XXI- La verdadera valentía.
Cait no reconocía la zona, pero tiene recuerdos de su infancia, de aquel día en específico, donde los abnegados la rescataron y, por primera vez, un erudito entró en sus casas. Es así como notó que todas las casas de Abnegación eran iguales: paredes lisas de piedra gris, muebles sencillos en un color café y pisos de piedra negra. La luz era escasa, no había casi ventanas y el sitio en penumbras parecía más una cárcel. Una figura oscura se movió más adelante, acechando el borde del círculo de luz que los ilumina escasamente, a la espera de que ellas den otro paso.
« ¿Quién es? ¿Quién acecha las pesadillas de Vi?» el pensamiento llegó de forma dolorosa, viendo a la mujer que atravesó el límite de luz, mostrándose ante ellas. El delgada, alta y lleva el cabello negro recogido en una coleta baja, cortado al largo parejo que todas los de Abnegación. Va con las manos detrás de la espalda y viste las ropas grises tan conocidas entre las facciones.
—Maura —susurró Cait, reconociendo a la mujer delante de ella: había sido la líder principal de Abnegación durante años, hasta que su marido falleció en una explosión junto con su hija, entonces le cedió el liderazgo principal a Vander, quedando como la segunda al mando.
—Ahora es cuando tienes que averiguar mi nombre —dijo Vi con voz temblorosa.
—¿Es…? —Cait inició la pregunta, pero su voz murió en su garganta cuando observó la escena que se desarrollaba delante de ella.
Maura avanzaba hacia el aro de luz, inexpresiva y serena, y Vi retrocedía, el terror apoderándose de sus facciones, sus músculos tensos ante cada paso lento que la llevaba de forma casi robótica más lejos de Maura. Cait podía verlo, las similitudes existentes, ciertos rasgos fáciles, algunos gestos, era imposible no copiar algo cuando vivías con la persona, fue así que pudo descubrirlo.
Los recuerdos de un periódico de Erudición que tenía como titulares en la primera página “La líder de Abnegación es una abusiva” “Su hija cambia de facción a Osadía” “Violencia en la facción del altruismo” “Hipocresía entre los desinteresados” atravesaron sus memorias adolescentes. Maura tenía una hija mayor que no murió en la explosión, una hija que fue la primera y única trasladada de Abnegación a Osadía, y se llamaba…
—Violeta.
—Violeta —llamó Maura, estirando una de sus manos. Cait vio el cinturón enrollado en esta y como lentamente fue estirándolo, el sonido sordo que sonó cuando llegó hasta el final—. Es por tu propio bien —afirmó, y las palabras se repitieron una docena de veces.
Una docena de Mauras aparecieron en el círculo de luz, todas cargaban el mismo cinturón y con el mismo rostro inexpresivo. Cuando parpadearon, Cait vio sus ojos transformarse de un azul grisáceo a pozos oscuros y vacíos; los cinturones se deslizaron por el suelo, que se había vuelto de losetas blancas, e hicieron un sonido escalofriante cuando el metal de las hebillas se arrastró sobre estas.
Un escalofrío recorrió la espalda de Cait ante la imagen distorsionada de un monstruo y Vi petrificada, todo su cuerpo tan tenso que parecía de piedra: Erudición había acusado a Maura de crueldad y, por una vez, su madre había tenido la razón.
Cait miró fijamente a Vi, a Violeta, y esta siguió paralizada. Tenía sus hombros hundidos y parecía varios años más vieja, sin embargo, a la vez varios años más joven, como una niña temerosa que se enfrenta al monstruo que habita en el armario, solo que esa vez el monstruo era real. La primera Maura alzó el brazo y el cinturón se estiró por encima de ella, lista para golpear; Vi rápidamente se encogió en su sitio, alzando los brazos para cubrir su rostro mientras temblores incontrolables dominaban su cuerpo.
Cait corrió, interponiéndose entre Vi y el cinturón, que hizo un sonido agudo cuando picó sobre la piel de la muñeca de Cait, enrollándose en esta y clavando la hebilla metálica. El dolor caliente subió por su brazo hasta el codo, pero Cait apretó los dientes y tiró con todas sus fuerzas, haciendo que Maura soltara el cinturón, tomándolo ella rápidamente y desenrollándolo de su brazo, sosteniéndolo por la hebilla e ignorando la sangre que corrió a través de la herida en su piel.
Firme y sin vacilar, Cait hizo girar el brazo lo más deprisa que puso, apretando los dientes ante el dolor de la articulación del hombro como queja por el movimiento repentino, y luego dejó que su fuerza fluyera, el cinturón golpeando directamente el hombro de Maura, quien gritó en una rabia histérica y se precipitó hacia adelante, sus manos extendidas y sus uñas transformándose en zarpas deformes, dispuesta a atacar a Cait.
El empujón la tomó de sorpresa, sintiendo su cuerpo perder el balance cuando Vi la aparta abruptamente, interponiéndose entre ella y Maura, enfrentándola. Cait notó como Vi se mostraba firme, enojada incluso, pero ya no asustada.
Vio sus músculos contraerse en un movimiento fluido, entrenado durante años, hasta que el puño de Vi impactó directamente en el rostro de Maura y las doce Mauras desaparecieron, la oscuridad engulléndolas durante un instante antes de que todas las luces se enciendan, permitiéndoles ver una habitación larga y vacía, con paredes de ladrillos rojo y suelo de cemento. La habitación del paisaje del miedo. La simulación había terminado.
—¿Ya está? —preguntó Cait, jadeante—. ¿Esos eran tus peores miedos? ¿Por qué tienes solo seis…? —sus palabras murieron en su boca, dejando la frase sin terminar mientras la realización se abría paso—. Por eso te llaman…
Lo que iba a decir escapó de su boca, junto con cualquier otro pensamiento, cuando sus ojos vuelven a encontrar a Vi: tiene los ojos abiertos, aterrados, sus labios entreabiertos y su respiración acelerada, una fina capa de sudor perla su piel y Cait nota que se está mostrando vulnerable. Si no estuvieran allí dentro, Cait diría que Vi se muestra asombrada, pero, considerando las circunstancias, ella es incapaz de atribuir una emoción a esa expresión. Sintió como Vi le rodeó el codo con las manos y apretó con el pulgar la piel por encima de su antebrazo antes de acercarla a ella.
El calor de Vi cubrió el cuerpo de Cait, relajándola mientras sentía que la piel de su muñeca y antebrazo todavía picaba, un dolor ardiente proveniente de dónde la hebilla la había herido, pero su piel estaba tan pálida como siempre y no habían heridas ni marcas. Vi movió sus labios sobre la mejilla de Cait, poco a poco, como si tuviera miedo de que desapareciera, que fuera parte de la simulación, apretando sus hombros y escondiendo su rostro en el cuello de Cait, respirando sobre su clavícula.
—Eh —dijo Cait en voz baja, pasando sus manos por la espalda musculosa de Vi—, lo hemos conseguido —Vi levantó su cabeza de su escondite, alzando una de sus manos para enterrar sus dedos en el cabello de Cait, colocando uno de los mechones detrás de su oreja. Se miraron con aire ausente, embotadas en sus propios pensamientos mientras los dedos de Vi peinaban uno de los mechones de Cait.
—Gracias a ti —dijo al final, su voz escuchándose entrecortada y rasposa, pero en calma.
—Es fácil ser valiente cuando no son mis miedos —admitió Cait, limpiando sus manos con aire ausente sobre sus pantalones, rezando para que Vi no notase que eso era un gesto nervioso del momento ante la profundidad de su mirada gris, apenas un vago intento por esconder la corriente nerviosa que recorrió su cuerpo.
—Vamos, tengo algo que enseñarte —comentó Vi, entrelazando sus dedos con los de Cait antes de iniciar un paso estable y firme hacia fuera de la sala del paisaje del miedo.
Caminaron por las plataformas y los pasillos hasta regresar al Pozo, durante el trayecto, la mente de Cait iba analizando la presión de su mano: primero pensó que apretaba demasiado y luego que no apretaba lo suficiente. Sus padres nunca habían sido amorosos en su presencia, desconocía de la importancia del contacto humano como forma de comunicación y expresión de emociones y sentimientos, por eso nunca había entendido por qué las parejas caminaban tomadas de la mano; pero allí, cuando sintió el pulgar de Vi pasar por el borde del dorso de su mano en movimientos lentos, tranquilizándola, Cait lo entendió todo.
—Entonces… —inició, incapaz de tolerar más el mutismo que entre ellas había y que la llevaba a perder los pocos pensamientos coherentes que le quedaban—. Seis miedos.
—Seis miedos entonces seis miedos ahora —respondió Vi, asintiendo con la cabeza y sin rastro del terror que había sentido hasta hacía minutos—. No han cambiado, así que sigo viniendo aquí, pero… todavía no he conseguido avanzar.
—Es imposible no tener miedo a nada, ¿recuerdas? —comentó Cait, recordando las palabras que la propia Vi había dicho—. Porque todavía hay cosas que te importan, te importa tu vida.
—Lo sé —admitió Vi en voz baja.
Pasearon por el borde el Pozo, por un camino estrecho que daba a las rocas del fondo. Cait no lo había visto antes, estaba tan oculto como el pasadizo por el que su padre la había llevado en el día de la Visita, camuflado entre las rocas, pero era obvio que Vi lo conocía muy bien. Pese al momento, la ansiedad en Cait iba creciendo, incapaz de contener sus propias dudas. Necesitaba saber los resultados de la prueba de aptitud de Vi, necesitaba saber si era divergente, si era como ella.
—Me ibas a contar los resultados de tu prueba de aptitud —dijo, mirando a Vi de reojo.
—Ah —respondió Vi, visiblemente incómoda mientras de rascaba el lado rapado de su cabeza con la mano libre—. ¿Importa?
—Sí, quiero saberlo —insistió Cait, sintiendo la duda hacer su piel hormiguear de anticipación.
—Que exigente —dijo Vi, sonriendo de forma genuina por primera vez en la noche.
No dijo más nada, haciendo que Cait notara que habían llegado al final del camino, al fondo del Abismo, donde las rocas formaban un terreno irregular e inestable, surgiendo de la corriente de agua en ángulos afilados y cortantes. No se detienen allí, son que siguen subiendo, Vi conduciéndola arriba y abajo, por pequeños huecos lisos entre las piedras mojadas y afiladas crestas.
Los zapatos se les pegaban a las rocas y las suelas dejaban marcadas huellas húmedas en cada una de las piedras, hasta que Vi encontró una roca relativamente plana cerca de un lateral en el que la corriente no era tan fuerte, y se sentó con los pies colgando del borde. Cait se sentó a su lado, notando como Vi parecía sentirse cómoda allí, a pocos centímetros de las peligrosas aguas que la podrían matar.
—No le cuento estas cosas a la gente, ¿sabes? Ni a mis amigos —dijo Vi, entrelazando con más firmeza sus dedos; Cait le dio un apretón confortable, estaba segura que ella no era como el resto de la gente para Vi. Los nervios corren por el cuerpo de Cait de forma vertiginosa, apenas podía llevar el ritmo de las sensaciones, el rugido del agua hacia que sus voces fueran más bajas, opacadas por el chocar de esta con las rocas—. Mi resultado era el que cabría esperar: Abnegación.
—Oh —respondió Cait, sintiendo como algo dentro de ella se desinflaba; se había equivocado con Vi. Pero… había supuesto que, si no era divergente, le había salido Osadía en su prueba de aptitud; y, técnicamente, el resultado de Cait había sido Erudición, según el sistema. Las preguntas inundaron su mente. ¿Le había pasado lo mismo a Vi? Y, si era así, ¿por qué no se lo contaba? —. Pero elegiste Osadía.
—Por necesidad —repuso Vi.
—¿Por qué tenías que irte? —cuestionó Cait, viendo a Vi apartar la mirada y clavar la vista al frente, como si buscara la respuesta entre las rocas. No necesitaba dar respuestas, Cait todavía sentía el dolor fantasma del cinturón en su brazo—. Tenías que huir de tu madre. ¿Por eso no querías ser líder de Osadía? ¿Porque, si lo fueras, tendrías que volver a verla?
—Por eso, y porque siempre he sentido que, en realidad, no pertenezco a Osadía —admitió vi, escogiéndose de hombros en un ineficaz intento de restarle importancia, cuando era obvio que le dolía el tema—. Al menos, no como es ahora.
—Pero eres… increíble —refutó Cait, haciendo una pausa para aclararse la garganta al sentir las palabras acumularse en su mente—. Quiero decir, según los estándares de Osadía, seis miedos es algo inaudito. ¿Cómo no vas a pertenecer a Osadía?
Vi se encogió de hombros ante las palabras de Cait, haciendo que Cait notase lo poco que verdaderamente le interesaba su talento, o su estatus entre los Osados, y eso era algo que se esperaría de alguien de Abnegación. En el fondo, cuando Vi no estaba analizando todo, le pasaba lo mismo que a Cait con Erudición, dejaban salir su verdadera naturaleza, es que mostraba la facción de la que venían, pero eso no tenía que definir quiénes eran, ni a que facción pertenecían en verdad.
—Tengo una teoría: creo que el altruismo y la valentía no son tan distintos —respondió Vi luego de varios minutos—. Te entrenan toda la vida para olvidarte de ti, de modo que, cuando estás en peligro, ese es tu primer instinto, proteger a otros en lugar de a ti mismo. Encajaría igual de bien en Abnegación.
Vi no lo notó, pero sus palabras pusieron un peso sobre los hombros de Cait. Toda la vida no le había bastado para aprender a ser cómo su facción, para desprenderse de deseos personales y pensar solo en el desarrollo común de la nación, al final del día, su primer instinto seguía siendo la supervivencia.
—Sí, bueno, dejé Erudición porque no era lo bastante inteligente y desprendida de mi propia personalidad como para olvidarme de mí y mis deseos y pensar solo en el bien común, por más que lo intentara —comentó Cait, admitiendo su propia derrota.
—Eso no es del todo cierto —repuso Vi, con una sonrisa suave en sus labios que tiró de su cicatriz—. Esa chica que dejó que le lanzaran cuchillos para salvar a un amigo, porque vio que él no lo resistiría, que analizó hasta el último momento la estrategia para ganar la bandera en el juego contra Finn y que pudo ir llevándome de la mano a través de mis miedos y protegerme de mi madre… ¿no eras tú?
—Has estado prestándome mucha atención, ¿no? —preguntó Cait, frunciendo el ceño ante la idea de que Vi había averiguado más de ella que ella misma, aun siendo imposible que sintiera algo por ella, tomando en cuenta todo lo que Vi era y Cait no.
—Me gusta observar a la gente.
—A lo mejor estás hecho para Verdad, Vi, porque eres una pésima mentirosa —comentó Cait, aludiendo a lo que Vi le había dicho en el paisaje del miedo, notando como las mejillas pecosas de la pelirrosa de tornaban de un claro color rosado. «Quizás no sea tan imposible»
—De acuerdo —admitió Vi, colocando su mano en la roca lisa y uniendo sus dedos con los de Cait, que se detiene a detallas la mano de Vi: tiene cicatrices en los nudillos que sus vendas usuales cubren, sus dedos, sin embargo, son delgados y algo elegantes. No eran manos de Osadía, pero los golpes y callos en esta demuestran que ahora lo eran—. Te he observado porque me gustas —dijo tranquila, con valentía, mirando a Cait a los ojos—. Y no me llames Vi, me gusta escuchar mi nombre de nuevo, al menos, si lo dices tú.
—Pero eres mayor que yo…, Violeta —repuso Cait, sintiendo sus propias mejillas calientes.
—Sí —concordó Vi, sonriente—, ese insalvable abismo de dos años que nos separa, ¿no?
—No intento menospreciarme, es que no lo entiendo —rebatió Cait, frunciendo ligeramente el ceño—. Soy más joven, no soy bonita… —la risa grave y suave que sonó como salida de lo más profundo del interior de Vi la interrumpe, haciendo que Cait se ponga nerviosa cuando Vi se inclina hacia adelante, besando su cien—. No finjas –!—exigió Cait con voz entrecortada—. No soy fea, pero tampoco es que sea bonita.
—Vale Pastelito, no eres bonita en el sentido convencional que la sociedad percibe, ¿y qué? —preguntó Vi, un tono retador mientras se acercaba y besaba la mejilla de Cait, dejando sus labios unos instantes de más en su piel—. Me gusta tu aspecto, me pareces increíblemente atractiva, eres tan lista que das miedo, eres valiente y, a pesar de saber lo de Maura… —añadió, su tono volviéndose más blando—, no me estás echando la típica mirada que se le da a un cachorrito maltratado o algo así.
—Es que no lo eres —aseguró Cait.
Durante un segundo, Cait siente la mirada de Vi, el azul impactando en el gris con suavidad y en silencio; entonces los dedos de Vi rozan su mejilla con suavidad, acunando su rostro y Cait la ve cada segundo más cerca, hasta que sus narices se tocan en una extraña cercanía que pide permiso de forma muda. El río rugió al fondo, el agua impactando en las rocas y salpicando los tobillos de ambas. Vi sonrió, sus labios rozando los de Cait, la calidez de una tanteando la de la otra, hasta que finalmente cerró la distancia entre ellas, apretando sus labios juntas.
En un principio, Cait se puso tensa, insegura, sintiendo como su mayor sueño y miedo convergían en la cálida sensación de los labios de Vi sobre los suyos. Por eso, cuando percibió a Vi separarse, el pánico apareció junto con el pensamiento de que había hecho algo mal, pero entonces las manos de Vi soltaron sus manos y acunaron ambas mejillas, sus dedos acariciando suavemente sobre su piel, repasando el perfil de su rostro y aquella mirada gris fija en ella, suave y tranquila. Solo entonces Vi volvió a unir sus labios, más segura y decidida.
Fue como si algo se activara en Caitlyn, sus brazos rodearon a Vi por el cuello, presionándola más contra ella mientras un gemido bajo escapaba de su garganta y ella misma movía sus labios, tocando los de Vi en un baile suave que no permitía abusos de poder. Eran simplemente dos jóvenes que finalmente dejaban ir sus reticencias y mostraban cuánto habían estado sintiendo una por la otra, en el instante en que su lengua perfiló el labio de Vi, supo que sus muros habían caído, porque ambas profundizaron el beso hasta que sus respiraciones fueron jadeos erráticos y las sonrisas en sus rostros les impedían seguir besándose.
En medio de aquella escena, el pensamiento llegó a Cait como un bálsamo destinado a tranquilizar sus inseguridades mientras el estruendo del agua hacía de fondo musical para sus besos necesitados; así que, cuando dejan de besarse y Vi le da la mano a Cait para ayudarla a levantarse y regresar a los dormitorios, Cait está segura de que ellas habían estado destinadas a estar juntas. Si hubieran escogido destinos diferentes, siendo Abnegación el resultado de Vi y la segunda opción de Cait, habrían estado haciendo lo mismo, solo que en un lugar más seguro y vestidas de gris en vez de negro.
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Cuando la mañana llegó, Vi ya estaba despierta y con una sonrisa boba en su rostro, podía recordar perfectamente la noche anterior, el miedo que la sobrecogió y luego la calma cuando sintió a Cait a su lado, pero, sobre todo, podía evocar a la perfección el momento en que el cuerpo de Cait cobró vida y sus labios se movieron contra los suyos.
Respiró profundamente, buscando calmar su felicidad, sabía que cuando la viera tendría que fingir, no podía ir hacia ella como quería, no todavía; se dio un baño refrescante y salió cuando el sol todavía no estaba afuera, ese día tenía algo que hacer.
Se paró en el pasillo aledaño a los dormitorios de los iniciados, esperando el momento justo en que Marcus salió de la habitación; había estado espiándolo por un tiempo, más específicamente, le había pedido a Mylo que lo hiciera a través de las cámaras: Marcus siempre salía a la misma hora los días Miércoles, Viernes y Domingos para correr por el Pozo. Apenas la figura de Marcus pasó a su lado, Vi se precipitó hacia adelante, encerrando entre sus dedos el brazo del joven y tapándole la boca con su otra mano.
—Shh, calladito, iniciado, ven conmigo en silencio sí sabes lo que te conviene —ordenó Vi en un gruñido bajo, tirando de Marcus por su brazo, quien se mantuvo en silencio mientras Vi lo guiaba entre as penumbras de los pasillos a tan temprana hora de la mañana. Dobló en una de las esquinas de los corredores más lejanos del Pozo, tirándolo contra el suelo apenas estuvieron a salvo de visitantes inapropiados—. Tenemos que charlar.
De dentro de la oscuridad del pasillo salió Claggnor, abalanzándose sobre Marcus y estrellándolo contra el muro de piedra con una fuerza alarmante; Vi vio como la cabeza de Marcus impactó contra la piedra y él hizo una mueca, pero no le importó. A su derecha, Mylo apareció de entre las sombras, acercándose lentamente a ellos.
—Hola —dijo Claggnor con una sonrisa suave mientras Mylo se acercaba con un cuchillo.
—¿Qué es esto? —preguntó Marcus, no mostrándose asustado ni siquiera cuando Mylo presionó la punta del cuchillo contra su mejilla, creando un hoyuelo—. ¿Intentáis asustarme?
—No —respondió Vi con firmeza—. Intentamos dejarte clara una cosa: no eres el único con amigos dispuestos a hacer daño.
—Se supone que los instructores de los iniciados no deberían amenazarlos, ¿no? —preguntó Marcus sardónicamente, mirando a Vi con una expresión casi inocente, algo que muchos podrían confundir, pero no Vi—. Tendré que preguntárselo a Finn para asegurarme.
—Yo no te estoy amenazando, ni siquiera te estoy tocando. Y, según las grabaciones de este pasillo almacenadas en los ordenadores de la sala de control, ni siquiera estamos aquí ahora —explicó Vi, viendo a Mylo sonreír abiertamente por un instante. Eso había sido idea suya.
—Yo soy el que te amenaza —dijo Mylo, casi gruñendo—. Un estallido violento más y te enseñaré una lección sobre la justicia —sostuvo el cuchillo sobre el ojo de Marcus, bajando despacio, apretándole el parpado. Marcus se queda paralizado, apenas se mueve para respirar—. Ojo por ojo, moratón por moratón.
—Puede que a Finn no le importe que vayas a por tus compañeros —intervino Claggnor—, pero a nosotros, sí, y hay muchos osados como nosotros. Gente que cree que no deberías ponerles las manos encima a tus colegas de facción, gente que le hace caso a los rumores y los propaga como un incendio. No tardaremos demasiado en explicarles que eres un gusano, ni ellos tardarán en hacerle la vida muy, muy difícil. Verás, en Osadía, la reputación tiende a conservarse.
—Empezaremos por tus posibles empleadores —continuó Mylo, sonriendo—. Claggnor puede encargarse de los líderes de la valla a los que les construye armas, yo, de los supervisores de la sala de control. Grayson conoce a todo el mundo en el Pozo. Vi, tú eres amiga de Grayson, ¿verdad?
—Sí —afirmó Vi, acercándose a Marcus y ladeando la cabeza—. Puede que tú seas capaz de provocar dolor, iniciado…, pero nosotros podemos hacerte desdichado de por vida.
—Piénsatelo —indica Mylo, apartando el cuchillo del ojo de Marcus.
Claggnor soltó la camisa de Marcus, estirándosela sin dejar de sonreírle afablemente. Vi no sabía explicarlo, pero la combinación de la ferocidad de Mylo con la alegría pasiva de Claggnor era lo bastante extraña como para resultar amenazante. Claggnor se despidió de Marcus con la mano y los tres se alejaron de allí, dejándolo tirado en el suelo.
—De todos modos, quieres que hablemos con la gente, ¿no? —preguntó Claggnor mientras avanzaban hacia el comedor.
—Y no solo de Marcus, también del otro que todavía está vivo —aseguró Vi, asintiendo con la cabeza.
—Si sobrevive a la iniciación, a lo mejor lo hago tropezar por accidente y cae de cabeza en el Abismo —bromeó Mylo, haciendo un gesto de caída libre con la mano a medida que silbaba y hacía reír a Claggnor y Vi. Entonces, las puertas el comedor se mostraron delante de ellos y el ruido indicaba que ya los iniciados estaban dentro; Vi tragó grueso un instante. Empezaba la actuación.
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Agggg, bueno, ya terminé aquí por esta semana, espero que les haya gustado, pequepinkypitufibolas, y nos leemos aquí la semana que viene, o entre hoy y mañana en otro de mis libros. Un besazo.
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