XXV- La prueba.
La mañana se sentía extraña para Cait, había logrado dormir un poco cuando regresó de su aventura con Vi, el cansancio venciendo a su mente agitada, pero cuando el alba llegó y todos despertaron, la realidad se cernió sobre ella con fuerza. Salvo ese, había asistido todos los años a la Ceremonia de Iniciación de Erudición, y se trataba de un acontecimiento pomposo lleno de personas altaneras luciendo sus mejores galas.
Los iniciados pasaban a iniciación enfrentándose a diferentes pruebas de conocimiento, entrenando sus mentes en distintas áreas de estudios científicos, encontrando aquella en la que eran mejor y desarrollando un proyecto basado en una mejoría para la comunidad, el cual debían de presentar el día de la prueba final, si sus notas y resultados académicos correspondían con el mínimo necesario y su proyecto probaba ser valioso para la comunidad, eran aprobados.
Después de eso, se reunían en un amplio anfiteatro, Cassandra leía el manifiesto de la facción y les daba la bienvenida, aprobando un financiamiento básico a sus respectivos proyectos presentados para que los desarrollaran durante el año siguiente, si no obtenían resultados debían de buscar otras investigaciones. En caso de sí obtenerlos, el financiamiento aumentaba y su investigación se volvía de interés para los líderes. De esa forma se convertían en individuos funcionales de Piltover, en la facción de Erudición.
En Osadía no lo celebraban así. El día de la iniciación había hecho al complejo de Osadía presa del caos y la demencia. Había gente por todas partes y, a mediodía, casi todo el mundo ya estaba ebrio. Cait se abrió camino entre el tumulto, empujando con los codos y las rodillas, hasta legar a la mesa buffet que tenía dispuesto el almuerzo donde todos cogían algo y se alejaban, llenando su plato rápidamente y saliendo de la multitud, disponiéndose hacia el dormitorio. En el camino vio a alguien caerse del sendero que recorría la pared del Pozo y, por los gritos y la forma en que se agarraba la pierna, Cait sabía que se había roto algo.
Para su tranquilidad, al menos el dormitorio estaba en calma, todos los iniciados habían hecho sus maletas la noche anterior y temprano en el horario de la mañana, listos para lo que fuera que pasara, ya sea convertirse en osado o en abandonado. Cait se quedó mirando el plato de comida que había tomado, se había echado a toda prisa lo primero que le pareció apetecible y, allí, observándolo con atención, se dio cuenta de que había escogido la ensalada de atún, casi todos los tipos de verduras y un pan blanco. Comida de Erudición.
Cait suspiró cansada: era una erudita. Es lo que era cuando no pensaba en lo que hacía, es lo que era cuando la ponían a prueba y analizaba las vías más eficaces para actuar en cuestión de segundos, es lo que era incluso cuando parecía ser valiente. ¿Estaba en la facción equivocada? Ya era muy tarde para esa duda.
Pensar en su antigua facción hacía que le temblaran las manos, el caos que ellos estaban dispuestos a causar la repugnaba, necesitaba encontrar una forma de advertir a Abnegación, pero no sabía cómo, aunque ya lo encontraría, pero no sería ese día. Ese día ella estaba concentrada en lo que le esperaba, superar la prueba final. Cada cosa a su tiempo, como le enseñó su papá.
Cait comió igual que un robot, alternando en un orden estático las comidas hasta que el plato estuvo vacío. Daba igual cuál fuera en realidad su facción, todas o ninguna, porque en unas horas atravesaría el paisaje del miedo con los demás iniciados y se convertiría en una osada. No quiso quedarse dormida, pero la cabeza le latía con fuerzas y decidió acostarse, no volviendo a despertar sino hasta que sintió la mano de Diana sacudiendo su hombro con gentileza.
—Es hora de irse —dijo, viéndose lívida, una rara combinación considerando su cabello blanco.
Se restregó los ojos, espantando el sueño. Cait ya tenía los zapatos puestos, no se los había quitado porque no había tenido intenciones de dormirse, los demás iniciados estaban atándose los cordones, abrochándose las chaquetas y sonriéndose unos a otros como queriendo dar a entender que no pasaba nada.
Cait suspiró, haciéndose una cola alta y poniéndose la chaqueta negra con la cremallera subida hasta el cuello. Pronto terminaría la tortura, pero ¿podrían ellos olvidar las simulaciones? ¿Volverían a dormir de un tirón, a pesar de los recuerdos de sus miedos? ¿O conseguirían olvidarlos todos hoy, como se supone que debe ser?
Caminaron hacia el Pozo y subieron por el pasillo que lleva al edificio de cristal, el silencio era interrumpido solo por sus pasos discordantes. Cait levantó la mirada, observando el techo de cristal, no pudiendo ver la luz del sol porque había suelas de zapatos tapando cada centímetro del cristal que tenían encima. Durante un segundo ella creyó haber oído un crujido, pero era.cosa de su imaginación, de su miedo.
Siguió subiendo las escaleras con Diana, alcanzando a Leona más adelante, y la multitud haciéndola sentir ahogada. Era demasiado baja para ver por encima de las cabezas de los demás, por lo que se quedó mirando la espalda de Leona y siguiéndola. El calor de tantos cuerpos juntos hacía que le fuese difícil respirar, y las perlas de sudor corrían por su cuerpo, luego de acumularse en su frente o espalda. La multitud se abrió un poco, dejándole ver lo que había en el centro: una serie de pantallas en la pared a su izquierda.
Se escucharon vítores que resonaron contra las rocas, y Cait se paró para ver las pantallas. En la de la izquierda había una chica vestida de negro que estaba en la sala del paisaje del miedo: Lux, aunque su verdadero nombre era Luxanna. Cait la vio moverse con los ojos muy abiertos, aunque no sabía a qué obstáculo se enfrentaba, ellas no hablaban de eso.
Por un instante, Cait se tomó el tiempo de agradecer que nadie pudiera ver los miedos de los iniciados, excepto los líderes que los examinaban, solo sus reacciones. La pantalla del centro mostraba su pulso, que se aceleró durante un segundo y después bajó. Cuando logró alcanzar un ritmo normal, la pantalla se puso verde y los osados gritaron entusiasmados. En la pantalla de la derecha mostraban su tiempo.
Cait tuvo que obligarse a dejar de mirar la pantalla y correr para alcanzar a Leona y Diana. Vi estaba de pie, a la entrada de una puerta en la que Cait no se había fijado mucho antes, a la izquierda de la sala. Estaba al lado de la habitación del paisaje del miedo. Cait pasó junto a ella sin mirarla.
La sala era grande, y tenía otra pantalla similar a la de afuera. Una fila de personas estaba sentada frente a Cait, entre ellas Ambessa y Finn. Los otros también eran mayores, líderes de Osadía, y, a juzgar por los cables conectados a sus cabezas, estaban observando la simulación. Detrás de ellos había otra fila de sillas, todas ocupadas. Cait había sido la última en entrar, así que no había quedado lugar para ella.
—¡Eh, Cait! —llamó Ekko, gritando desde el otro lado de la habitación. Estaba sentado con los demás iniciados nacidos en Osadía, y solo quedaban cuatro, el resto ya habían pasado por sus paisajes—. Puedes sentarte en mi regazo, si quieres —ofreció, dándose una palmadita en la pierna.
—Por tentador que parezca —dijo Cait, sonriendo ante la confianza que había creado con el chico—, debo de pasar, estoy nerviosa y estar de pie me calma.
«Además, no quiero que Vi me vea sentada en el regazo de otra persona».
Las luces iluminaron la habitación del paisaje del miedo y dejaron al descubierto a Lux, que estaba agachada y con la cara cubierta de lágrimas. Ambessa, Finn y los otros salieron del aturdimiento de la simulación y se levantaron; unos segundos después Cait los vio en la pantalla, felicitando a la chica por haber terminado.
—Trasladados, pasaréis por la última prueba en orden inverso, según vuestro puesto en la clasificación —anunció Vi, mirándolos desde su esquina sin moverse, con los brazos cruzados, y la camiseta con las mangas rasgadas al nivel de sus hombros, mostrando sus músculos y tatuajes, hasta que las vendas empezaban a forrar sus brazos—. Así que Gangplank entrará primero y Cait será la última.
Cait respiró lentamente, manteniéndose en la parte de atrás, a unos cuantos metros de Vi; se miraron cuando Finn pinchó a Gangplank con la aguja y lo envió al paisaje del miedo. Cait solo pudo darse ánimos pensando que, cuando le tocara a ella, ya sabría cómo lo habían hecho los demás y cuánto tendría que esforzarse para superarlos.
Los paisajes del miedo no eran interesantes desde fuera; Cait podía ver que Gangplank se movía, pero no sabía por qué. Al cabo de unos minutos, cerró los ojos en vez de seguir mirando e intentó no pensar en nada. Especular sobre los miedos a los que tendría que enfrentarse y cuántos serían no tenía sentido. Solo debía recordar que tenía el poder de manipular las simulaciones y que ya lo había practicado antes.
Illaoi fue la siguiente; tardó la mitad que Gangplank, pero incluso ella tuvo problemas. Se pasó demasiado tiempo con la respiración entrecortada, intentando controlar el pánico. En cierto momento incluso se puso a gritar a todo pulmón, aturdiendo los sentidos de Cait.
Cait se encontró a sí misma sorprendida de su poder de atracción, le resultaba tan sencillo enajenarse de todo: la guerra contra Abnegación, Violeta, Jayce, su madre, su padre, sus amigos, su nueva facción…, todo había desaparecido. Lo único que podía hacer en esos momentos era superar aquel obstáculo. Diana era la siguiente, después Leona, y luego Marcus. Cait no miró la pantalla, solo supo cuánto tardaron en salir: doce minutos, diez minutos, quince minutos. Y, entonces, su nombre.
—Cait.
Abrió los ojos y caminó entre la luz tenue hacia la parte delantera de la sala de observación, donde Finn la esperaba con una jeringa llena de un líquido naranja. Apenas notó la aguja en el cuello, siquiera podía ver la cara perforada y forrada de metal de Finn al presionar el émbolo. Imaginó que el suero era adrenalina líquida que corría por sus venas, haciéndola más fuerte. Puede que fuera así.
—¿Lista? —preguntó él.
Estaba lista. Entró en el cuarto armada, no con una pistola ni con un cuchillo, sino con el plan que había elaborado durante el regreso a Osadía, junto con Vi; ella le había dicho que la tercera etapa se basaba en la preparación mental, en elaborar estrategias para superar los miedos. Cait deseó poder saber en qué orden aparecerían. Se puso a rebotar sobre sus talones mientras esperaba, notando su respiración algo entrecortada ante la expectación.
De repente, el hormigón bajó sus pies se transformó, creciendo una hierba que se mecía con un viento inexistente. El cielo verde azul substituyó a las tuberías y Cait prestó atención, esperando oír los pájaros, notando el miedo como algo lejano, un corazón que latía fuerte y un pecho encogido, pero no algo que existiera en su cabeza. Vi le había aconsejado qué quería decir aquella simulación, y tenía razón, no tenía nada que ver con los pájaros, sino con el control. Cait notó el aleteo al lado de su oreja, y las garras del cuervo clavándose en su hombro.
Esta vez Cait no golpeó al cuervo con todas sus fuerzas; se agachó, escuchando el trueno de alas que tenía detrás, y metió la mano entre la hierba, justo encima de la tierra, para acariciarla. ¿Con qué se combatía la impotencia? Con poder. Y la primera vez que Cait se había sentido poderosa había sido cuando le dieron un arma en el complejo de Osadía, permitiéndola usarla hasta agotarse, mostrando su control y habilidades.
Cait sintió un nudo en la garganta, la desesperación por quitarse las garras de encima ganando terreno, pero entonces notó algo duro y metálico en la hierba: su rifle, el que usó para aprender a disparar cuando se escondía en Erudición. Empujó al pájaro de su hombro y giró hacia él, disparándole, haciéndolo estallar entre sangre y plumas.
Cait se volvió, apuntando hacia el cielo, a la nube oscura de plumas que descendían sobre ella. Apretó el gatillo una y otra vez, acertando siempre en el cuerpo de los cuervos, haciéndolos desplomarse sobre la hierba, sin vida. Al apuntar y disparar, Cait notó la misma sensación de poder que la primera vez que sostuvo un arma. El corazón le latía despacio y el campo, la pistola y los pájaros desaparecieron. Estaba de nuevo a oscuras.
Cambió ligeramente de postura y algo crujió bajo sus pies. Se agachó y pasó la mano por un panel frío y suave: cristal. Tenía paredes de cristal a ambos lados del cuerpo, era otra vez el tanque. No le daba miedo ahogarse, eso no era por el agua, era por su incapacidad para escapar del tanque, por su debilidad. Solo tenía que convencerse a sí misma de que era lo bastante fuerte como para romper el cristal. Unas luces azules se encendieron y el agua empezó a cubrir el suelo, pero Cait no estaba dispuesta a permitir que la simulación llegara tan lejos: dio un golpe en la pared que tenía delante, suponiendo que se rompería.
La mano le rebotó sin causar daños.
Su pulso se aceleró, ¿y si lo que funcionaba en la primera simulación ya no funciona? ¿Y si no podía romper el cristal a no ser que este en grave peligro? El agua cubría sus tobillos, estaba cada vez más deprisa. Tenía que calmarse y centrarse. Se apoyó en la pared que tenía detrás y dio una patada a la otra con todas sus fuerzas. Otra vez.
Le dolían los dedos del pie, pero nada pasaba. Le quedaba otra opción, podía esperar a que el tanque se llenara de agua e intentar calmarse mientras se ahogaba. Cait se pegó a la pared sacudiendo la cabeza: no, no pensaba ahogarse, no lo haría. Cerró las manos y golpeó la pared con los puños.
«Soy más fuerte que el cristal; el cristal es fino como agua recién congelada, mi mente hará que lo sea. El cristal es hielo, el cristal es hielo, el cristal es…».
El cristal se rompió en mil pedazos, el agua derramándose por el suelo, y entonces, volvió la oscuridad. Cait sacudió las manos. Tendría que haber sido un obstáculo fácil de superar, se había enfrentado a él antes en las simulaciones. No podía permitirse volver a perder tanto tiempo.
De repente, algo que se sintió como un muro sólido la golpeó por detrás, haciéndola caer hacia adelante y dejándola sin aire. Cait no sabía nadar, solo había visto masas de agua como aquella en fotografías e imágenes viejas. Debajo tenía una roca de aristas irregulares, resbaladiza por culpa del agua, que tiraba de sus piernas.
Cait se agarró a la roca, notando la sal en los labios. Por el rabillo del ojo vio un cielo oscuro y una luna roja como la sangre. Otra ola la golpeó en la espalda, haciendo que se diera en la barbilla contra la piedra y gimiera de dolor. El mar era frío, aunque la sangre que caía por su cuello era caliente. Estiró un brazo hasta encontrar el borde de la roca, el agua tiró de ella una vez más con una fuerza irresistible.
Cait se sujetó todo lo que pudo, pero no era lo bastante fuerte, la ola la lanzó hacia atrás, de modo que sus piernas volaron por encima de su cabeza y los brazos a los lados, para acabar chocándose con la piedra, con la espalda sobre ella y el agua en la cara. Sus pulmones pedían aire a gritos. Cait se retorció, agarrándose al borde de la roca y levantándose sobre el agua. Jadeó, otra ola la golpeó con más fuerza, pero esta vez estaba mejor agarrada.
En realidad no debía de darle miedo el agua, sino el perder el control. Para enfrentarse a ese miedo debía de recuperarlo. Con un grito de frustración, Cait estiró le brazo y encontró un agujero en la roca. Le temblaban los brazos mientras se arrastraba hacia adelante, logrando sacar los pies antes de que la ola la arrastrase. Una vez con los pies libres, Cait corrió sobre la piedra, viendo la luna roja delante, pero el océano había desaparecido. Y, a continuación, todo lo demás desapareció también, dejándola inmóvil. Demasiado inmóvil.
Intentó mover los brazos, pero los tenía bien atados a los lados. Bajó la vista, encontrándose con una cuerda que rodeaba su pecho, brazos y piernas. Había una pila de troncos a sus pies y un poste detrás. Ella estaba en lo alto.
Empezaron a salir personas de entre las sombras, y sus caras le eran demasiado familiares: eran los iniciados, con Marcus al frente, y todos llevaban antorchas. Los ojos de Marcus eran pozos negros, y esbozó una sonrisa de satisfacción demasiado amplia, tanto que se le arrugaron las mejillas. Alguien empezó a reír entre la gente, y la risa ganó intensidad al unirse a ella otras voces.
Mientras las carcajadas aumentaban de volumen, Marcus acercó su antorcha a la madera, y las llamas subieron desde el suelo, titilando al borde de cada tronco para después arrastrarse sobre la corteza. Cait no intentó desatarse, sino que cerró los ojos y llenó sus pulmones de aire. Esto era una simulación, no podían hacerle daño. El calor de las llamas la rodeaba, Cait sacudió la cabeza.
—¿Hueles eso, cerebrito? —preguntó Marcus, hablando por encima de las carcajadas—. Es el olor de tu carne ardiendo.
—¿Sabes qué huelo yo? —preguntó Cait, abriendo los ojos, con lágrimas enturbiando su visión mientras las llamas subían—. Huelo lluvia.
Los truenos rugieron sobre su cabeza y Cait gritó cuando una llama tocó la punta de sus dedos, quemando su piel. Echó la cabeza hacia atrás, concentrándose en las nubes que se agrupaban en el cielo, cargadas de lluvia, oscuras por el agua. Un relámpago lo iluminó todo y la primera gota cayó en la frente de Cait.
«¡Más deprisa!»
La primera gota se deslizó por la aleta de su nariz, y la segunda le dio en el hombro, tan grande que parecía hecha de hielo o roca, en vez de agua. Una manta de lluvia la rodeó, y el fuego chisporroteó por encima de las risas. Cait sonrió, aliviada, cuando la lluvia apagó las llamas y redujo el dolor de las quemaduras de sus manos. Las cuerdas cayeron y pasó las manos por su pelo. El pensamiento de que deseaba ser como Vi, que solo tenía seis miedos, pasó por su mente, pero ella sabía que no era tan buena.
Cait se alisó la camiseta y, cuando levantó la mirada, estaba en su dormitorio en Erudición. Nunca antes había visto ese miedo. Las luces estaban apagadas, pero la habitación se iluminaba gracias a la luz de luna que entraba por las ventanas. Una de las paredes estaba cubierta de armas, pero eso no estaba bien, en Erudición las armas no estaban permitidas.
Un espejo apareció detrás de las armas, mostrando la imagen entrecortada de Caitlyn, haciéndola observarse, detallar sus ojos abiertos y cabello despeinado. Cait se fijó en la ventana que tenía detrás, y en el hombre al otro lado. Notó el frío que bajó por su espalda como si fuera una gota de sudor, y se puso rígida.
Lo reconocía, era el hombre de la cicatriz en la cara, el de la prueba de aptitud. Ahora iba de negro y estaba quieto como una estatua. Cait parpadeó, y otros dos hombres aparecieron a su izquierda y derecha, igual de inmóviles, aunque sus caras no tenían rasgos, más bien eran cráneos cubiertos de piel. Cait se volvió rápidamente y vio que ya estaban dentro del dormitorio, haciéndola retroceder hasta que sintió su espalda pegarse al espejo, las armas habían desaparecido.
Durante un instante la habitación quedó en silencio, hasta que los puños empezaron a golpear la ventana, docenas de puños con docenas de dedos estrellándose contra el cristal. El ruido era tan fuerte que Cait podía notar la vibración en las costillas; entonces, el hombre de la cicatriz y sus dos compañeros comenzaron a acercarse con movimientos cautelosos. Iban a por Cait, como Marcus, Gangplank y Viktor, a matarla. Ella lo sabía.
Era una simulación, Cait tuvo que recordárselo. Con el corazón a punto de salírsele del pecho, apretó la palma contra el espejo que tenía detrás y lo deslizó hacia la izquierda. Ya no era un espejo, sino una puerta de armario. Se dijo a sí misma dónde estaría el arma: colgada de la pared de la derecha, a pocos centímetros de su mano.
No le quitó los ojos de encima al hombre de la cicatriz, pero localizó la pistola con la punta de los dedos y la agarró por la culata. En un movimiento veloz, Cait disparó al de la cicatriz. No esperó a ver si su puntería era tan buena en la simulación como en la vida real, sino que apuntó a los hombres sin rostro, uno a uno, lo más deprisa que pudo.
Le dolía el labio de mordérselo y, aunque se detuvieron los golpes contra la ventana, Cait escuchó un chirrido y los puños se convirtieron en manos con dedos doblados que arañaban el cristal intentando entrar. El cristal crujió por la presión de las manos, agrietándose y haciéndose pedazos. Cait gritó. No le quedaban suficientes balas en la pistola.
Cuerpos pálidos, humanos, aunque destrozados, brazos torcidos en ángulos extraños, bocas demasiado abiertas y con dientes afilados, cuencas de ojos vacías, entraron a trompicones en el dormitorio, unos detrás de otros, poniéndose de pie como podían y acercándose a Cait. Rápidamente se metió en el armario y cerró la puerta. Necesitaba una solución. Se hizo un ovillo y llevó la pistola a su cabeza. No podía ganarles, así que tenía que tranquilizarse. El paisaje del miedo registraría su pulso ralentizándose y pasaría al siguiente obstáculo.
Se sentó en el suelo del armario. La pared que tenía detrás crujió, Cait escuchó golpes, temió que los puños lo estuvieran intentando otra vez, que estuvieran golpeando la puerta del armario, pero al volverse y asomarse a través del panel oscuro que tenía detrás, notó que no era una pared, sino otra puerta.
Cait empujó con fuerza, abriéndola, y vio el pasillo de arriba; sonriendo, se arrastró por el agujero y se puso de pie, oliendo algo que se horneaba: estaba en casa, un domingo, cuando su madre no estaba y su padre podía cocinar sin que nadie lo regañara. Respiró hondo, viendo como su casa se desvanecía. Por un segundo, se había olvidado que estaba en la sede de Osadía.
Entonces, Violeta apareció frente a ella. Sin embargo, Cait no tenía miedo de Violeta. Volvió la mirada atrás, confundida, pensando que a lo mejor había otra cosa en la que debía de concentrarse, pero no, detrás solo veía una cama matrimonial con dosel.
«¿Una cama?».
Violeta se acercó despacio.
«¿Qué está pasando?».
Cait se quedó mirándola, paralizada. Vi le sonrió, y era una sonrisa que le resultaba amable, familiar. Entonces, los labios de Vi se encontraron sobre los suyos, haciendo que Cait abriera sus propia boca, permitiéndole el paso a su lengua, que encontró rápido la suya.
Cait había creído que sería imposible olvidarse de que estaba en una simulación, se había equivocado, Vi hacía que todo lo demás se desintegrara. Sus dedos encontraron la cremallera de la chaqueta de Cait, bajándola de un solo tirón firme que erizó su piel, quitándosela por los hombros.
«Oh»
Fue lo único que Cait pudo pensar mientras Vi volvía a besarla.
«Oh»
Le daba miedo estar con ella. Había recelado el afecto toda su vida, por el evento traumático de su infancia, por el escaso afecto físico que había recibido en su hogar, ya fuera porque su madre no quería dárselo o porque consideraba que era un premio innecesario para recibir, incluso de parte de su propio padre, pero Cait no había sabido lo profundo que esto la había marcado sino hasta ese momento, con las imágenes de su carente infancia pasando por sus ojos, forzando su mente, siendo el primer gran obstáculo real de aquella prueba.
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Hello por aquí, Pequepinkypitufibibolas, qué tal se anda??? Por aquí mal, pero equis, seguimos escribiendo. Espero que el capítulo les haya gustado, déjenme aunque sea un comentario para saber qué les pareció y, si les gustó, pueden seguir adelante al siguiente capítulo. ♥️♥️♥️.
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