los osados. La ansiedad corría por su cuerpo, cada músculo posible tenso hasta el punto del dolor; centró su mente en preocuparse si estaba lastimando a Vi con lo fuerte que apretaba su mano, pero ella seguía haciendo movimientos suaves con el pulgar, por lo que Cait le restó importancia.
Cuando las vías rechinaron mientras el tren frenaba, Cait deseó poder regresar el tiempo, detenerlo todo, hacer algo diferente a lo que iba a hacer, pero ya no era posible. Solo podían seguir hacia adelante. No sabía cuánto tiempo había pasado allí, de pie en medio del vagón, pero le dolía la espalda y sentía las piernas entumecidas, rezó para que eso no afectara su desempeño, necesitaría hacer uso de todo lo que había aprendido en Osadía para lo que se avecinaba.
Finalmente, el tren se detuvo en su totalidad y Cait podía sentir los latidos de su corazón tan fuertes que le costaba respirar. Los osados empezaron a moverse hacia adelante, saliendo organizadamente del vagón; justo cuando fue el turno de Cait de saltar, Vi apareció en su campo de visión y ella pudo mirarla. La expresión en sus ojos grises era de apremio, de miedo, de angustia, hasta que su voz entrecortada salió de su garganta con una orden clara:
—Corre.
—Hay que salvarlos —respondió Cait.
Volvió a mirar al frente y saltó justo cuando le tocaba, con Vi caminando por delante de ella. Sabía que debía concentrarse en su nuca, donde su cabello rosado corto se pegaba por el sudor, pero las calles por las que transitaba le traían tantos recuerdos, que las filas de osados a su alrededor ya no lograba captar su atención, la desesperación abriéndose paso.
Pasaron por delante del centro donde los abnegados donaban ropa cada mes, donde ella había esperado al lado del señor alto y fuerte hasta que uno de los choferes de su madre fue a recogerla cuando era niña, sus ojos vieron el grabado en la pared que ella había hecho mientras el hombre había estado distraído, una C entrelazada con una K, su primer acto de rebeldía.
Recordó que ese día ella solo buscaba marcar su paso por allí, que su presencia no desapareciera, aun si ella ya no estaba. Pero todo era distinto en esos momentos: los edificios que antes tenían personas calmas, ahora estaban vacíos y oscuros; las calles, llenas de soldados de Osadía que avanzaban a un ritmo uniforme, salvo los oficiales, que estaban reunidos a varios metros de ellos, observándolos o haciendo grupos para hablar de algo, probablemente de lo que harían.
Nadie parecía hacer nada. ¿De verdad habían ido para una guerra? Cait caminó junto con Vi casi un kilómetro antes de encontrar la respuesta. En el aire resonaban los sonidos de disparos.
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Y hasta aquí la actualización por el momento, espero que les haya gustado la adaptación y me dejen algún mensajito sobre sus opiniones♥️♥️♥️.
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