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XXIX- La perdida más grande.

Oscuridad, eso fue lo primero que vio Caitlyn al despertar; se sentía mareada, su visión estaba ligeramente borrosa y su cabeza dolía. El suelo debajo de ella era suave y frío, las dos paredes uniéndose a su espalda le confirmaban que estaba sentada en una esquina, sus pies tocaban otra pared al frente, el lugar era pequeño. Se llevó una mano a la cabeza, notando la sangre que empezaba a secarse manchándole los dedos. Cuando bajó la mano su codo dio contra otra pared. No sabía dónde estaba, pero la sensación de poco espacio no le gustaba.

Una luz parpadeante se encendió en el techo, su escaso brillo azul iluminó la estancia y Cait sintió el aire congelarse en sus pulmones. Su reflejo en la pared de cristal le mostraba que estaba en un tanque como el de sus miedos, dentro de una habitación pequeña, con paredes de hormigón, sin ventadas y sin nadie más allí. Bueno, casi nadie, si contaba la camarita de vídeo colgada desde una de las paredes, enfocada hacia ella.

A sus pies había una pequeña abertura que estaba conectada a un tubo, que, a su vez, estaba unido a un enorme depósito en la esquina de la habitación. El temblor empezó en sus dedos y se extendió por los brazos, en pocos segundos, todo su cuerpo temblaba.

«Esta vez no estoy en una simulación».

Cait sintió su brazo entumecido mientras se incorporaba con dificultad, notando el charco de sangre que había en el suelo, en la esquina donde ella había estado sentada. Cerró los ojos, forzándose a respirar y no marearse ante el olor metálico de la sangre, o la idea de lo que pasaría, recordándose mentalmente que no podía dejarse llevar por el pánico.

¿Qué era lo peor que podía pasar en ese momento? Solo ahogarse en el tanque. Apretó la frente contra el cristal ante ese pensamiento y la risa seca escapó de su garganta antes de que ella lo pudiera controlar, progresando hasta transformarse en un sollozo.

Sabía que si se negaba a rendirse quedaría como una valiente delante de quien estuviera detrás de la cámara, pero, a veces, lo valiente no era luchar, sino enfrentarse a la muerte segura. Otro sollozo escapó de sus labios, el vaho de su respiración nublando el cristal un instante. No le daba miedo la muerte, pero quería hacerlo de otra forma, de cualquier otra forma.

Un grito escapó de su garganta, raspándola, y su talón impactó contra el cristal, pero no pasó nada. Una patada tras otra, Cait sintió la frustración crecer; retrocedió hasta lo posible y propulsó su cuerpo hacia la pared, su hombro izquierdo golpeándola y haciéndola gruñir cuando el ardor en su hombro derecho la hizo sentir llamas ardientes. Estaba demasiado débil por la pérdida de sangre y el dolor, golpear el cristal no iba a sacarla de allí.

El agua empezó a entrar por el fondo del tanque y Cait inmediatamente dirigió sus ojos hacia la cámara. Que ese dispositivo estuviera allí significaba que había alguien observándola…, no, que había alguien estudiándola, como los eruditos harían. Querían saber si su reacción coincidiría con la de su simulación, probar si ella era una cobarde. Por un breve momento Cait se preguntó si sería su madre quien la estaría mirando.

Abrió las manos y las dejó caer a sus lados. No era una cobarde. Levantó la cabeza y se quedó mirando hacia la cámara sin expresión ninguna en su rostro. Se concentró únicamente en su respiración, olvidando el hecho de que estaba a punto de morir, sus ojos fijos en la cámara hasta que eso fue lo único en su campo de visión, oscuridad total alrededor. El agua fue subiendo por sus tobillos, las pantorrillas y después los muslos. Ascendiendo por la punta de sus dedos. Una inspiración, una espiración. Para Cait el agua no era su verdugo agobiante, sino que era suave, como de seda.

Inspiró. El agua lavaría sus heridas. Espiró. Su padre la sumergió en agua cuando era una bebé para entregarla a Dios, aun cuando su madre no creía en ello; Cait tampoco lo hacía, pero en esos momentos Dios parecía un pensamiento atractivo.

Hacía mucho que no pensaba en una deidad, pero en esas circunstancias, cuando la muerte la acechaba irrevocable, era lógico que su pensamiento fuera hacia la creencia que le daría un significado a su vida más allá de solo una serie de eventos y decisiones sin objetivo. De repente, se vio a sí misma alegrándose de haberle disparado a Finn de forma no letal.

Su cuerpo subió con el agua, liviano, superando la gravedad de la tierra. En vez de agitar las piernas y prolongar el momento, Cait expulsó todo el aire en sus pulmones y se hundió hasta el fondo. El agua ahogó el sonido. Pensó en respirar el agua para que llenara sus pulmones y la matara antes, pero no reunió el valor necesario para hacerlo, fue allí cuando entendió porque Osadía catalogaba el suicido como un acto de valentía: requería más valor del que tendrías en toda tu vida el acelerarse hacia la muerte. Echó burbujas por la boca.

«Relájate».

Cait cerró los ojos, sus pulmones ardían. Dejó que sus manos flotaran hasta lo alto del tanque, que el agua llevara sus brazos de seda. Su mente buscó una forma de hacer todo más llevadero. Recordó que cuando era pequeña su padre la subía por encima de su cabeza, allí donde nadie los viera, y corría con ella para que pareciera que Cait estaba volando. Evocó la sensación del aire deslizándose por su cuerpo y el miedo se evaporó. Abrió los ojos. Había una figura oscura parada delante de ella.

«Si ya empiezo a ver cosas, es que me queda poco tiempo».

Notó una puñalada de dolor en los pulmones. Asfixiarse era doloroso. El ardor corría por todas las vías respiratorias, la mente se nublaba, los oídos pitaban y el cuerpo se debatía entre la lucha y la decadencia, con un único instinto comandando todo: la necesidad de respirar.

Una mano tocó el cristal que tenía frente a la cara y, durante un instante, al mirar a través del agua Cait creyó ver el rostro borroso de su padre. Un disparo resonó lejano y el cristal se quebró, el agua saliendo a chorros por el agujero cercano a la parte superior del tanque y el panel rompiéndose por la mitad. Cait sintió la fuerza del agua lanzando su cuerpo contra el suelo, el dolor arrullándola. Jadeó, tragando tanto agua como aire, tosiendo y volviendo a jadear, hasta que unas manos rodearon sus brazos y ella escuchó su nombre.

—Caitlyn —dijo una voz tan familiar que parecía un sueño—. Caitlyn, tenemos que correr.

Cait sintió como esta persona pasaba su brazo sano por encima de los hombros y tiraba de ella para levantarla. Sus ojos se desviaron hacia su salvador. Iba vestido como su padre y parecía su padre, pero llevaba una pistola en la mano y tenía una expresión decidida que a Cait no le resultaba familiar.

Avanzó a trompicones a su lado, por encima de los cristales rotos y a través del agua, hasta salir por una puerta abierta que los condujo a un pasillo externo donde yacían los cuerpos sin vida de guardias osados. Cait resbaló en las losetas del final del pasillo, aferrándose más al cuerpo firme que la sostenía. Doblaron la esquina y Tobías disparó a los dos guardias que estaban junto a la puerta final, acertando en sus cabezas. Ella sintió como la empujaban contra la pared y vio a su padre quitarse la chaqueta azul, quedando en una camiseta blanca debajo. Sus ojos notaron el tatuaje que recorría su bíceps.

«Con razón nunca se cambiaba delante de mí».

—Papá —dijo Cait, sus palabras saliendo rasposas y lentas—, eras de Osadía.

—Sí —respondió Tobías, sonriendo con dulzura; Cait lo vio convertir su chaqueta en un cabestrillo improvisado para su brazo y dejó que él atara las mangas a su cuello—. Y hoy me ha venido bien. Jayce, Vander y algunos otros de Abnegación están escondidos en un sótano, cerca del riachuelo que conduce a Zaun por las tuberías subterráneas, la zona de los abandonados. Tenemos que llegar hasta ellos.

Cait se quedó unos segundos mirando a su padre, el pensamiento creciendo alrededor de la realidad. Se había sentado a su lado en la mesa del comedor tres veces al día durante dieciséis años y jamás se le había ocurrido que no hubiera nacido en Erudición. ¿Hasta qué punto conocía verdaderamente a su padre?

—Ya habrá tiempo para preguntas —aseguró Tobías, como si le leyera la mente. Se levantó la camiseta y sacó una pistola de la cintura de sus pantalones para ofrecérsela a Cait. Cuando ella la tomó, Tobías llevó una de sus manos hacia su mejilla, acariciándola suavemente—. Ahora tenemos que irnos.

La aprensión del momento era tangible. Tobías corrió hacia el final del pasillo, con Cait siguiéndolo. Estaban en los sótanos de la cede de Abnegación, Cait sintió la cantidad de preguntas aumentar en su mente a medida que su padre la conducía por una serie de pasillos oscuros y una escalera húmeda hasta que llegaron a la luz del día sin incidentes. Por un instante, la mayor pregunta de Cait fue cuántos guardias había matado su padre antes de encontrarla.

—¿Cómo sabías donde estaba? —preguntó en su lugar.

—He estado vigilando los trenes desde que empezaron los ataques —contestó Tobías, volviendo la cabeza para mirarla—. No sabía qué haría cuando te encontrara, pero mi intención era salvarte. Hace mucho que dejé de esperar que tu madre tuviera un instinto maternal que la hiciera protegerte.

—Pero te traicioné, te abandoné —rebatió Cait, sintiendo la culpa que había estado allí desde el día de la Elección subir a la superficie.

—Eres mi hija, las facciones me dan igual —afirmó Tobías, sacudiendo la cabeza—. Mira adónde nos han llevado. Los seres humanos en su conjunto no aguantan mucho tiempo siendo buenos; al final la maldad regresa para volver a envenenarnos.

—Papá —Cait sabía que no era momentos para charlas, pero necesitaba saberlo. Vio a Tobías detenerse en el cruce del callejón con la calle y usó esos segundos para preguntar—: ¿Cómo sabías lo de los divergentes? ¿Qué son? ¿Por qué?

—Lo sabía porque soy uno de ellos —interrumpió él, abriendo la recámara de su pistola para ver cuántas balas quedaban. Sacó más de su bolsillo y recargó el arma. Cait reconoció su expresión, era la misma que usaba cuando estaba suturando una herida en la clínica—. Solo me mantuve a salvo porque mi madre era una de las antiguas líderes de Osadía. El día de la Elección me dijo que debía abandonar mi facción para buscarme una más segura. Elegí Erudición porque pensé que no había mejor lugar para esconderse que bajo las propias narices del peligro; pero quería que tú tomaras la decisión por ti misma.

—No entiendo por qué somos una amenaza para los líderes.

—Cada facción condiciona a sus miembros para que piensen y actúen de cierta forma, y casi todos lo hacen. A la mayoría no les cuesta encontrar un patrón de pensamiento y ceñirse a él —explicó Tobías, tocando el hombro bueno de Cait y sonriéndole tranquilizadoramente—. Pero nuestras mentes se mueven en varias direcciones a la vez, no nos limitamos a una sola forma de pensar, y eso aterra a nuestros líderes. Significa que no nos pueden controlar y que, por mucho que lo intenten, siempre les causaremos problemas.

Cait sintió el alivio recorrer su cuerpo, fue como si alguien hubiera llenado sus pulmones con aire limpio, le hubieran mostrado la luz después de una vida entre sombras. No era de Erudición, no era de Abnegación, no era de Osadía. Ella era divergente, y no la podían controlar.

—Ahí vienen —anunció Tobías, asomándose por la esquina.

Con su mente más en calma, Cait se movió y echó un vistazo por encima de su hombro, viendo a unos cuantos osados con armas que se movían al mismo ritmo dirigiéndose hacia ellos. Su padre volvió la mirada hacia atrás: a lo lejos, otro grupo de Osadía corría por el callejón hacia ellos, todos moviéndose a la vez.

Tobías tomó a Cait de la mano y la miró a los ojos con fiereza. Por un momento, Cait contempló el movimiento de sus largas pestañas al parpadear y el oscuro color de sus iris escondidos detrás de sus rasgados párpados. Deseó tener más de él en su rostro, que al mirarla pudieran decir que era su hija; pero al menos tenía algo de él en su cerebro.

—Ve a por Jayce y Vander, ellos están de nuestro lado. Es por el callejón de la derecha, te llevará hasta el antiguo molino, dentro de los pasillos encontrarás una puerta, llamada primero dos veces, después tres y después seis —indicó, sujetando a Cait por las mejillas, acunando su rostro—. Voy a distraerlos, tienes que correr lo más de prisa que puedas.

—No —respondió Cait, sacudiendo la cabeza en pánico—. No voy a ninguna parte sin ti.

—Sé valiente, Caitlyn —susurró Tobías, inclinándose para dejar un beso en su frente—. Te amo.

Cait sintió la calidez de sus palmas desaparecer de su rostro y ser reemplazada por el frío cuando Tobías salió corriendo al centro de la calle. Él sostuvo la pistola por encima de su cabeza y disparó tres veces al aire, atrayendo la atención de los osados que ahora iban a por él.

No quería, deseaba quedarse y luchar a su lado, pero sus pies se movieron para cumplir el deseo de su padre y Cait se encontró a sí misma corriendo por la calle, metiéndose en el primer callejón. Mientras corría, Cait miró hacia atrás para ver si alguien la seguía, pero solo vio a su padre disparándole al grupo de osados que se concentraron únicamente en él.

Resguardada por las paredes del callejón, Cait volvió la vista hacia atrás cuando escuchó los disparos continuos. Su padre se puso rígido y arqueó la espalda, le salió sangre de una herida en el abdomen, sangre que rápidamente tiñó su camiseta de rojo oscuro. Una mancha del mismo color se extendió por su hombro. Cait parpadeó, y el reluciente carmesí llenó el interior de sus párpados. Parpadeó otra vez, y fue capaz de ver a su padre sonreír mientras recogía las ollas de la cocina después de cocinarle a ella su plato favorito.

Tobías cayó, primero de rodillas, con las manos inertes a ambos lados del cuerpo, y después al pavimento, derrumbándose de lado como una muñeca de trapo. Se quedó quieto demasiado rápido, y dejó de respirar. Cait se tapó la boca con la mano y gritó, notando sus mejillas calientes y llenas de lágrimas que ella no sabía cuándo habían empezado a correr hacia abajo. Una parte de ella le recriminaba que debía de estar con él y Cait sentía la urgencia de regresar, pero todavía oía las palabras de su padre, las que le pedían que fuera valiente.

El dolor abrasador la atravesó de pies a cabeza cuando todo lo que la componía se derrumbó ante sus ojos, su mundo deshaciéndose en un instante. El pavimento arañó sus rodillas. Si se tumbaba ahora, todo habría terminado. Pensó que a lo mejor Finn tenía razón cuando dijo que elegir la muerte es como explorar un lugar incierto.

El recuerdo de Vi acariciándole el pelo antes de la primera simulación estalló en su cabeza, podía oírla pidiéndole que fuera valiente; Cait escuchó a su padre diciéndole que fuera valiente. Los soldados de Osadía se volvieron como si compartieran un mismo cerebro. Ella tenía que conseguir levantarse y correr de nuevo. Ella era valiente.

Tres soldados de Osadía persiguieron a Cait corriendo al unísono, el eco de sus pasadas retumbando en el callejón. Caitlyn alcanzó a agacharse cuando uno de ellos disparó, raspándose las palmas contra el suelo. La bala impactó en el muro a su derecha y los trocitos de ladrillos volaron por todas partes. Cait se lanzó detrás de una esquina y revisó el cargador de su arma: estaba lleno. Apuntó con la pistola al callejón, sin asomarse, y disparó sin ver. La ira ciega por la muerte de su padre dominándola; ellos no habían sido quienes lo habían matado, pero daba igual, tenía que darle igual y, como la muerte misma, en ese momento no podía ser algo real.

Agudizó su oído, escuchando únicamente las pisadas de una persona. Eso debía de ser fácil. Agarró su pistola con ambas manos y salió al callejón para apuntar al soldado. Apretó un poco el gatillo, aunque no lo suficiente como para disparar: el soldado que corría hacia ella no era un hombre, sino una chica, una chica de cabello rojo salvaje y ceño fruncido: Leona. Con los ojos ciegos y sin vida, pero Leona. La pelirroja dejó de correr e imitó la postura de Cait, apuntándola con su pistola. En un segundo Cait vio el dedo de ella sobre el gatillo, escuchó la bala que se metía en la recámara y supo con certeza que leona la iba a matar.

El disparo resonó en el silencio. Sus manos temblaban, sus ojos estaban cerrados y sentía que no podía respirar. Sabía lo que estaba pasando, que en esos momentos el sonido sordo que se escuchó era el cuerpo de Leona cayendo sin vida al suelo. Era plenamente consciente de que la bala le había dado en la cabeza, lo sabía porque allí era a donde había apuntado antes de cerrar los ojos y disparar. Cait se giró sin abrir los ojos y salió a trompicones del callejón. No podía verla, si lo hacía todo estaría terminado para ella; eso tampoco era real.

Se encontró delante del riachuelo, ahora tenía que hallar la entrada a la tubería que la llevaría a los pasillos subterráneos, pero mientras caminaba se dio cuenta que no podía ver nada, tenía los ojos borrosos. Parpadeó un par de veces y comprobó sus alrededores, notando que estaba a pocos metros de la entrada que se veía en el lado opuesto del riachuelo.

Se sostuvo de los tubos y tablones oxidados de un antiguo molino de agua, descendiendo por la bajada y pasando por encima del riachuelo. Observó la oscuridad del túnel, no le temía, había aprendido a vivir con eso en Osadía. Mantuvo sus pasos en silencio, Vi le diría que no era buena idea hacer ruido, que el sonido atraería a los soldados. Cait se pegó a la pared, avanzando hasta que encontró una puerta, sus ojos finalmente adaptándose a las sombras.

Se arrodilló al lado de la puerta, pegando su cabeza contra la pared y meditó por última vez lo que haría antes de hacerlo; era una mala idea, pero lo hizo de todas formas. Gritó, se llevó una mano a la boca para ahogar el sonido y gritó hasta que su garganta ardió, hasta que sus gritos se transformaron en sollozos. La pistola se cayó de su mano.

La imagen de Leona apareció en su mente. Podía verla sonriendo, sus labios arqueados en una curva, sus dientes rectos, la luz en su ojos; se reía, bromeaba, coqueteaba con Diana, estaba más viva que nunca, más viva en el recuerdo de Cait de lo que Cait misma estaba en realidad. Todo había sido una decisión de ella o Cait, y Cait se había escogido a sí misma, aunque de nada había servido, se sentía igual de muerta.

Después de varios minutos, recogió la pistola del suelo y se levantó, parándose delante de la puerta. Golpeó dos veces, luego tres y después seis, como le dijo su padre. Se secó las lágrimas, era la primera vez que vería a Jayce después de su discusión en Erudición, y estaría enfrentándose a uno de los líderes de Abnegación también, no quería que la vieran medio desmayada y sollozando, la haría parecer débil, y ella no podía permitirse debilidades en ese momento.

La puerta se abrió y Jayce apareció por el umbral; verlo dejó a Cait media aturdida. Él se le quedó mirando unos segundos y, acto seguido, la rodeó con sus brazos, una de sus manos tocando la herida de su hombro. Cait dejó escapar un gruñido gutural de dolor y Jayce retrocedió al instante.

—Caitlyn, Dios mío, ¿te han disparado?

—Vamos dentro —indicó ella en tono bajo.

Jayce se apartó, dejándola pasar mientras él limpiaba las lágrimas de sus propios ojos, y la puerta se cerró tras ellos. La habitación apenas estaba iluminada, pero Cait podía ver algunos rostros familiares, de los abnegados que visitaban a los abandonados para darles comidas, rostros envejecidos que la habían ayudado en su infancia, los de los líderes de la facción.

Vander, a quien Cait recordaba como un hombre amable que la había cuidado, y la miraba en ese instante como si le hubiesen salido dos cabezas. Maura. Verla activó algo en Caitlyn, el recuerdo de Vi, de su paisaje del miedo. Sintió ganas de alzar la pistola y dispararle, no lo hizo, como tampoco se permitió seguir pensando en Vi. No podía derrumbarse, no ahora.

—¿Cómo has sabido que estábamos aquí? —preguntó Jayce—. ¿Te encontró tu padre?

—El hombro —respondió Cait después de asentir con la cabeza, tampoco quería pensar en su padre.

Ante la sensación de seguridad, la adrenalina que la mantenía corriendo decreció y Cait cayó de rodillas, el dolor empeorando considerablemente. Tenía la ropa chorreando y el agua formaba un charco en el suelo de cemento. Un sollozo desesperado amenazó con escapar de su garganta, pero ella lo reprimió.

Una mujer que no conocía sacó un camastro, otra persona pasó una lámpara de una esquina a la otra para que tuvieran luz. Jayce corrió y trajo un botiquín de primeros auxilios y otra joven le alcanzó a Cait una botella de agua. Cait lo sabía mejor que nadie, no había mejor sitio para pedir ayuda que una habitación llena de abnegados. Cait reparó en lo extraño que se veía Jayce, con su azul erudito, rodeado del gris abnegado, pero eso no la distrajo del dolor. Vander se acercó a ella, echándose su brazo por el hombro y ayudándola a cruzar la habitación hasta el camastro.

—¿Por qué estás mojada? —preguntó Jayce, acercándose para ayudar.

—Intentaron ahogarme —confesó Cait sin reparos—. ¿Por qué estás aquí?

—Hice lo que me pediste…, lo que me pidió tu padre. Investigué sobre el suero de la simulación y descubrí que Cassandra intentaba desarrollar transmisores de largo alcance para el suero, de modo que su señal llegara más lejos, y eso me condujo a la información sobre los eruditos y los osados… En fin, que dejé el centro de Erudición en cuanto supuse lo que sucedía. Te habría advertido, pero era demasiado tarde. Ahora estoy sin facción.

—No, no es cierto —intervino Vander en tono severo, hablando por primera vez desde que Cait había llegado—. Estás con nosotros.

Arrodillada en el camastro, Cait sintió como cortaban un trozo de su camiseta por el hombro con unas tijeras médica. Apartaron la tela, dejando al descubierto el tatuaje del signo de Erudición en su hombro y luego el de los tres pájaros de su clavícula. Vander y Jayce se quedaron mirando con similar expresión de fascinación y sorpresa, pero nadie dijo nada. Cait se tumbó boca abajo, con Jayce apretando su mano mientras Vander sacaba el antiséptico del botiquín.

—¿Alguna vez le has extraído una bala a alguien? —cuestionó Cait, sabiendo que de igual forma no tenía opciones, pero no queriendo perder la movilidad del brazo ante la inexperiencia.

—Te sorprenderías las cosas que sé hacer —contestó Vander con una sonrisa—. Esto va a doler.

Aunque no pudo ver el cuchillo, sí sintió el momento en que atravesó su piel. El dolor se extendió por su cuerpo y Cait gritó entre dientes, aplastando la mano de Jayce. Por encima de sus gritos podía escuchar a Vander pedirle que relajara la espalda, así que ella hizo lo mejor que pudo para lograrlo, mientras las lágrimas caían por su rostro. El dolor empezó otra vez, más fuerte, y Cait podía notar el movimiento de las pinzas bajo la piel.

—La tengo —afirmó Vander, soltando las pinzas en el suelo. Cait sintió como él limpiaba su piel con algo frío antes de anunciar—: Hora de coser.

Cait asintió con la cabeza, viendo a Vander sacar la aguja curveada de sutura con el hilo perfectamente colocado. Apretó la mandíbula y, esa vez, guardó silencio mientras la suturaban. De todo el dolor que había sufrido ese día, tanto físico como emocional, ese era el más fácil de soportar.

Vander terminó de coser la herida, colocando una venda que cubrió los puntos, y Jayce la ayudó a sentarse. Cait lo miró mientras él separaba los dobladillos de sus dos camisetas y se quitaba la de manga larga, de un azul oscuro que parecía casi negro, ayudándola luego a pasar los brazos por las mangas para que Cait la usara. Le quedaba ancha y olía a limpio, a Jayce, y eso la relajaba.

—Bueno, ¿dónde está tu padre? —preguntó Vander.

—Ya no está —confesó Cait, bajando la cabeza, deseando que esa noticia no fuera real—. Me salvó la vida.

—Eso está bien —afirmó Vander, su semblante serio dándole fortaleza a Cait—. Una buena muerte.

Esa afirmación, el orgullo en la mirada de Vander mientras lo decía, le transmitieron tranquilidad a Cait, la suficiente para saber, por primera vez desde que vio a su padre caer, que era cierto. Finn se equivocaba, la muerte de su padre sí había sido un acto de valentía. Cait recordó lo tranquilo que estuvo, lo decidido que estuvo. No solo fue valiente por morir por ella, lo fue porque lo hizo sin anunciarlo, sin vacilar, sin considerar otra opción. Y eso, de alguna forma, le dio paz.

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Listo bellezas de pequepinkypitufibolas, eso es todo por el momento 😊.

Quería saber qué piensan del fanficn.

Para los que han leído los libros de Divergente: ¿les gustan los cambios y adaptación de personajes?

Para los que no han leído Divergente: ¿les gusta la trama en sí misma?

Dicho esto quería advertir que nos estamos acercando al capítulo final de Divergente (el libro original) y yo planeo continuar Insurgente (el.2do libro) dentro de este mismo como si fueran uno solo.

Bajo esta advertencia, quería preguntarles si les interesaría que entre un libro y el otro pusiera un capítulo especial de Vi en su vida de Abnegación, el día de la prueba de aptitud y el día de la Elección. Estos capítulos fueron hechos por la autora para el personaje de Cuatro, que es el que hace Vi aquí en el fanfic, y pensé que ustedes podrían querer que los adaptará también.

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